Probablemente muchos de quienes están leyendo este pequeño comentario, tienen una idea de lo que puede ser una clase de instrumento musical en la Escuela de Artes Musicales (EAM): la persona estudiante prepara la lección con el repertorio asignado, lo ejecuta y su maestro o maestra le corrige aspectos varios como errores en las notas, en los ritmos, corrección de estilo en la interpretación, algunos aspectos técnicos que pueden ayudar a mejorar la ejecución, entre muchos otros.
Esta concepción de una lección de instrumento no es del todo errada, de hecho es casi seguro que el formato descrito anteriormente sea la norma. Ahora bien, mi intención con este breve escrito no es instruir a aquellas personas no músicos en los contenidos que debe tener una lección de instrumento, sino más bien proporcionarles una visión diferente de lo que significa aprender a ejecutar un instrumento musical.
Mi experiencia como profesora de piano desde muy joven y además como estudiante de dicho instrumento desde los 8 años de edad, me permite hoy tener una perspectiva especial de lo que significa la docencia en la formación de personas infantes, adolescentes y jóvenes que tienen el sueño de ser grandes intérpretes del instrumento que les apasiona y ser parte de inolvidables conciertos en todo el mundo, o incluso construir su vida desde el ejercicio profesional como ejecutantes.
En primera instancia, la lección de instrumento se da de forma individual no porque ha sido “tradición de conservatorio”, sino porque es el mejor sistema para poder trabajar con la persona estudiante. El modo en que se debe ejecutar un instrumento tiene, como cualquier otra disciplina, un estándar en cuanto a técnica e interpretación; sin embargo, resulta absolutamente única la forma en que cada estudiante comprende y puede ejercer dicha técnica e interpretación pues hay otros factores coadyuvantes que completan esta formación, entre ellos su condición corporal, anatómica, entre otros.
Son muchos los factores que entran en juego en este complejo mundo de la música y de la interpretación. A los factores anteriormente mencionados podemos sumarle la condición emocional al momento de ejecutar una obra, el conocimiento previo del contexto en que se compuso la pieza, o la capacidad de la persona ejecutante para separar la información puramente racional que le brinda la obra y combinarla con la parte imaginativa, emocional, intuitiva que la misma obra “esconde”.
Por lo tanto, las personas docentes tenemos un papel crucial en la enseñanza del instrumento, pero también como guías emocionales de las y los estudiantes. ¿A qué me refiero con esto? Veámoslo así: cada vez que un músico sube al escenario, está mostrando una parte muy íntima de su ser. No solo está intentando captar la atención de su público y transmitirles su propia idea de la obra, también está manejando un puñado de emociones que muestran, como lo mencioné anteriormente, una parte muy profunda y sincera de su ser.
Este mismo fenómeno ocurre en una lección de instrumento lo que nos obliga como docentes a estar alerta a las reacciones y/o comportamientos de la persona estudiante. Podría enumerar infinidad de experiencias con relación a este tema, pero les comparto dos: pedirle a la persona estudiante que mejore su postura a la hora de sentarse en la banqueta del piano y que me diga que no puede porque ha sufrido el día anterior una tremenda golpiza por parte de su progenitor o ver cómo en una clase de canto la persona docente le dice al estudiante que respire con mayor profundidad y este se desploma porque no había podido desayunar ese día debido a su condición económica.
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Estas y muchas otras anécdotas son las que compartimos con nuestros y nuestras estudiantes cada semana. La persona docente de instrumento encuentra en cada lección un factor “sorpresa” que saldrá a relucir en el transcurso de la clase y no necesariamente con palabras. La mayoría del tiempo basta con escuchar la ejecución de los primeros compases del repertorio para darse cuenta. Asimismo, recibir la lección individual durante una hora, a veces hasta dos, permite que confluyan una serie de detalles que definitivamente no sucederían en un formato grupal, lo cual crea un vínculo mucho mayor entre la persona estudiante y la persona docente.
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Ahora, pensemos detenidamente en el tiempo que se requiere para aprender a tocar un instrumento musical. En promedio, una persona invertirá entre 8 y 10 años de su vida para aprender un instrumento, incluso antes de iniciar la carrera universitaria como tal. Durante todo este tiempo, ha compartido semana a semana con su guía o docente sus problemas musicales y parte de sus problemas personales. Esta cercanía estrecha el vinculo entre ellos aún más.
Un buen ejemplo de esto es el programa Etapa Básica actualmente llamado Programa Preuniversitario, del cual soy orgullosamente graduada. Dicho programa fue fundado hace más de 40 años en la UCR y se imparte en varias sedes, siendo la vía correcta y comprobada para la formación de futuros profesionales. Este programa que recibe niños y niñas con la ilusión de aprender a tocar un instrumento, brinda la oportunidad de pertenecer a una de las estructuras más completas de estudio musical en Costa Rica.
Quienes ejercemos como docentes de este Programa, vemos crecer a un buen porcentaje de la población estudiantil, compartimos con ellos y ellas su paso de la niñez a la adolescencia y todo lo que esto conlleva e incluso si así lo deciden, les acompañamos en su paso hacia la vida adulta. Es inevitable que durante tantos años y horas compartidas, se creen vínculos que van más allá de una docencia tradicional. La verdad es que la persona docente y la persona estudiante comparten la responsabilidad de sobreponerse a cualquier obstáculo que surja durante todos estos años y llevar a buen puerto su meta de convertir o mejor dicho convertirse en el o la más brillante ejecutante posible.
El hecho de dividir esta responsabilidad, misma que inicia desde el momento en que la persona docente y estudiante se involucran en historias que se gestan semana a semana en un salón de clase, hace aún más interesante esta profesión. La manera en que podamos abordar las diversas experiencias e historias compartidas en las lecciones individuales de instrumento, serán parte de la visión que las y los estudiantes tendrán de la música. Además, es muy probable que estos estudiantes se conviertan en docentes y repliquen muchas de las respuestas de sus maestros cuando sus aprendices lleguen a la lección con problemas o situaciones similares a las de ellas y ellos.
En fin, comprender a profundidad nuestra función como docentes, más allá de lo que la palabra en sí significa, es un ejercicio diario de introspección para dar significado a esa noble tarea de “tocar vidas” a través de un instrumento musical.
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