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Francisco Guevara Quiel, decano de la Facultad de Letras, en la plazoleta de la Facultad. Al …

Francisco Guevara Quiel, decano de la Facultad de Letras

Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.
30.° aniversario del Ciicla

Soltemos la lengua: Rehumanizar las Humanidades

Un reto (autocrítico) para la supervivencia de las disciplinas humanistas de cara a la sociedad
17 jun 2024Artes y Letras

Con ocasión del trigésimo aniversario del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas, nos sentimos muy honrados y complacidos de formar parte de esta gran celebración, que no puede festejarse de mejor forma que a través de un diálogo de reflexiones académicas en la mesa redonda de este jueves 06 de junio 2024, intitulada: Ciicla un aporte al conocimiento de las identidades y las culturas latinoamericanas.

Quisiera felicitar efusivamente a las personas investigadoras por su encomiable e importante labor, pero también a las distintas comisiones que se desempeñan a lo interno del Ciicla a fin de sacar adelante la misión y los cometidos que se han planteado, en un ámbito de investigación y de trabajo que, hoy más que nunca en la historia de nuestro país, me parece que tiene la vocación y está llamado a desplegar todos sus esfuerzos, experticia, conocimiento y tenacidad incisiva para tratar de contrarrestar los embates que experimentan las Humanidades en nuestro país, así como los cuestionamientos, cada vez más frontales, beligerantes y sin ambigüedades, sobre el interés de la Cultura y sus distintos actores en el desarrollo de la vida nacional. Se trata de un fenómeno que no se circunscribe únicamente a nuestro país, sino que se ha tentaculizado a todos los horizontes geográficos, causando estragos en América Latina.

En este sentido, , es un día para estar orgullosas y orgullosos por los esfuerzos hechos y los logros alcanzados por el Ciicla en estas últimas tres décadas, pero no tanto como el cúmulo de triunfos adquiridos, sino desde la perspectiva de todo lo que nos queda por delante a realizar, desde esta plataforma que ya existe, sólida, y cuya trayectoria probada se consolida y debe consolidarse aún más con una visión de impacto social real a corto, mediano y, sobre todo, largo plazo, por lo que estas reflexiones no conciernen únicamente al Ciicla, sino a toda la actividad sustantiva en investigación que se lleva a cabo en esta Institución.

Colegas, investigadores y cuerpo docente, jóvenes estudiantes: cuando dentro de la misma Universidad, para algunos no hay un convencimiento ni una claridad suficiente sobre el interés de la Cultura y de las Humanidades, todo apunta a que hay una seria debilidad o una fractura profunda en el sistema, sobre la naturaleza misma de una institución como la Universidad de Costa Rica, pero sobre todo, se evidencia la necesidad de tomar la medida de las proporciones de la labor COLOSAL que tenemos por delante. Es decir que, si este es el panorama intramuros, imaginemos pues el estado de las cosas extramuros… y de ahí podremos sacar una serie de consecuencias, donde, por ejemplo, lo que sucede a nivel político y gubernamental, hoy en día en nuestro país, se explica perfectamente.

Me gustaría afirmar sin temor que podría ser necesario rehumanizar la labor universitaria, rehumanizar las Humanidades – desde las ideas y desde la acción –, a fin de conferir realmente a nuestra labor, el contenido necesario que permita incidir, cuando no revertir, la actitud y el cuestionamiento, cada vez más insidioso, sobre la utilidad de las Humanidades y de la Cultura en el desarrollo de la sociedad. Creo que (casi) todo queda por hacer, aunque sinceramente espero estar equivocado.

Siempre me gusta poner las cosas en contexto para entender nuestra razón de ser desde su origen. En este caso, invoco el artículo 89 de la Constitución Política, que se refiere a los fines culturales de la República, y sobre todo al artículo 84, que todos conocemos aquí perfectamente, al designar a la Universidad de Costa Rica como una institución de cultura superior para enriquecer la cultura nacional, fortalecer la democracia y fomentar la libertad de pensamiento y el espíritu crítico.

Integrando estos parámetros de base que nos sirven de asidero, debemos recordar que ambos imperativos (la Cultura en general y el Humanismo en particular) encuentran en la Universidad de Costa Rica un espacio de predilección, no como un fin en sí mismo para ser contemplados como un mero ejercicio intelectual, un placer solitario o simples ideales de claustro – por definición cerrados en sí mismos –, sino como potenciadores transversales del más importante proyecto de Educación Pública del que nuestro país se dotó con la instauración del Estado social de Derecho, donde la Cultura y la Educación en general, conforme a la misión que le fue encomendada por Constitución, juegan un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad costarricense y la mejora de la calidad de vida de sus integrantes. Dicha transversalidad no debe quedarse en una mera declaración de principios, sino más bien traducirse en un llamado vehemente a incidir en el desarrollo y la reflexión de todas las prácticas y disciplinas, a fin de robustecer su labor para una mejor y más integral respuesta a las necesidades y preocupaciones humanas, en particular la tecnología y las ciencias, con las que nacieron las Letras y las Humanidades simultáneamente en esta Universidad, cuando fue creada la Facultad de Letras, en paralelo con la Facultad de Ciencias Sociales, la Vicerrectoría de Investigación y la Vicerrectoría de Acción Social, hace 50 años.

Y cuando hablo de “rehumanización” no me refiero a un bondadoso o piadoso ideal de difundir la buena parábola, de forma beata, libresca y abstracta, sino más bien a la militancia, a la resistencia, a la solidaridad y al servicio.

Como académicos, como investigadores, como universitarios, nuestro trabajo debe ser primero una especie de labor pedagógica para dar a entender nuestra labor y llevar las ideas a la acción, pero también debe estar pensada para servir, que es lo que finalmente le da una buena parte de su contenido. En este sentido comulgo con don Rodrigo Facio cuando dice:

“Claro es que cuando auguramos la conquista del país por la persona culta, no tenemos en la mente la idea de una manera de ario intelectual, ente superior con vocación de amo. Nada más lejos de lo que la Universidad busca y se propone. Un hombre culto que, por serlo, pretendiera domeñar o abusar de sus semejantes, no sería otra cosa que una monstruosa caricatura del hombre culto. La persona culta, por serlo, deber ser una persona al servicio de su país, de sus conciudadanos y de la Humanidad en general; [subrayo] un ser de amplio espíritu humano y social. La superioridad del universitario – si es que se desea emplear tal término – [también subrayo] es simplemente superioridad en la aptitud para servir.[1]

Estoy persuadido de que las Humanidades son lo único que nos puede salvar, hoy en día, ante el descalabro mundial del que somos testigos, porque necesitamos reencontrarnos, vernos y abordarnos como seres humanos en la grandeza y miseria de nuestras dimensiones sexuales, intelectuales, psicológicas, afectivas y espirituales. Pero también redimensionadas y repensadas como proyecto político-académico para impactar positivamente en las mentalidades y en la sociedad, poco a poco, aunque la labor sea titánica.

Porque, con ello, surgen necesariamente algunas interrogantes previas:

  • ¿Qué pasa con una sociedad cuando están ausentes las Humanidades?
  • ¿Qué hacer cuando son el blanco de un ataque sostenido y orquestado, por diferentes fuerzas internas y externas?
  • ¿Qué proyecto político se esconde detrás de estas acciones adversativas, subrepticias o manifiestas?
  • ¿Qué actores o sectores académicos deben intervenir y llamar la atención sobre estas situaciones? ¿Qué papel juegan las Letras y las Ciencias Sociales ante este panorama?
  • ¿De qué manera desde las Artes podemos llenar o tomar estos espacios?
  • ¿Cuáles son las características de las élites que nos gobiernan, sus medios, recursos, discursos y estrategias? ¿Nuestra inteligencia las tiene bien identificadas?
  • ¿Cuál es la idea de ciudadano que debemos cultivar o fomentar desde las Humanidades para lograr una sociedad más justa y equitativa?
  • ¿Qué modelo e idea de sociedad queremos lograr y cómo lo conseguimos, con los (escasos) recursos que disponemos?
  • ¿Tenemos un proyecto político desde la Academia? De hecho, ¿deberíamos o no hacer una lectura política de las cosas desde la Universidad? ¿Cuál es la finalidad de nuestras actividades sustantivas en el seno de la Universidad?
  • ¿Es posible dar vida a un nuevo modelo de sociedad? ¿Si sí, cómo?
  • Y la pregunta del millón: ¿Qué debemos investigar desde el ámbito de la Cultura? E indistintamente de lo que investiguemos, ¿no debería subyacer en este tipo de investigación una fuerza política o al menos anticipar una lectura política de las cosas, más allá de un mero academicismo? Y en paralelo, ¿cómo impactar más y mejor?

Creo que se impone a nosotras y nosotros la necesidad de leer con suspicacia y en perspectiva los tiempos que estamos viviendo. Y creo sobre todo que, sobre los hombros de las personas docentes e investigadoras, reposa la mayor responsabilidad para llevar a cabo el proyecto educativo de la Universidad Pública, porque de eso dependerá nuestra autonomía universitaria, nuestra libertad de cátedra y nuestra libertad de expresión.

Lamentablemente, no le podemos pedir a un equipo de Gobierno de turno que entienda o esté sensibilizado sobre estas preocupaciones. Se lanzan a la vida política ya sea con un objetivo ideológico, ya sea por un interés particular, que compartirá quizás una franja de la población. Basta con escuchar sus propuestas, el desconocimiento casi total del que dan prueba sobre los temas culturales (como lo prueban algunos proyectos de ley que nos han sometido a consulta desde la Asamblea Legislativa), y algunas veces hasta haciendo alarde de desconocimiento o de falta de reconocimiento sobre la influencia de las Artes, las Letras y Humanidades en la vida terrena; pero también, como ya se ha visto, tomando medidas injustificadas y temerarias para recortar presupuesto en estos ámbitos porque son vistos como un gasto inútil o como simples accesorios de la vida pública. Esto sucede a nivel de las élites en el poder; dimensionemos entonces lo que sucede en general en el ámbito nacional… el panorama no es más halagüeño.

Porque ¿qué es lo propio de la Universidad de Costa Rica? La cultura superior. ¿Quién la despliega, la ejecuta? El cuerpo docente e investigador. ¿Cómo debe ejecutarla? Conforme al proyecto Humanista (que consagra de por sí la Constitución), es decir, los valores que informan del Humanismo, el cual no es una doctrina, no es una abstracción, no es una ideología. Es un conjunto de principios en constante reacción y adaptación: proporcionalidad, racionalidad, ética, conciencia lúcida y crítica sobre sí mismo, los demás y el entorno; Bien, Justicia, creación de la Belleza y búsqueda científica de la Verdad, en fin lucem aspicio. Me parece que estos son los criterios mínimos sobre los que todos podemos estar de acuerdo.

Humanismo implica entonces identificar problemas y buscar soluciones concretas en las distintas dimensiones humanas que ya enumeré, pero también supone anticipar, alertar, evitar, llamar la atención sobre las derivas de la sociedad, a fin de mantener el equilibrio, la cordura y la paz social; de ahí el interés de la Investigación y de la Acción Social.

Ser humanista no tiene nada que ver con ser cortés o respetuoso, aunque no lo excluye, como lo plantea el código de ética que acaba de adoptar esta Universidad; por ejemplo, no fue por cortés y respetuoso que Sócrates, parangón del Humanismo, fue condenado a muerte por la ciudad de Atenas; Giordano Bruno quemado en la plaza pública por la Inquisición; Voltaire pasando la mayor parte de su vida huyendo y viviendo en las fronteras de los países europeos para evitar ser embastillado; Copérnico, Kepler, Galileo todos perseguidos, y la lista es infinita. Lo propio del humanista es entonces incomodar, porque dice la verdad (lucem aspicio).

Por el momento, no estamos expuestos a que nos den a beber cicuta socrática, aquí en San José, todavía. Pero por eso tenemos que trabajar desde ya para que ese escenario nunca se dé.

Sin embargo – reconozcámoslo –, no es por impartir un curso de una disciplina humanista que necesariamente estamos haciendo labor Humanista, sobre todo si no hay una conciencia profunda sobre la importancia e interés del Humanismo en la vida personal y en la organización social, política y económica de un país, y sobre la responsabilidad de poner ese curso o esa investigación en perspectiva, haciendo lectura integral de contexto y sobreponiendo el interés general sobre el interés particular o de grupo. Me parece que de esto deriva en gran medida el establecimiento de prioridades o una escala de valores que sitúe la solidaridad, la belleza y la dignidad humana – o no – en la cúspide de la jerarquía de valores. Pero también adoptar – o no – otros modos de vida, de organización y de supervivencia inducidos por el respeto absoluto del otro, su diferencia y circunstancia, lo cual demanda un nivel de consciencia más elaborado y de alerta constante sobre nuestra propia actitud y comportamiento frente a los demás. Por ello creo que es esencial plantearse siempre las interrogantes de para qué, por qué y cómo hacemos y transmitimos las Humanidades, dentro y fuera del claustro.

De ahí también la necesidad de fortalecer una formación integral, sin sesgos epistemológicos y con perspectiva humanista, a fin de ripostar contundentemente a la escalada de la miseria, la pobreza, la violencia, el narcotráfico, la corrupción, la política clientelista, los fanatismos, los conservatismos intolerantes, el terrorismo, las granjas de troles, la demagogia, el populismo, los extremismos, en fin, todo aquello que atenta contra la belleza y la dignidad humana. Se trata de una suerte de antídoto contra los cuatro grandes peligros que corre actualmente la humanidad, ya a las puertas:

  • una eventual guerra nuclear,
  • la amenaza de armas biológicas,
  • el cambio climático, y
  • la escalada galopante del fascismo y la dictadura;

a los que podemos agregar un quinto riesgo que golpea directamente el funcionamiento mismo de la Universidad, como lo es la Inteligencia Artificial (IA), promocionada en sus virtudes, no en sus alcances e implicaciones; algo sobre lo que el eminente físico estadounidense-japonés Michio Kaku ya ha sonado todas las alarmas. En este campo, queda todo por resolver: ventajas, virtudes, alcances, reglas, límites, condiciones, y que, una vez más, convocan la práctica de una ética. La IA es algo sobre lo que, por ejemplo, esta Universidad no ha adoptado ningún protocolo ni ha establecido las reglas del juego, mientras que rige una reglamentación restrictiva y punitiva en materia de plagio cuando el ChatGPT se ha convertido en la tónica de muchas prácticas académicas, y donde la honestidad intelectual – que es lo que da soporte y es la esencia misma del logos universitario – se encuentra seriamente comprometida.

Y qué decir de un sexto aspecto, para volver al asunto de la libertad académica, pero cuyos efectos ya son evidentes en otros horizontes a las puertas de nuestras fronteras; me refiero a las purgas académicas: es decir, atentar contra la libertad académica, lo que, en Costa Rica, la misma Constitución tutela expresamente bajo la libertad de cátedra, en su artículo 87, y que tanto incomoda al autoritarismo. Por prueba de ello, la UCR tuvo la feliz iniciativa de crear el Campus Centroamérica para la libertad de cátedra, que impulsa la Facultad de Ciencias Sociales, a fin de albergar a profesores universitarios perseguidos por sus gobiernos por el hecho de ejercer la libertad de expresión, en el marco de la libertad de cátedra en la docencia y la investigación, como fórmula contra el autoritarismo, el despotismo, la dictadura y la arbitrariedad, que, en caso de Costa Rica, está forzando la entrada.

Me parece que este es, en gran medida, el sentido de la actividad investigativa en la universidad pública, un espacio blindado por la Constitución Política para trabajar sin restricciones en pro del interés común, libres de presiones externas, y que, sobre todo, debemos aprender a preservar con la mayor contundencia posible. Por definición, esto supone una comprensión total y una convicción real sobre este derecho, pero también un militantismo consciente, en cuanto a lo que investigamos y la forma de impartir lecciones, si vemos las aulas y los laboratorios como nuestras trincheras por la defensa del derecho humano fundamental a la educación y de la autonomía universitaria, pues de esta deriva dicha libertad, la conciencia crítica, el ejercicio pleno de nuestros derechos y deberes, y la labor profesional de un ciudadano comprometido con su país capaz de exigir sus derechos y cumplir sus deberes.

Es por ello que la labor del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas resulta fundamental. En un contexto donde la multiculturalidad busca ser diluida en códigos universales de pensamiento y conducta, y donde la reivindicación de subjetividades es reducida a un presunto wokismo, a ideologías de género polarizantes, a minorías radicalizadas, según los discursos provocadores de las derechas radicales y conservadoras; todo lo cual nos convoca a replantear la labor universitaria de cara a la sociedad y ofrecer elementos de respuesta adaptados, en aras de la permanencia y el fortalecimiento de la universidad pública por el bien común.

Es por ello también que la investigación cultural tiene un futuro muy prometedor, si la ponemos en perspectiva y frente a estas problemáticas y estas realidades tan crudas y apremiantes.

Concluyo diciendo que me parece urgente y necesario unir esfuerzos, no solo a lo interno sino también a lo externo de la Universidad, no solo en cuanto al trabajo inter y multidisciplinario, sino también inter, multi y transuniversitario, es decir, no solo entre personas académicas sino también con otros actores sociales, para construir un diálogo multisectorial de saberes, actitudes, aptitudes, prácticas y experiencias, que permitan robustecer la presencia de la universidad pública, desde el ámbito de la investigación, en la sociedad. Y en paralelo, debemos crear un efecto propagador, es decir, de motivación y de inspiración para las nuevas generaciones, de suerte que podamos asegurar la visión Humanista y la permanencia de la universidad pública para el interés general. La vida universitaria, colegas, investigadores y cuerpo docente, jóvenes estudiantes, está afuera.


[1] Rodrigo Facio Brenes, in Pensamiento universitario costarricense, p. 38-39.

“Soltemos la lengua” es una sección del proyecto Esta palabra es mía, un espacio de divulgación lingüística y literaria. 

 

 
 

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