Este 4 de septiembre, el pueblo chileno votará si aprueba o rechaza la nueva constitución política escrita por una Convención Constitucional, que tuvo su origen como salida a la crisis social vivida por Chile desde octubre de 2019 y que fue instituida por la ley 21.200 de reforma constitucional que convocó a las elecciones de convencionales del 15 y 16 de mayo de 2021 y que incluyó, por primera vez en la historia de ese país, paridad entre hombres y mujeres y escaños reservados para los pueblos originarios. Pero no solo Chile estará esperando lo que resulte de esa votación; el mundo entero mirará al país del sur.
Chile, es decir la experiencia histórica chilena o su particularidad, ha impactado tremendamente a América Latina desde el siglo XIX y quizás los chilenos mismos no están enterados de esta influencia. Es posible, sí, que el pesado título de ser el primer laboratorio mundial del neoliberalismo sea básicamente lo que la mayoría de chilenos y chilenas citarían si se les preguntara por la influencia de su país en el mundo. Pero Chile, a quienes los gurús económicos del norte nos han presentado por décadas como un modelo de desarrollo económico al cual imitar, es mucho más grande y ha sido mucho más determinante en otros impactos de tipo cultural, político y social que incluso lo definen mejor en su pasado y en este presente. Por eso, este proceso de parto de una nueva Constitución es tan importante y, por eso, los ojos de diversos países de América Latina están posados sobre Chile. Es decir, lo que resulte de esta coyuntura histórica no solo determinará el modelo de país chileno, sino que tendrá una influencia muy fuerte en la producción de modelos diferentes de país en la región latinoamericana en general.
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Por supuesto, en términos democráticos Chile fue una influencia fuerte en América Latina hasta 1973. Múltiples elogios desde viajeros o políticos de Europa, México, Centroamérica, el Caribe y algunos países de Suramérica se pueden destacar desde el siglo XIX como se advierte en el libro clásico de Hernán Godoy Urzúa El carácter chileno. Esos elogios visualizaban algo en Chile que lo volvía ejemplo. Para dar ejemplos concretos, podemos tomar el caso costarricense.
Hay un concepto histórico en Costa Rica que se refiere directamente a Chile; se trata de “los chilenoides”, que suena como a un grupo extraterrestre o a una banda de rock, pero fueron otra cosa. En 1897, el gobierno chileno le ofreció al costarricense cinco becas completas para que igual número de jóvenes cursaran estudios en su Instituto Pedagógico. En 1901, una oportunidad parecida se les abrió a otros muchachos y muchachas costarricenses. Estos profesionales retornaron a Costa Rica cuando despuntaba el siglo XX y se convirtieron en los siguientes años en intelectuales, editores, productores, escritores, científicos y políticos que influyeron tremendamente en la organización de la educación costarricense y en la formación de los trabajadores a quienes intentaron influir creando una universidad popular, editando revistas y alentando espacios de enseñanza sobre socialismo, anarquismo, y comunismo. Su impacto en todas esas esferas fue determinante.
En 1934, el gobierno de Chile invitó al entonces secretario de Educación costarricense, Teodoro Picado, a la II Conferencia Interamericana de Educación que se realizó aquí en Santiago. Picado quedó tan impactado del modelo educativo chileno, que realizó la petición oficial para que enviara una misión educativa a Costa Rica, para que evaluara su sistema pedagógico y sugiriera cambios. Esa misión fue tan importante para este pequeño país centroamericano, que permitió que se abriera la Universidad de Costa Rica en 1940, que había sido cerrada por políticos liberales en 1887.
Entre 1940 y 1943 Costa Rica experimentó la creación de las instituciones más importantes para su seguridad social y en eso, nuevamente, Chile tuvo un papel importante, pues el presidente Calderón Guardia envió en 1941 al médico Guillermo Padilla a Santiago para estudiar el sistema de salud chileno, que se consideraba en esos momentos un ejemplo de organización y democratización de la salud.
Chile, entonces, fue determinante para un pequeño país como Costa Rica en términos de desarrollo de políticas públicas de educación y de salud. Por eso, el proceso vivido entre 1970 y 1973 fue seguido de cerca desde Centroamérica, pero también desde todas partes de América Latina, pues Chile era faro para la región. Por eso, el golpe de 1973 fue tan significativo y, por eso, los chilenos exiliados fueron recibidos por todas partes con las puertas abiertas. Es decir, el legado significativo chileno había antecedido a 1970, se había puesto a prueba entre 1970 y1973 y fue visto con inseguridad y dolor después de 1973.
Chile ejerció una tremenda influencia democrática hasta 1973 y, aunque el golpe de estado de aquel año entorpeció esa influencia, es importante anotar que la presión interna obligó a Pinochet a dejar el poder después de un plebiscito y que la creación de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, mediante el Decreto Supremo No. 355 del 24 de abril de 1990, fue también resultado de la necesidad democrática interna chilena. Chile, se podría decir, abrió la caja de Pandora en que venían los monstruos más feos de la Guerra Fría, pero también fue un país en que esos monstruos pudieron ser redefinidos gracias a las acciones populares. La impunidad, empero, no siempre se pudo superar.
Es cierto, también, que desde finales de la década de 1970 Chile se convirtió en un modelo de reforma neoliberal radical con el que se congratulaban los organismos financieros internacionales y los tanques de pensamiento conservadores. Había que imitar a Chile, era la fórmula que se regaba por todas partes a donde acudían personeros del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La reforma emprendida por los “Chicago Boys” en este país fue la que se recomendó en todas partes: disminuir programas sociales, aplicar reformas tributarias regresivas, crear nuevas fórmulas de medición de la pobreza, realizar reformas educativas que entendieran a las escuelas como empresas privadas en competencia, reformar el sistema de salud para rebajar la inversión estatal y emprender la privatización de los sistemas de pensiones. Si se revisa la documentación generada por las reformas estructurales desde México hasta Argentina a mediados de la década de 1980 y durante el final del siglo XX, no hay duda del papel central que tuvo Chile y sus economistas conservadores en la imposición de esas políticas neoliberales.
Asimismo, a principios de este siglo la izquierda chilena era presentada por analistas políticos fuera de Chile como una izquierda modelo que había renunciado a toda pretensión revolucionaria y con la que se podía pactar. Adelantando el reloj de la historia, la elección de Sebastián Piñera en Chile en 2010 cambió el panorama política por el que iba América Latina e inauguró el cambio del dominio de izquierda a derecha en el continente. Otra vez, entonces, Chile era el taller de donde salían los modelos, los discursos y las experiencias que luego legitimaban procesos similares en el continente.
Por eso es tan importante para el mundo fuera de Chile, este proceso que se vive hoy en ese país, porque las movilizaciones que comenzaron en octubre de 2019 y el incendio social al que llevaron, luego contagiaron otros espacios, hasta convertirse en un enjambre volcánico en explosión en todo el continente. Con las movilizaciones chilenas se produjo una esperanza compartida de que otro mundo era posible. Por causas diversas, hubo movimientos sociales en Ecuador, Argentina, Puerto Rico y Bolivia. Esos movimientos fueron liderados por jóvenes, pero también tuvieron contenido de clase y emprendieron reivindicaciones de género y étnicas. El canto “El Estado opresor es un macho violador” se volvió el himno global de la revolución chilena. En Colombia, a partir del 21 de noviembre de 2019, comenzaron las movilizaciones contra una serie de reformas económicas y contra la corrupción; hubo paros, cacerolazos y marchas en Bogotá todos los días hasta finales de enero del 2020. Otras partes del país se encendieron, como Medellín, y la lucha era activa en las calles. En Costa Rica, jóvenes estudiantes de secundaria y universidad tomaron las calles e interrumpieron el tránsito y luego se refugiaron en algunas partes de los campus universitarios como signo de protesta. Su ejemplo para actuar era la desobediencia chilena. Así nos encontró la pandemia por Covid-19 a inicios de 2020.
El proyecto constitucional chileno hoy vuelve a actualizar la imagen de este país como taller en América Latina. La discusión que despierta este proyecto, la composición de la Convención Constituyente que lo escribió y los conceptos que expone son una especie de síntesis de las luchas del pasado con las del presente; es decir, este proyecto y su producción han sido, quizás a nivel mundial, el primer intento de enfrentar a los siglos XIX y XX con el siglo XXI en sus visiones de mundo, sus identidades, sus nociones de lo político y otros conceptos más. Es cierto que múltiples veces se han producido nuevas constituciones en América Latina desde el siglo XIX, pero esto que ocurre en Chile es un hito, porque supera la simple actualización o los acuerdos de cambios consensuados de grupos ganadores de un proceso político; se trata de una revolución en el acto de repensar el estado y sus instituciones, pero también la cultura, el lenguaje, la organización social, las visiones sobre las minorías étnicas, la concepción de la infancia, las necesidades de quienes tienen algún impedimento físico, la paridad real de género, la valoración plural del concepto de lengua oficial y la concepción de la relación entre la humanidad y la naturaleza.
En este sentido, no es extraño el “miedo al cambio” con que algunos grupos observan este proceso de producción de un nuevo pacto político-social. Pero, visto desde fuera, al mirar la historia chilena, más bien el ejemplo de abanderado es lo que ha colocado a Chile en el contexto continental. Pero el “Apruebo” debería ganar; si gana el rechazo, no solo será algo impactante para Chile, sino a nivel continental, pues derrumbaría uno de los bastiones más importantes para la esperanza global.
Mirar a Chile en estos momentos implica la sensación de que hay una alternativa a la sociedad capitalista global y a esa época cargada de egoísmo, desigualdades, sobreexplotación, abuso del espacio, consumo, desinterés por el ambiente y producción de basura que representa. Y eso es así, porque en estos tiempos una parte de las solidaridades e identidades que ocurren en Chile se esculpen en la resistencia a ese modelo de vida y consumo. Chile ha dejado claro que el capitalismo salvaje neoliberal es inaceptable. Estamos aquí, contemplando esta revolución política chilena, porque nos abre una nueva perspectiva de mejores futuros; como lo ha señalado el intelectual Simon Springer: “La fragmentación y la individualización le hacen el juego a la modalidad neoliberal, y, por lo tanto, si queremos tener éxito para destronar esta visión del mundo debemos intentar unirnos”. Justamente, a eso es a lo que han aspirado los chilenos que trajeron el país hasta este momento de votar por una nueva constitución. Ese es el peso de la Historia que tienen en sus hombros.
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