Gustavo Hernández es parte fundamental de Danza Universitaria, donde se ha desempeñado como bailarín, coreógrafo, productor y vestuarista.
Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.Luego de un primer acercamiento con la población sorda de la escuela Fernando Centeno Güell, el coreógrafo y bailarín Gustavo Hernández se planteó la necesidad de hacer algo que los involucrara en el arte.
Así surge el proyecto “Mi cuerpo, mi voz”, que tuvo una primera parte durante la cual se montó el espectáculo “El ladrón de diamantes”, en 2017. Aquí se contó con la participación de ocho niñas y niños sordos, que bailaron junto a los bailarines de Danza Universitaria.
El proyecto evolucionó y en 2023, seis de esos niños y niñas, ahora junto con sus mamás, fueron los protagonistas de “Ubuntu: soy porque somos”, una coreografía de Danza Universitaria, dirigida por Hernández, que le valió el Premio Nacional de Danza Mireya Barboza en la categoría de dirección.
En su momento, Hernández explicó que “El espectáculo es una travesía de un grupo de personas que se enfrentan a diferentes obstáculos y que logran sobrellevarlos a través del trabajo colectivo y la solidaridad, de que tanto importa el otro como yo mismo”.
Se escogió este tema ya que en el caso de la discapacidad, Ubuntu, que es un concepto sudafricano, viene a ser una herramienta de sobrevivencia, de enfrentar el mundo de una manera más colectiva. La sordera o cualquier otra discapacidad es un asunto que compete a todas las personas y ser parte de la inclusión.
El jurado de los premios nacionales de danza, que estuvo integrado por Diana Betancourt Villa, Carolina Córdoba Zamora y Fraisa Dyenane Alvarado Calvo, otorgó el reconocimiento a Gustavo Hernández “por ser un manifiesto pertinente de la inclusión social, esta obra hace honor a su nombre Ubuntu: soy porque somos. La obra vincula lo singular y colectivo, con sentido de comunidad en una amalgama indisoluble donde la diversidad y la colaboración son el motor de la puesta. Contempló la diversidad de sus intérpretes, por lo que se considera que integra y potencia las capacidades expresivas de sus participantes. Además crea espacios mágico - poéticos que hacen alusión a mundos verosímiles, abordando problemáticas sociales y encauzando reflexiones que rinden mérito al objetivo del arte”.
Hernández conversó acerca de la importancia de proyectos de este tipo y sus aprendizajes. Lea a continuación un extracto de la entrevista.
-¿Cómo inició el proyecto “Mi cuerpo, mi voz”?
Gustavo Hernández (GH): Este proyecto surge a partir de un trabajo de graduación que yo hice cuando saqué el bachillerato en danza en la Universidad Nacional. Hice una práctica profesional en la escuela Centeno Güell, con población sorda, y de ahí se despertaron una serie de interrogantes, inquietudes y ganas de hacer algo que tuviera un mayor impacto en esta población, porque los resultados fueron positivos.
A partir de esa inquietud, aplico a los fondos concursables de la Vicerrectoría de Acción Social. Lo hacemos en el 2017, ya en un marco más profesional, con mejores recursos, con la compañía de Danza Universitaria y se hace esa primera parte del proyecto, que tenía un espectáculo que se llamaba “El ladrón de diamantes”. De ahí hacemos una pausa, cae la pandemia y después de eso retomamos con esta otra parte que tiene el espectáculo “Ubuntu”.
-¿Cómo nace Ubuntu y qué significa?
GH: Mucho por las necesidades de esta población y de sus madres, que constantemente me llamaban y me decían: ¿Cuándo volvemos a hacer el proyecto? Es muy necesario, nuestros hijos están preguntando. Entonces era un proyecto que estaba siendo demandado por una población, o que respondía a la necesidad de una población.
Ahí empieza la idea de volverlo a hacer, y Ubuntu, que se desprende de toda una filosofía de vida sudafricana que tiene que ver con la empatía, con el valor del trabajo en equipo, la solidaridad, lo que yo soy a partir de mi relación con los demás y lo que me beneficia a mí también beneficia al resto, aplicaba muy bien a una población que ha sido excluida o que ha sido discriminada o que tiene algún tipo de discapacidad, donde estos valores son fundamentales para sobrevivir y para incluirse en la sociedad.
Cuando yo leo qué significa el Ubuntu, veo que aplica perfectamente y se convierte en la motivación para este espectáculo.
-¿Cómo fue el proceso de montaje después de la experiencia que habían tenido con el Ladrón de diamantes?
GH: Inicia con una valoración inicial del grupo, donde queríamos profundizar más sobre sus gustos, sus miedos, más que nada tener un perfil un poco más explorado de cada uno para poder diseñar los talleres. Además, en esta ocasión, incluimos a las mamás, que ya dejaron de ser acompañantes que llegaban a los ensayos solo a ver, ahora ya eran partícipes.
Fue proceso más serio, con más investigación. Una primera etapa de seis o siete meses de estimulación corporal, de un trabajo muy minucioso. Los compañeros y compañeras de la compañía aportaban, daban talleres y yo iba observando, yo iba viendo cómo reaccionaban a los estímulos corporales y sensoriales que les estábamos dando. Y finalmente se inicia el montaje del espectáculo, hasta llevarlo al teatro.
-¿Cómo fue la experiencia con los talleres, con el montaje, los ensayos?
GH: Fue muy retador para mí y para toda la compañía. Tuvimos que aprender Lesco, por lo menos la base para poder comunicarnos y tener un trabajo más personalizado.
El rol de los bailarines y bailarinas de la compañía fue fundamental e indispensable para poder avanzar. Estamos hablando que eran 20 personas y yo no puedo solo, dedicarle el tiempo y el espacio a cada uno de ellos.
Poder comunicarnos con ellos, con Lesco, favoreció y abrió todo un mundo de comunicación que nos llevó a otro nivel como artistas, entonces fue muy retador tener que pasar por eso.
También tener que estimular a las madres que venían sin ningún contacto con sus habilidades expresivas. Fue de estímulo, estímulo, estímulo, de fomentar, fomentar, sacar y que ellas creyeran en su propio cuerpo, en su propia identidad. Fue muy rico verlos crecer, fue muy motivador, también muy emotivo en muchos casos, porque a veces las situaciones personales de cada uno de ellos, situaciones migratorias y socioeconómicas, son muy fuertes. Teníamos que lidiar no solo con el montaje en términos de danza, sino con toda la situación que los rodea.
-¿Cuál fue la recepción del público?
GH: Me parece que fue muy emotiva, movió mucho a la gente.
Las personas se me acercaban a decirme: “De pronto nos da como esperanza que un mundo mejor o inclusivo sea una realidad, es verlo ahí”. Personas sordas con oyentes y no algo exclusivo para ellos, sino ellos inmersos en la producción cultural de una universidad como la de Costa Rica y con una compañía profesional.
Sus familiares estaban impactados de lo que sus hijos, sobrinos o nietos podían hacer. Las mismas madres estaban muy movidas de haber llegado hasta ahí. Entonces sus esposos también estaban muy impactados.
Es muy emotivo ver el aplauso en Lesco, que es una seña y es un aplauso como en silencio, pero que dice mucho.
-¿Cuáles fueron los principales aprendizajes?
GH: Definitivamente, el aprendizaje de una lengua como la Lesco fue un gran aporte porque no solo permitió que nos comunicáramos mejor, sino que nos abrió un mundo de posibilidades no verbales, que para nosotros resuena mucho, porque la danza es no verbal y expresamos siempre con el cuerpo. Entonces, encontrar todo un lenguaje que está inmerso en una cultura, la cultura sorda, con una comunidad y con un lenguaje propio costarricense, eso fue un aprendizaje increíble.
Luego, todo lo que estos chicos y chicas nos enseñan sobre la lucha por ser parte de una sociedad, por ser incluidos, esa lucha por no ser tratados diferente, sino que se reconozcan sus talentos y el valor como seres humanos que tienen. De pronto uno como que se olvida que eso existe y ellos vienen y nos cachetean y nos recuerdan que la igualdad es real, que tenemos que vivirla, hacerla y practicarla.
Aprendimos mucho, también la tolerancia, la paciencia, el entender que cada cuerpo tiene su proceso, su ritmo de aprendizaje y de expresión corporal.
Cuando uno trabaja solamente con profesionales hay un ritmo, hay una práctica ya incorporada. Cuando trabajamos con estas poblaciones es otro ritmo, pero es un descubrimiento tan hermoso, que uno da ese espacio. Es un gran aprendizaje cómo cada uno aprende, cómo cada cuerpo hay que estimularlo diferente.
Para nosotros fue un laboratorio de aprendizaje, cada sesión, porque descubríamos los alcances de la danza, ¿Qué mueve? Por ejemplo, una de las madres que venía con mucho dolor en su cuerpo y venía muy deprimida, durante el taller eso se le alivió, y ella me decía: “Es que ni siquiera un medicamento me hace eso”. Fue muy terapéutico para ella.
Son aprendizajes que te dicen hasta dónde llega la danza, porque uno la vive profesionalmente, pero a otra persona le puede afectar diferente.
-¿Cuál es la importancia de hacer este tipo de proyectos dentro de una institución como la UCR?
GH: Este proyecto tiene muchas formas de abordarlo. Por un lado, el que la Universidad de Costa Rica se involucre en esos proyectos, responde o se alinea con las políticas institucionales y sobre todo lo que tenga que ver con vinculación con la sociedad.
Estamos en un momento donde también la universidad y los recursos que se le da, se cuestionan, entonces me parece que por ahí es muy importante que sigamos usando los proyectos de acción social para vincularnos con poblaciones que están en su proceso de formación y de crecimiento.
Ya todos estos chicos y chicas quieren entrar a la Universidad de Costa Rica y sus madres ya lo ven como una posibilidad, ya hay un acercamiento y un vínculo no solo con ellos, sino con todos los demás estudiantes de sus escuelas, todos los familiares. O sea, la universidad empieza a tener una presencia ahí donde no estaba.
Luego, me parece muy importante que un momento en el que la cultura está siendo tan cuestionada y un gobierno con un enfoque que cuestiona sobre cuántos recursos o para qué sirve el arte, un proyecto de este tipo viene a reivindicar por qué el arte es necesario, por qué el arte impacta a la gente y por qué la producción cultural debe ser permanente. No es una cosa nada más del entretenimiento que da el arte o qué bonito puede ser un espectáculo, sino más bien ese ejercicio que hace el arte para ser inclusivo, para acercar a poblaciones a la producción cultural del país, para que nuestro trabajo no se quede encerrado, sino que se combine con otras poblaciones. Esto es nada más un ejemplo de lo que puede hacer y ser la danza en la sociedad.
-¿Qué significa este premio para todos ustedes?
GH: Estábamos ensayando cuando recibimos la llamada y fue como tan impactante. Y bueno, una contentera increíble porque es el resultado de dos años de trabajo.
Lo hicimos con mucha dedicación, con mucho esfuerzo, mucha paciencia, había que enfrentar tantas cosas y de pronto que fuera premiado, pues cae como un balde de agua exquisita.
Los chicos y chicas y sus mamás están muy emocionados, es valorar su presencia, es visibilizar su trabajo. Nosotros estamos acostumbrados de alguna manera, porque profesionalmente tenemos muchos años de trabajar, pero estas personas que para estar en este país han tenido que hacer una cantidad de sacrificios, recibir un reconocimiento así, donde ellos son parte importantísima del espectáculo, impacta muchísimo en su autoestima, en su conformación como ciudadanos y ciudadanas que son parte de la sociedad costarricense.
Yo creo que ellos todavía no saben realmente la importancia de un galardón de este tipo, pero sí, están contentísimos y todos van a ir al teatro conmigo a recibirlo. Estamos muy felices.
-¿Y hay proyectos próximos en esta línea? ¿Cómo pensás seguir a partir de esto?
GH: Ubuntu todavía tiene que tiene una serie de actividades. Vamos a presentarla en el Melico Salazar, se va a estrenar un documental sobre todo el proceso y luego vamos a tener un conversatorio, voy a participar en varias actividades de ese tipo. Creo que este año vamos a seguir con Ubuntu.
Definitivamente, cada vez que se cierra una etapa, se abre otra. Se abren un montón de interrogantes nuevas, ya hay que acercar a otra nueva generación. Estos chicos empezaron chiquitillos, pero ya están preadolescentes y algunos ya entraron al colegio. Entonces ya hay que pensar qué viene, que tiene que impactar a una nueva generación. Otros padres y otras madres ya se interesan y quieren también ser parte. Pero al mismo tiempo necesitamos los recursos para eso.
Cada vez, veo la necesidad de que otros profesionales de otras áreas se involucren y que tengamos el apoyo de la psicología, del trabajo social, de la ciencia. Yo quería que a través de proyectos de neurociencia podríamos investigar qué pasa en el cerebro cuando la gente practica un arte y cómo impacta en las personas sordas. Todo esto da pie para desarrollar investigación y conocimiento en la universidad. A mí me salen miles de ideas, entonces creo que hay para rato. “Mi cuerpo, mi voz” seguirá. La compañía no se dedica solamente a eso, pero si es necesario hacerlo cada cierto tiempo.