Saltar Navegación
50.° aniversario de la Facultad de Letras

La letra con la risa entra

Durante sus 38 años de docencia, Sonia Jones León apeló a actividades lúdicas para facilitar el proceso de aprendizaje
17 jul 2024Artes y Letras
Plano medio de Sonia Jones León en la biblioteca de la Facultad de Letras

Para Jones, la Facultad de Letras es esencial para la Universidad porque funciona como un faro que guía su camino.

Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.

El aspecto severo de Sonia Jones León, profesora jubilada de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura, podría haber intimidado a sus estudiantes en las primeras clases, sin embargo, conforme el semestre avanzaba descubrían que, si bien era muy estricta, también se trataba de una persona profundamente humana y que disfrutaba muchísimo enseñar por medio del juego.

Fue ella quien inventó los karaokes ortográficos, en los que los participantes debían hacer una entonación diferenciada en la canción cuando detectaban un error ortográfico en la letra que aparecía en la pantalla. Tanto los intérpretes como el público explotaban en carcajadas cada vez que faltaba una tilde o había una letra fuera de lugar.

Ese mismo recurso lo utilizó con sus estudiantes del curso Expresión Oral para Otras Carreras durante la Semana Universitaria para que fueran aprendiendo a relacionarse con un auditorio. Pero también organizó montajes de teatro con sus alumnos, como Las fisgonas de Paso Ancho, de Samuel Rovinski, y realizó otros experimentos dramáticos en complicidad con otros docentes, como cuando le pidió a Hugo Mora Poltronieri que se vistiera de campesino y llegara de sorpresa a su aula para recitar las Concherías, de Aquileo J. Echeverría.

Esta convicción por el aprendizaje mediante la risa y el juego la hizo tomar decisiones arriesgadas, como cuando invitaron al humorista Adolfo Montero Arguedas para que presentara a su personaje Gorgojo durante una Semana Universitaria, en la que lo declararon filólogo del año. En esa ocasión, el decano le advirtió que debía tener mucho cuidado porque el personaje solía contar chistes vulgares. No obstante, la invitación quedó en firme porque Jones quería llevar a la práctica el discurso de respeto por las diferencias en el que se estaba insistiendo mucho en aquella época.

“Yo siempre creo que, si uno aprende jugando, realmente aprende”.

Sonia Jones León, docente jubilada de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura

Luego de más de una década de haberse jubilado, Jones quiere ser recordada entre sus estudiantes por sus “yeguadas de alegría” y por su insistente invitación a interesarse por el prójimo, más que por alguna grosería que les hubiera hecho.

“No fui perfecta, no fui perfecta. Me hubiera encantado haber sido la gran intelectual productora de texto, pero sí creo que fui profundamente humana y consciente de mi deber con el otro. Siempre le dije a los estudiantes: la literatura es pálida, es pálida en relación con la vida. Ustedes tienen que estar atentos a ese que está a la par suya, a su prójimo”, recordó Jones.

Ese principio lo practicó una y otra vez con estudiantes que, por situaciones particulares de vida, no pudieron llegar a un examen o tenían dificultades para comprender aspectos puntuales de una prueba. Para ella, nunca fue problema reprogramar un examen o darle pistas a los estudiantes cuando tenían alguna dificultad a la hora de aplicar una evaluación.

Es que, para doña Sonia, un examen debe ser un espacio para aprender, no una herramienta para rendir cuentas y, mucho menos un instrumento de tortura. Por ello, solía pedir ensayos redactados en la casa a partir de los libros leídos, en vez de plantear exámenes de preguntas cerradas. Por supuesto, no faltaron colegas docentes que le advirtieran el riesgo de que los estudiantes se copiaran entre sí.

Sin embargo, Jones siempre le apostó a la honestidad de sus alumnos, como parte de esos pequeños, pero muy relevantes detalles que deben formar parte del aprendizaje en una universidad. Por ello, siempre les advertía: “Hay algo que yo no puedo hacer por ustedes. Que cuando yo me vea al espejo el día de mañana yo no me avergüence de lo que son. Así que eso queda dentro de la ética que tengan ustedes”.

Sus consideraciones especiales con el estudiantado las manifestó de mil maneras. Una de tantas fue cuando trasladó sus lecciones a su casa de habitación para que una estudiante que tenía una bebé recién nacida no tuviera que desplazarse grandes distancias hasta la Universidad. “Como profe, excelente, como anfitriona, espléndida, porque siempre nos recibía con café y algo de comer”, recuerda su exalumna.

Su vocación docente la descubrió de niña al ver a sus maestras “muy bien prendiditas, con su collar, sus aretes, las uñas pintadas, haciendo el material didáctico”, lo cual contrastaba con una madre sacrificada y con muchas limitaciones económicas, pero quien tuvo la clarividencia de impulsar a sus tres hijas a estudiar para que nunca tuvieran que depender de un hombre y, mucho menos, de un hombre agresor.

A esa vocación le sumó la pasión por las Letras, de las que se enamoró a partir de dos textos. Uno de ellos lo encontró en la escuela primaria, cuando en un dictado escribió: “esos ojos, Platero, que tú no ves, son dos rosas”. Jones recuerda que ese extracto de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, le llegó al alma.

El otro texto que marcó su vida para siempre lo conoció en el colegio, mientras leía Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Es el momento en el que uno de los personajes sale al campo en una noche esplendorosa y dice: “Y había tantas estrellas, que se me caían en los ojos como lágrimas que debiera llorar para adentro”.

Plano medio de Sonia Jones León y el periodista Fernando Montero Bolaños en la biblioteca de la …

A Sonia Jones León le apasiona la literatura y construir conocimiento con los demás.

Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.

“Yo soy josefina de nacimiento, pero limonense de corazón. Desde segundo grado de la escuela hasta el bachillerato lo hice en la provincia de Limón. Fue una experiencia muy importante que yo haya vivido durante mi infancia y mi adolescencia en una provincia con tanta variedad étnica porque, también, dadas las circunstancias económicas de la provincia, lo único que teníamos diferente era que había escuela de niñas y escuela de varones, pero ya en el colegio nos juntábamos todos. Desde el hijo del doctor hasta la hija del mecánico estábamos en el mismo colegio, lo cual pienso que es muy importante para la construcción de la identidad y de los valores de la diversidad en una sola unidad”, resalta Jones.

Gracias a una beca que le otorgó la Northern Railway Company, empresa que administraba el ferrocarril entre San José y Limón, y al apoyo de una familia muy solidaria en el Valle Central, pudo completar su carrera en Filología. Ya en la Universidad, pudo confirmar sus condiciones de estudiante aventajada, lo cual le abrió puertas como asistente de la cátedra de Literatura Costarricense, donde, posteriormente, ejerció como docente durante 38 años, tiempo en el que también impartió el Seminario de Lírica Costarricense y los cursos de Literatura del Caribe Hispanohablante y Mujer y Literatura, y dirigió, al menos, 15 trabajos finales de graduación.

Su transición de estudiante a docente coincidió con la inauguración del edificio de la Facultad de Letras. Según recuerda, este acontecimiento causó una enorme alegría en la comunidad de las escuelas de Filología, Lingüística y Literatura, de Lenguas Modernas y de Filosofía, las cuales habían luchado intensamente por tener un espacio propio.

“Una de las dificultades más grandes que tuvieron las autoridades tuvo que haber sido la repartición de los espacios porque, como siempre, son tres escuelas con necesidades diferentes en un solo edificio, pero ahí nos acomodamos. A veces éramos cinco en una oficina, a veces éramos dos. Yo tuve la suerte de tener muy buenos compañeros de oficina, por ejemplo, Joaquín Gutiérrez Mangel, nuestro escritor fue compañerito mío. Yo le decía: “poneme en una novela tuya”. Y él me respondía: “sí, te voy a poner, pero de mala palabra”. Había un ambiente muy afable”, rememora la académica.

La extendida permanencia de Jones en la academia, primero como estudiante y luego como profesora, le permitió ver pasar diversas etapas de análisis de las obras literarias, desde la estilística y el estructuralismo hasta la sociocrítica y el psicoanálisis, cada uno tratando de defender lo suyo e intentando desmerecer a los demás. Sin embargo, por la práctica constante, Jones aprendió a conjugar lo mejor de todos ellos, lo cual enriqueció muchísimo sus estudios.

El caso de El clis de sol

Yo estaba analizando el cuento El clis de sol, de Magón, como un cuento costumbrista, y el costumbrismo como una tendencia del realismo. Pero después, con esa noción de que hay que leer más lo que no está que lo que está, y también los aportes de la sociocrítica de cuáles son los discursos que están ahí en juego, yo me puse a analizar, desde la astronomía, qué es un eclipse y aparecen tres astros en conjunción.

Entonces, ¿quién es el que está eclipsando en el texto? Desde la estilística, yo podría decir que el sol es el símbolo de la verdad y de la luz. Eso me lo enseñó la estilística. Entonces, ¿qué es lo que está ocultando la verdad en este texto de El Clis de Sol? Porque es más que evidente. Ñor Cornelio, que está descrito muy animalísticamente: un cholote, con dedotes de guineo y con la jetaza de pejibaye rallado; muy siniestro: una mano peluda que se limpia las babas, llega a visitar a Magón, que era diputado, lo llega a visitar con un par de boquirrubias preciosísimas.

Entonces Magón le pregunta de quién son esas chiquitas, porque encontraba que el viejo era demasiado feo para ser el papá. Y le contesta Ñor Cornelio (la estilística me enseña a ver esto: Ñor Cornelio, cuernos, cachos): “¡Diay, son mías, aunque sea feo el decilo, pero es que la mama no es tan pior!”

Resulta que cuando la señora quedó “habelitada” de las gemelas le dio un desasociego, que era por estar saliendo al patio y entraba y salía al patio, entraba y salía, entraba y salía y, como ella había sido muy antojada en los partos anteriores, el viejillo pensó que era un antojo más, pero resulta que en una de esas salideras hubo un eclipse solar y Lina estaba en el patio, entonces las chiquitas salieron rubias gracias a ese eclipse solar.

Entonces, Magón le pregunta: “¡Diay, pero usted es un campesino. ¿Cómo supo eso?” El hombre le responde: “La verdad es que eso me lo explicó el maestro italiano que come en mi casa desde hace cuatro años”. Pero dice el viejillo Cornelio que el principio se le puso cuesta arriba que las chiquillas fueran tan rubias, pero inmediatamente, la maestra les empezó a coser la ropa, el jefe político les daba dinero, el padre las pedía para las grandes procesiones.

Entonces, ahí empezamos a ver cuáles son los discursos o actuaciones que van opacando la verdad. La verdad es que ahí hubo un adulterio, pero, desde el punto de vista racista, el producto había mejorado la raza, porque salieron unas bellezas. Eran los esquemas que teníamos nosotros a principios de siglo y que todavía persisten: la mujer blanca, rubia, ese es el esquema de la belleza europea.

Entonces, como salieron casi como para mejorar la raza, la Iglesia se quedó callada, no condenó el acto, la escuela, otra institución ideológica, se quedó callada, el jefe político, el Estado, se quedó callado. Entonces, ¿quiénes fueron los verdaderos eclipsadores de la verdad? El verdadero clis de sol son todos esos discursos y actitudes culturales de la época.

“Pienso que nunca se puede desechar nada y todo está en uno. Uno lee con los anteojos de todos los textos que uno conoce y algo que hay en uno, que no sé si será inconsciente o muy consciente, de poner ahí su punto de vista. A mí me encantó que yo ya no tenía que repetir que El Clis de Sol era un texto costumbrista porque ahí estaba el campesino y el habla campesina y todas esas cositas, sino que ya eso se podía leer, se podía ligar con la Costa Rica de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y sus discursos sobre nuestra imagen identitaria”, señaló la filóloga.

Como estudiante de primer ingreso a la UCR en 1967, aquella joven venía con la costumbre limonense de llamar “don” y “doña” a los profesores, en lugar del “profe” propio del Valle Central. Sin embargo, pronto se adaptó a utilizar el término más casual, aunque con ciertas figuras prominentes de la Facultad siguió utilizando el tratamiento de respeto, como con don Abelardo Bonilla Baldares, a quien admiró profundamente por su presencia, sabiduría y don de palabra. Cuando don Abelardo murió, Jones caminó entre llantos al lado de la carroza fúnebre porque había partido la persona más importante que ella había conocido hasta aquel momento.

Entre otros inolvidables profesores, Jones recuerda a doña Clara, la de los cursos de Griego. De ella, recuerda no solo su alta exigencia, sino también las bellezas de sandalias que utilizaba. También Santiago, un profesor de Estudios Generales con un amplio conocimiento de la historia y del arte mundial que asignaba abundantes lecturas a sus estudiantes. De Víctor Manuel Arroyo nunca olvidará su acuciosidad por enseñar tanto la regla gramatical como su excepción y su manera calmada de explicar. Y sin dejar de mencionar al doctor Nicolás Farray, un cubano que siempre iniciaba sus lecciones con una frase lapidaria de origen latino.

“En ese curso de Latín fui una alumnita muy deficiente, pasé a puro siete. Pero, la frase Sol Lucet Omnibus (el sol sale para todos) me quedó marcada a tal grado que fue mi inspiración para componer, junto con otro compañero, el Himno de la UNED, Institución en la que laboré por 34 años”, reconoció Jones.

Plano medio de Sonia Jones León en el vestíbulo de la Facultad de Letras. Atrás se aprecia parte …

De vez en cuando, Sonia Jones León visita la Facultad de Letras para seguir cultivando el vínculo con quienes la conocieron y recordar viejos tiempos.

Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.

Letras: un faro para toda la Universidad

Para Jones, la Facultad de Letras ha sido un faro para toda la Universidad porque es ahí donde se plantean las preguntas más trascendentales: ¿qué somos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué queremos? En este sentido, la Escuela de Filosofía es la abanderada en esta tarea y es la instancia que arroja luz en el camino para encontrar respuestas a estas interrogantes, sin dejar de advertir los peligros del narcisismo y de algunas ideologías.

En el contexto actual, considera que es urgente la reflexión sobre la enseñanza y la virtualidad. ¿Quién es el nuevo ser humano que tenemos al frente?, ¿cuál es el ser humano que estamos formando? y ¿cuál es el ser humano que somos nosotros quienes también estamos en proceso de transformación?

“Ni se diga de la Filología en esa aclaración de los textos, hacer que los alumnos indaguen, busquen, rebusquen, que no sean confiados con lo que dice la palabra porque, si la palabra creó el mundo, también la palabra lo distorsiona. Entonces, tenemos que estar muy atentos a la palabra, al discurso”, señaló la académica acerca de la disciplina que la enamoró desde niña.

También destacó el aporte de las Lenguas Modernas en su tarea de preparar al país para conectarlo con el mundo en todas las posibilidades idiomáticas, así como la contribución riquísima que ha hecho el Departamento de Lenguas Indígenas al acervo cultural del país al trabajar en el registro escrito de las lenguas de los pueblos originarios.

“Es una Facultad que tiene que seguir siendo antorcha. En toda universidad tiene que haber una Facultad de Letras, porque los cambios nos someten a nuevas preguntas y a reflexiones impresionantes”, concluyó la exdocente.

"Un día de estos que estuve de visita por la Facultad. Casi con lágrimas en los ojos, le pedí perdón a mis alumnos que estaban ahí porque no los preparé para esta cuestión de violencia tan pavorosa que hay en este país. Nunca me imaginé, en mi inocencia, una situación así, tal vez por estar centrada en muchos libros de teoría y en muchos libros que me contaban cosas que pueden ser los perfectos antecedentes de este futuro tan traumático, tan duro, que está viviendo este país. Les pedí perdón si no los ayudé a vislumbrar esta realidad, pero yo quisiera que quede más que todo la pregunta por el otro más que una huella intelectual puramente dicha”.

Sonia Jones León, docente jubilada de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura

Fernando Montero Bolaños
Fernando Montero Bolaños
Periodista, Oficina de Comunicación Institucional
fernando.motdilnterobolanos  @ucrdcos.ac.cr

Comentarios:

0
    Utilizar cuenta UCR
    *

    Artículos Similares:

    Regresar Arriba