América Latina ha avanzado sustancialmente en la reflexión y ejecución de políticas públicas para promover el trabajo de cuidados como derecho humano fundamental. Sin embargo, son aún más los desafíos en cuanto a la regulación del trabajo doméstico, la desigualdad en la división del trabajo de cuidados por temas socioeconómicos, de género y etnia, y el desarrollo de la infraestructura social necesaria para brindar una cobertura de servicios de calidad vinculados a los cuidados a toda la población desde el nacimiento hasta la muerte.
Con el objetivo de analizar estos y otros desafíos, la Universidad de Costa Rica en conjunto con la Carework Network, reunió a diferentes sectores (academia, organizaciones sociales y sociedad civil) en el “Tercer Encuentro Global sobre Trabajo de Cuidados 2023. Trabajo de cuidados en tiempos inciertos: convergencias y divergencias alrededor del mundo”. Participaron de este encuentro global 250 personas procedentes de más de 30 países del mundo en 30 paneles, 6 diálogos públicos, una muestra fotográfica y 3 conferencias magistrales. Se contó con el apoyo de organizaciones internacionales diversas como Oxfam, la Fundación Frederich Ebert, OIT y PNUD, además de universidades del Norte y Sur global. El encuentro catalizó un enorme grado de colaboración entre investigadoras de la Universidad Estatal a Distancia, de la Universidad Nacional, y de la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica.
Durante este encuentro se reflexionó en torno a si y cómo superar las categorías binarias de trabajos de cuidados pagado y no remunerado, las intersecciones de las dimensiones individual, familiar, comunitaria, del mercado, el estado; y la intersección de género, clase, raza y migración. En todos estos temas se buscó el diálogo entre regiones pero también entre académicas, personas que toman decisiones de política pública, y activistas.
En la siguiente entrevista, la Dra. Juliana Martínez Franzoni, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Políticos (CIEP) y del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad de Costa Rica (UCR) y coordinadora del Tercer Encuentro Global sobre Trabajo de Cuidados 2023, se refiere al papel de las universidades públicas, sociedad civil y organizaciones sociales, en la consolidación del trabajo de cuidados como un derecho humano fundamental y clave en las sociedades democráticas.
–¿Cuál es el objetivo principal de este Tercer Encuentro sobre Trabajo de Cuidados 2023? ¿Por qué es importante para los países reflexionar acerca de este tema?
–Juliana Martínez Franzoni: Este encuentro global sobre trabajo de cuidados se enfocó en el abordaje de los cuidados en tiempos inciertos, en tiempos de choques como el generado por la pandemia del COVID-19, aunque no solo. Estamos entrando a una época en la que los choques serán nuestra nueva normalidad - y no solo vinculado a epidemias y pandemias, sino también al cambio climático.
Entonces lo que nos interesaba en este encuentro era identificar convergencias y divergencias en cómo nos relacionamos con los cuidados en estos tiempos inciertos. Y por cuidados nos referimos a la enorme cantidad de trabajo, tanto remunerado como no remunerado, que las personas y las sociedades debemos llevar a cabo para cosas tan básicas como poder estar trabajando. Es toda la cadena de personas entrelazadas para que una actividad se dé, es decir el conjunto de interdependencias que hace posible la vida en sociedad.
Además, hablamos de la importancia de una infraestructura social de los cuidados, que son un conjunto de recursos que movilizamos como sociedad para resolver los cuidados. Y, bueno, la pandemia visibilizó de manera muy cruda la centralidad de los cuidados para la vida en sociedad.
Todo esto es relevante porque, para tener sociedades más justas, más democráticas, pero también más eficientes, debemos resolver la organización de los cuidados. Hoy por hoy, tiende a ser muy desigual, según la clase social, y está marcada por una profunda división sexual del trabajo entre hombres y mujeres. Además, está intervenida por un montón de otras desigualdades como la raza y la etnia de las personas, por la ruralidad, etcétera.
Una de las características de cómo organizamos los cuidados en América Latina es esa profunda desigualdad socioeconómica y de género que se ve reflejada en un papel muy muy marcado del trabajo doméstico remunerado, mal remunerado, precarizado, desregulado, el cual tiene un papel preponderante, a diferencia de otras regiones del mundo, en nuestra región, como uno de los principales pilares de los regímenes de cuidado. El papel del Estado en proveer servicios, en proveer transferencias para comprar servicios, en regular los servicios que ofrece el mercado privado, sí existe, pero es incipiente.
A raíz de ese abordaje que hemos realizado sobre la situación en América Latina y sus diferentes variaciones, en la Universidad de Costa Rica se decidió realizar este Tercer Encuentro Global sobre Trabajo de Cuidados en nuestro país, como una forma de acercarse a América Latina.
Y ¿por qué a acercarse a América Latina ahora? Porque, entre el 2005 y el 2015, América Latina hizo una experimentación y una transformación sobre este tema muy profundas. Es decir, en Costa Rica lo vimos en el contexto del Gobierno de Laura Chinchilla con la Red Nacional de Cuido, pero también antes, de la mano de la política de igualdad y equidad de género.
En el PIEG 2007-2017 ya se venía posicionando en el debate público la necesidad de que el Estado intervenga con mejores y más diversas maneras de apoyar a las familias y a las mujeres, en cuanto a la organización de los cuidados. Ya había quedado colocada la idea de que era necesario que los cuidados no dependan solo de los recursos que manejan las familias y, además, de la necesidad de promover la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, que es un gran reto, en la medida en que las mujeres seguimos siendo las principales o exclusivas cuidadoras. Eso tiene reflejos muy profundos en la desigualdad en el mercado laboral, en la desigualdad del ingreso, eso afecta no solo a las mujeres, sino que afecta a los países y a las economías.
En América Latina, las mujeres tenemos, en promedio, mayores años de educación formal que los hombres y, sin embargo, eso no se ve reflejado en los niveles de ingreso. Seguimos teniendo brechas para igual trabajo, para trabajo de igual valor, frente a los ingresos laborales de los hombres. Esto refleja las expectativas de cuidado, las entradas y salidas de los mercados laborales y el hecho de que las mujeres seamos las principales cuidadoras.
Hay que cambiar esto por distintas razones. Unas razones tienen que ver con los derechos; pero también hay razones que tienen que ver con la productividad de las economías y su eficiencia para aprovechar los recursos humanos que las propias sociedades están formando. Es decir que la desigualdad sexual del trabajo en materia de cuidados es ineficiente y está demostrado, hay números que lo documentan.
–Después de este análisis sobre América Latina, ¿hay alguna parte del mundo que sea modelo en cuanto al tema de trabajo de cuidados?
–JMF: Los regímenes de cuidado son como rompecabezas, es decir, que no hay una medida que lo resuelva todo, sino que hay un conjunto de medidas que deben relacionarse entre sí de manera virtuosa. ¿De qué están hechos estos regímenes? En primer lugar, de acceso a tecnología y a infraestructura. Por ejemplo, no es lo mismo lavar la ropa a mano que con una lavadora, eso hace toda la diferencia del mundo. No es lo mismo tener que caminar tres kilómetros para acceder al agua y traerla a tu casa, que simplemente abrir el tubo.
En segundo lugar, nos interesa ver en ¿qué medida, cuando las personas participan del mercado laboral, se contemplan las demandas de cuidado? No es lo mismo tener un trabajo que te remunera una licencia por maternidad, a tener un trabajo que no te lo reconoce. En tercer lugar, nos interesa ver si los mercados laborales reconocen que los hombres también tienen que cuidar y cuentan con incentivos acordes como las licencias por paternidad y/o las licencias parentales.
En cuarto lugar, nos interesa determinar si los países tienen infraestructura social, si tienen servicios de cuidado, en particular infantil, pero también más adelante en los momentos de cuidado de dependencia al final de la vida. Y, en quinto lugar, nos interesa ver qué pasa con el trabajo doméstico: ¿está regulado, no está regulado? ¿En qué medida opera como la válvula de escape para poner allí todo lo que no se puede resolver bien de otra manera? Y entonces ahí tienes una enorme proporción de población de mujeres, sobre todo migrantes, trabajando en estos cuidados.
Una cifra que llama la atención es que, en el mundo, una de cada quince mujeres está ocupada en el campo del trabajo doméstico remunerado. Sin embargo, en América Latina esa cifra sube al 25%, a una de cada cuatro mujeres. Eso habla de la centralidad del trabajo doméstico en nuestra región, en la medida en que esa es una válvula de escape, en la que depositamos un montón de trabajo de manera mal remunerada y desprotegida. Carecemos entonces de incentivos para que el Estado invierta más en servicios de cuidados, y para que los mercados laborales no te pidan jornadas de doce horas al día, algo imposible de reconciliar con las demandas de cuidado.
Desde esta perspectiva, se puede decir que los países que han avanzado más todos estos componentes son los países escandinavos y varios de los países europeos, como Francia, de Europa continental. Todos han avanzado en diferentes momentos del tiempo, más en algunos componentes que en otros.
Una cosa interesante que ha pasado en Europa, en la última década, es que las políticas de familia y la organización de los cuidados se volvió un tema electoral. Previamente, la manera en que los partidos políticos abordaban este tema estaba muy influenciada por la ideología de izquierda o de derecha. Los partidos de derecha estaban más orientados a que finalmente la familia cuida y las madres cuidan; y los de izquierda estaban más concentrados en mover todo para que las mujeres sean parte de los mercados laborales.
Pero, en los últimos años, eso ha cambiado mucho en la medida en que las mujeres han ido entrando al mercado laboral y le piden al estado y, por lo tanto, a los partidos políticos que compiten por los gobiernos, que tengan políticas que sean útiles para ellas. Y entonces el conjunto del sistema político se ha corrido hacia medidas que sean amigables hacia las familias, que busquen incorporar a los hombres en los cuidados y que protejan a las mujeres cuidadoras también.
Eso es algo interesante que en América Latina está empezando a pasar en algunos países, aunque es todavía incipiente esta politización del tema, de manera tal que haya premios y castigos para los partidos políticos que compiten por llegar a los congresos, o a los poderes ejecutivos, con medidas que sean sensibles a las necesidades de la sociedad y en particular de las mujeres que somos más de la mitad de la población y más de la mitad de las personas votantes en contextos democráticos. Esto es muy importante.
–¿Cuáles son los principales retos de Costa Rica y en general de América Latina en materia de organización de trabajo de cuidados?
–JMF Decidimos hacer la reunión en Costa Rica para asomarnos a todas las acciones que permitieron que, entre el 2005 y el 2015, América Latina como región pudiera avanzar tanto en la conversación pública como en la adopción de políticas públicas en materia de cuidados. Por ejemplo, se creó el Sistema Nacional Integrado de Cuidados en Uruguay, se crearon políticas vinculadas a los cuidados en Chile, y en Costa Rica también se originó la Red Nacional de Cuido.
Entonces, el asunto de los cuidados se volvió un tema público, y empezó a ocurrir lo que había sucedido en los años cuarenta, por ejemplo, con los sistemas de seguridad social, cuando a la vuelta de varios años, se había generado la idea de que los países que se precien deben necesariamente un sistema de seguridad social.
De manera análoga, actualmente hay un acuerdo internacional entorno a la idea de que los países deben tener políticas de cuidado. El objetivo es promover una reorganización social de los cuidados que honre la idea de que los cuidados constituyen un derecho humano. Como derecho humano que es, el cuidado no puede estar sujeto al dinero que las personas tengan en el bolsillo, ni puede estar sujeto a que las familias cuenten con una mujer dedicada a tiempo completo a cuidar, porque, en la medida en que el acceso a los cuidados depende de estos factores, se genera una profunda desigualdad.
Hay que pensar que en América Latina hoy hay muchas más familias en las que las mujeres están trabajando por un ingreso, que familias en las que no. Además, hay un creciente protagonismo de familias en las que las mujeres están ellas solas manteniendo y criando a sus hijos e hijas, generando a la vez ingresos y cuidando. Si el derecho a los cuidados se condiciona al dinero y a la presencia de mujeres cuidadoras de tiempo completo en las familias, serán muy pocas las que van a poder atender esas enormes demandas de cuidado, aún más en un contexto de envejecimiento de las sociedades, en las cuales van creciendo las demandas de cuidado al final de la vida.
Claro que América Latina es una región muy desigual: hay contextos políticos en los que la informalidad llega al 65%, como por ejemplo en Guatemala, y otros en donde es menos del 20%, como en Uruguay. Es decir, hay países con pobreza por ingresos que llegan a esos niveles y otros con pobreza extrema – aquella que impide atender las necesidades básicas alimentarias - muy bajas. Hay contrastes y dependiendo de estas desigualdades así son y así pueden transformarse los regímenes de cuidado.
En Costa Rica, se tiene por un lado el hecho de que lideró la conversación en torno a la posibilidad de tener política pública que interviniera de manera universal. Así fue planteada la Red Nacional Integral de Cuidados en el 2010. Sin embargo, su avance en materia de cobertura ha sido muy lento. En los años dos mil, junto con Chile, eran dos países muy extraños, porque siendo de los países con mayor nivel de desarrollo humano de América Latina, tenían los niveles de participación laboral femenina más bajos, junto con países como Honduras.
A la vuelta de 20 años, Chile logró que eso cambiara drásticamente; en cambio, Costa Rica no. ¿Pero qué pasó en Chile que no pasó en Costa Rica? Lo que se dio fue una generalización del acceso a los servicios de cuidado en los tres quintiles más bajos de ingreso, es decir en el 60% de las familias de menores ingresos. Es un tipo de focalización muy amplia.
Nosotros tenemos muchos años de tener una cobertura de alrededor del 20% de la población por debajo de la línea de pobreza. Por otra parte, hemos avanzado más recientemente en crear un sistema que integre los servicios y transferencias existentes en materia de cuidados. Eso es un avance, porque lo que va a permitir es articular elementos que están desarticulados.
Sin embargo, aún nos falta abordar simultáneamente el tema de la política pública con el mercado laboral, por ejemplo, si estamos tratando de ampliar la presencia de un sistema de cuidados para la población adulta mayor, al mismo tiempo que estamos creando una legislación laboral que facilita jornadas extensísimas de trabajo, eso es inconsistente para un régimen de cuidado democrático y eficiente.
Un régimen de cuidado democrático y eficiente es uno en el que los diferentes componentes se ajustan de manera armónica a la idea de que los cuidados deben ser con una responsabilidad compartida entre familias y no familias, vale decir, mercados laborales y estados, también comunidades, y entre hombres y mujeres.
Por ejemplo, Uruguay durante el periodo del 2010 al 2019 avanzó muchísimo, porque simultáneamente expandió servicios, creó licencias por paternidad y parentales, y mejoró la regulación del trabajo doméstico, tanto en salarios mínimos como en protección social. La proporción de trabajadoras domésticas con acceso a la seguridad social pasó de ser dos de cada diez a ser de siete de cada diez. Es decir, hizo simultáneamente estas acciones, y si hacés simultáneamente eso por un periodo de tiempo suficientemente largo, vas a ver un cambio cualitativo en el régimen de cuidados.
Pero, en este contexto de reducción del gasto, es muy difícil que Costa Rica en los próximos años vaya a atender los cuellos de botella de cobertura o que vaya a crear los servicios que necesita. Entonces, Costa Rica tiene un pronóstico reservado en materia de que pueda realmente dar un salto cualitativo hacia un régimen de cuidados como el que la OCDE dice que deberíamos tener.
–¿Desde su perspectiva, cuáles fueron los ejes temáticos más relevantes de este encuentro?
–JMF A partir de un primer análisis que con el apoyo de la Escuela de Ciencias Políticas ha realizado Rocío Peinador, los ejes temáticos más relevantes giraron, primero, los cuidados y la pandemia, o sea, cómo eran los cuidados antes de la pandemia y como fueron durante ella. ¿Cuáles fueron los ecos de esta situación? Es decir, las repercusiones que ha tenido en materia de organización social de los cuidados.
En segundo lugar, se analizó el papel de la población migrante en la organización social de los cuidados. Esto es algo muy sensible para Costa Rica, por la enorme centralidad que tiene la población y las mujeres nicaragüenses en la organización de los cuidados en Costa Rica.
En tercer lugar, se vieron temas de innovación y de dificultades para la innovación en materia de política pública en materia de cuidados – incluyendo sus relaciones con las regulaciones laborales como las relativas a las jornadas y los ingresos y con la protección social asociada a la inserción laboral.
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