El Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) fue creado en 1948 como un organismo para coordinar los modelos de educación superior de la región. A partir de la década de 1950, CSUCA, con un apoyo decisivo de la cooperación de Estados Unidos dentro del marco del Desarrollismo promovido para la cuenca del Caribe, fomentó un modelo universitario basado en la autonomía, el humanismo y la vinculación universidad-sociedad. Así, desde 1957 se siguieron reformas importantes en las universidades estatales del istmo que incorporaron estos elementos. Se centralizaron y departamentalizaron las unidades académicas, se expandió la matrícula aumentando la base social del estudiantado y se buscó extender las labores universitarias más allá de la docencia, fortaleciendo la investigación y la acción social.
Desde una visión filosófica y de modelo educativo, estas reformas buscaron posicionar a los centros de estudio estatales como entes claves para el desarrollo de los países donde operaban, buscando una vinculación mayor entre la universidad y la sociedad. Esto se lograría con un mayor compromiso de la universidad con la realidad nacional, diagnosticando sus problemas y contribuyendo en la solución de estos. Además de crear profesionales de acuerdo con las necesidades del país, con un fuerte compromiso moral para contribuir con la nación. Lo anterior se lograría superando el modelo profesionalista, concentrado solamente en una formación técnica del estudiante, sustituyéndolo por un modelo humanista que busca la formación integral del alumno, inculcando pensamiento crítico, sensibilidad social y valores humanos en su formación.
La memoria construida sobre estas reformas coloca como su principal antecedente a la Reforma de Córdoba de 1918. Esta construcción ignora el esfuerzo realizado por los propios intelectuales centroamericanos, quienes ya propusieron una reformulación del sistema de educación universitario de la región al menos desde principio del siglo XX. Así intelectuales y académicos centroamericanos polemizaban sobre la autonomía universitaria, el modelo universitario y la relación universidad-sociedad al menos desde la década de 1910. Estos debates tenían como objetivo mostrar un modelo educativo alternativo al existente, que se juzgaba obsoleto, insuficiente y desfazado. Este modelo alternativo se basaba en cuatro elementos esenciales: una cultura fundamentada en el humanismo, la vinculación universidad-sociedad, el desarrollo de investigación y la extensión social como proyección de las labores universitarias. Todo lo anterior realizado por una universidad autónoma, que garantizaba así su independencia.
La evidencia que sustenta esta afirmación se encuentra en un análisis realizado al contenido de la revista La Universidad, órgano de difusión oficial de la Universidad de El Salvador (UES). En este espacio, eruditos salvadoreños y del resto de Centroamérica expresaron un pensamiento que acercaba el quehacer universitario a la autonomía, el humanismo y la vinculación con la realidad nacional, en discusiones registradas entre 1913 y 1935. Estos mismos elementos serían fundamentales décadas más tarde para definir las exitosas reformas patrocinadas por CSUCA en la segunda mitad del siglo XX.
Intelectuales como Alberto Masferrer y Miguel Ángel Espino (salvadoreños), Sofonías Salvatierra (nicaragüense) y Carlos Federico Mora (guatemalteco) utilizaron las páginas de La Universidad para debatir sobre un nuevo modelo universitario que revalorizaba a la cultura y el papel de la Universidad en su producción y difusión. Los autores analizados coinciden en evaluar a la cultura occidental como decadente, esto como consecuencia del extremo materialismo del positivismo cientificista y el capitalismo agrario. La máxima expresión de esa decadencia cultural se observaría en la Gran Guerra de 1914 a 1918.
Contrapuesta a esa cultura materialista, estos intelectuales colocan una cultura basada en el humanismo, fomentando una serie de valores que tienen como base al ser humano y su relación con la sociedad y la naturaleza. Junto a este enfoque, los autores también sugieren la necesidad de una cultura nacional que fomente el patriotismo, basada en elementos autóctonos que construyan un verdadero proyecto-nación impregnado de un espíritu nacional. En materia cultural, la tarea de la educación superior sería tanto la producción como la difusión de productos culturales con estas características. Para lograr esto, la Universidad debía expandir sus labores más allá de la docencia e incluir la investigación y la extensión social, sintonizando esas tres áreas con una cultura humanista y nacionalista.
Según los autores estudiados, la docencia se pone al servicio de la patria al formar estudiantes con sensibilidad social, conscientes de la realidad del país y adaptando la oferta académica a las necesidades productivas de la nación. Eso solamente se logra con una formación humanística que les inculque los valores necesarios para interpretar y comprender a la sociedad en la que se desenvuelven. La investigación, por otra parte, debe analizar los problemas nacionales y diagnosticar con legitimidad científica la realidad del país. El humanismo hace su aparición en esta área al fomentar la criticidad y la rigurosidad a los estudiantes e investigadores. Finalmente, la extensión social debe encargarse de difundir esta visión cultural a todas las capas de la sociedad, utilizando varios medios como el aula abierta, la práctica profesional y la editorial universitaria. La cultura nacionalista ayudaría a fomentar el proyecto-nación en todos los grupos sociales.
Este posicionamiento se resume en lo expuesto por dos de estos intelectuales en 1935. En el diagnóstico que realiza el salvadoreño Espino sobre la situación de la UES, el escritor manifiesta la ausencia de la Universidad en la solución de los problemas nacionales, denunciando que la institución debería estar ligada a la realidad nacional, consolidándose como un ente consultivo ante las coyunturas nacionales, identificando los problemas y promoviendo su solución, transformando a la sociedad.
En tanto el académico guatemalteco Mora expone que la Universidad debería superar su trabajo como fábrica de doctores y enfocarse en un rol promotor y difusor de la cultura, haciendo que su labor vaya más allá de la muralla que rodea sus edificaciones. Este papel democratizador justificaría su existencia, siendo una necesidad de legitimación que es más grave en sociedades analfabetas, como las centroamericanas, en donde una universidad parece ser un lujo incompatible con la realidad que la rodea.
Ideas que nos suenas tan modernas y asociamos a los héroes de la reforma universitaria centroamericana como Rodrigo Facio y Carlos Monge Alfaro (Costa Rica), Fabio Castillo Figueroa (El Salvador) y Mariano Fiallos (Nicaragua), tienen una raíz más profunda en la historia de la región. Las inquietudes que buscaban reformular a la educación superior y colocarla en sintonía con las necesidades de la sociedad iniciaron mucho antes que CSUCA y el Desarrollismo las planteara. Es una tarea pendiente incorporar este pensamiento universitario centroamericano a los discursos oficiales de nuestras instituciones.
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