Quien diga que solo en las bodas y en los funerales se encuentra a viejos compañeros, amistades de la infancia y familiares lejanos, nunca ha ido a una marcha universitaria. Es más, cuando se moviliza el estudiantado y el personal de las universidades estatales a defender el presupuesto que les corresponde por Constitución, también se puede ver entre la multitud a “compas” de otros tiempos, colegas que la memoria había guardado en un rincón y, por supuesto, el rostro un poco más avejentado de profesores ya pensionados que siempre inspiraron a sus estudiantes con su conocimiento y los nutrieron con la utopía de un mundo mejor por medio de una educación superior de calidad.
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Toparse con viejos amigos siempre es agradable. “¿Cómo te ha ido? ¿Qué ha sido de tu vida? ¡Tres hijos!, pero ¿en qué momento? ¿Siempre estás trabajando allá? ¡No digás!, ¿cuándo murió?”. En cuestión de cinco minutos logramos actualizarnos sobre la vida y milagros de aquellos antiguos compañeros de camino que, por alguna razón, no los tenemos como amigos en las redes sociales. Estos encuentros fugaces suelen terminar con la típica frase que nunca se cumple: “tenemos que tomarnos un café un día de estos”.
En las marchas universitarias no solo nos topamos con aquellos que estuvieron cerca y ahora están lejos; también podemos ver músicos, literatos, actores, deportistas y científicos a quienes hemos conocido solo por medio de sus publicaciones, producciones y desempeño artístico o deportivo. Ver su presencia ahí nos habla de su origen, de las oportunidades que les dio la educación pública y de su convencimiento por el modelo de desarrollo que adoptó el país desde finales del siglo XIX, cuando declaró la educación gratuita y obligatoria y, posteriormente, cuando se creó un sistema de educación superior estatal, autónomo y libre para soñar y construir la Costa Rica del futuro.
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Pero las mejores caras que podemos encontrar en estos recorridos son las de miles de estudiantes repletos de anhelos y aspiraciones, muchos de ellos provenientes de lugares que solo conocemos gracias a los mapas, y de familias henchidas de orgullo por tener a un hijo o a una hija en la universidad. En los ojos de estos estudiantes se vislumbra esperanza, vida y deseos ardientes de contribuir a sus comunidades a partir de todas las habilidades, conocimientos y destrezas que van adquiriendo en las aulas, laboratorios, bibliotecas y prácticas de campo.
Fue ese estudiantado el que se forró de bloqueador solar, se armó con instrumentos musicales, pancartas, banderas y consignas, y se lanzó a las calles para protestar contra el recorte presupuestario que el Gobierno de la República pretendía hacerles a las universidades estatales. Y el encuentro fue más allá y alcanzó diversos géneros musicales: la electrocumbia que amenizó el ambiente del pretil de la UCR antes de iniciar la caminata se mezcló con notas folclóricas en las inmediaciones de la Fuente de la Hispanidad, punto en el que se encontraron las delegaciones de las cinco universidades estatales. Posteriormente, una comparsa de la UNA le metió candela a un entusiasta grupo de baile a la entrada de Zapote, mientras que las tumbacocos amplificaban cantos tradicionales de las luchas sociales. Y, claro está, en la tarima frente a la Casa Presidencial varios músicos formados en las U públicas deleitaron a la audiencia con composiciones nacionales.
El reencuentro con viejas amistades puede ser lindo. El reencuentro con personalidades destacadas en distintos ámbitos puede ser provechoso. El reencuentro con música variada puede ser motivo de alegría. Pero el reencuentro con los sueños que alberga la juventud estudiantil es necesario. El reencuentro con la lucha por una sociedad más justa y equitativa es imperioso. Y el reencuentro como país es urgente.
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