Varias medidas tomadas por la Administración Chaves Robles en las últimas semanas tienen un aire tácito de revancha. Parte central de la narrativa de Chaves, ya desde el período de campaña, es que había llegado el tiempo de relevar a los que no habían dado la talla en los últimos treinta años; había llegado el tiempo de reemplazar a los culpables de las inoperancias del pasado.
Como discurso de campaña se trata de una estrategia efectiva, pues este tipo de argucia retórica no solo mete a todos los enemigos políticos en un mismo saco, sino que además los diferencia del enunciatario, quien se presenta como el Mesías llamado a enmendar los desastres de quienes lo precedieron. Se trata de un discurso agitador, pero que bien se podía atribuir a los furores desatados por toda coyuntura electoral. Se trata también, claro está, de un discurso esperable en virtud de sus altas posibilidades de éxito a la hora de movilizar descontentos en las urnas y de su capacidad de explicar cualquier cosa que no funcione reduciendo la complejidad de lo político a una cuestión de voluntad.
Lo que resulta sorprendente (¿lo resulta?) es que, transcurridas ya algunas semanas desde el comienzo de la nueva Administración, ese discurso de la revancha no solo no se haya matizado, sino que haya aumentado sus decibeles. El mensaje a la ciudadanía y a la clase política es que no se dejará títere con cabeza, sin importar las bondades del títere. Los relevos en puestos, juntas y cargos discrecionales son prerrogativa de cada Administración entrante y es lógico que un nuevo Gobierno se interese en colocar operadores clave en ciertas zonas neurálgicas. La Administración de Chaves, sin embargo, pareciera encadenar destituciones cuyo único denominador común son las viejas facturas que las explican. Es casi como si el revanchismo se elevara a estilo de gestión política.
No cabe duda de que hemos hecho muchas cosas mal en el país durante los últimos treinta años. Tampoco de que hay muchas cosas que podrían y deberían hacerse mejor. Pero es igualmente cierto que funcionarios de las administraciones anteriores han hecho su trabajo de manera esforzada y muchas veces destacada. El reconocimiento a algunos de esos funcionarios por parte de la ciudadanía es prueba suficiente de ello. Carecer de la generosidad política para reconocerlo no solo es señal de mezquindad, sino que implica ponerse la soga al cuello al generarle a la sociedad civil unas expectativas que a la postre resultan incumplibles. Por lo demás, desechar el conocimiento que muchos de esos actores políticos tienen de las instituciones en las cuales han trabajado, en algunos casos por décadas, pareciera reflejar una voluntad de botar al niño junto al agua sucia.
Para decirlo con pocas letras: si no por un criterio ético, al menos por un asunto de estrategia de cara al futuro, lo mejor para el actual Gobierno sería dejar de escupir hacia arriba, pues llegará el momento en que seguir atribuyendo el estado actual de las cosas a lo mal que lo hicieron los Gobiernos pasados dejará de ser un discurso creíble. En suma, si bien el revanchismo funcionó como estrategia electoral, habría que recordarle al Gobierno que ha pasado ya suficiente agua debajo del puente de las votaciones.
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