Grandes autores y autoras del siglo XIX e inicios del XX, como Augusto Comte, Emile Durkheim, Karl Marx, Max Weber, Harriet Martineau, Jane Addams y W.E.B. Du Bois, abrieron el camino para el surgimiento de una ciencia, la sociología, que ha hecho aportes fundamentales para la comprensión y el abordaje de los grandes problemas de nuestro tiempo.
Algunos de los problemas estudiados por la sociología en sus casi 150 años de existencia han sido los procesos de urbanización e industrialización, las migraciones, las burocracias, las diferentes formas de violencia y conflicto social, los movimientos sociales, los partidos políticos y sistemas electorales, la pobreza y la precarización de la vida, la educación, la familia, el suicidio, la división del trabajo, las desigualdades raciales y de género, la producción artística y los medios de comunicación, entre muchos otros.
Sin embargo, a pesar de los grandes aportes de la disciplina, en los últimos años, de manera cíclica, han surgido cuestionamientos sobre su razón de ser y su utilidad. En el caso de Costa Rica, el propio presidente de la República, Rodrigo Chaves, ha salido abiertamente a cuestionar la utilidad de la sociología, sobre todo en el contexto de la negociación del Fondo para la Educación Superior (FEES).
En enero de este año, la junta estatal de educación de Florida, nombrada por el gobernador Ron De Santis, de conocida tendencia ultraconservadora, eliminó los cursos de sociología de los requisitos obligatorios que debía cursar el estudiantado en las universidades estatales.
Esta decisión se tomó como parte de lo que De Santis define como una cruzada contra la “ideología woke”, que incluye también la eliminación del financiamiento para programas que apoyan la diversidad, la equidad y la inclusión social, la prohibición de impartir cursos con una perspectiva crítica frente al racismo e incluso un conflicto legal con Disney World, por su política de apertura para la población sexualmente diversa.
Estos ataques recurrentes surgen porque la sociología es una ciencia incómoda. Definida como el estudio científico de la vida social, el cambio social, y de las causas y consecuencias del comportamiento humano, la sociología no puede desarrollar su cometido profesional sin analizar y comprender la forma en que operan los poderes.
Y no es que todas las corrientes sociológicas critiquen abiertamente los poderes que construyen jerarquías sociales y desigualdades. Como decía el sociólogo C. Wright Mills, se puede producir conocimiento sobre el poder y conocimiento útil para el poder.
De hecho, los proponentes de algunas de las teorías sociológicas más relevantes del siglo XX, del estructural funcionalismo, por ejemplo, desarrollan sus análisis justificando la existencia y la función integradora de ciertos fenómenos como la estratificación social, los dualismos de género, las desigualdades raciales o el comportamiento desviado.
Sin embargo, es prácticamente imposible estudiar la sociedad, entender las consecuencias de las diferencias sociales y mirar el sufrimiento humano, sin desarrollar una perspectiva crítica.
En ese sentido, los análisis surgidos desde la sociología tienden a ser problematizadores ya que, mayoritariamente, se habla sobre el poder y no desde el poder. Y esa perspectiva les resulta molesta a los grupos que sí detentan el poder por lo que, en muchas ocasiones, intentan descalificar los hallazgos sociológicos y a la misma ciencia que los produce.
Además de los argumentos sobre la radicalidad y la “politización” que se le achacan a la sociología, también hay cuestionamientos sobre utilidad: que no cumple ninguna función importante, que no construye edificios, que no siembra nada, que no cura a nadie, son parte de los argumentos repetidos por quienes critican la existencia de la disciplina.
Este tipo de expresiones no solo están impregnadas de una racionalidad instrumental in extremis, sino que ignoran los procesos de construcción social de la realidad ya que, si bien la sociología “no cura” a nadie, sí ayuda a entender las complejidades de las determinantes sociales de la salud, por ejemplo. Es decir, qué papel juegan las condiciones de vida, el acceso inequitativo a recursos y servicios, las creencias, etc., en quiénes son más proclives a enfermarse y bajo cuáles circunstancias.
Desde esa perspectiva, la sociología tiene un campo profesional muy amplio y en expansión: desde analizar las expectativas, gustos y prioridades de las poblaciones para vender productos -por eso hay profesionales de la sociología incluso en grandes compañías como Google-, hasta analizar y proponer políticas públicas que respondan mejor a las necesidades de los grupos meta.
Asimismo, si bien la sociología no construye edificios o puentes, sí puede hacer investigaciones para definir las mejores estrategias para atender la falta de vivienda y equipamiento en comunidades con grandes carencias.
La sociología está ahí para observar, entrevistar, verificar, entender, criticar; es decir, como ciencia social existe para dar respuesta a las necesidades de las familias, de las comunidades, de las organizaciones y de los estados de conocer y accionar los procesos de cambio social.
Desde su surgimiento, esta disciplina ha intentado dejar atrás las reflexiones puramente especulativas sobre la vida social, para pasar a ofrecer explicaciones basadas en la investigación científica sobre la realidad. Cualquier sociedad que se precie de querer mejorar las condiciones de existencia de su población, necesita de más ciencias sociales y más sociología. El problema para la disciplina surge cuando hay grupos empeñados en mantener las situaciones de precariedad, desigualdad e injusticia. Ahí es cuando la sociología se vuelve incómoda.
La sociología también ha contribuido a alimentar el pensamiento de muchos movimientos sociales y políticos, y con ello ha aportado en el desarrollo de modelos interpretativos y propuestas de transformación social de largo alcance.
En ese sentido, también ha aportado herramientas para imaginar otros mundos posibles, develando la existencia, por ejemplo, de diferentes tipos de desigualdades y opresiones, analizando sus causas y proponiendo posibles vías de cambio.
En términos de su campo laboral, las personas profesionales en sociología desarrollan su quehacer en instituciones universitarias y de investigación científica, en lo que se denomina usualmente como espacio académico, pero también en otra gran zona muy heterogénea en términos institucionales, que incluye organismos internacionales, instituciones estatales y municipales, departamentos de grandes empresas, consultoras de estudios de opinión y de investigación de mercado, así como organismos no gubernamentales.
En todos estos espacios las personas profesionales en sociología cumplen una función muy relevante para los fines de las distintas instituciones, ya que aportan la fundamentación teórica y técnica para la generación de datos y procedimientos.
Los datos precisos, actualizados y completos son cruciales para medir el cumplimiento de los objetivos de cualquier institución, así como para evaluar las políticas y acciones implementadas, y para tratar de cerrar las brechas existentes.
Finalmente, la Sociología es la disciplina que nos da luces sobre lo que significa la convivencia en sociedad y nos permite entender la interdependencia humana y de los humanos con la naturaleza.
Nos brinda herramientas para analizar la injusticia y la desigualdad, y nos ofrece también perspectivas sobre lo que serían la justicia y la igualdad.
Como dijo el sociólogo Charles H. Cooley, esta es la disciplina que nos permite establecer relaciones entre nuestra vida cotidiana, la familia, la escuela, la comunidad y sus configuraciones, con principios más amplios sobre la existencia humana y los diferentes procesos sociales. Para todo eso sirve la Sociología.
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