La antropóloga, investigadora y escritora María del Carmen Araya Jiménez fue una de las galardonadas con el Premio Luis Ferrero Acosta de los Premios Nacionales de Cultura y Juventud 2021.
Su obra ganadora fue el libro De la pequeña Wall Street a la ciudad de los Pulsadores. Las ventas que corren por las calles del mundo. En dicho libro, que se escribió en conjunto con una investigación de su autora, se busca reivindicar la dignidad humana de las personas vendedoras ambulantes en la ciudad de San José y fuera de ella, así como su derecho al trabajo, y de paso desmitificar la pésima imagen que sobre este sector se proyecta, no importa dónde.
A continuación la entrevista hecha por esta oficina.
–¿Qué representa para usted el reconocimiento a su obra premiada?
–María del Carmen Araya Jiménez (CAJ): Un reconocimiento a la Universidad de Costa Rica y al tipo de investigación que se realiza estrechamente vinculada a la docencia directa e indirecta y para el trabajo antropológico y para las personas vendedoras ambulantes que entre otros grupos hacen posible la vida social, cultural, política y económica de las calles.
La investigación y el libro constituyeron un gran laboratorio en donde confluimos estudiantes (antropología social, arqueología, arquitectura, sociología y artes), asistentes de investigación, colegas de antropología, arquitectura, sociología y geografía, en calidad de lectores de los TFG y vendedores ambulantes con diversidad de oficios para conocernos y conocer las ciudades. (...)
La antropología habla sobre "el ponerse en el lugar del otro" para comprender sus puntos de vista y eso es lo que está presente en el libro. Imperó la construcción de una visión de historia desde las personas vendedoras ambulantes, acudiendo a las artes plásticas, literarias, fotográficas, documentos históricos de archivos, medios de comunicación y la conversación con comerciantes ambulantes con quienes se compartió en varias ciudades desde 2000. Narrar otra historia es parte de los retos que esperamos haber logrado.
–¿Cómo se abordó el tema desde su concepción mental hasta la investigación práctica?
–CAJ: La investigación y el libro comenzaron con una interrogante sencilla y claramente situada: ¿Por qué las élites políticas, gobernantes y algunas personas de la sociedad civil en Costa Rica manifestaban un profundo malestar hacia las personas que trabajaban en las calles vendiendo productos comestibles y no comestibles? ¿Qué hicieron estos sectores económicos para merecer ese desprecio y furia? Al leer y visitar ciudades, nos dimos cuenta de que ese resentimiento estaba presente en otras latitudes del mundo, en particular en América Latina, sobre todo a partir de 1992, con la puesta en práctica de las políticas de recuperación de Centros Históricos de Ciudades Coloniales para celebrar los 500 años de la llegada de los españoles. Desde entonces en las ciudades domina una lucha entre vendedores ambulantes, comerciantes establecidos, políticos y grupos que querían recuperar esos espacios mediante la expulsión, informalización, ilegalización, criminalización y nihilismo (ninguneo, desvalorización) de las personas que trabajaban o habitaban la calle.
Miramos hacia otros continentes, Europa, Asia, África y sucedía lo mismo. La situación se agravó en 2007, aproximadamente, cuando apareció en el escenario la economía neoliberal globalizada subterránea que vende productos pirateados y compite contra la economía neoliberal lícita. Toda la represión cayó sobre las personas vendedoras ambulantes. En ese momento nos preguntamos si esas personas habían enfrentado situaciones similares a lo largo de la historia de la humanidad y nos fuimos a seguir las huellas de estas personas desde los inicios de la sociedad para comprender su contribución y las formas que había tomado el odio contra ellas. Tuvimos que crear una estrategia del abordaje del tema que consistió en unir la recuperación y el estudio de información de los espacios local, regional y mundial, en un escenario histórico mundial con una especie de arqueología sobre las personas vendedoras en Europa, Asia, África, Estados Unidos y el continente de América, en un escenario histórico y actual de San José, y en el escenario actual regional con el estudio de ciudades latinoamericanas a partir del boom de recuperación de centros históricos.
Esta estrategia del problema holística, dialógica, flexible, con abundancia de fuentes de información y con una etnografía propia, vivencial y cotidiana en las ciudades que habité es el camino que condujo hasta "la pequeña Wall Street y la ciudad de los pulseadores". Fue un viaje metodológico, teórico, de producción de saber y de reconocimiento a la diversidad económica de las calles que sigo disfrutando.
–¿Cómo fue la dinámica de pasar de la investigación práctica a plasmar sus hallazgos en el libro?
–CAJ: La investigación y el libro fueron de la mano. Desde el primer momento en que se empezó a trabajar el tema se estableció un diálogo incesante entre los métodos más adecuados para encontrar respuestas a las preguntas que iban surgiendo, o plantear otras (...). Los primeros pasos en el campo facilitaron la elaboración de un esquema o estructura de organización del libro que se fue madurando y que orientó la escritura desde el inicio, en diálogo con estudiantes, colegas y por supuesto las personas que practican el comercio ambulante. Puedo decir que tanto la investigación como la escritura o la comunicación oral fueron procesos muy antropológicos en donde imperó una visión holística y dialógica. El norte que orientó ese gran proceso fue la importancia de escribir un relato ecuánime, justo y científico que cuestione el orden imperante y el discurso hegemónico que niega toda capacidad a las personas que desde tiempos ancestrales se ganan el sustento en las calles y ofrecen un servicio a la sociedad.
–¿Cuánta facilidad obtuvo de vendedores y vendedoras ambulantes para contar sus historias?
–CAJ: Las personas que venden en la calle desde siempre se han desempeñado en escenarios por donde transita gran cantidad de gente. Sitios interculturales donde imperan grandes diferencias lingüísticas, religiosas, sociales, culturales, políticas, y socioeconómicas. Por esa razón las personas del ambulantaje han desarrollado una capacidad de atravesar barreras idiomáticas, culturales y económicas singulares; son agentes de interculturalidad que disfrutan hablar, establecen relaciones, vínculos y negociaciones sociales con gran destreza con clientela y otras personas en general. De esas capacidades depende su trabajo, pero también la vida.
Por parte de estudiantes y mi persona siempre tuvimos apertura comunicativa de vendedores y otros grupos sociales excluidos en la calle para contar su experiencia. Quizá un desafío fue investigar escenarios móviles cuya lógica está dominada por lo transitorio, las relaciones casuales, la vida tal y como es, y en donde impera una representación social de miedo hacia esos lugares y los seres que lo habitan. Muchas veces, las personas que trabajan y viven en la calle nos ofrecieron cuidarnos de la policía y los peligros construidos por medios de comunicación y políticos, y lo hicieron. No es difícil hablar con vendedores ambulantes, pero sí con personas de gobiernos locales, centrales y fuerzas policiales para que cultiven el idioma de la integración social, y aún más que comprendan otros puntos de vista que superen la lógica del poder y la visión binaria de la economía.
–¿Cuánto considera que ha variado y en cuáles sentidos las dinámicas sociales de la Costa Rica de antes con la de hoy?
–CAJ: Desde principios de 2020 las dinámicas sociales de Costa Rica, en el contexto de la pandemia por la COVID-19, han cambiado en perjuicio de los sectores más pobres del país o los que se han empobrecido de la noche a la mañana. En el caso de las personas vendedoras ambulantes se enfrentaron al terrible problema de que las medidas de restricción sanitaria impidieron salir al espacio vital y laboral para ellas: la calle. Una violencia más, por razones de salud, se cernió sobre ellas: a la visión de espacio peligroso, delictivo y sucio que habitaban, se unió con fuerza la del lugar donde acontece el contagio. Aún así, algunas salieron a la calle a vender y con la capacidad histórica de adaptación que poseen, ofrecieron mascarillas y caretas de plástico distribuyendo protección sanitaria por el conjunto de la sociedad.
No se conocen cifras de cuánto afectó la pandemia a comerciantes ambulantes y grupos que dependían de este sector, ya sea por contagio, muertes u otras enfermedades y no poder trabajar. Hoy vemos en las calles y la composición del comercio ambulante las consecuencias de la situación económica que vive el país desde hace dos años: ya no son los sectores más pobres o aquellos que lo hacían desde hace muchos años, los que se dedican a esta actividad. Ahora son jóvenes de clase media que no encuentran posibilidades laborales, no tienen recursos económicos para seguir estudiando, o que tienen que ayudar a sus padres y madres desempleados; también personas de la tercera edad y hombres y mujeres cuyos rostros y actitudes indican que nunca habían vendido en las calles pero no les queda otra opción. Fortalecer el sistema social de atención en todos los ámbitos es una obligación moral. Pero también cambiar el sistema simbólico de representación de grupos como el comercio ambulante (...). Si queremos sociedades más inclusivas, integradas, justas y humanas, se requieren políticas sociales y sistemas de representación simbólica que enriquezcan a las personas. Esperamos que este libro contribuya a esta tarea urgente.
–¿Cuánto impacto le generó conocer de primera mano esas realidades tan dispares, tanto con los testimonios como con su propia observación?
–CAJ: La investigación y el libro se convirtieron en una pasión que sigo trabajando.En todos los lugares que he visitado, siempre anduve buscando datos históricos y datos de la realidad que me permitieran entender cuál ha sido el aporte social, cultural, político y económico, a nivel histórico y actual, de las personas vendedoras ambulantes a la sociedad. Pero el tema me permitió entender el papel que juega el odio y el desprecio en la reproducción de la desigualdad socioeconómica y la injusticia. Es impresionante ver cómo personas que trabajan en la calle, que han recibido expresiones de racismo de clase, desprecio y han sido convertidas en una otredad amenazante y monstruosa por las políticas de cero tolerancia, continúan con su modo de vida vendiendo en las calles con una dignidad de hierro. La economía es profundamente diversa, pero ha dominado una visión de oposición binaria entre economía formal e informal. Los datos históricos hablan de un sistema económico hegemónico que ha ejercido violencia patriarcal y de clase sobre la diversidad de expresiones económicas que se practican en la calle, con rostros de mujeres, infancias y adulteces mayores.
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