Las dos personas docentes consultadas señalan que el ejercicio del sufragio es muy importante para resguardar la democracia, pero que hay muchos más factores que deben considerarse.
Foto: Anel Kenjekeeva.De pequeños, con campañas llenas de confites, pitos y promesas que jamás se cumplieron, votamos en las elecciones escolares. Luego, con métodos más o menos similares, lo hacemos en las colegiales. Hasta que, de pronto, cumplimos 18 años y, con la cédula en la mano, llega también la posibilidad de ejercer el derecho del sufragio, mismo que desde el 2014 es posible hacerlo cada dos años.
Así, desde nuestra temprana infancia, el sistema educativo del país nos ha inculcado valores democráticos: votar, respetar derrotas y celebrar victorias. Y sobre esa base, luego decimos que la democracia nacional es un ejemplo para América Latina y el mundo.
Pero la democracia es mucho más que ejercer el voto. Si solo fuera por este factor, estaría claro que nuestra democracia sería robusta y sin mayores cuestionamientos, pues tenemos comicios de manera ininterrumpida desde 1948 y sin una dictadura concreta en más de un siglo. ¿Haría falta algo más para justificar su solidez y eficiencia?
De nuevo, no solo votar es democracia (aunque es una parte muy importante de ella). Democracia también es el respeto a las diferencias de pensamiento, a la libertad de expresión y prensa, a la división de poderes y al ejercicio de derechos: el derecho a la protesta, a la reivindicación de garantías, a contar con un sistema jurídico que respalde todo este funcionamiento. En fin, la democracia es un conjunto de factores que respaldan la vida social en un Estado Social de Derecho.
Pero hay “banderas rojas” en la vida democrática nacional a las que es necesario prestar atención. Una muy evidente es la caída en el apoyo a la democracia sobre cualquier otra forma de gobierno, recopilada por el Latinobarómetro 2023. Ese informe demuestra que el 56 % de la población en Costa Rica prefiere este sistema a todos los demás, un dato que en el 2020 era del 67 %.
Dos especialistas en este tema y docentes en la Escuela de Ciencias Políticas (ECP) de la Universidad de Costa Rica (UCR), Rónald Alfaro Redondo y Carolina Ovares Sánchez, enumeraron varios de estos indicadores para esta conmemoración del Día de la Democracia.
Ambos docentes de la ECP indicaron que todas estas situaciones tienen diversos orígenes. Uno de ellos es el tipo de liderazgo que están siendo elegidos para la jefatura de Gobierno en diversos países, a quienes no les tiembla el pulso para expresar resistencia y conflicto ante los órganos de control del poder en las democracias.
La baja participación electoral en los comicios nacionales es otro síntoma para tener en consideración, según Alfaro. De hecho, en las pasadas elecciones presidenciales y legislativas, este indicador llegó al 40 %, la cifra más alta desde 1953 y que ha venido en aumento desde el 2010.
De acuerdo con este experto, aunque la mayoría de la ciudadanía en el país sigue ejerciendo su derecho (y deber) al voto, hay un sector muy importante de personas que pueden votar donde esa cultura cívica está debilitada.
Otro factor mencionado por las dos personas expertas son los repetidos cuestionamientos y las restricciones a la libertad de expresión y prensa. Como se dijo al inicio, ambos derechos son pilares para la democracia y su debilitamiento es sinónimo de peligro.
Tanto Alfaro como Ovares también se refirieron al constante enfrentamiento entre poderes de la República como otra gran "bandera roja". Esto se debe a que el sistema político nacional está diseñado para que haya una colaboración entre las principales autoridades del Estado y, si esta cooperación decae, también lo harán las posibilidades de solucionar problemas de la gente.
Para Ovares, parte de las causas que han provocado esta ruptura son los más impactantes y mediáticos casos de corrupción de los últimos gobiernos, que también crean una sensación de reticencia en el electorado.
Esto, de acuerdo con Alfaro, ha colaborado con el debilitamiento en los partidos políticos, cuya diversidad es garantía para el juego democrático. Su rol de representatividad ha decaído en los últimos años, al punto de que el 83 % de la ciudadanía dice no tener una preferencia por alguna agrupación política, según la encuesta de setiembre pasado del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la UCR.
Aunado a todo lo anterior, el analista recuerda que en el país hay un decaimiento en la fuerza de la organización colectiva y la protesta social. Sin embargo, también afirma que parece haber una “migración” de las manifestaciones en las calles a mecanismos judiciales, como denuncias, recursos de amparo y acciones de inconstitucionalidad, sobre todo en temas políticos o asuntos públicos.
No obstante, Alfaro también advierte que este cambio en el lugar de ejercer el derecho desde la población crea más presión política en el sistema judicial:
Ovares respalda esta postura y afirma que son preocupantes los cuestionamientos que se han venido realizando al funcionamiento del Poder Judicial, ya que esta instancia es fundamental para la democracia. En sus palabras, este poder debe ser independiente, autónomo y tiene la necesidad indispensable de contar con la legitimidad por parte de la ciudadanía.
Incluso, va más allá, y alerta que los ataques sistemáticos a las instituciones de control estatales desde un puesto de poder son una forma de deslegitimar la institucionalidad democrática y de generar desconfianza. Si se permiten este tipo de críticas desmedidas, la gente puede validar ataques contra la libertad, la tolerancia y el respeto a las diferencias. Lo llamativo es que este tipo de cuestionamientos se están dando en democracias consolidadas.
Respuesta: sí. Ovares da dos recomendaciones urgentes. La primera: es necesario votar por candidaturas que respalden a la democracia. Velar por el cumplimiento de las reglas del juego desde las personas elegidas es fundamental.
Segunda: la población debe interesarse más en la política nacional. La docente e investigadora señala que no es suficiente con “quejarse” en redes sociales, sino que debemos salir de esa “burbuja” de confort en la que, por lo general, nos encontramos y dialogar más con personas que piensan diferente, para enriquecer los puntos de vista, sin permitir que esto se convierta en un conflicto. Esto, además, reduce la polarización social.
El punto es que, si no se toman medidas desde la ciudadanía y desde las instituciones estatales para fortalecer la democracia, su legitimidad ante la población podría empeorar, acelerando y profundizando la conflictividad.
Finalmente, hay que recalcarlo: tanto Alfaro como Ovares coinciden en que aún el país está a tiempo de evitar situaciones y personajes que erosionen la democracia (tal como se han visto en otras latitudes) y así recuperar el clima de estabilidad que le ha caracterizado, pero para esto es necesario estar alertas y tener capacidad de reacción ante cualquiera de los peligros descritos o de otros que podrían presentarse en el futuro.
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