“En el colegio siempre soñé con ser estudiante de la UCR y, una vez que entré, me di cuenta que era una gran universidad. No lo digo yo, lo dicen los rankings internacionales. Por eso, para mí, es un honor increíble formar parte de esta Universidad que está entre las mejores del mundo”.
Así lo manifestó con orgullo la Dra. Mariana Vílchez León, médica oriunda de Coronado quien, con tan solo 29 años, ya es reconocida por su sobresaliente desempeño académico en la especialidad de Pediatría de la Universidad de Costa Rica (UCR). Su logro es destacable.
A pesar de los desafíos de la pandemia, y de estar en la primera línea de atención, la Dra. Vílchez logró sostener un promedio superior al estándar y ser una de las más altas de su generación, confirma el Posgrado en Especialidades Médicas de la UCR.
Ahora, a tan solo tres meses de concluir su formación, su objetivo es claro: “el médico está para servir. Estoy lista para hacerlo y dejar una huella donde sea que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) me envíe a ser pediatra”, dijo Mariana. En efecto. Sus conocimientos y pasión por la medicina pronto beneficiarán la vida de las familias que, en la Caja, ponen todas sus esperanzas para que sus niños y niñas recobren la salud.
“El camino de la especialidad está llena de altos y bajos turbulentos y, a veces, hay que recordar la motivación. Pero, si algo tengo, es un cariño enorme a la UCR. Se puede decir que yo prácticamente crecí en las calles de la UCR. En el campus jugaba y andaba en bicicleta los sábados y los domingos mientras mi madre (contadora pública, funcionaria de la Universidad y mi gran ejemplo profesional) concluía los cierres contables que debía entregar. Desde ahí me preguntaba: ¿alguna vez podré estudiar acá?”, recordó la Dra. Vílchez.
La respuesta fue sí. El sueño se cumplió y Mariana entró a una universidad que, básicamente, la “vio crecer”. Así, en el 2010 inició su carrera de Medicina de la UCR y, en el 2019, ingresó al posgrado de Especialidades Médicas. En ambas ocasiones obtuvo calificaciones tan destacadas que no permiten dejar un espacio para la duda: Mariana es una médica excepcional.
Justo por esa razón, esta joven logró hacer rotaciones en dos de los hospitales más prestigiosos de los Estados Unidos después de concluir la carrera de Medicina General. Uno fue en el Brigham and Women's Hospital, en Boston. Ahí estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal por un mes. Posteriormente fue al Massachusetts General Hospital, donde rotó en el área de Gastroentrología Pediátrica.
Al volver a la UCR, y en el último año de su especialidad, alcanzó el cargo de jefa de residentes, una posición que solo tienen los estudiantes de último año con el mejor grado académico y amplias habilidades de liderazgo.
“Mariana es simplemente espectacular y por eso ella tiene ese honor de ser jefe de residentes. Esta posición dentro del gremio médico es muy importante. No solamente en Costa Rica, sino que a nivel internacional representa la persona que lleva la batuta de un grupo de médicos. Por eso, siempre se escoge a la persona con excelentes cualidades académicas, comprometida y que sepa trabajar en equipo”, expresó la Dra. Lydiana Ávila de Benedictis, directora del Posgrado en Especialidades Medicas de la UCR.
Sin embargo, su destacado desempeño no es su cualidad más admirable. Mariana es, en su totalidad, resultado de la educación pública costarricense. Su enseñanza primaria y estudios secundarios los realizó en el Conservatorio de Castella donde, desde el arte y la actuación, afianzó la constancia, la perseverancia y la resiliencia.
Esos aprendizajes ahora los pone en escena cada vez que atiende a un paciente. El arte le ayudó a desarrollar una empatía cautivadora que, desde las palabras de la Dra. Ávila, se evidencia en la gran calidez humana que Mariana muestra cada vez que tiene la vida de un niño en sus manos. La entrega y dedicación es su principal carta de presentación.
“La calidad humana de Mariana es impresionante. Ella tiene un carisma increíble a la hora de darles a los pacientes y a las familias alguna noticia, así como una empatía que, algunas veces, es difícil de encontrar en los médicos. Cuando ella habla con los papás, y hasta con los niños grandes, les genera algo maravilloso y es paz”, sostuvo la Dra. Ávila. En todo este proceso la CCSS ha sido un cómplice clave.
“Orgullosamente, hoy puedo decir que soy 100 % UCR. Pero, si hablamos de instituciones valiosas para el país, debemos mencionar la Caja, creada en los años de 1940 y responsable de que un país en vías de desarrollo tenga índices de salud de primer mundo, así como uno de los mejores sistemas de salud de América Latina. Como costarricenses, esto también es motivo de orgullo”, enfatizó Mariana.
La voz de la Dra. Vílchez emite una firmeza indiscutible que solo un médico rigurosamente preparado y con la habilidad científica suficiente es capaz de sostener. A tan poco tiempo de concluir el apasionante camino de la residencia, la Dra. Vílchez brindó unos minutos de su tiempo para relatar los desafíos que afronta un médico e, incluso, el reto de ver a un familiar fallecer en la cama de un hospital.
De igual forma, habló sobre las satisfacciones y motivaciones para brindar, en todo momento, un abordaje de excelencia que proteja a una de las poblaciones más frágiles y valiosas del país: los niños y las niñas.
―Dra. Vílchez, vos desde pequeña ya estábas en los espacios de la UCR y luego tu adolescencia estuvo llena de arte. ¿En qué momento decidiste ser médica y por qué?
―Dra. Mariana Vílchez León (MVL): “Por cuestiones circunstanciales de la vida. Mi formación, y que todavía traigo conmigo aunque ya ha pasado tiempo, fue en el Conservatorio de Castella, una institución pública abocada a las artes.
Desde ahí yo creo que sale un poquito de esta fibra sensible que traigo. ¿En qué momento Medicina empezó a hacer una opción? No sé, solo sé que conforme iba creciendo yo tenía como misión llevar mensajes. Eso era lo que tenía en mente cuando llegó el momento de elegir qué iba a estudiar. Entonces, mis opciones eran Medicina o Teatro. En las dos veía oportunidades porque me gradué de Teatro en el colegio.
Entonces, yo decía: ‘Medicina y Teatro son profesiones en las que uno puede llevar mensajes muy directos, ya sea en un escenario o como un médico’. De ahí empecé a tener una mentalidad cada vez más clara y me dije: estoy segura que quiero llevar un mensaje y, si es desde la Medicina, deseo que sea al brindar la mejor atención al paciente, de la misma manera que a mí me gustaría tener”.
―¿Y hubo alguien que influyera en esa decisión?
―MVL: “Mi madre. Tuve la dicha de contar con una mamá que me apoyó demasiado y que es sumamente trabajadora, con más de 30 años de trabajar para la UCR.
Por eso, yo crecí en la UCR. Literalmente en estas calles, andando en bicicleta, en picnics y esperando a que mi mamá saliera del trabajo. Cuando llegó el momento de decidir la carrera, mi mamá me dijo: ‘elija aquello para lo que usted sienta ilusión de despertarse todos los días y, si en algún momento usted se da cuenta de que eso no es lo suyo, se cambia y punto. Al final es usted la que se va a levantar a hacer aquello que elija’.
Y, bueno, me animé a tomar el camino desconocido: la Medicina, porque la parte de Teatro ya la conocía”.
―Entonces, ¿entrar a Medicina fue un sueño cumplido para vos?
―MVL: “Totalmente. Tener la dicha de entrar a Medicina y, a la UCR, fue un gran orgullo. La UCR representa para mí el lugar donde crecí, no es broma. Por eso, para mí fue una gran alegría.
Y bueno, ¡claro que el camino no ha sido fácil! Yo no traía todo el conocimiento que tal vez otros compañeros formados en colegios científicos o colegios privados tenían. Así que me tuve que esforzar el doble y hasta el triple para completar mi carrera pero, sin duda, a la U la amo y la adoro completamente”.
―¿Y cuándo y por qué tomás la decisión de estudiar Pediatría? Estamos hablando que vos escogiste esa especialidad de las 57 que brinda el Programa en Especialidades Médicas de la UCR.
―MVL: “La escogí en el camino. Cuando estudiaba Medicina General empezó a surgir la pregunta: ¿quiero quedarme como médico general o hacer una especialidad?
Al terminar mi carrera empecé a reflexionar y logré identificar que tenía mucha afinidad para trabajar con la población pediátrica. El trabajar con niños, en equipo con las familias, es todo un reto que me encanta. No es solo lidiar con la relación médico-paciente, sino médico-paciente-famila.
Además, elegí Pediatría por la labor de investigador que se debe hacer. Un pacientito, un niño, no siempre puede decir qué siente, qué le duele o cuándo empezó. Uno depende de la familia. Así, el pediatra empieza a recibir información, a integrarla, a ver la historia clínica del paciente y, de esa forma, llegar a un diagnóstico que lleve al tratamiento idóneo para ese paciente. Esa tarea capturó poderosamente mi atención.
Con la decisión tomada, apliqué a Pediatría y, gracias a Dios aquí estoy, a casi a tres meses de terminar la especialidad. Hoy, más que nunca, estoy segura que este era el camino que debía tomar”.
―¿Y qué ha sido lo más duro o desafiante durante tu especialidad médica? ¿Hay algún caso que te marcara de forma particular?
―MVL: “Se me vienen muchos casos a la mente. Pero, tal vez, los más fuertes son los pacientes críticos. Lo que uno ve en la Unidad de Cuidados Intensivos marca mucho porque, al final, no es el ciclo normal de la vida. Los niños no deberían estar al borde de la muerte y eso impacta bastante.
Adicional a esos casos, hubo un pequeñito en particular del área de hemato-oncología (cáncer en la sangre). Fue impresionante ver lo guerrero que fue y lo valiente para afrontar un diagnóstico que muchas veces no entendía. A este pequeñito lo vi pasar por todo su tratamiento, con todos los cambios físicos que esto implica, y verlo mejorar.
Ahí confirmé, una vez más, la belleza de Pediatría y de trabajar con los niños, lo resilientes que son y la capacidad de plasticidad que tienen para regenerar y salir adelante a pesar de las adversidades. Entonces, son muchos casos pero, si hay uno que verdaderamente me cambió la forma de ver la medicina, fue observar a mi papito enfermo morir en la cama de un hospital”.
―¿De qué manera ver a tu papá en esa condición transformó tu perspectiva sobre la medicina?
―MVL: “Yo vi a mi papito fallecer en la cama de un hospital cuando cursaba el tercer año de la carrera de Medicina. Hoy, le puedo decir que fue una de las experiencias más enriquecedoras y la que más me ha hecho cambiar la visión que tenía de la profesión. ¿En qué sentido? En que viví esa necesidad que tiene uno como familiar, al otro lado de la cama del paciente, y no solo como médico.
También, la necesidad que tiene alguien que medio entiende qué pasa, porque yo ya estaba en mi proceso de formación. Uno, simbólicamente, deja de lado la gabacha cuando se trata de un familiar. Esto alimentó mi sensibilidad de trabajar en equipo con las familias y, especialmente, con los niños al momento de dar un diagnóstico de terminalidad que rompe el ciclo normal de la vida”.
―Con esa experiencia tan fuerte, cómo definís ahora, en este momento, lo que significa ser médico.
―MVL: “Para mí ser médico significa ser luz. Un médico debe tener la capacidad de aportar algo más que solo las circunstancias del diagnóstico o de la dolencia que el paciente traiga. La persona está viviendo un momento de vulnerabilidad y eso hay que tomarlo en cuenta. Ya sea, en aportar con el buen trato, con mucho estudio o intentando ser el mejor profesional que uno pueda dentro de sus capacidades para brindar un poquito de luz en un momento de oscuridad y de dolor. Para mí, eso es lo define a un médico de excelencia”.
―¿Y a un pediatra? ¿Hay algún elemento en particular?
―MVL: “La humildad. Y no, no me refiero a no alardear de las capacidades, sino a reconocer cuando uno ocupa ayuda y acompañarse de otra persona que tiene alguna habilidad o experiencia extra que uno necesita. Hay que ser humildes y reconocer que, por el momento, uno no cuenta con ciertos conocimientos porque se está formando. Por lo tanto, está bien pedir ayuda y siempre ser conscientes de que el trabajo en equipo es vital.
También, ser un médico capaz de trabajar con la familia, comunicarse asertivamente, así como ser minucioso, observador en los detalles y sensible. Uno debe construir la historia clínica y, para lograrlo, se requiere conectar con los pacientes. Hasta en los más grandecidos hay que encontrar la mejor manera para que hablen y digan qué les pasa”.
―Dra. Vílchez, ahora que estás tan cerca de terminar la especialidad, ¿cuál es el recuerdo o experiencia más memorable del posgrado cuando ves hacia atrás?
―MVL: “La hermandad. Lo más lindo, y lo mejor, es la hermandad que uno forma con los compañeros de residencia que, al final, terminan siendo los colegas y parte de una red profesional que están ahí, a un llamado, cuando se necesita pedir ayuda y trabajar en equipo. Esto es importantísimo.
El programa Pediatría tiene la particularidad de ser muy compacto y es una de las pocas residencias que dura tres años. Es un camino intenso y tenemos que adquirir el conocimiento y las habilidades necesarias para dejar la huella a donde sea que nos envíen a ser pediatras.
Entonces, es un camino con altos y bajos turbulentos, donde a veces hay que recordarse la motivación y el porqué uno está haciendo lo que está haciendo. Por eso, el compañerismo que hay a nivel de la residencia es importantísimo. Siempre hay muchísimo que aprender”.
―¿Qué consejos les daría a las nuevas generaciones que vienen en camino?
―MVL: “Primero, que traten de ser el médico que les gustaría que atienda a sus seres queridos o a ellos mismos. Segundo, que sean humildes para aceptar cuando una situación se sale de las capacidades y que se necesita a alguien más. Es una oportunidad de crecimiento, no una debilidad. Como punto número tres es que aprovechen cada paciente y oportunidad para aprender, así sea la patología más sencilla o que estén cansados. Este es el momento.
Como cuarto consejo, que siempre mantengan relaciones cordiales y profesionales con todas las personas del hospital. Hay un dicho que dice que enfermería mueve el mundo. Pero no solo enfermería, sino también los técnicos, los asistentes de cocina, los microbiólogos y muchos otros profesionales. Siempre será más fácil trabajar en equipo y un saludo cordial puede hacer una gran diferencia.
Finalmente, cuando la motivación esté en lo más bajo, les aconsejo que recuerden los motivos por los cuales escogieron su especialidad y todo lo que hicieron para llegar donde están. Es la hora de dejar en alto el nombre de la Universidad de Costa Rica y de la Caja Costarricense del Seguro Social en donde sea que estén”.
―Y ahora, ¿qué se viene para la Dra. Vílchez? ¿Ya estás pensando en alguna subespecialidad?
―MVL: “La pregunta del millón. Uno en Medicina nunca deja de estudiar y esto se vuelve un estilo de vida. Aunque yo entré a la universidad en el 2010 a estudiar Medicina, y desde entonces no he parado, sí hay una fibra que me mueve a seguir una subespecialidad. En este caso, me llama muchísimo la atención Infectología Pediátrica, porque integra la Pediatría General y está aplicado al conocimiento en infecciones. Es todo ese mundo microscópico lleno de agentes virales, bacterianos, hongos, entre otros, cuyo conocimiento uno puede aplicarlo y beneficiar a los pacientes.
Luego, Infectología Pediátrica es un campo creciente y dinámico. Esto lo vimos con el COVID-19. Siempre hay algo más que saber, siempre hay agentes por descubrir y te ofrece una gran oportunidad para investigar. El investigar es una tarea fundamental durante el ejercicio médico, y que le permite a uno dejar la huellita; es decir, aportando algo al conocimiento general en medicina. Hay muchísimo campo para eso”.
―Ahora que mencionás la huella, ¿qué tipo de legado te gustaría dejar?
―MVL: “Luz. Me gustaría dejar un poquito de luz en el momento de oscuridad que esté viviendo el paciente, esa es mi prioridad. También, como lo decía antes, llevar mensajes. En este caso, el mensaje para mí es ponerme al servicio e intentar ser la mejor profesional posible para el paciente que tengo al frente”.
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