Esta fue una pregunta que nos planteamos un grupo de personas participantes de proyectos de TCU, docentes y estudiantes, a raíz de la movilización por la defensa de la universidad pública en el 2019. De esa agrupación logramos un periodo de convivio, la oportunidad de compartir inquietudes y experiencias comunes y de formar colectivamente ideas y planes. Aunque como colectivo nos disipamos, la preocupación que nos unía entonces no deja de estar siempre latente. ¿Qué peligros reales y posibles están implicados, para una labor como el Trabajo Comunal Universitario, en el ataque y la desprotección de la universidad pública así como en la desvalorización de lo público en la opinión nacional?
Para tornar esa cuestión en algo abarcable, nos hicimos una pregunta más concreta. Optamos por un punto de partida más cercano a nuestra cotidianidad: contemplar qué implicaciones tendría, en las comunidades donde trabajábamos, en los lugares que visitábamos, para las personas con quienes compartíamos, en los problemas por los cuales nos ocupábamos, si cada uno de nuestros proyectos de TCU, dejara de existir, sin previo aviso, mañana.
En la serie de televisión The Leftovers, el drama se teje en torno al impacto que produce en una comunidad la desaparición misteriosa y espontánea de personas. Sin que medie explicación en la historia que se despliega, es en el impacto inicial del sentido de extrañeza que se abre un mundo devastado y doliente. Imaginar esta referencia permite comprender que la provocación de lo planteado por aquel colectivo de proyectos radicaba en abrir un extrañamiento desde el cual observar nuestro hacer, para tornar evidente ante nosotros mismos, su relevancia. Acudo entonces a ese ejercicio de extrañamiento para proponer la visualización de un escenario ficcional donde los 190 proyectos de TCU que hoy esparcen su labor por el territorio nacional, dejaran de ser y de estar.
Si asumimos esta propuesta imaginativa, verán entonces que el primer impedimento para acceder a esa extrañeza reveladora es la poca habilidad de las cifras para decir sobre lo sustantivo y lo sensible. Son 780 los TCU que han existido desde 1975, como se comprueba en el código del recién abierto TC-780 Potenciando habilidades para la vida en colegios públicos costarricenses, de la Escuela de Ciencias de la Computación e Informática. Son 190 los proyectos existentes hoy; 68 las unidades académicas a las que están adscritos; 5061 estudiantes matriculados; 1 286 400 horas invertidas en el 2022. Estas son cifras que desde la Vicerrectoría de Acción Social repetimos ante solicitudes de información recurrentes y varias. El problema inherente a esta letanía es que, si bien pareciera ser la información deseada, poco dice de lo que importa. Porque la comprensión y el aprecio vienen de conocer qué hacen, a qué aspiran, quiénes son, dónde están, qué piensan, qué logran, qué sufren, cómo se equivocan, cada día cada uno de esos proyectos y las personas que llevan dentro.
El ejercicio de imaginar lo que sucedería si, de imprevisto, desapareciéramos, no responde a una visión paranoica o derrotista, lo cual no quiere decir que en tiempos oscuros como el que vivimos, no exista un peligro inminente a todo lo que carezca de un valor mercantilizable. Pero este artículo no va de eso. Sí va, en cambio, sobre imaginarnos desaparecer, para constatar lo maravilloso de lo que hacemos.
En el centro del proyecto TC-701 de la Escuela de Filosofía que antes coordinaba, considerábamos la capacidad de maravillarse como algo frágil, que se aprende y se ensaya, porque el asombro implica una posición frente al mundo que abre otras formas de mirar. Si la sorpresa y la extrañeza son requisito para la observación reflexiva y crítica, la proposición a revisar lo que ha sido creado como Trabajo Comunal en la Universidad de Costa Rica, es una apuesta a maravillarnos ante lo que existe. Porque si de la sensación de precariedad se trata, es importante reconocer que el TCU, así como lo practicamos en esta institución, cumple este mes de marzo 48 años. Es decir, estamos a la puerta del medio siglo de existencia, y eso no es poca cosa.
Creo que es importante, para quienes afirmamos la relevancia del Trabajo Comunal Universitario, aliviarnos y alegrarnos en la certeza, primero, que existimos, y segundo, en el reconocimiento que el TCU es una labor docente consolidada, un requisito de graduación incontestable, y un baluarte del trabajo en comunidad de esta universidad. Ahora, si pensamos en términos espaciales, el que una edificación exista, y se yerga fortificada, no asegura que carecerá de asedio. Es más, el que una fortificación exista es evidencia de asedio, pasado o previsible. En este caso, es necesario reconocer lo que María Pérez y Rita Meoño (2007) subrayaron hace 25 años ya, en un texto imprescindible para una historia de la acción social curricularizada: TCU implica la conquista de un derecho.
Si el TCU como institución es la conquista de un derecho, cada proyecto de TCU, si bien se preocupa por los grandes problemas, se instala en las pequeñas conquistas, se afana por los infinitesimales logros del día a día, que abarcan en su enfoque, desde la seguridad alimentaria o el curso de los ríos, hasta todas las demás ocupaciones que han sido posibles de imaginar, donde hemos hallado conflictos o necesidades; también allí donde nos hemos especializado profesionalmente, o hemos depositado nuestros actos de resistencia.
Es entonces que si de voz experta se trata, habría que recuperar todas las voces de quienes están en el día a día de los proyectos. Como lugar de partida, apunto a una colaboración de la VAS y el Seminario Universidad donde se han publicado mensualmente artículos de opinión sobre la acción social, escritos por quienes, desde la docencia o lo administrativo, la llevan a cabo. En palabras de la docente Natalia Zúñiga, coordinadora del TCU del Centro de Investigaciones Agronómicas:
“Si detuviéramos un momento el ajetreo del día a día y reflexionáramos sobre la importancia de la agricultura y de la alimentación saludable, tendríamos más conciencia del valor y la importancia de cada uno de los actores que participan en el proceso para que cada día tengamos alimentos sanos y nutritivos en nuestras mesas. El TC-468 Agricultura Orgánica Urbana, brinda, tanto a las personas estudiantes como a las comunidades involucradas, la oportunidad de producir y consumir sus propios alimentos.” (Semanario Universidad, 29 de noviembre de 2022).
Otra experiencia es la que narra la docente Carolina Urcuyo, coordinadora del TC-636 de la Escuela de Comunicación Colectiva:
“Por más visitas que hagamos, una nunca llega a sentirse cómoda en el espacio físico de una cárcel. En este TCU -Derechos Humanos y Comunicación– nos trasladamos todos los martes desde diferentes lugares del país para compartir con un grupo de mujeres del CAI Vilma Curling. Nos convoca la poesía y la formación en comunicación, pero sobre todo un paréntesis en el tiempo. En este espacio no hay alumnos (as) ni profesorado, estamos todos (as) presentes, en nuestros deseos, dolores y anhelos; trascendiendo nuestras diferencias para encontrarnos en la universalidad de nuestra condición humana.” (Semanario Universidad, 24 agosto de 2021).
Vivir en nuestro tiempo es saber que ningún derecho puede darse por seguro y por sentado, que detractores siempre existen, y que lo inimaginable siempre puede suceder. Por lo tanto, ante asedios pasados o posibles, pero principalmente, ante la contingencia de nuestra desatención y lo insidioso que puede ser el desinterés sobre lo propio, la propuesta ahora que como TCU hemos llegado a la mayoría de edad, es a hacer revista, de lo que es, de lo que ha sido, pero sobretodo, de lo que no conocemos que existe.
Que este aniversario de TCU nos convoque a una comprensión sensible de esta, nuestra muy particular definición de labor académica, así como a reconocer lo formidable de un hacer cotidiano y comprometido en comunidad, llevado a cabo por estudiantes y docentes; que a partir de esta atención y esta curiosidad, los proyectos salgan robustecidos; y que nuestra apertura al asombro nos conduzca a valorar el Trabajo Comunal Universitario como componente crítico e indispensable para una formación universitaria, interdisciplinar y ética, pero por sobre todas las cosas, implicada con los problemas y las necesidades más apremiantes de nuestro país, que día con día alejan a las personas de la posibilidad de una vida digna.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
Pérez Iglesias, María, y Rita Meoño Molina. 2007. Trabajo Comunal Universitario: “la conquista de un derecho”. San José: Comunicación Gráfica de San José.
Urcuyo, Carolina. 2021. «Poesías sanadoras». Semanario Universidad, 24 agosto.
https://semanariouniversidad.com/opinion/poesias-sanadoras/
Zúñiga, Natalia. 2022. «TCU Agricultura Orgánica Urbana, una forma de hacer comunidad». Semanario Universidad, 29 de noviembre.
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