La fiebre por la lectura de novelas, que en otras partes del mundo occidental fue un fenómeno de finales del siglo XVIII, se manifestó en Costa Rica después de la independencia (1821). Los principales consumidores de este género literario fueron los jóvenes –incluidas las mujeres– pertenecientes a familias acomodadas urbanas.
Según los anuncios periodísticos, los catálogos de las librerías y los inventarios sucesorios, las novelas leídas eran predominantemente europeas –sobre todo francesas–, con una preferencia por las publicadas de 1800 en adelante.
Aunque algunas de esas novelas empezaron a ser serializadas por los periódicos josefinos desde 1846, fue necesario esperar a 1869 para que en Costa Rica se publicara la primera novela en forma de libro. En este año, por iniciativa del español Alejandro Cardona Llorens, la tipografía estatal imprimió Danaë de Bernard-Adolphe Granier de Cassagnac, originalmente dada a conocer en Francia en 1840.
Poco después, esa misma tipografía produjo la primera novela original publicada en Costa Rica: Emelina. Escrita por el médico, masón y emigrado político cubano, Luis Martín de Castro, circuló en 1873.
El giro hacia la nacionalización de la novela ocurrió solo en la década de 1880, en el contexto de la invención de la nación, que tuvo por eje –según las investigaciones de Steven Palmer– la recuperación de la guerra de 1856-1857 contra los filibusteros liderados por William Walker y la conversión de Juan Santamaría en héroe nacional.
Juan Durán Luzio indica que, en 1888, el abogado Manuel Argüello Mora, sobrino del expresidente Juan Rafael Mora Porras, publicó por entregas en Costa Rica Ilustrada, la novela “Risas y llanto. Escenas de la vida en Costa Rica”. Dicha revista la reimprimió de nuevo en 1890 y en 1899 circuló la versión definitiva en forma de libro, pero con un título diferente: Misterio.
De esta forma, casi setenta años después de la independencia, se publicó la primera novela costarricense. Su autor, nacido en 1834, fue uno de esos jóvenes que creció durante la fiebre inicial por la lectura de novelas.
Entre 1890 y 1949, se ubica un primer ciclo de producción novelística en el país, que supuso la publicación de 118 novelas para un promedio de casi dos obras por año; sin embargo, cuando los datos se consideran decenalmente, se observa una tendencia inicial al crecimiento.
Si en la década de 1890 se publicaron 6 novelas, esa cifra ascendió a 18 en la de 1900, a 22 en la de 1910 y a 30 en la de 1920. En la de 1930 –en el contexto de la Gran Depresión–, ese total se redujo a 18 títulos y se elevó a 24 en la de 1940.
De esas 118 novelas, 19 fueron escritas por extranjeros radicados temporal o permanentemente en el país. Además, 22 obras, elaboradas por costarricenses, circularon por vez primera en el exterior, sobre todo en Argentina, España y México.
Por último, de esas 118 novelas, 24 fueron publicadas originalmente en revistas o periódicos y 94 como libros. De estos últimos, 14 tenían 49 páginas o menos, 16 de 50 a 99 páginas, 27 de 100 a 199 páginas y 33 más de 200 páginas (en cuatro casos no se pudo determinar la extensión).
El bajo promedio anual de novelas, el considerable porcentaje de las que circularon en periódicos y revistas y la alta proporción de las que tenían menos de cien páginas son indicadores de una cultura de la publicación dominada por las imprentas.
Dado que a los autores les correspondía financiar sus obras o buscar los recursos para hacerlo, poco sorprende que algunos las publicaran en revistas y periódicos o redujeran su extensión para minimizar los costos del tiraje.
Pese a que desde la década de 1900 hubo esfuerzos por establecer editoriales en el sector privado, tales iniciativas fueron efímeras. A tal fracaso contribuyó la pequeñez del mercado cultural: en 1949, la población apenas ascendía a 859.908 habitantes (según Héctor Pérez Brignoli), la urbanización era limitada y las coberturas de la enseñanza secundaria (7,3 por ciento) y la universitaria (1,3 por ciento) eran muy reducidas.
La Universidad de Costa Rica fundó en 1946 la primera casa editora estatal. Aunque esta fue la primera editorial pública que hubo en América Central –se adelantó a la creada en el Ministerio de Educación Pública de Guatemala en 1948–, concentró su quehacer en publicar estudios académicos, no obras literarias.
De las 118 novelas aquí analizadas, 101 fueron escritas por 54 hombres y 17 por 10 mujeres, para un promedio por persona de 1,9 obras en el caso de los primeros y de 1,7 en lo que respecta a las segundas. Si en términos de producción la ventaja masculina fue muy amplia, en productividad fue mínima.
Tal diferencia se explica por dos razones. Por un lado, aunque desde inicios del siglo XX el acceso de hombres y mujeres a la enseñanza secundaria tendió a equipararse, no ocurrió lo mismo con la educación universitaria, donde estas últimas estaban en franca desventaja.
Por otro, las mujeres disponían de menos posibilidades de reunir los recursos necesarios para costear la publicación de sus novelas o de conseguir que otras personas o entidades financiaran la impresión.
Se pueden distinguir tres períodos en la producción de novelas femeninas publicadas en el país: de 1904 a 1929 se publicaron 12 obras, 9 escritas por extranjeras y 3 por nacionales; de 1930 a 1940 no circuló ninguna; y de 1941 a 1949 se imprimieron 5 títulos, todos escritos por costarricenses.
No se incluye en este cálculo a Yolanda Oreamuno Unger, cuya obra, La ruta de su evasión, circuló en Guatemala en 1950 (la primera novela femenina con un enfoque predominante de género y en ser publicada fuera de Costa Rica).
Al considerar el caso de Costa Rica en el contexto de América Central, se observan tres variantes en relación con lo que fue la publicación de las primeras novelas femeninas: una etapa temprana en Honduras (1895) y Costa Rica (1904), una tardía en El Salvador (1926), Nicaragua (1935) y Guatemala (1938), y una más cercana al presente en Panamá (1953) y Belice (1982).
La primera novela femenina publicada en Costa Rica fue “La pastora de los ángeles”. Escrita por la española Caridad Salazar Fernández, circuló en el periódico alajuelense El Poás en 1904.
Salazar, quien llegó a vivir a Costa Rica a los tres años según Benedicto Víquez Guzmán, fue la novelista más prolífica del período anterior a 1950, pues publicó, además, La cruz de Caravaca (1924), El legado (1925), Flor de café (1926) y Un Robinson tico (1927).
En 1907, se publicó una segunda novela femenina y la primera en forma de libro: Almas de pasión, de la puertorriqueña Julieta Puente. Casada con el diplomático británico Charles McGrigor, Puente publicó una segunda novela en el país, Voluntad y redención, en 1929.
Dos extranjeras más produjeron novelas en Costa Rica, la española Juana Fernández Ferraz y la alemana Anny Fait. La primera, madre de Caridad Salazar y hermana de los intelectuales Víctor, Juan y Valeriano Fernández Ferraz que tanto influyeron en la educación costarricense a finales del siglo XIX, dio a conocer El espíritu del río en 1912. A su vez, la segunda publicó, en 1927, En el valle.
La novela femenina costarricense comenzó a nacionalizarse en 1908, cuando María Fernández Le Capellain –hija del abogado y político Mauro Fernández Acuña– publicó en la revista teosófica Virya la novela Zulai y allí mismo circuló Yontá en 1909. Definidas como de “costumbres indias”, ambas obras fueron impresas como libro en este último año y tuvieron una tercera edición en 1919.
Pese a que fueron las novelas femeninas con más ediciones antes de 1950, su impacto literario fue muy limitado, a lo que contribuyó que Fernández fuera la esposa del dictador Federico Tinoco Granados, con quien partió al exilio precisamente en 1919.
Aparte de Fernández, la única otra escritora costarricense que incursionó en el género novelístico antes de 1920 fue Carmen Lyra. En 1918, publicó la más importante novela femenina de la primera mitad del siglo XX: En una silla de ruedas.
Fue solo en la década de 1940 que se reinició la publicación de novelas femeninas escritas por costarricenses: Victoria Garrón Orozco publicó Castelldefels (1941), Rosalía Muñoz Picado, Alma (1942) y Sacrilegio (1944); Edelmira González Herrera, Alma llanera (1946); y María del Socorro González Quesada –hija del escritor y diplomático Manuel González Zeledón–, Aparta de tus ojos (1947).
De todas estas mujeres, solo Carmen Lyra no procedía de familias acomodadas y carecía de vínculos con círculos de intelectuales y políticos; además, fue la única que se integró al Partido Comunista en 1931.
* La presente publicación es producto del proyecto "La publicación de novelas en Costa Rica en la larga duración (1869-2021)", financiado por la Vicerrectoría de Investigación y realizado en el Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas de la Universidad de Costa Rica.
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