—Maribelle, entonces usted vio el programa “El Planeta Azul” y comenzaste a soñar. ¿En qué momento la Biología Marina se convirtió en la opción para cumplir tu anhelo?
—Maribelle Vargas Montero (MVM): “En el colegio. Yo estuve en el Colegio de San Luis Gonzaga y, desde ese momento, ya tenía mi objetivo claro. Recuerdo que desde pequeña empecé a trabajar después de clases en un supermercado en Cartago. Ahí acomodaba las compras de los clientes para poder financiar mis clases de natación, porque yo estaba segura de que iba a llegar al mar. ¿Cómo? Aún no lo sabía.
Después de mucho rogarle a mis papás, finalmente ellos me dieron el permiso para que fuera los sábados a Orosi donde había una piscina grande. Con el dinero que ganaba en el supermercado me compré un vestido de baño.
Así, yo iba solita hasta Orosi, en un bus directo que salía del centro de Cartago a Paraíso. En ese lugar aprendí a nadar. Ya, en quinto año de colegio, yo sabía nadar y, además, ya había averiguado todo sobre dónde podía ir a estudiar eso que había visto del mar y que me encantaba. A raíz de esa búsqueda encontré que podía estudiar Biología Marina en la Universidad Nacional (UNA).
Por supuesto, la UNA me quedaba larguísimo, porque era de Cartago a Heredia. Yo nunca había salido de Cartago, por lo que fue muy complicado. Sin embargo, vencí el miedo y fui adelante.
Empecé a hacer todos los trámites desde el colegió para entrar a la carrera y fue difícil. Me di cuenta que, para llegar a la universidad, debía irme en el primer bus que salía de Cartago a San José a las 4:00 a. m. y ahí coger el de Heredia para ir todos los días y llegar a las 7:00 a. m. y, posteriormente, regresarme a la casa. Todos los días me levanté a las 3:30 a. m.”.
—¿Y vivió todos esos largos viajes a lo largo de su carrera? Es decir, ¿los cinco años?
—MVM: “Sí. Era cansadísimo, pero lo disfrutaba mucho. En el segundo año de universidad es cuando ya uno empieza la carrera y me di cuenta de que podía buscar trabajo como asistente de laboratorio y ganar dinero. Yo todo me lo averiguaba.
De hecho, jugué básquet todos los años en el colegio y, gracias a eso, pude entrar a la universidad con beca deportiva. En la UNA me hicieron una prueba y quedé.
Entonces, todos los años de la U tuve beca 10 y lo que uno pagaba era muy poquito, como 2 000 mil colones. Sin la beca, eso sí le digo, jamás hubiese podido estudiar. Hubiera sido imposible.
En esa época la beca no daba pasajes ni comida. Tampoco daban los libros. Yo le cuento a mi hija que me tenía que quedar en la biblioteca y, si alguien tenía el libro que yo requería, debía esperarme a que lo desocupara. Si me esperaba a cierta hora, me lo prestaban para llevármelo a la casa, pero tenía que devolverlo al día siguiente a las 8:00 a. m. Así me la jugué a lo largo de la carrera”.
—Y ya, en la Universidad Nacional, ¿en qué momento inicia su vínculo directo con el mar?
—MVM: “En el segundo año y de manera inesperada. Por cosas de la vida, un asistente de un laboratorio llamado “Pesquerías y Manejo Costero” ya se iba a ir. Él estaba en quinto año y se iba a trabajar a otro lado.
Entonces, andaba buscando a alguien que quisiera trabajar ahí y nadie quería trabajar. Yo me enteré, fui, lo busqué y le dije que me enteré de que había un trabajo como asistente. Él me dijo que sí, pero que no cualquiera podía hacerlo. Ahí pensé: ‘¡qué raro!, ¿qué será lo que se hace?’
Él me empezó a explicar y me dijo que debía trabajar con una profesora que estudiaba el fitoplancton marino, un conjunto de microorganismos que flotan en el océano y que son la base de la cadena alimentaria marina.
Yo debía hacer todo el trabajo del laboratorio y, además, ir a una gira al Golfo de Nicoya cada mes. Esas giras duraban cuatro días y debía montarme en la lancha de la UNA e ir a colectar muestras.
Le dije: ‘¡está bonito!, ¿cuál es el problema?’ En eso él me dice: ‘le voy a mostrar por qué nadie quiere trabajar aquí’. Él agarró una gotita de agua de mar y la puso en el microscopio. Cuando vi eso dije: este es mi lugar.
Era lo más hermoso que había visto. Esa gotita de agua del microscopio tenía muchas formas que nunca había observado. Eran organismos increíbles con una forma y colores maravillosos. Era precioso y me preguntaba: ‘¿cómo puede vivir este organismo y tener tantas estructuras tan especializadas? ¿Para qué las usan? ¿Cómo hacen para moverse así?’
En medio de esas preguntas, seguía sin entender por qué nadie quería trabajar ahí. En eso, él me dice: ‘¿estaría dispuesta a estar ahí sentada cuatro o seis horas en el microscopio viendo muestras y gastándose los ojos?’ Yo le dije que sí, a lo que él replica: ‘eso es lo que estamos buscando, a alguien que la impresión que se lleva cuando ve esto sea lo que le guste’.
A esas alturas yo estaba segura de que quería ser bióloga marina, pero la Biología Marina, como en todas las áreas, es muy amplio. Ahí supe por dónde quería orientar mi carrera. En ese laboratorio trabajé cinco años, toda mi carrera de la UNA”.
—¿Y cómo fue la experiencia?
—MVM: “Maravillosa. La profesora, que ya está pensionada, hace muchos años era la única del país que estudiaba el fitoplancton marino. De hecho, salió a estudiar su maestría a Miami, porque en Costa Rica no se impartía esa área del conocimiento.
Ella era muy estricta, pero no se subía a una lancha porque se mareaba mucho. Entonces, el capitán del barco me enseñó a hacer la colecta. Yo me mareaba mucho y estaba los cuatro días de la gira enferma, pero recolectaba todo lo que había que recolectar.
Todavía, incluso, cuando voy en una embarcación me pongo mal durante las primeras horas mientras el cuerpo se adapta pero, digamos, me acostumbré a hacer todo el trabajo que era muy pesado: desde ir a colectar hasta procesar las muestras, observarlas, ir al microscopio, distinguir lo que se ve y tener la capacidad de dar la información que se necesita.
Creo que todo se basa en las ganas de lograr un objetivo y tomar esas oportunidades que uno encuentra. Desde ir al supermercado a trabajar tres horas para pagar mis clases de natación, algo que no era una costumbre en mi familia, hasta ir averiguando todo para concretar la carrera.
Los años de universidad fueron muy duros. Lo bueno, también, es que mis compañeras y compañeros de generación eran muy parecidos a mí y venían de hogares de pocos recursos”.
—Con esto último que me dice, Maribelle, entonces usted es 100 % resultado de la educación pública.
—MVM: “Sí. Además de estar en la UNA y en el Colegio de San Luis Gonzaga, también estuve en la Escuela Jesús Jiménez Zamora. Todas son instituciones públicas”.

Maribelle es la única mujer costarricense y bióloga marina certificada internacionalmente por la Universidad de Copenhague, Dinamarca, para identificar microalgas marinas tóxicas.
Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.