Mientras muchos biólogos invierten buena parte de su tiempo en un laboratorio para extraer los principios activos de una planta o un vegetal para agregárselos a productos de consumo masivo con la finalidad de mejorar la nutrición de las personas, Julieta Dobles Yzaguirre logra ver más allá de los microscopios y desentraña la naturaleza de tal manera que pone ante los ojos de sus lectores suculentos platillos que alimentan su alma y su esperanza por la vida.
Bióloga de profesión, Dobles aprendió desde muy pequeña a mirar su entorno con gran sensibilidad y a volcar en palabras su perspectiva de las cosas, habilidad heredada de su madre, quien la introdujo al mundo de la poesía con su melodiosa voz e imágenes transformadas en palabras. Aunque su progenitora nunca publicó los poemas que escribió por las limitaciones que tenían las mujeres en la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX, logró consumar sus anhelos con creces por medio de Julieta, quien ya suma 16 poemarios, un libro de divulgación científica y una publicación de relatos familiares próxima a estrenarse.
LEA: Fernando Durán Ayanegui: El hombre que ''hizo química'' con las letras
Una segunda mujer fue clave en la formación de Dobles: Estrella Cartín, su maestra de la adolescencia. Fue ella quien la inspiró y le enseñó a extender las alas que le había dado su madre. Así fue como hizo sus primeros revoloteos poéticos que atesoraba en un pequeño cuadernito. Entre rima y rima, ahí guardaba celosamente sus confesiones amorosas hacia algunos compañeros de colegio. Ese manuscrito desaparecería años después entre las cenizas cuando ingresó al Taller del Círculo de Poetas Costarricenses y sus directores la convencieron de olvidar su forma de escribir para abrazar una nueva forma de expresión, libre de rimas y cadenas.
En ese círculo, Dobles encontró a dos de sus amores. Con uno de ellos estuvo casada por más de tres décadas y procreó a cinco hijos. El otro es su compañero actual, con quien suele intercambiar textos, leer poesía, ejercitar el cerebro con juegos de mesa y mirar el mundo desde la alta ventana de los años, tal y como se titula su último poemario, en el que dedica su segundo capítulo a este amor de madurez. Ambos escritores han visto crecer a Julieta a lo largo de los años y convertirse en una de las más laureadas poetas costarricenses, con un Premio Nacional de Cultura Magón y cinco Premios Nacionales de Literatura Aquileo J. Echeverría, en la categoría de Poesía, entre otras muchas distinciones.
Esta palabra es mía conversó Entre líneas con Julieta Dobles Yzaguirre sobre esta última producción poética, de la cual se desgranan varios temas recurrentes en la poesía de la autora, como es el aprecio por la naturaleza, la importancia de construir una vejez trascendente y el amor de pareja como algo consustancial al ser humano sin importar su edad. A continuación, la entrevista completa:
–¿Por qué es importante entender la vejez como una cumbre y no como un foso?
–Julieta Dobles Yzaguirre: Varios psicólogos y psicoanalistas del siglo XX entendieron que la vejez es una cumbre porque es la acumulación de todas las experiencias vividas. La vejez no significa ni enfermedad ni falta de lucidez, al contrario, es la acumulación de una sabiduría que se ha adquirido a lo largo de muchos años, después de muchas tareas, muchos sufrimientos, muchas alegrías y muchas relaciones distintas. Entonces uno entiende muchas cosas que no entendía cuando estaba joven. Por eso se dice que la juventud es un defecto que se quita con los años. A muchos no les gusta oír eso, pero es la verdad. Cuando yo se lo decía a mis estudiantes se quedaban muy extrañados. Lo que pasa es que ahora la publicidad le da mucha importancia a la juventud porque les venden muchas cosas, cosas que uno después se da cuenta que no necesita. Ahora cuando entro a un centro comercial digo: “¡qué dicha que ya no tengo que comprar esto o lo otro!”.
–¿Qué hay que hacer desde joven para alcanzar la gerotrascendencia?
–JDY: No es un término mío, es de un investigador, pero la gerotrascendencia es importante. Poder llegar a viejo y poder aconsejar a los nietos, aunque casi nadie sigue consejos, pero por lo menos contarles de uno, de la experiencia, leerles historias, leerles cuentos para aficionarlos a la lectura, todas esas cosas. En la vejez se pueden lograr muchas cosas, incluso mucha gente empieza a escribir o a pintar después de que deja de trabajar, en la tercera edad. Yo he tenido en mis talleres de poesía mucha gente mayor que empieza ahí a trabajar su parte creativa. Pero para todo eso lo primero que uno tiene que hacer es tener buena salud. Mucha gente identifica vejez con enfermedad y no es cierto. En la vejez se pagan las consecuencias de la mala alimentación y de los malos hábitos que ha tenido uno en la juventud. Entonces uno tiene que ir dejando ciertos hábitos. Aparte de comer comida chatarra, que eso es terrible porque tiene una cantidad de grasa inexplicable, comer comida sana quiere decir comer de todo un poquitito, yo creo que hay que comer de todo, pero poquitito. Yo no soy vegetariana, pero tampoco soy una gran carnívora, como un poquitito de cada cosa y alterno. Como mucho pescado porque es la mejor carne que se puede comer. Todo eso lo digo en mi libro (Se refiere al libro Envejecer cantando).
Hay que privarse de ciertas cosas conforme uno va envejeciendo. O sea, no se puede comer lo mismo a los 20 que a los 50, ni las mismas cantidades, hay que ir bajando la cantidad. Eso le cuesta mucho entenderlo a la gente, sobre todo a los varones que son más comelones porque tienen un metabolismo más exigente, más alto. Hay que tomar en cuenta todo eso y los suplementos que uno debe ir tomando conforme envejece porque se necesitan más que en la juventud. En la juventud uno tiene más de todo en el cuerpo: más vitaminas, más magnesio, fósforo, todo eso que va disminuyendo en la vejez. Entonces uno tiene que asumir eso porque, de lo contrario, empieza a padecer de males crónicos.
Además, la actitud tiene que ser muy positiva, de alegría, de gozo, de agradecimiento por haber llegado a esa edad sano y lúcido. Y luego la lectura. Yo aprendí a leer muy pequeña, de cinco años, porque tenía mucha curiosidad por leer libros de cuentos. Entonces mamá me enseñó desde la casa con un silabario que estaba empezando y que era la moda: Paco y Lola. Era revolucionario en esa época, hace 70 años, porque el silabario anterior que era el de Porfirio Brenes, que era el que se usaba todavía en las escuelas, silabeaba, iba enseñándote las sílabas, entonces el niño empezaba a leer y cancaneaba así: “Sí-voy-a-ir-a-tal-par-te”. Y eso es terrible. En cambio, Emma Gamboa creó un silabario con palabras enteras. Eso fue una gran revolución en su momento. Ahora le dijeron que tenía que cambiar algunas cosas, como eso de que mamá amasa la masa y papá lee el periódico. Eso ahora ya no va.
Por otra parte, el sentido del humor es importantísimo a toda edad, pero creo que en la vejez todavía más. Uno tiene que reírse de sus propias cosas.
–La sociedad ha ido incorporando poco a poco el tema del envejecimiento activo. ¿Qué nos hace falta por hacer en este sentido?
–JDY: El envejecimiento activo no quiere decir solamente hacer ejercicios. Eso es importante, es otro capítulo de mi libro, todo lo que tiene que ver con mover el cuerpo y mover los músculos y las articulaciones. Pero envejecimiento activo no quiere decir solo esa parte física, que también es importante. Quiere decir involucrarse, interesarse en las cosas que pasan y ahora con los medios digitales y con la televisión es tan fácil estar uno al día y tomar partido, incluso, en muchas cosas de las que antes la gente se privaba de eso, “ya estoy viejo, ya no digo nada”. No, no, al contrario. Uno debe dar su opinión con su criterio y tener amigos y amigas, practicar una vida social activa con las personas que querés o que respetás; no meterse en la casa y quedarse ahí como las señoras de antes, bordando y tejiendo y ya. No, hay que moverse. Hay que moverse intelectual y físicamente.
–¿Cómo hace para ver solo cosas bonitas desde su ventana?
–JDY: Yo tengo una teoría muy personal, no se la puedo imponer a nadie, de que la poesía y, en general, el arte se hizo para disfrutar de la vida, aprender a disfrutar de la vida, aprender a sacarle el jugo a todas estas cosas, a estos momentos que se repiten en la vida, importantes y sabrosos. El sufrimiento se alivia mucho con esta visión de mundo porque se da uno cuenta de que todo es relativo, también la alegría es relativa, pero también el sufrimiento y las cosas se van tranquilizando a lo largo de los años, las crisis se van pasando a lo largo de los años y uno a veces actúa y dice: “mirá, estoy bien” y otras dice “metí la pata, pero voy a arreglarlo para la próxima”. Lo importante es saber que tenemos el día a día, el día de hoy que es el que nos pertenece, el presente, que tenemos que realizar ahí muchas cosas que queremos y que el presente, ya mañana, es pasado y lo que se hizo, se hizo, y lo que no, no; y hay que contar con un nuevo presente.
–¿Por qué es importante hablar del gozo, del amor y de la compasión en este momento que vive el mundo?
–JDY: Yo hice este libro más que pensando en el momento que vive el mundo, en el momento que vivo yo; aunque todo está relacionado. Por ejemplo, este libro se publicó antes de la guerra entre Rusia y Ucrania, sin embargo había otras guerras que a uno le parecen muy lejanas, pero en realidad afectan a millones de seres humanos y uno debería tener esa compasión. Por eso es esa tercera parte de la compasión. En latín se dice cumpanis, el que comparte el pan. O sea, compartir el pan con el otro, compartir las alegrías, compartir los sufrimientos, y con el ser lejano, que también sufre: los emigrantes, los que son víctimas de las guerras, los que se les muere un amor, los que tienen dificultades para comer porque no tienen suficiente en su país o ellos no tienen suficiente en su momento, todo eso debe ser objeto de nuestra solidaridad y de nuestra compasión hasta donde uno pueda. Por eso esa tercera parte. Una vejez sin compasión no ha aprendido nada.
Pero también el gozo, que es el tema de la primera parte. El gozo de la familia, de ver crecer a los nietos, el gozo de tener amigas como tuve yo a Estrellita Cartín, a quien le hice un poema de homenaje y ahora acaba de morir, porque fue mi profesora y me enseñó muchísimas cosas sobre literatura y sobre el mundo también. El gozo de todo eso es importante, lo tenemos que tener presente siempre, ese gozo del presente.
Y la segunda parte, que es el amor, porque a esta edad, hace cinco años, conocí a un escritor, poeta también del grupo de Turrialba, Carlos Enrique Rivera Chacón, y nos hicimos pareja. Entonces, todo ese amor de la vejez, que es un amor solidario y de compañía, es importante. Entonces, los poemas de amor que escribí en ese momento están en esa segunda parte. Es un amor de vejez, para decirlo de la manera como no le gusta a la gente hablar, porque la gente le huye a esa palabra: tercera edad, edad dorada, se hacen muchos eufemismos. Pero es la última etapa de la vida y una etapa muy importante para quienes llegamos sanos a ella, por eso hay que llegar sano.
–A propósito de ese tema, ¿qué piensa de esos eufemismos?
–JDY: Está bien, porque a mucha gente le molesta y hasta le insulta que le digan viejo. Viejo es casi una mala palabra, es un insulto. Cuando uno quiere insultar a alguien le puede decir viejo, aunque tenga veinte años. Se ha vuelto una palabra degradante, es un segundo significado, porque el diccionario lo que tiene es el nombre de la última parte de la vida, la tercera edad, o sea, la etapa de sesenta y cinco para arriba, pero a mucha gente eso le insulta, le ofende. No sé por qué, porque la única forma de llegar a viejo es no morirse, el que se muere no llega a viejo y nadie se quiere morir.
Estos poemas del libro Desde la alta ventana de los años también tienen mucha poesía sobre la naturaleza. Yo soy bióloga de primera carrera y me encanta la naturaleza, por algo estudié Biología. Ahora me solazo con ver las selvas, los árboles, las montañas, el cielo y hablo mucho de eso en ese libro. Por ejemplo, ayer veníamos de Pococí, fui a dar unas charlas a la Academia de Policía, a propósito del Día del Libro, y estuve muy contenta, los muchachos muy respetuosos y muy activos, preguntando sobre literatura, sobre poesía, sobre libros, porque la poesía es para todos, de cualquier profesión, la poesía te alivia los duelos, la poesía te hace identificarte con el dolor del mundo, la poesía te hace identificarte con la belleza del mundo también.
Por eso ese libro tiene muchos poemas sobre la belleza del mundo y ayer veníamos de allá y pasamos por el Parque Nacional Braulio Carrillo, que es una maravilla, estaba medio nublado, pero qué belleza las plantas que hay ahí en la orilla del camino y ni hablar de adentro porque uno no puede entrar, aquellas patas gigantes que les dicen sombrilla de pobre porque con una uno se puede tapar o aquellos helechos que parecen prehistóricos. ¡Es una belleza! Y a mí me encanta eso. Por eso, en el libro está muy marcado el asunto de la naturaleza.
ADEMÁS: La niña que encontró refugio en la palabra para convertirse en una “chica mala”
–Es muy evidente que uno de sus motivos de gozo es la naturaleza que la rodea. ¿Cuánto ha influido su formación en biología en su producción literaria?
–JDY: Mucho. Yo tengo muchos poemas sobre distintos árboles, incluso les pongo el nombre científico por si en otro país tienen otro nombre, porque la mayoría de las plantas tienen nombres distintos en cada país. Ha influido mucho esa admiración mía y saber que dentro de cada ser vivo de estos, vegetales o incluso animales, como nosotros también, hay un complejo funcionamiento, un mecanismo complicadísimo de enzimas, de hormonas, de sustancias primarias en la savia, en la sangre, que ayudan a que la vida se manifieste y a que siga manifestándose a pesar del maltrato que hemos hecho de la naturaleza.
Yo vivo en un lugar donde hay una vista de un cafetal, que es bosque-cafetal, porque es un cafetal viejo que ya está un poco abandonado, pero los árboles han crecido ahí mucho. Entonces hay animalitos, ahí hay zarigüeyas, mapaches, ardillas y unos gatos salvajes, porque han huido de sus casas porque los trataban mal y ahí viven. También hay mucho pájaro, diferentes tipos de pájaro, desde pericos hasta yigüirros y, en las noches, los cuyeos empiezan a cantar a las 6 y 10. ¡Es una belleza! No es un verdadero bosque, como me dice mi hijo, uno que es guía naturalista: “mami, este es un bosque que no es un bosque porque es de segunda o tercera categoría”, pero para mí es mi bosque y muchos de esos poemas los escribí viendo ese paisaje, ese bosque y los cerros de Escazú.
–¿Cómo fue ese paso de la biología a la literatura?
–JDY: Cuando entré a la universidad iba a estudiar Medicina, hice toda la premédica y tenía muy buenas notas, pero surgieron unos problemas, porque en esa edad uno es muy ingenuo. Yo tenía un novio que me dijo: “yo con una médica no me caso porque los médicos tienen horarios muy estrambóticos”. Entonces yo dejé de estudiar. Terminé mi premédica y no estudié más. ¡Qué ingenuidad la mía! ¡Después ni me casé con él!
Pero con todos los créditos que había hecho me fue facilísimo sacar el título de profesora de biología, que me encanta, siempre me ha gustado la vida natural, siempre he considerado que ese es el lenguaje con el que Dios nos habla: la naturaleza. Es su creación. Yo no soy religiosa, no voy a ninguna iglesia, pero mi vivencia espiritual es a partir del asombro no solo de la naturaleza, sino también de los niños. Los niños son la prueba más fehaciente de que Dios sigue creyendo en los hombres, porque los niños son maravillosos en su ingenuidad, en su afán por captar el mundo y aprender.
Yo tengo cuatro nietos. Debería tener diez, pero solo tengo cuatro. Ya los muchachos no se multiplican tanto como antes. Yo tuve cinco hijos, debería tener diez nietos, por lo menos, pero no. Tengo cinco nietos, de los cuales una murió, Camilita. Ella murió de seis añitos porque nació con el hígado dañado y le hicieron un trasplante y le duró cuatro años. Incluso tengo un libro que he escrito sobre ella, se llama Cartas a Camila. Así que tengo cuatro nietos y los he disfrutado todo lo que he podido. Espero que ellos también me hayan disfrutado como abuela.
–¿Qué podemos hacer con todas aquellas cosas no tan bonitas ni esperanzadoras que oteamos desde nuestra ventana?
–JDY: Buscarles de alguna manera la justificación. En la tercera parte del libro yo tengo varios poemas sobre diferentes temas. Por ejemplo, tengo un primer poema en el que hablo de las creadoras por la palabra, porque a las mujeres nos costó mucho llegar a eso. En siglos pasados incluso las mujeres tenían que ponerse nombres de hombre para que les publicaran. Para mandar un texto a la editorial tenían que ponerlo como si fueran un hombre para que se lo pudieran publicar.
Le voy a contar una anécdota interesante de cómo era aquí este país a principios del siglo XX. Mi madre nació en 1913; o sea, es contemporánea de Yolanda Oreamuno y de Eunice Odio; y ella escribía poesía, ella fue la que me introdujo a mí en la poesía porque nos declamaba muy lindo, ella tenía una voz preciosa y era maestra normalista, donde les enseñaban a declamar poesía. Entonces, ella nos crió a las cinco hermanas oyendo poesía de sus poetas preferidos. Cuando yo le pregunté que por qué no había publicado nada de sus cuadernitos que tenía guardados me dijo: “hija, esto era una aldea”. La mujer que publicaba, la mujer que recitaba, que salía con su poesía era vista como promiscua, como una persona de cuidado, como que ningún hombre se iba a casar con ella. Por eso Yolanda Oreamuno y Eunice Odio tuvieron que salir de aquí, incluso a Yolanda le quitaron el hijo, el padre le quitó el hijo.
¿Por qué? Porque no se entendía que las mujeres también teníamos derecho a escribir y que no teníamos que ser perseguidas por eso. A mí ella me hizo poeta y se vengó porque yo sí he escrito de todo, de todo, de todos los temas, hasta los temas eróticos también. Esa fue su venganza: hacerme a mí poeta.
Yo tengo aquí algunos temas dolorosos como el camino del emigrante, la gente que viene de afuera, sobre todo de Nicaragua, esto está basado en unas confesiones que me hizo una muchacha, una empleada que tuve, de cómo llegó ella, cómo tuvo que pasar vadeando el río con un chiquito a cuestas, una cosa muy dura.
Después puse aquí en esta parte Agonías en la niebla, que es un poema que habla de la guerra que hay en la naturaleza, porque uno la ve preciosa, pero aquí en la noche se oyen gritos de animales. Probablemente se persiguen unos a otros, se cazan, se matan, se comen, porque es una lucha por la vida. Entonces hice este poema que tiene que ver con eso y que acabo recordando que de toda esa pulsión terrible por la vida, “de ella tan solo nos redime y salva la humilde compasión y esa clara certeza de unidad con el ritmo total del universo”.
O sea, los seres humanos somos los únicos seres vivos que podemos sentir compasión por el otro. Eso es muy importante. Un perrito, aunque sea muy lindo y que esté con vos y que te haga fiestas cuando llegás porque vos le das de comer, porque vos sos su amigo, nunca llega a sentir; a veces puede ser porque se humaniza; pero la compasión es del ser humano. Los demás seres en la naturaleza están en continua tarea de destrucción porque tienen que alimentarse unos de otros.
En esta misma parte de la compasión hice un poema sobre Nicaragua, cuando tuvieron en el 2018 aquella represión terrible, que fue cuando empezó la resistencia contra el gobierno de Ortega, que yo todavía no entiendo por qué están ahí. Eso, para mí, es incomprensible, pero el pueblo está sufriendo, hay un montón de gente en la cárcel, gente inocente que está acusada de diferentes delitos. Por eso yo hice un poema que se llama La pregunta.
Después un poema sobre la causa de muerte de los amores, del amor en la pareja, y cómo es que se llega a eso, porque la pareja es una construcción continua, estás construyéndola siempre. Ayer, en una serie, dijeron algo muy lindo: que la pareja es construcción. Nunca es que se obtiene como un premio que se ganó. “¡Ah, yo conocí a fulano o a sutana y estoy premiado!”. No. Es una construcción continua. Si no hay un diálogo permanente de la pareja se acaba. Ahí analizo eso.
También puse un poema que tenía escrito hace mucho cuando pasé por Normandía, hace como veinte años, y pude ver las playas por donde entraron los aliados y hubo muchísima muerte, a los muchachos los acribillaron en esas playas y todavía se guardan ahí algunas construcciones de guerra como recuerdo y de cómo ese mar se tiñó de rojo. Entonces hago un poema contra la guerra y explico lo de la vieja Normandía, que fue lo que yo encontré 60 años después de la guerra, el recuerdo de aquellos muchachos jovencititos desembarcando ahí, que tal vez ni siquiera sabían qué era lo que iban a hacer y los acribillaron a muchos, a muchos los tiraron al mar, a otros les hicieron unas tumbas simbólicas. Fue muy duro.
Luego hablo del exilio que viví cuando me fui para España muy joven con mis hijos pequeños y mi marido. Y luego acabo con un poema que se llama Tres minutos porque dura tres minutos leyéndolo y es un poema sobre los diferentes sufrimientos o gozos del ser humano, los cuales pueden durar tres minutos, aunque alguien me decía que con un beso de tres minutos uno se muere ahogado, pero tal vez un orgasmo no; un avión que va descendiendo y que si no se recupera va a caer y va a morir mucha gente, puede durar tres minutos; el recién nacido que nace y en seguida quiere pegarse al pecho de la madre y mamar por lo menos tres minutos para sentirse saciado.
TAMBIÉN: Una maestra extraordinaria con una pluma llena de ternura
–Otro de sus motivos de gozo es Estrella Cartín, su maestra de la adolescencia. ¿Por qué es importante que los docentes no pierdan esa cualidad de influenciar positivamente la vida de sus estudiantes?
–JDY: ¡Ah, es importantísimo! Yo que fui docente tantos años, más de 40, primero en un colegio y luego en la universidad, me di cuenta cuánto puede influir uno. Yo recibía a los muchachos de Estudios Generales porque yo daba Comunicación y Lenguaje en el primer año de Humanidades en la UCR y uno tiene que empezar a darles ciertos hábitos de lectura, a enamorarlos de algunos textos porque el problema del adolescente es que muchas veces brinca sobre eso, “¡ah, es que es una tarea escolar!, ¡es que es para el colegio!”. No, no. Es que uno tiene que hacer de la lectura un motivo de vida, no solo de los textos que te piden en la U o en colegio, sino de textos variados.
Yo siempre les leía un poema antes de empezar la clase porque para una persona que no está acostumbrada a leer poesía no es lo mismo oírlo que leerlo. La poesía está hecha para decirla en voz alta, así empezó, como un himno sagrado en las antiguas religiones. Mucha gente que no lee poesía, cuando la oye, le encanta. Entonces yo iniciaba con un poema que yo sabía que era bonito, que era bueno, de cualquier autor que yo respete y después comentábamos el poema, pero no sacando adjetivos, sustantivos, verbos, no, no, no; comentarlo en cuanto a qué me pareció, me gustó, no me gustó, qué me dijo, con qué me enriqueció este poema, y hacer hablar a los muchachos. Eso es muy lindo porque les abre el gusto por la lectura. A mí, muchos alumnos me han parado en la calle y me han dicho: “profesora, por usted yo aprendí a leer poesía”. Y yo: “¡maravilloso, es lo mejor que me han dicho!”
Le voy a contar otra anécdota: mi compañero, Carlos Enrique Rivera, él se crió en Turrialba y se formó en el grupo de Jorge Debravo. ¿Y cómo surgió ese grupo? Gracias a un profesor, a un docente, Salazar Obando, no me acuerdo del nombre. Él era profesor de español y les enseñó a los alumnos desde el principio, les ponía una frase en la pizarra y les pedía que al día siguiente trajeran tres o cuatro líneas escritas sobre esa frase. Era una frase poética. Así se dio cuenta que había talentos jóvenes y los impulsó, incluso los ayudó a publicar sus primeros libritos y a que se reunieran para compartir e hicieran talleres literarios. Jorge Debravo, Laureano Albán y Carlos Enrique Rivera fueron compañeros de primer año de colegio. Claro, Jorge les llevaba cuatro años, Jorge entró tarde, pero como no habían nocturnos tuvo que entrar al diurno. Entonces, el profesor fue un acicate importantísimo para que ellos escribieran, se dio cuenta que en la clase había unos talentos.
Con Estrellita Cartín ocurría que nos tenía que dar Literatura del Renacimiento, Literatura del Siglo de Oro, que es una literatura que los jóvenes ya no la ven muy cercana porque habla de otros temas, pero ella declamaba precioso. Entonces nos leía poemas o nos los decía de memoria, de Garcilaso, de Quevedo, nos decía los poemas con una voz tan preciosa que uno se enamoraba del poema aunque tuviera tres siglos de escrito. En ese sentido, a mí me ayudó muchísimo y cuando vio mis redacciones me dijo: “usted tiene un talento especial para la literatura”.
Yo ya escribía, pero a escondiditas, escribía en el colegio mis poemas de amor, amor platónico a un muchacho o a otro, y esos cuadernitos yo ya no se los enseñaba a mi mamá, ya era como muy mío. Ese cuaderno llegó hasta cuando yo ingresé en el Taller del Ciclo de Poetas Costarricenses que dirigía Laureano en San José y cuando él leyó esos poemas me dijo: “tenés mucho talento, pero estás desfazada en tiempo”, porque yo rimaba y ritmaba, yo hacía poesía como antigua y es que, a partir de las vanguardias, la poesía perdió la rima. Para mí nunca debe perder el ritmo, porque la poesía y la prosa son distintas, si no se pueden diferenciar, estamos mal.
Pero me ayudó muchísimo también la opinión de Estrellita. Yo la dejé de ver muchísimos años, yo me fui del país muchos años, nos fuimos a España, luego mi marido estuvo también de diplomático en Nueva York y en Jerusalén y volvimos doce años después. Cuando yo volví me invitaron a entrar en la Academia de la Lengua y ahí me encontré a Estrellita. ¡Claro! Fue renovar un amor, un afecto muy grande. Incluso ella después me presentaba los libros, fue la que me contestó en el discurso de la Academia que yo hice sobre la utilidad de la poesía. Ella hizo el discurso de contestación y tuvimos una amistad muy cercana. Ahora con la pandemia, como no nos podíamos ver tanto, hablábamos mucho por teléfono y como ocho días antes de que ella muriera estuvimos conversando. El poema que está en el libro yo se lo escribí para sus noventa años.
–Otro motivo de gozo que identifico en su obra es la familia. ¿Los años modifican nuestra perspectiva de la familia?
–JDY: Sí, claro, porque uno va cambiando de lugar. Cuando los hijos están pequeños uno manda y la vida de la casa se organiza a partir de lo que uno cree. Ya cuando los hijos crecen, ya no te dejan, entonces uno aconseja.
Esos poemas los escribí hace cuatro o cinco años. Ahí están, por ejemplo, La palabra como logro, que es un poema a mi nieto Joaquín cuando dijo sus primeras palabras a los tres años. Ya estábamos preocupados porque no decía nada y de pronto se soltó a hablar y hablaba perfecto. Había estado oyendo durante tres años. También está el poema que le escribí a Esteban, mi segundo hijo, cuando cumplió 50 años.
Otros poemas son sobre un viaje que hice a Rusia. Hay otro poema sobre el vino como símbolo de mis antepasados españoles. Al este de la memoria es un canto un poco al este de San José, sin decir nombres. Yo me crié en San Pedro. Entonces, paso por ahí y veo casas viejas y recuerdo quiénes vivían ahí. Ya la gente no vive ahí, pero las casas permanecen. Por eso escribí ese poema.
Otro poema es una conversación con la cordillera que es la cordillera que yo tengo aquí. Yo no lo sabía, pero estos cerros de La Candelaria, Escazú, Santa Ana y Alajuelita son la primera estribación de la Cordillera de Talamanca que llega hasta el puro sur. Es muy interesante y le escribí un poema.
Hay otro poema a mi hija Ángela, que no la tengo conmigo porque vive en Europa. Ella se hizo española porque la llevamos allá de tres años y no se acordaba de su primera infancia, solo a partir de los tres años. Se hizo española y tiene un hijo español también. Ahí le estoy celebrando la fiesta de cumpleaños, donde recuerdo su nacimiento. Ella fue la única mujer y la última de mis hijos.
Luego, la luna que se ve muy linda desde aquí cuando está llena, entonces hay un poema sobre eso: Diálogos de azul y acero. Y así de cada cosa. De glorias y amaneceres, cuando amanece aquí, cómo se ve el mundo; y las ventanas, que son los seres alados que nos permiten ver todo eso si no vamos en avión, ¿verdad?
–El segundo capítulo de su libro lo dedica al amor y a Carlos Enrique Rivera, su amor actual. ¿Por qué es bueno no renunciar al amor en edades maduras?
–JDY: Porque hay mucha gente joven que piensa que el amor es solo el sexo. O sea, se enamoran, pero es una pulsión erótica, la cual no tiene nada de malo, la pulsión erótica es maravillosa. Pero para vivir en compañía de alguien o ser pareja de alguien no basta eso, hay que tener objetivos comunes, ideales comunes y algunos gustos también comunes. Para eso está el diálogo en las parejas, para llegar a acuerdos. Todos esos frutos de la relación madura también son eróticos, hasta cierto punto, solo que con menos intensidad que en la juventud.
Hay otras cosas que se profundizan. Por ejemplo, yo con Carlos Enrique comparto mucho mi amor por la poesía porque los dos somos poetas, nos corregimos los textos, nos los leemos, todo eso. A los dos también nos gusta la música, el canto, a veces cantamos, y muchas otras cosas que compartimos de la vida familiar: yo voy a sus actividades familiares, él viene a mis actividades familiares, con hijos míos o con hijos de él porque los dos somos divorciados y tenemos hijos adultos y nietos también, él tiene un nieto de la edad de uno de mis nietos y yo quiero que se conozcan porque son parecidos.
Nos gusta jugar rummy y otros juegos que ayudan a mantener la cabeza viva. Lo que pasa es que solo el hecho de escribir poesía o leer poesía te ayuda a mantener la lucidez. Por ahí descubrieron que el juego de metáforas, de imágenes, y jugar con el lenguaje haciendo imágenes es un gran aliciente para el cerebro porque tenés que combinar una serie de símbolos y de sonidos. Usted ve que los escritores, generalmente, viven lúcidos muchos años, casi nunca padecen de Alzheimer porque están todo el tiempo jugando con el lenguaje. Nosotros también jugamos con los números y jugamos algunos juegos de mesa que nos gustan.
Esa segunda parte yo se la dediqué a Carlos Enrique porque era cuando estábamos empezando y lo estaba conociendo en el 2017. Yo publiqué este libro en el 2021, cuatro años después, eso fue lo que tardé en corregir los poemas, hacerlos y corregirlos.
PODÉS LEER TAMBIÉN: Un problema que debería quitarnos el sueño
–“Yo ya estoy viejo para esas cosas”, dicen algunas personas mayores en torno a la posibilidad de darse una nueva oportunidad para el amor.
–JDY: ¡Diay, siempre está uno para esas cosas! Uno dialoga con el otro, porque uno besa, uno abraza. ¿Eso se acaba? No, eso no se acaba nunca. El eros no tiene edad ni el amor tiene edad. Aunque se haga de manera diferente, estamos en ello.
Yo termino esta parte del amor con un poema que ya no es solo para Carlos. Es un poema que reconoce la belleza del amor en cualquier edad y recuerdo a mis viejos amores sin decir nombres, se llama Trascendencia del olvido. Le agradezco a todos mis antiguos amores, mis novios, mis amantes, mi esposo (solo tuve un esposo, pero me divorcié dos veces de él, o sea, nos golpeamos en la misma piedra). Está basado en una frase de un cante flamenco.
Le voy a contar la génesis de ese poema porque es muy divertida. ¿Recuerda que estaban arreglando el puente de la platina, que duró años y años y un gobierno se lo pasó a otro y a otro? Al final, Luis Guillermo Solís fue el que lo hizo. Resulta que cuando yo iba para Belén a visitar a mis hermanas, estaba en mi carrito esperando en la fila, puse Radio Universidad y estaban cantando una música flamenca (yo soy fiebre de Radio Universidad, me encanta la música clásica y la música buena) que decía: “se te olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida”. Entonces dije: “¡qué frase más interesante!” y ahí mismo saqué una hojilla y empecé a escribir el poema aplicándolo a mi vida, a mis amores del pasado. En eso llega el tráfico y, como me vio escribiendo, me dice: “¡maneje, señora, maneje!”, pero yo estaba ahí esperando, nada más. ¡Si él hubiera sabido que yo iba a sacar ese poema, que es un poema que a mí me encanta, donde recuerdo a mi novio del kínder o a los muchachitos que me gustaban en la escuela o en el colegio o en la universidad, o sea, desde el principio! Y por eso acabo diciéndole a Carlos Enrique, que es mi amor actual, “no hay olvido en la clara complicidad de amarte”. O sea, yo me acuerdo de todos, pero ahora te amo a ti y la experiencia me ayuda.
En esa presa escribí solo el principio del poema, la motivación inicial, las primeras líneas, porque un poema requiere mucho trabajo. Uno lo lleva a la casa porque tal vez lo escribió en un papelito mientras andaba afuera, lo trae acá, prende la computadora, lo copia en la computadora y ahí va viendo qué sobra, qué falta y empieza uno a armar y a corregir, porque un poema que no se corrige todavía no tiene la altura artística que necesita. No hay que olvidar que un poema siempre es una obra de arte, entonces requiere un pulimento, como el pintor cuando está pintando y tiene que raspar y acomodar el color. De la misma manera los poemas hay que acomodarles el color, hay que corregir, cortar, quitar, poner, pasar de campo, y para eso la computadora es ideal.
Yo aprendí la computación a los 50 años con mis hijos que me enseñaron, porque me di cuenta que era mucho mejor escribir en la computadora, se veía más objetivamente el poema, se cortaba por aquí, se ponía por allá, uno podía pasar los textos de un lado para otro y no estar haciendo borradores como en la máquina de escribir. Cuando yo escribía en máquina de escribir, cada vez que tenías que hacer una corrección tenías que volver a pasar el poema. En cambio, en la computadora es tan fácil trabajar a lo largo de los meses y años hasta que el libro está terminado y se puede presentar a la editorial.
–¿Cómo ve Desde la alta ventana de los años a la autora de Reloj de siempre?
–JDY: Reloj de siempre fue mi primer libro y fue un libro de amor desesperado porque yo estaba enamorada de Laureano Albán, con quien me casé y mis hijos son de él, mis cinco hijos, y estuve casada con él 33 años, pero cuando yo lo conocí, él estaba divorciándose. Entonces, en mi casa no me lo recibían. ¡Dios libre! Un hombre que estaba separado, pero que no estaba divorciado. Entonces, ese libro yo lo escribí en la convicción de que nosotros no íbamos a llegar a nada, muy desesperado, hay ahí algunos poemitas un poco desesperados. Un libro de amor, aunque tiene tres o cuatro poemas que no son exactamente de ese tema, como uno que le hago a la ciudad. Pero es mi primer libro y fue trabajado en el Taller del Círculo de Poetas Costarricenses.
Mi cuadernito del colegio con poemas lo quemé cuando llegué al Taller del Círculo de Poetas Costarricenses porque Laureano Albán y Jorge Debravo, que eran los que dirigían el taller, me dijeron: “está muy bien tu poesía, demuestra mucho talento, pero así no se escribe ahora, estás desfazada, después de las vanguardias ya no se rima”. Entonces, dije: “lo quemo y empiezo otra vez”, un símbolo de que voy a empezar de nuevo. Yo tenía 20 años… podía darme ese lujo.
Yo guardo el ritmo, a mí me gusta el ritmo, pero un ritmo musical y para eso tienen que coincidir las líneas impares, para hacer un poema que tenga cierto ritmo. Si lo hacés con poemas que tienen líneas pares te da un ritmo distinto, podés hacer combinaciones. Yo eso sí lo hago mucho, mi poesía, en general, aunque es en verso libre, tiene ritmo, tiene cierta música, porque si no, ¿en qué nos diferenciamos de la prosa? Eso siempre lo digo en los talleres. Hay gente que no está de acuerdo conmigo, pero esos poemas que son como con prosa y que, incluso, le quitan las imágenes, ¿en qué se diferencian de una prosa?
La prosa me gusta mucho también y yo he hecho prosa. Nunca he publicado nada, pero estoy preparando un libro de relatos de vida, relatos familiares y personales. Ya casi está listo, ya tiene 100 hojas. Voy a ver si lo mando a la editorial, todavía lo estoy revisando. Algunos relatos fueron escritos hace diez años o más.
–¿Volvería a quemar alguno de sus libros de poesía?
–JDY: No, nunca, porque todos representan una etapa de mi vida. Puede que yo ya no escriba así. Una vez, una pariente me dijo: “¡ay, a mí me gustaba más como escribías antes!” Y yo le respondí: “es que uno nunca escribe igual”. Un libro se diferencia de otro no solo por la temática, sino porque cambia un poco su manera de ver la vida y de escribir. Antes yo era más metafórica, ahora soy un poco menos metafórica, un poco más ideológica, pero aún así sigue siendo poema y poema con lenguaje literario.
–¿Para cuándo está programado este nuevo libro de relatos familiares?
–JDY: Creo que lo voy a presentar en unos dos meses, estoy dándole una revisada final a cada relato. Empiezo con el relato más antiguo que me contó mi abuela sobre la formación de la familia por el lado materno, porque eran muy dados a contar historias, incluso el abuelo materno también era escritor, pero nunca publicó porque le tocó muy duro. Él era colombiano y tuvo que salir de Colombia para ir a enterrar a su padre a Cuba. Originalmente ellos eran cubanos y habían salido de la isla durante la guerra de independencia, porque eran independentistas y el Gobierno Español los persiguió mucho. Entonces, las familias se dispersaron por Panamá, Colombia y Costa Rica. Así se formó la familia de mi abuela y mi abuelo, los dos eran hijos de cubanos en el exilio. Esa historia se llama Ojos de plata porque se refiere a unas tijeritas con el mango de plata que tenía mi abuela. Las historias las estoy poniendo en orden cronológico a través de mi vida. El libro se va a llamar Como la misma vida, porque no pretende inventar nada, y en el prólogo digo que no son cuentos, son relatos. El relato es muy válido en la literatura porque la vida misma es la que se encarga de darte los temas. De ahí nace la novela, el cuento, todos los géneros en prosa.
© 2024 Universidad de Costa Rica - Tel. 2511-4000. Aviso Legal. Última actualización: noviembre, 2024