Cansado de las restricciones que se establecieron a raíz de la pandemia, Contreras se mudó con su familia a las afueras de Pérez Zeledón, donde agradece el aire puro, la vida sencilla y la amabilidad de sus vecinos.
Foto: Denis Castro Incera.El texto, lejos de caer en el olvido con el paso de los años, renueva su vigencia cada vez que algún estudiante de secundaria repasa sus páginas y se percata de que la realidad sigue siendo la misma o aún peor. Esto ha ayudado a que comunidades enteras tomen conciencia de sus acciones y comprendan que la solidaridad y el cuidado del ambiente son imprescindibles para la vida. A partir de ahí, han generado iniciativas sociales, ambientales y artísticas que procuran un cambio de rumbo.
“Encontrarme con chicos entre tercero y cuarto año de colegio, con sus docentes, y hablar del texto ha sido siempre algo muy interesante, de ver cómo ha tenido consecuencias extraliterarias, como el hecho de que en algunos colegios decidieran hacer programas de reciclaje o programas de conciencia en la comunidad en relación con el tratamiento de la basura. Yo creo que eso es un acto político fundamental. Es decir, en la medida en la que se entienda que el cuido del ambiente es el cuido del otro, de las otras personas, creo que estamos hablando claramente de política”, subrayó Contreras.
En este sentido, el autor considera que ese ingrediente de la novela fue el que, justamente, levantó roncha en algunos círculos políticos y económicos a los que no les convenía el cuestionamiento que hace el texto del status quo, una historia que en ningún momento se ha arrepentido de haber escrito y que, si por la víspera se saca el día, volverá a leerse en las aulas colegiales en vista de que el relleno sanitario de La Carpio está próximo a cerrar y las municipalidades del centro del país deberán encontrar un nuevo lugar para disponer de sus residuos, igual que sucedió hace tres décadas con el botadero de Río Azul.
Desde que terminó de escribir y reescribir la novela, Contreras ha contemplado cómo el libro ha tomado su propio camino y ha estimulado no solo iniciativas de reciclaje, huertas comunitarias y cuidado del ambiente, sino también otras manifestaciones artísticas, como obras de teatro, poesías, pinturas, murales y canciones, una cosecha llena de vida y esperanza, radicalmente opuesta al contexto de represión social del que se nutrió la novela, cuando el gobierno de turno quiso imponer la instalación de un relleno sanitario en varias localidades del país, pero se topó con una férrea y genuina oposición comunitaria.
“El Gobierno trató a la gente de la peor manera imaginable, con la policía, amedrentando a los vecindarios de algunas localidades con helicópteros y con tanques que tiraban agua y vapuleando a las personas que trataban de oponerse a una cosa que es parte de lo más básico que es defender el lugar donde vos vivís. […] Es un contexto olvidado, como se olvida todo en este país, pero que marcó en ese momento a muchas comunidades y las llevó a organizarse de una manera bastante lúcida. Solo vi eso después en lo que se llamó los comités patrióticos cuando fue la lucha contra el TLC, ver comunidades organizadas de una manera muy espontánea y sin liderazgos claramente partidarios, partidistas. Me parece que eso no pasó en vano y que tampoco pasó inadvertido”, rememoró el también autor de Los Peor, novela con algunos paralelismos con Única mirando al mar.
El cierre de lo que empezó llamándose “basurero de Río Azul” y terminó denominándose “relleno sanitario de Río Azul”, pero que, para efectos prácticos, olía igual y generaba los mismos problemas sanitarios en esa comunidad, generó una convulsión social, sobre todo en los momentos en los que el Gobierno anunció las posibles nuevas ubicaciones: Santa Ana, Orotina y Puntarenas.
Esta situación motivó a Contreras a adentrarse en el mundo de la basura, a analizar la relación que establece la gente con ella, a observar a las personas que viven de lo que otras desechan y a reflexionar en la basura como concepto. Para ello, visitó el basurero de Río Azul, siguió de cerca a quienes buscan “tesoros” entre los desperdicios de la capital y puso especial atención a lo que la prensa decía (y no decía) en torno a los residuos que nadie quiere, pero que se han convertido en un jugoso negocio para unos pocos.
Todo esto para tratar de responder a la pregunta desencadenante de la novela en ciernes: ¿qué pasa cuando una persona siente que lo que le queda en la vida es tirarse a la basura, cuando sus condiciones, tanto económicas como emocionales y existenciales, la llevan a cometer un acto muy cercano al suicidio?
En esta línea, este docente recientemente jubilado de la Universidad de Costa Rica considera que lo más valioso que la sociedad ha botado a la basura es la solidaridad, porque impera una gran indiferencia ante la realidad de gran cantidad de familias enteras que viven en la basura.
“Es la solidaridad lo que permite la evolución del ser humano y eso es lo que ahora se ha convertido prácticamente en un desvalor, hablar de solidaridad en un contexto neoliberal, en un contexto de un capitalismo extremo, se vuelve ruido, se vuelve casi ridículo. Eso lo cuento entre la pérdida más lamentable de todo lo que pudiéramos contar” señaló.
En este sentido, la crítica que plasma su novela sigue intacta en vista de que el país sigue vendiendo una imagen idílica que no corresponde con la realidad, pero que es muy bien aprovechada por las clases dominantes. Todo lo que se ha dicho y repetido de Costa Rica como un país pacífico, sin ejército, amante de la naturaleza y radiante de felicidad no existe, al menos para Contreras, quien afirma que el pueblo costarricense ha sido víctima de la creación de un país que no existe.
“Pienso que la Costa Rica más aterrizada, más real, está sin hacer, por lo menos en el imaginario de los costarricenses. No nos atrevemos, como colectivo, como sociedad, a bajarnos de esa nube, a decir “esto no es cierto, aquí tenemos problemas” y con solo ver la escalada de violencia de los últimos años podemos decir que aquí tenemos algunas manifestaciones de cosas que nos horrorizaban siquiera en la perversa fantasía de que llegaran a ocurrir acá”, señaló el escritor, quien considera que hoy, más que nunca, toda la sociedad se ha convertido en una consumidora de basura informativa por medio de las redes sociales y de basura comestible por la cantidad de alimentos contaminados presentes en el mercado.
Esta palabra es mía conversó con Fernando Contreras Castro treinta años después de haber escrito su primera versión de Única mirando al mar. A continuación, un extracto de la entrevista en la que revela algunos detalles de la construcción de esa novela, su pensamiento y ¿sus esperanzas? La conversación se complementa con algunos paralelismos encontrados en sus obras Los Peor, Cierto azul y El tibio recinto de la oscuridad, donde afloran temas como la inteligencia artificial, la carrera armamentista, los alimentos transgénicos y la muerte, entre otros.
¿Cómo ve Única mirando al mar 3 décadas después?
FCC: La veo con una distancia enorme. Ya no soy la persona que escribió esa novela hace treinta años. Creo que uno es escritor cuando está sentado escribiendo y, cuando el texto termina, uno es autor, pero son dos cosas diferentes, y cuando pasa tanto tiempo, uno se convierte en lector de su propio texto. En ese sentido, lo que yo podría considerarme ahora es como un lector más del texto que escribió una persona que ya no tiene ni la edad, ni las circunstancias que tuvo en el momento de su escritura o de su reescritura y, en ese sentido, sigo considerando válidos los motivos que me llevaron a escribir el texto, tanto en cuanto a ficción se refiere, me sigue interesando la historia como conflicto existencial. Es decir, qué pasa cuando uno lo que quiere es tirarse a la basura, existencialmente hablando, o bien, políticamente, cuando en realidad hay seres humanos convertidos en desechos, desechos de un sistema, desechos de una sociedad que es cruel y que funciona y se sostiene a partir de la desigualdad y la crueldad, por lo que considero que el texto conserva intactas las motivaciones que me llevaron a su redacción, a su creación.
¿Cuál es su opinión como lector del escritor de Única mirando al mar?
FCC: Ahora le doblo la edad. Ahora podría ser el papá de ese escritor que empezó con ese acto que ahora podría considerar casi que de audacia por abordar ese tema y por exponerlo de esa manera. Si bien el texto se ha celebrado y ha tenido su historia, también ha tenido sus detractores, sus críticos y sus enemigos, entre ellos personajes de la política de ese entonces que se sintieron aludidos, no sin razón, y que lo criticaron duramente. Parece que no es cómodo que en la literatura se expongan estos temas y se evidencie que este no es ese país más feliz del mundo ni toda esta farsa que nos han contado toda una vida sobre nuestro país, sino que es un país que, igualmente, margina y convierte en objetos a las personas y en objetos de desecho. Puedo decirte que no me arrepiento para nada haberlo escrito. El que soy ahora le agradece al que fui en ese entonces el haber tomado esa decisión de haber publicado el texto, de haberlo sacado.
Única mirando al mar ha sido lectura de muchas generaciones de colegiales. ¿De qué manera su obra ha contribuido en la formación de una conciencia ambiental y política en los últimos 30 años?
FCC: En estos 30 años ese texto me ha permitido visitar muchas comunidades y compartir con muchos colegios de los que he recibido generosas invitaciones y ha sido muy interesante compartir con los chicos, sobre todo porque también tiene que ver con mi gremio, con mi profesión, con lo que he hecho en este tiempo, he sido profesor de la Universidad y he trabajado con las generaciones más jóvenes casi siempre. Entonces, el encontrarme con chicos entre tercero y cuarto año de colegio y hablar del texto ha sido siempre algo muy interesante, con los docentes también, con los colegas, de ver cómo ha tenido consecuencias extraliterarias, como el hecho de que en algunos colegios decidieran hacer programas de reciclaje o programas de conciencia en la comunidad en relación con el tratamiento de la basura. Yo creo que eso es un acto político fundamental.
Es decir, en la medida en la que se entienda que el cuido del ambiente es el cuido del otro, de las otras personas, creo que estamos hablando claramente de política. Por otro lado, el hecho de evidenciar, insisto en ese punto, cómo este sistema es un sistema fundamentalmente injusto, ingrato, despiadado. Me parece que esas cosas quedan claras cuando una persona lee el texto y entiende que lo raro no son los nombres de los personajes, sino que lo realmente raro e inaceptable es el hecho de que una persona tenga que vivir en la basura y de la basura. Eso es como lo más político que podría llevar la lectura del texto.
Lo otro, la organización comunal y todo esto, realmente me parece como los actos más lúcidos que puede hacer una comunidad y lo he visto con sorpresa y agradecimiento cómo en algunas comunidades me han dicho que a partir de la lectura ahora hacen un programa de reciclaje. Por otro lado, las consecuencias literarias o ya más en el entendido del libro como literatura, los estudiantes han desarrollado otras cosas a partir de la lectura del libro, como teatro, como pintura, como poesía. Siempre ha sido muy agradable encontrarme en los colegios trabajos hechos por los estudiantes a partir del texto: dibujos, pinturas, pequeñas piezas teatrales. Creo que ese ha sido el camino del libro. Creo que los libros deben, finalmente, caminar solos. Uno no los puede llevar de la mano a ninguna parte. Entonces, yo puedo ver ahora el recorrido del camino de ese texto por él mismo.
¿Cómo fue el proceso de elaboración de la novela?
FCC: Ya esas cosas se me empiezan a volver un poco oscuras, se están perdiendo en el tiempo. Todo parte de una idea que es esta con la que comenzamos la conversación: ¿qué pasa cuando una persona siente que lo que le queda es tirarse a la basura, cuando sus condiciones, tanto económicas como emocionales, existenciales, la llevan a cometer un acto muy cercano al suicidio? En el texto, en algún momento, por lo menos en el primer texto lo llamaba identicidio, matar esa identidad. Este personaje decide tirarse a la basura, esa es la idea, esa es la chispa que inicia. Lo que sigue es una pregunta: ¿qué pasa si efectivamente el tipo este se tira a la basura? Tiene que llegar a alguna parte y llega al basurero. Eso me plantea una serie de caminos, de preguntas, de investigación, incluso de pasar por la vivencia de ir a visitar el basurero, cosa que reafirma todo lo que estoy diciendo, todo lo que pienso, es un viaje trágico, eso es como bajar al infierno. Sigo pensando radicalmente que no es justo que un ser humano viva en esas condiciones. Después de pasar por ahí sentí más fuertemente la necesidad de continuar con lo que me había propuesto.
Empecé a observar el comportamiento, la relación de la gente con la basura, con la basura como concepto también. Empecé a observar a las personas que viven de la basura, en la basura, las empecé a observar en la calle, después de la visita. Las fui a ver ahí directamente, el tratamiento que se le daba en la prensa a la basura, la manera de invisibilizar totalmente a estas personas (de eso casi no se habla en la prensa). Eso coincide con el conflicto que hubo con el tema de trasladar el basurero, en aquel entonces, de Río Azul, y cómo se empieza a tratar de elegir arbitrariamente una comunidad para convertirla en la sede de todo el desperdicio de un país entero, por lo menos de la gran área metropolitana. Eso llevó a la escritura de algunos pasajes, que me pareció fundamental tratar el tema ahí. El Gobierno trató a la gente de la peor manera imaginable, con la policía, amedrentando a los vecindarios de algunas localidades con helicópteros y con tanques que tiraban agua y vapuleando a las personas que trataban de oponerse a una cosa que es parte de lo más básico que es defender el lugar donde vos vivís.
Nada más se dijo: “El basurero se pone en Orotina, o se pone en Puntarenas”. Cuando se dijo que se iba a poner en Puntarenas, se iba a poner en un humedal, un lugar riquísimo, con una gran biodiversidad y con la posibilidad de que llegara a contaminar las aguas subterráneas, así sin ningún problema, nada más se pone ahí porque a alguien le ronca ponerlo ahí. Todo ese tipo de cosas son el contexto en el que voy escribiendo la novela y quiero evidenciar cómo cierto canal que suele convertir todo en un show lo hizo con las protestas de la gente y cómo los periodistas hicieron de eso un espectáculo indignante, prácticamente poner a las otras comunidades en contra de la comunidad que se quejaba por ser elegida como la sede del basurero.
Es un contexto olvidado, como se olvida todo en este país, pero que marcó en ese momento a muchas comunidades y las llevó a organizarse de una manera bastante lúcida. Solo vi eso después en lo que se llamó los comités patrióticos cuando fue la lucha contra el TLC, ver comunidades organizadas de una manera muy espontánea y sin liderazgos claramente partidarios, partidistas. Me parece que eso no pasó en vano y que tampoco pasó inadvertido. Es decir, uno no puede pensar que los que estaban arriba sean tontos ni mucho menos, se dieron cuenta e inmediatamente atacaron ese tipo de organización espontánea y sin liderazgos que se daba en esos momentos, cuando se luchó contra lo de la basura, o cuando se luchó contra lo del TLC. Finalmente lograron erradicar eso. Por lo menos no lo he vuelto a ver, pero en el contexto de la novela eso fue fundamental, importantísimo para mí, para vincular eso con una realidad que, por lo general, trata de ocultarse en este país.
¿Qué cosas valiosas estamos botando a la basura como sociedad?
FCC: La solidaridad. Si me resulta indiferente que familias de familias enteras vivan en la basura significa que lo que se tiró a la basura, básicamente, fue la solidaridad, que es lo que estoy absolutamente convencido de que es lo que nos constituye como seres humanos. Toda la propaganda a favor de la competencia parte de una premisa falsa. Si el ser humano hubiera sido competitivo en vez de solidario, no hubiéramos pasado de ser algo muy parecido a un mono, de aspecto, no que los monos no lo sean. Es la solidaridad lo que permite la evolución del ser humano y eso es lo que ahora se ha convertido prácticamente en un desvalor, hablar de solidaridad en un contexto neoliberal, en un contexto de un capitalismo extremo, se vuelve ruido, se vuelve casi ridículo. Eso lo cuento entre la pérdida más lamentable de todo lo que pudiéramos contar.
Hay una frase en la obra que me llamó la atención: “Sí hay, pero está sin hacer.” ¿Qué hay en Costa Rica que sigue estando sin hacer?
FCC: Una conciencia más clara de cómo nos hemos construido una imagen idílica de un país que no corresponde para nada a la realidad y que es muy bien aprovechada por las clases dominantes, esa Costa Rica feliz, el país más feliz del mundo, esa Costa Rica verde, en fin… todas esas cosas, la misma Costa Rica sin ejército (es cierto que no existe un aparato como tal, pero ya hemos visto muestras que se acercan mucho a prácticas que podemos ver en otros países, incluso muy cercanos). Hemos sido víctimas de la creación, de la configuración de un país que no existe.
Pienso que esta Costa Rica más aterrizada, más real está sin hacer por lo menos en el imaginario de los costarricenses. No nos atrevemos como colectivo, como sociedad, a bajarnos de esa nube, a decir “esto no es cierto, aquí tenemos problemas” y con solo ver la escalada de violencia de los últimos años podemos decir que aquí tenemos algunas manifestaciones de cosas que nos horrorizaban siquiera en la perversa fantasía de que llegaran a ocurrir acá. Tenemos una distancia tan perniciosa con respecto a las verdaderas prácticas políticas que permitimos que un aparato como la Asamblea Legislativa caiga en manos de la gente que ha caído y se convierta en el lamentable show que tenemos desde hace unos cuantos años para acá. Seguimos, de alguna manera, reproduciendo prácticas inactuales con respecto a la idea que tenemos de las personas que deban dirigir este país. Es decir, seguir con el cuento de que Costa Rica es bipartidista y que es casi que por herencia que se debe llegar a la presidencia de este país, solo por señalar algo, me parece que es parte de toda esta fantasía que se ha querido sostener con fines claramente de control.
¿Vivimos una vida de buzos sin darnos cuenta?
FCC: Por supuesto, en muchísimos aspectos, no nos vamos a limitar solamente al asunto de rebuscar en la basura lo más inmediato, pero aún veámoslo así: ¿qué es lo que comemos, lo que bebemos, de qué nos alimentamos en general? Yo podría calificar, sin ningún problema, todo el tema de la comida transgénica de miserable basura. ¿Tenemos todo claramente etiquetado como para saber qué nos estamos comiendo? No. ¿Qué es lo que consume la gente llevada a eso por una publicidad despiadada? Básicamente basura. ¿Qué es lo que consumimos a un nivel un poquito más alto, digamos a un nivel tecnológico? La basura del primer mundo. ¿Qué recibimos, en general, bajo el título de información? La basura de las redes sociales, básicamente. ¡Claro que vivimos en condición de buzos en muchísimos aspectos.
Tirarse a la basura fue la salvación para Momoñombo Moñagallo. ¿Cuán necesario es que renunciemos a lo que nos han vendido como vida para encontrarla realmente?
FCC: Es fundamental. Lo otro es tratar de sostener una vida, una existencia o un sentido de la vida a partir de lo que nos están vendiendo. Tengo el auto del año, tengo el software del año, tengo el celular del año y eso llena todas mis expectativas existenciales. En la medida en la que nos creamos eso, diría yo que lo único que nos puede salvar es tocar fondo en ese sentido. Por supuesto, el acto metafórico de tirarse a la basura significa otras cosas más allá de ir a vivir a un basurero. Creo que ese “tocar fondo” de todos modos nos va a llegar, me parece que es insostenible lo que ha planteado este sistema, este sistema está acabando literalmente con el planeta, está agotando los recursos y, eventualmente, todos vamos a llegar a tocar fondo. En ese momento, pienso que lo único que podía salvarnos, eventualmente, es lo más básico, lo fundamental, lo que nos constituye: la solidaridad.
Única se reinventó una y otra vez hasta el evento traumático de El Bacán. ¿Tiene un límite la esperanza?
FCC: Es una pregunta difícil porque tendríamos que partir del principio de que existe algo homogéneo en sí llamado esperanza. No creo que exista tal cosa, me parece que la esperanza se construye de acuerdo con las condiciones o con los recursos, las capacidades de cada persona. Creo que, irremediablemente, cada persona tendrá su punto de quiebre. Es decir, la voluntad de Única se quiebra con la muerte de El Bacán, efectivamente, más que eso no pudo. No podemos generalizar eso y hay gente que, con un evento como este, saca otras fuerzas y es capaz de construir otras esperanzas. Tal vez si hablamos de esperanzas en vez de esperanza podríamos entender mejor el asunto, pensar que es un plural, que es algo que se construye y se reconstruye o se reinventa de acuerdo con las personas o con los tiempos, con las épocas, con las circunstancias. Hay momentos tan duros, tan decisivos que obligan a las personas a sacar fuerzas por ese imperativo de seguir viviendo, pienso desde una desgracia natural hasta una maldita guerra.
¿Se ha sentido como Única o como Momoñombo en algún momento de su vida?
FCC: Tal vez en más de una. Tal vez de no haberme sentido así la idea no hubiera pasado por mi cabeza. Por supuesto, creo que, como cualquier persona, está uno propenso a dificultades, momentos duros, momentos difíciles, si se quiere casi inmanejables y, bueno, acá estamos. Seguimos en pie, seguimos a pesar de todo, reconstruyéndonos, a pesar de las faltas, a pesar de las heridas. No solamente, también hay una que otra alegría por ahí.
Ahondamos con Fernando Contreras Castro en otras de sus obras literarias: Los peor, Cierto Azul y El tibio recinto de la oscuridad. Seguidamente, sus respuestas a algunas interrogantes:
En los últimos años se ha escuchado la frase “lo mejor está por venir”, pero su novela dice “...lo peor ha de sobrevivir a lo mejor”. ¿Por es importante no perder de vista lo peor?
FCC: El juego de palabras con el apellido de estos personajes tiene que ver o también se hunde en la dinámica de lo que es este personaje, es un personaje formado a partir de textos medievales y textos clásicos. Esta frase que acabás de mencionar es una frase común en estos textos medievales en donde hay, sobre todo en el primer milenio de la cristiandad, esta insistencia de la Iglesia de la proximidad del fin del mundo, en donde lo peor ha de sobrevivir a lo mejor y por eso habrá de acabarse el mundo y llegar a todas estas cosas terribles que vaticinan desde este aparato.
Si mal no recuerdo, eso se dice por el hecho de estos nacimientos deformes, tan notoriamente deformes que, incluso, fueron en su momento noticia porque se empezaron a dar este tipo de nacimientos en diferentes zonas de país, que resultaron ser las zonas agrícolas donde hay abuso de plaguicidas y de pesticidas y de todos estos venenos y también brutalmente negado. Entonces, si pensamos que lo peor ha de sobrevivir a lo mejor a partir de estos casos, vemos cómo lamentablemente eso se confirma.
Recuerdo que aún hasta los programas de televisión mostraban a estos niños con todos estos problemas y se establecía un claro el vínculo con las zonas agrícolas. Y todavía no estamos hablando del auge de los alimentos transgénicos, no había aparecido Monsanto en el imaginario de la gente, sino que solamente se hablaba de pesticidas y plaguicidas y todo eso, pero no lo teníamos tan integrado, como decir que va a llegar el momento en el que esto se nos imponga de una manera así tan brutal que se trate de naturalizar el hecho de que la ingeniería genética toque la agricultura y toque directamente lo que nos estamos comiendo sin tener ninguna posibilidad de ver los resultados de eso a 20 o 30 años plazo. Entonces, es un poco cómo jugar con un temor milenarista, medieval, y trasladarlo a una situación totalmente actual y que nos concierne a todos porque, en este caso específico, es lo que nos comemos.
Me llama la atención el paralelismo entre la relación de Jerónimo con Polifemo y de Única con el Bacán. ¿Hay esperanzas en la solidaridad y en la reparación de las cosas?
FCC: Si no creyera en eso creo que renunciaría a todo acto creativo, no solamente la escritura, sino también la palabra, la conversación, impartir lecciones. De alguna manera y por más pesimista que parezca, sigo conservando esas esperanzas. No quiero renunciar a eso.
¿Por qué es importante comprender la realidad desde la mirada extraviada de Jerónimo, desde los ojos mudos de Cristalino, desde los ojos vacíos de Félix y desde el único ojo de Polifemo?
FCC: Tal vez por la distancia crítica creo que desde el margen se impugnan mejor, creo que son miradas que son sistemáticamente descalificadas. Podríamos recordar un poco el orden del discurso cuando Foucault habla de quiénes son los que tienen derecho a hablar, quiénes tienen la palabra y quiénes no, y resulta que ni los locos, ni los mendigos, ni los desechados por esta sociedad tienen acceso al orden del discurso. A mí me interesa ese otro discurso o esa otra mirada, esa otra perspectiva que no es el punto de vista oficial, impuesto, obligatorio, y solo lo voy a encontrar ahí en esa marginalidad.
¿Estamos peor?
FCC: Sí, estamos peor, estamos peor que en la crisis de los misiles. Sí, claro, ahora hay armas infinitamente más sofisticadas y estamos en guerra. Estamos de alguna manera esperando ver a cuál cabrón se le ocurre apretar primero el botón, estamos en una carrera armamentista totalmente contraria a la vida y se celebra como tecnología. La capacidad de destruir el planeta es infinita. Recuerdo aquel texto de García Márquez del cataclismo de Damocles, que los números que sacó en 1986 en estos momentos parecen casi ingenuos, casi ridículos, comparado con el poder de destrucción que existe actualmente. Sí estamos peor, definitivamente.
¿Estamos peor a pesar de los avances científicos y de la inteligencia artificial?
FCC: Suelo considerarme un troglodita con respecto a eso. Considero a la inteligencia artificial dentro de los grandes daños, de los grandes males que se avecinan o bien que ya están encima y seguimos pensando que es un juego divertido preguntarle a la máquina si me hace la tarea.
Por supuesto que la pregunta era con esa intención y a propósito de la noticia de este docente que le puso un cero a todos los estudiantes por haber hecho el examen con inteligencia artificial.
FCC: Vi la noticia. Confieso que no la leí, pero me hizo gracia el título y la dejé para leerla con tiempo porque a partir del 1° de mayo del año pasado yo me retiré de la Universidad, me pensioné y mi experiencia en ese último semestre como docente tuvo que ver con eso. Ya con la presencia clara y concreta de la inteligencia artificial en algún momento quise parar en seco y decirles a mis estudiantes: “Hagámoslo fácil, convesermos del asunto, ¿cuántos de ustedes están trabajando con inteligencia artificial?”. Por lo menos la mitad del grupo levantó la mano… “yo lo uso apenas para formular el problema o apenas para redactar los objetivos…”
No sé si existe una posición oficial de la Universidad con respecto a eso, pero a mí me horroriza y parece que no se están tomando las cosas en serio. Es decir, si eso tiene esa aceptación, tenemos que aceptar que la universidad es algo obsoleto. Es decir, si vamos a tener de pronto un robot dando clases así como hace poco salió el robot aquel dirigiendo una filarmónica o el robot que dio la conferencia declarando que los robots tienen mayores recursos para dirigir el mundo que los seres humanos, entonces volvamos a la ciencia ficción, bienvenidos a la matrix.
¿Cuál es la importancia para la sociedad de que exista ese otro mundo del cielo raso gobernado por criaturas que no se dejan domesticar?
FCC: Creo que son la reserva moral de la humanidad, todas estas criaturas que no se dejan dominar, que no se dejan controlar, por lo menos dan la lucha. Me sigue pareciendo que de ahí es de donde va a salir algo. Este mundo no va para ninguna parte si los buenos chicos, obedientes, son los que van a seguir los mandatos, las disposiciones, la línea que se plantea desde la oficialidad.
¿Cómo convencería a alguien para entrar por la puerta de los gatos? (“La puerta de los gatos es cualquier entrada alternativa a cualquier parte.”)
FCC: Esa invitación siempre está abierta. No podés obligar a nadie a pasar por ahí. Eso tiene que ser una seducción, eso tiene que ser un llamado. Yo sé que esto suena como “Come to the dark side”. Pero, finalmente, yo creo que la gente se va a hartar de esto. A mí no me seduce el metaverso, no me seduce la idea de vivir en un mundo virtual en donde no puedo tener contacto con nadie, en donde no puedo sentir al ser humano detrás de la otra persona, no me interesa en lo más mínimo. Me parece que la gente se va a hartar de todo esto y va a buscar otras prácticas, otras cosas. No me interesa en lo más mínimo lo que pueda hacer la inteligencia artificial con respecto al arte, por ejemplo. Si la inteligencia artificial puede escribir un soneto, ese soneto no me interesa, o si compone una sinfonía, tampoco, o una pintura. Si no logro distinguir lo que hizo un ser humano y lo que hizo una máquina, probablemente ahí ya estemos perdiendo la batalla.
Me sigue interesando la creación humana, me sigue apasionando el ser humano. La verdad es que estas cosas no son seres humanos, no lo son todavía porque no descarto la tesis de Blade Runner, por ejemplo. Es decir, ¿dónde radica lo humano? Porque si lo humano radica en la autoconsciencia, nos jodimos, ya la ciencia ficción lo ha planteado muy claramente. Es decir, si una máquina llega a ser autoconsciente, va a padecer de ese temor de todo ser vivo, que es ese temor a ser devorado. Es decir, se va a defender, la máquina se va a empezar a defender y ahí tenés todas las películas de James Cameron y Terminator y todo esto que plantea un panorama que, en este momento, no se me hace tan inverosímil.
Saber amar y saber despedirse (el apego y el duelo). ¿Cuánto nos falta por aprender en torno a estos momentos de la vida?
FCC: Si te referís a la despedida de los gatos del chico, de dejarlo ir, de haberlo rescatado sin ningún afán de control, me parece que eso es un verdadero acto de amor. Lo otro es un acto interesado. Los que tenemos hijos tenemos eso en perspectiva, en algún momento harán su vida, harán su camino, tendrán que irse. Saber despedir es fundamental, lo otro sería generar una dependencia bastante perniciosa, lo otro sería pretender tener las cosas indefinidamente o poseer. No creo que las relaciones humanas deban pasar por ahí.
Percibo un paralelismo entre Momoñombo Moñagallo y la protagonista de esta novela: una mujer que deja su casa para internarse en un asilo de ancianos. ¿Es un basurero de humanos?
FCC: Lamentablemente, en muchas ocasiones se convierte en eso. Es cierto que existe ese paralelismo, esa relación. Está claro que uno, como escritor, maneja unos cuantos temas y no más que eso. Yo creo que ese es uno de mis temas fundamentales porque, efectivamente, el sentido de la vida, la búsqueda del sentido, crear sentido o esperarlo ya prefabricado, creo que nos atraviesa a todos.
Cuando este personaje se lanza a la basura prácticamente ha perdido el sentido de su vida, en ningún momento estaba pensando en una resurrección en el basurero ni mucho menos, o cuando esta señora se interna ahí, de alguna manera, tal vez no es que pierda el sentido de su vida, sino que, por lo menos, ya no lo encuentra en su vida acostumbrada.
En el caso de El tibio recinto, me parece que ahí hay una conciencia un poco más clara de cuándo hay que entregar las armas, de cuándo hay que retirarse, en qué momento, llegará el momento en el que tendremos que decir: “hasta aquí, no puedo más con esto y me voy”. La señora se va de su casa, se interna en el senectario y empieza un recuento de su vida, una memoria con todo lo antojadizo y falaz que puede ser la memoria, la construcción de los recuerdos, la reconstrucción de los recuerdos, qué viví, qué pude haber vivido, qué quise haber vivido, el recuerdo de la vida se convierte en el último refugio.
¿Cuál es la importancia de comprender la vida en comunidad en lugar de desplazar al otro por mera ambición?
FCC: Yo creo que esto nos pone de frente a diferentes prácticas culturales. Hay muchísimas comunidades para las que sería impensable meter a los ancianos a un asilo, sería como renunciar en términos afectivos. Sin embargo, en estos momentos, de nuevo volvemos al orden del discurso, los ancianos están dentro de este grupo que no tiene voz, al anciano se le ha privado de su voz y se le reduce a la condición de una persona improductiva, que más bien se convierte en un gasto, en un gasto social y ya lo hemos visto, el tema de las pensiones, el tema de la edad para la jubilación. Es como si, realmente, la importancia de un ser humano radicara en su capacidad productiva, producir para un sistema, y no es su calidad como persona, como memoria, como historia, como ser humano.
¿La vejez debe enfrentarse de otra manera como lo presenta la novela?
FCC: Yo creo que sí. No porque deba hacerse así como un plan, sino porque así ha sido siempre. Las comunidades siempre han cuidado de sus ancianos. No es sino muy recientemente que aparece todo este fenómeno del anciano como una persona improductiva y, por lo tanto, despreciable para el aparato, para el sistema. El anciano siempre ha sido un recurso de afecto, de sabiduría, de memoria y, el hecho de que ahora estorbe, creo que es un reflejo clarísimo del tipo de sociedad en que nos han convertido.
Pero, sí, la vejez debería ser otra cosa y debería poder enfrentarse de una manera menos dolorosa, menos miserable. Es impresionante ver cómo, sobre todo en los países más grandes, es recurrente el tema de que los ancianos se mueran solos en sus apartamentos y se les encuentre hasta meses después. El asilo de ancianos se ha convertido en el kínder del adulto mayor. Es decir, a los niños se les mete al kínder para que no estorben y a los viejos en el senectario por la misma razón, y a los locos en el manicomio. Ahí vamos con la lista de los seres que el sistema considera no productivos.
Y lo curioso es que sean los países más “desarrollados” sean los que tengan este tipo de prácticas más “normalizadas”.
FCC: No puedo citar el nombre, pero recuerdo que una senadora o no sé qué del Gobierno de Trump le propuso abiertamente el asunto de eliminar las pensiones y, prácticamente, como que era un deber ciudadano morir pronto después de terminada su vida laboral. Es decir, si usted quiere hacerle un favor a la patria, pues muérase y no le genere el gasto de su pensión. Eso me parece una brutalidad, pero no me extraña, menos en ese país que se propongan cosas de ese tipo.
Despedirse de la vida, de la dimensión del cuerpo amigo. Vivir de la memoria y no de los sueños. ¿Cómo lograr que cuando llegue la muerte nos encuentre vivos?
FCC: Yo creo que este sistema no nos prepara eso, ni mucho menos las religiones nos preparan para un salto como ese, de esa magnitud. Son muy pocas las manifestaciones culturales que encontramos que realmente consideren esto como un cometido. Pienso, por ejemplo, en un concepto tibetano, del llamado Libro tibetano de los muertos, que es una mala traducción, pero así se conoce en Occidente, en donde la muerte se considera otra cosa totalmente distinta y la gente realmente se prepara para eso, pero no para morir como una derrota o una pérdida, sino más bien para alcanzar otro lugar, otro estado. El Libro tibetano pretende preparar a la persona para una muerte lúcida. Es decir, para que la persona muera consciente de que está muriendo y pueda trascender a hacer otro camino.
También hay otro concepto de la muerte muy, muy interesante en la obra de Carlos Castaneda, en donde se supone que ciertas tradiciones prehispánicas también consideraban la muerte de otra manera. Pero la muerte en lo que es el catolicismo y en la cristiandad realmente se convierte en una cosa terrible, en una desgracia, y eso es lo que ha calado en nuestra conciencia, en nuestro imaginario y, por lo tanto, es un sufrimiento, es una cosa horrible para la que creo que nadie está preparado.
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