El Museo Nacional de Costa Rica es el ente que resguarda y protege el patrimonio arqueológico del país. Ahí se registró y analizó una muestra arqueológica de animales en cerámica de tipo Buenos Aires Policromo, los cuales pertenecen a la región arqueológica Gran Chiriquí (sectores sur de Costa Rica y noroeste de Panamá), con el fin de conocer su representación y acercamiento desde el diseño, la simbología y la biología.
De forma breve y a manera de describir el contexto, podemos decir que la subregión arqueológica Diquís (en el sur de Costa Rica) es rica en estatuaria de piedra, esferas monumentales, objetos de tumbaga (aleaciones de oro, cobre o plata) y cerámica, como materiales destacados. En el año 2014, varios sitios arqueológicos (fincas en el sur del país) recibieron la declaratoria por parte de la Unesco como parte de la lista del patrimonio del mundo, hoy en custodia del Museo Nacional.
Con la llegada de la United Fruit Company, por Centroamérica se removió una cantidad considerable de hectáreas de bosques. Esto inició a finales del siglo XIX y condujo a que Costa Rica se convirtiera en el primer productor de banano a nivel mundial. En 1940, la arqueóloga norteamericana, Doris Stone, estudió los hallazgos arqueológicos en los terrenos de la empresa. A pesar de esto, la maquinaria, tractores, y otros equipos ya habían destruido varios sitios y los huaqueros aprovecharon para terminar de saquear varias tumbas y zonas de contexto precolombino.
A partir de estos hallazgos, la empresa evidenció la importancia arqueológica de esta zona en el delta del Diquís y paralelamente fue la causante de destruir cientos de terrenos con tales maquinarias. Plazas, espacios de habitación, cementerios milenarios fueron arrasados. Esculturas de piedra, cerámicas y objetos de metal (oro y tumbaga) fueron la causa del despertar de la huaquería en las restantes décadas del siglo XX. Algunas de estas piezas fueron extraídas del país al no existir leyes en su momento que protegieran nuestro patrimonio. Además, varias esferas empezaron a desplazarse a distintas mansiones en el Valle Central del país como una exhibición de una escultura exótica y, a la vez, vencedora sobre un pasado semidestruído.
Los terrenos existentes pasaron a manos privadas y otros al Estado después de que concluyó la actividad bananera en esa región.
La subregión arqueológica Diquís está compuesta por tres periodos: el primero, el Sinancrá, que data del 1500 al 300 a. C.; el segundo, el Aguas Buenas, que va desde el 300 a. C. al 800 d. C.; y el tercero, el Chiriquí del 800 al 1550 d. C.
Esta investigación se ocupa de este último periodo porque evidencia un incremento poblacional de gran importancia en las aldeas de los distintos territorios de dicha subregión. En este periodo se diversificaron bienes domésticos; se incrementó el trabajo con metales, principalmente la orfebrería; se establecieron cementerios simples y complejos; hubo intercambios regionales; y se desarrollaron los cacicazgos, entre otras manifestaciones. Esto produjo un gran dominio de los territorios y recursos existentes.
Desde el periodo Aguas Buenas B (300 al 400 d. C.) al periodo Chiriquí (800 al 1550 d. C.) se han registrado unos 45 yacimientos en Costa Rica, donde se han hallado esferas de piedra que van desde pequeños tamaños hasta la escala monumental; aunque algunas pocas esferas se han registrado en el Pacífico Norte, en la región central de Costa Rica y una en Panamá. En estos estudios destaca la labor de la arqueóloga costarricense Ifigenia Quintanilla. En cuanto a sitios arqueológicos en el Pacífico Sur, existe un registro de 1 618 a la fecha, de acuerdo con las bases de datos del Museo Nacional de Costa Rica.
A partir del 2014 varios sitios arqueológicos del territorio sur de Costa Rica pasaron a formar parte de la lista de patrimonio mundial por parte de la Unesco, debido al valor universal y excepcional que contienen. Estos son: Batambal; segundo, el Sitio Finca 6; tercero, el Sitio Grijalba - 2; y cuarto, el Sitio El Silencio. Este último cuenta con la esfera de piedra más grande registrada, con 2.66 metros de diámetro, cerca de la quebrada Cansot.
De la base de datos se seleccionaron un total de doce piezas de animales diversos y se escogió: cinco mamíferos, dos aves, dos reptiles, un pez y dos sin definir. En cuanto al pigmento, las piezas contienen un tono de base crema y luego los tonos rojizos y negros, tres tonos en total con variaciones por oxidación. No en todos los casos el pigmento se presenta en toda la pieza, algunas de estas tienen desprendimiento o desgastes de los mismos.
En conjunto con el biólogo Ismael Guido, se identificaron los siguientes animales representados: felino, jaguar u ocelote, una nutria (Lontra longicaudis), dos mamíferos (dos posibles felinos), una lapa roja (Ara macao), una tortuga lora (Lepidochelys olivacea), un tiburón ballena (Rhincodon typus), un armadillo o cusuco (Dasypus novemcinctus o Cabassous centralis), un león o elefante marino (Arctocephalus galapagoensis, Zalophus californianus o Zalophus wollebaeki), uno de apariencia de sapo, un reptil (tipo iguana o garrobo) y otro sin identificar.
De las doce piezas de animales sin contexto, cuatro se catalogan como ocarinas, dos silbatos, cuatro vasijas y dos tazones, todas correspondientes a la cerámica tipo Buenos Aires Policromo (800-1550 d. C.) de la subregión Diquís. De estas, seis piezas poseen características musicales. Los silbatos son las piezas de menor tamaño y luego le siguen las ocarinas. Las otras seis piezas poseen la cualidad de ser contenedores, sea de líquidos, de granos, material molido o procesado.
Cabe recalcar que las representaciones del universo indígena, sean animales, plantas, árboles, ríos, piedras, huracanes, el mar, estrellas, entre otros, son espíritus sagrados y cada uno tiene su jefe o rey en este cosmos.
Algunos ejemplos de esta simbología los emparentamos con los mitos indígenas cercanos a esta región para aproximarnos a sus posibles significados.
Entre los indígenas del territorio boruca, los felinos o tigres son utilizados por los sukias como seres que dan castigo, al igual que el lagarto, pues se comen a las víctimas que les destinan. En otros relatos, los tigres son los que dejan sus huellas sobre las rocas en los ríos.
Por su parte, el armadillo es una anciana que cuida la semilla sagrada del maíz, que la deidad siembra en la tierra para que broten los diferentes clanes indígenas que pueblan su cosmología. Este personaje, jefe de los armadillos, se come el maíz, por lo que Sibö lo castigó enviándolo a la tierra y atravesando su cuerpo con una caña blanca, que se convierte en su cola.
En las historias bribris, las guacamayas se representan como mascotas que cuidan a diversos clanes indígenas. Cuando aparecen volando en las mañanas y por las tardes, junto con las cocalecas, es señal de que va a llover, pero cuando se paran en los árboles, la señal es que va a hacer verano.
Por último, entre los mismos bribris existe un relato de un animal marino, el cual fue una persona. Este ser era el manatí, cazador de dantas o tapires para él y su mujer. Recibe el encargo de parte del dios Sibö de construir un puente que, al pasarlo, se quiebra y, de esta manera, Sibö lo envía al mar.
Varios de los relatos constituyen tan solo un primer acercamiento a las piezas analizadas, pero no pueden aplicarse directamente a unas cerámicas de un contexto tan lejano a nosotros, por lo que su ámbito de lectura queda aún abierto a otras posibles interpretaciones. Lo que sí se puede indicar es que estas son representaciones sagradas de deidades y seres espirituales que poblaron su cosmovisión. Para nuestras culturas ágrafas, estos objetos nos quedan como testigos de quienes los diseñaron y utilizaron en una época en la que armonizaron y convivieron en otro universo distinto al presente.
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* Esta publicación es fruto del proyecto de investigación Iconografía y simbólica precolombina: aves, felinos, serpientes y batracios en la Baja Centroamérica, inscrito en la Coordinación de Investigación de la Sede de Occidente y en la Vicerrectoría de Investigación. El tema fue expuesto en las Jornadas de Investigación del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (Ciicla) de la Universidad de Costa Rica en noviembre de 2022.
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