“Nací el 18 de julio, sietemesino, pesaba tres libras y con un hermano gemelo. Recién nacidos ya estábamos en el campo de concentración en Costa Rica. De aquí nos mandan a Estados Unidos a otro campo de concentración y, en un intercambio de prisioneros civiles, nos mandan luego a Alemania. Llegamos ahí cuando estaba terminando la Segunda Guerra Mundial”.
De esa forma el Dr. Karl Schosinsky Nevermann, emblemático científico costarricense y profesor emérito de la Facultad de Microbiología de la Universidad de Costa Rica (UCR), recordó sus inicios en este diminuto país que, en 1941, le había declarado la guerra a Alemania durante el conflicto bélico internacional.
Afortunadamente, esa etapa de su vida finalizaría y, desde sus propias palabras, “con nada de llanto y mucho aprendizaje”, para luego regresar a Costa Rica e iniciar una carrera vinculada a la ciencia.
Junto con él, otras dos personalidades prestigiosas, el Dr. José María Gutiérrez Gutiérrez y el Dr. German Sáenz Renauld, también recordaban sus caminos y legados invaluables.
En un mismo auditorio cargado de sencillez, pero de muchas memorias, estos tres hombres fueron homenajeados en una celebración que se lució por el respeto, la admiración, pero, principalmente, el agradecimiento. ¡Más que merecido!
Estas mentes maestras de la ciencia abrieron el camino que hoy disfruta la sociedad costarricense con claras mejoras en diversos ámbitos de la salud: desde estudios revolucionarios que permitieron perfeccionar los diagnósticos en padecimientos como la enfermedad de Wilson ―trastorno hereditario que impide que una persona deseche el exceso de cobre―, liderada por el Dr. Schosinsky, hasta mejoras en los sueros antiofídicos por el Dr. Gutiérrez o, en el caso del Dr. Sáenz, la confirmación de que en Costa Rica existía la drepanocitosis, una alteración en los glóbulos rojos que genera microinfartos y otros síntomas.
Si algo tuvo ese día de honra fue una gran algarabía mezclada con la sabiduría que solo los años, la experiencia y la humildad pueden otorgar. Más allá del auditorio, los fieles testigos eran sus miradas de serenidad y orgullo que provienen, únicamente, de la satisfacción por el deber cumplido al llegar a la edad dorada. Ningún año pasó en vano.
“Este es un acto en realidad sencillo, pero con mucho cariño. Es un acto de sentimiento de una Facultad que podemos llamar una familia. Por lo tanto, es un acto de gratitud y de reconocimiento”, manifestó el Dr. Norman Rojas Campos, decano de la Facultad de Microbiología de la UCR.
“Realmente llena el alma de devoción el estar aquí. Es un honor estar presentes con ustedes, porque cada uno se ha distinguido por sus amplísimas contribuciones a la ciencia, al conocimiento, al país, pero, también, y mucho más importante, se han distinguido por su manera de ser, su amor y su dedicación por la Microbiología, a enseñar y a formar”, agregó la Dra. María Laura Arias Echandi, vicerrectora de Investigación de la UCR.
Recorridos tan amplios no podían ser resumidos en unos pocos párrafos. Por eso, en la siguiente entrega, les presentamos los principales eventos de vida y los logros académicos que estos científicos recordaron durante su homenaje.
Dr. Karl Schosinsky Neverman Dr. José María Gutiérrez Gutiérrez
Dr. German Saénz Renauld
Sin titubear en ningún momento y con una admirable lucidez mental a pocos días de cumplir 80 años, el Dr. Schosinsky llevó a la audiencia a un viaje histórico poco, o nada, recordado: la Segunda Guerra Mundial y el campo de concentración que tenía Costa Rica.
¿Quién recordaría ese pasado? Solo alguien que lo vivió de cerca, fue enviado a Alemania y, luego, decidió volver a Costa Rica para generar una nueva historia.
“Mi mamá, en Alemania, recogía colillas de cigarro que dejaban los soldados norteamericanos para vender el tabaco en el mercado negro, poder recibir un poquito de dinero y alimentarnos. Mi papá también estaba presente, pero la madre, que realmente se dedica a cuidarlo a uno, es otra cosa”, afirmó Schosinsky.
Al regresar a Costa Rica, la Facultad de Microbiología de la UCR sería su nueva casa, y la carrera —que en principio duraría cinco años— se convirtió en siete.
“Al principio me fue pésimo. Pero, luego, un profesor, ‘‘Paco’’ Chávez, de Química Orgánica, dijo: “Quiero felicitar a un estudiante. Me duele que no sea de Química porque obtuvo un 90 en el examen parcial. Póngase de pie Karl Schosinsky y aplaudan todos”. Él logró que fuera un buen estudiante, porque no quería fallarle a él ni a mí”, memoró el científico.
Después de ese día, Schosinsky llegó a convertirse en uno de los mejores estudiantes, a ser responsable y jamás claudicar, inspirado por “Paco” Chávez y el Dr. Rodrigo Zeledón, microbiólogo. Este último lo motivó a lograr en Estados Unidos, en la Universidad de Louisiana, su doctorado en Química Clínica, que alcanzó después de cuatro años. Así, según menciona, se convirtió en el primer estudiante tico en alcanzar el título en esa área.
“El Dr. Karl Schosinsky entró a laborar a esta Facultad desde el año de 1969 y obtuvo la categoría de profesor catedrático en 1974. Su trabajo en el Departamento de Análisis Clínicos ha sido fundamental. Él es un forjador y un pionero de métodos, de sistemas de trabajo y de diagnóstico. Hasta la fecha, sus modificaciones y adaptaciones se siguen usando, son viables y referentes a nivel internacional en diferentes padecimientos”, contó el Dr. Norman Rojas.
Los aportes de Schosinsky impactaron a Costa Rica y al mundo en aproximadamente 75 contribuciones basadas en estudios científicos. No obstante, él considera cinco como las más relevantes.
La primera fue en la enfermedad de Wilson, al proponer usar una técnica que él había desarrollado en Estados Unidos basada en identificar ceruloplasmina ―proteína en el hígado que almacena y transporta el cobre―.
Antes de la técnica de Schosinsky, Costa Rica y el mundo solo reportaba cerca de cinco casos de la enfermedad de Wilson por cada millón de habitantes y el diagnóstico se hacía mediante electrofloresis, comentó. Con la ceruloplasmina se encontró que en Costa Rica no había cinco, sino 61 casos.
Eso revolucionó la detección de la enfermedad de manera importante. Científicos de Estados Unidos y otros países usaron la técnica y demostraron que funcionaba muy bien. “Después de este trabajo se reportaban entre 30 a 40 casos de la enfermedad de Wilson en el mundo. Costa Rica era el país con el mayor número casos de la enfermedad, no porque tuviera más, sino porque era donde mejor se había estudiado”, relató Schosinsky.
Posteriormente, impulsó el diagnóstico en saliva de la Helicobacter pylori ―la principal bacteria causante del cáncer gástrico―. Esto abrió las puertas para que otros científicos desarrollaran pruebas adicionales, como las que hoy el país usa con el objetivo de determinar ese mismo microorganismo en aliento.
Otro aporte sustancial estuvo vinculado en un análisis capaz de evaluar el grado de preparación pulmonar del feto antes de nacer (madurez pulmonar fetal). Conocer este dato es vital para saber si los pulmones del bebé se están expandiendo o colapsando. Aquí, Schosinsky impulsó un análisis en el cual utilizó veneno de serpiente para hacer la determinación.
También, ideó una técnica enfocada en cuantificar el cloruro en suero de pacientes internados. El cloruro ayuda, principalmente, a conservar el equilibrio de líquidos en el cuerpo, y Schosinsky logró hacer la cuantificación de una manera más ágil que los métodos tradicionales de la época. Finalmente, efectuó una investigación con el Dr. Manuel Jiménez Díaz relacionada con las colinesterasas ―unas enzimas―, que ayudó a precisar plaguicidas en seres humanos y plantas.
El Dr. Schosinsky, en el medio, junto con el Dr. Gutiérrez, a su izquierda, y el Dr. Sáenz, a su derecha. Foto: Anel Kenjekeeva.
El Dr. Schosinsky recibe su reconocimiento de las manos del Dr. Rojas y la Dra. Arias. Foto: Anel Kenjekeeva.
Un apasionado de la hematología, la docencia y la investigación. Así es el Dr. German Sáenz Renauld, un pionero del estudio de la sangre que logró encontrar por qué, en la década de los sesenta, algunas personas de Guanacaste y Limón sufrían microinfartos de manera constante.
La razón se ocultaba en sus glóbulos rojos y tenía un nombre: drepanocitosis, un trastorno que entorpece la circulación, deteriora la oxigenación sanguínea y, en poco tiempo, provoca en la víctima serios cuadros de dolor, frecuentes infecciones bacterianas y un mayor riesgo de desarrollar necrosis ―degeneración de los tejidos―.
Con la ayuda de otros científicos, el Dr. Sáenz comprobó que en Costa Rica existían dos de las hemoglobinas anormales causantes de la enfermedad: la drepanocítica S y la mediada por la hemoglobina C. Ambas anomalías estaban posicionadas en su época como las más frecuentes y perjudiciales del mundo.
“En 1960 se creó la única Cátedra de Hematología del país y fue en la UCR. En ese momento nos enteramos de que las hemoglobinas anormales, trastornos hereditarios que comprometen el funcionamiento de la sangre, tenían su presencia en el país. Ahondamos un poco más en esa materia con una gran sorpresa: si había un problema serio a nivel nacional que no había sido tomado en cuenta, porque era una condición que experimentaban los de menos recursos económicos. Las personas afrodescendientes eran las más perjudicadas”, expuso el Dr. Sáenz, en una entrevista dada el 29 de octubre del 2018.
Así es como este percusor de la ciencia, y fundador del único Centro de Investigación en Hematología y Trastornos Afines del país (Cihata-UCR), se enrumbó en un camino lleno de estudios científicos y docencia que llevó a otros importantes hallazgos: la talasemia. Si bien esta ya se conocían en el mundo, su presencia en el país era incierta.
“Así como encontramos hemoglobinas anormales que generan la enfermedad, como la S y la C, también en los blancos está la talasemia que, cuando se heredan dosis dobles, es muy grave. La persona requiere transfusiones desde que nace”, dijo Sáenz en un reportaje elaborado por la UCR el 18 de octubre del 2018.
La talasemia se caracteriza por destruir los glóbulos rojos y generar anemia. Sus efectos se evidencian desde los primeros años de vida, cuando los menores tardan en crecer, llegan más tarde a la pubertad y el riesgo de insuficiencia cardíaca aumenta exponencialmente.
“Los aportes del doctor Germán Sáenz en el campo de la microbiología y de la hematología son muy importantes para todos los laboratorios del país, puesto que dio las bases del estudio y del diagnóstico hematológico que se tiene actualmente. Prueba de ello son sus libros y ediciones revisadas que, a lo largo de los años, 2 600 microbiólogos de este país hemos usado en nuestros cursos y vida profesional”, rescató el Dr. Norman Rojas.
“Cuando hay un reconocimiento es porque algo hizo. Al igual que los otros dos compañeros, puedo decir que lo que hicimos fue con mucho amor y esfuerzo para que se llegara a cumplir el máximo objetivo de una unidad académica como lo es la Facultad de Microbiología. En el caso mío, y de los otros dos compañeros, estuvimos enamorados de la ciencia y, en mi caso, de la hematología, de la docencia como tal y de la investigación. Quiero agradecerles por ese momento”, compartió Sáenz.
El Dr. Sáenz agradeció el homenaje dado. Foto: Anel Kenjekeeva.
Con más de 500 publicaciones, siete premios y una carrera intachable, el Dr. José María Gutiérrez puede considerarse un baluarte de la ciencia costarricense y un gran maestro de las generaciones que han tenido la dicha de formarse bajo sus enseñanzas.
Su gran conocimiento lo caracteriza pero, si hay un aspecto que lo engrandece aún más, es la humildad, su lucha por la justicia social y el esfuerzo liderado para promover el acceso equitativo a los fondos de financiamiento para la ciencia en general.
“La trayectoria académica del doctor José María Gutiérrez es impresionante, para nadie es un secreto. Quinientas publicaciones no es algo que se hace de la noche a la mañana. Esto, además de las presentaciones en congresos que van desde manuales de trabajo de investigación, hasta libros y folletos de acceso global a todas las personas que necesiten saber algo sobre envenenamiento ofídico, antivenenos y, por supuesto, sobre la fisiología y lo que pasa después de una mordedura”, comentó el Dr. Norman Rojas.
El Dr. Gutiérrez, al igual que muchos jóvenes que han pasado por las aulas de la UCR, es producto de un aprendizaje que vino de grandes profesores “estimulantes y extraordinarios”. En efecto. “Chema”, como le dicen sus allegados con cariño, llegó en la década de los setenta a una facultad cuya efervescencia académica y social estaba en su apogeo.
Desde movimientos políticos y sociales contra Alcoa, hasta notables avances científicos cultivados desde años antes por el Dr. Clodomiro Picado Twight y el Dr. Alfonso Trejos Willis, quienes dieron los primeros pasos para que Costa Rica se encaminara hacia la producción de sueros antiofídicos.
“Cuando yo iba a ingresar a la universidad en 1972, me estaba planteando qué estudiar. Tenía una idea de que yo quería, en la medida de lo posible, dedicarme a la investigación científica. Rápidamente, al recabar alguna información de la universidad, me quedó muy claro que la facultad pionera estrella en investigación en ese tiempo a principios de los 70’s era la facultad de Microbiología. De manera que me decidí por ella y me di cuenta que la selección había sido muy correcta”, narró el investigador.
Su amor por la inmunología, que lo movería años después a apasionarse por el estudio del veneno de las serpientes, despertó en agosto de 1975. En ese año el Dr. Gutiérrez llevó el curso de inmunología impartido por el Dr. Roger Bolaños Herrera y el Dr. Luis Cerdas Fallas. No obstante, su interés por esta área se afianzaría al ingresar como asistente de investigación al Instituto Clodomiro Picado (ICP-UCR).
“Fue un sábado cuando un amigo y yo fuimos al Instituto porque hacían unas exhibiciones que presentaban a las serpientes. De casualidad, viendo la exhibición, pasó en el serpentario mi compañero Edgardo Moreno que en ese tiempo era estudiante y estaba a punto de graduarse como microbiólogo. Edgardo y yo éramos amigos porque compartíamos actividades de movimiento estudiantil. A la salida me preguntó si me interesaría trabajar en el Instituto porque él iba a dejar la plaza de asistente. Yo le dije que sí, el Instituto ya tenía un renombre importante”, manifestó el Dr. Gutiérrez.
Con solo 26 años, el Dr. Gutiérrez vio al ICP-UCR como un lugar “fascinante” en donde se desarrollaba investigación de alto nivel, con gran estímulo y de gran proyección a la sociedad. En 1980, tuvo la oportunidad de recibir una plaza y, así, ese mismo año partió a Estados Unidos para estudiar un doctorado en Ciencias Fisiológicas, en la Universidad Estatal de Oklahoma, que concluyó en 1984.
Al volver, muchos sueños se hicieron realidad. Desde proyectar la labor del Instituto a nivel internacional, hasta lograr producir un antiveneno para África subsahariana e incidir en la Organización Mundial de la Salud para que se reconocieran las mordeduras de serpiente como un problema de salud desatendido.
También, ayudó a establecer un conjunto regional de laboratorios en América Latina y que Costa Rica se proyectara aún más a las comunidades con nuevos proyectos de investigación. Lo anterior, para el Dr. Gutiérrez, al inicio parecía solo una utopía y se logró, según dice, no por solo por él, sino por el trabajo colectivo que unía muchas ilusiones y esperanzas.
“Realmente puedo decir, y no con falsa modestia, que lo que haya podido construir con estos más de 40 años de vida institucional se debe, fundamentalmente, a que he participado en grupos colectivos académicos, sociales y políticos muy especiales, con gente muy especial. De ellos y ellas he aprendido muchísimo, me han enriquecido y me han ayudado a lograr las cosas que se han podido lograr”, cerró el científico.
El Dr. Gutiérrez recibe su reconocimiento. Foto: Anel Kenjekeeva.