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Entrevista con José León Sánchez Alvarado en agosto anterior

Ya no está en una isla, ahora es dueño del mar

La lectura y la escritura le dieron la libertad y lo mantuvieron con gran vigor a sus 95 años
15 nov 2022Artes y Letras

José León Sánchez con Amanda
Lleno de orgullo por su obra, José León Sánchez Alvarado nos mostró algunas de las muchas traducciones que se han realizado de Tenochtitlan: la última batalla de los aztecas. Foto: Fernando Montero Bolaños.

Aquel jovencito se sabía inocente. Su anhelo era salir de la isla-presidio donde lo habían recluido y recuperar su libertad. Sin embargo, hacerse a la mar a nado para llegar a la costa era muy riesgoso. La mayoría de reclusos que lo intentaron murieron en el camino, ya fuera por la buena puntería de los guardias o por las mandíbulas de los tiburones que acechan en el trayecto.

Pero José León Sánchez Alvarado no se dio por vencido y encontró su libertad muchos años antes de salir de la cárcel, gracias al poder de la palabra. Por sus propios medios aprendió a leer y a escribir durante su permanencia en la isla. Esa fue la llave que abrió su celda y el cincel que rompió sus cadenas. A partir de ahí ha devorado cuanto libro, periódico o revista ha caído en sus manos y no ha parado de poner en blanco y negro las historias que su mente ha fraguado, la mayoría de ellas inspiradas en el dolor propio y ajeno, no para “sembrar la amargura sobre un recuerdo pasado, sino como una invitación para meditar en el futuro”, como él mismo lo escribió en el prólogo de la primera edición clandestina de La isla de los hombres solos.

Sin embargo, asociar a Sánchez únicamente con esta obra literaria es como calificar al sol solo por lo que vemos de él durante la aurora. Lo cierto es que antes de escribir la que ha sido su obra más vendida, editada y traducida, Sánchez escribió otros relatos que obtuvieron reconocimientos nacionales e internacionales y, posteriormente, ha seguido puliendo su estilo hasta escribir un total de 29 libros, entre los que destaca Tenochtitlan: la última batalla de los aztecas, obra que lo hizo merecedor del doctorado honoris causa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y a la que se refirió el laureado escritor Carlos Fuentes como “un libro que todo mexicano debe leer… antes de morir!”.

La diferencia de esta obra con otros relatos sobre la conquista española de las tierras mexicanas es que Sánchez hace una minuciosa descripción de las personas, lugares y hechos desde la perspectiva de las comunidades vencidas. Esto lo logró luego de un extenso y profundo trabajo de investigación y entrevistas en México, país en el que ha encontrado gran acogida y donde no cesa de recibir homenajes, como el otorgamiento de la Presea Nelson Mandela por parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México en el 2018.

Así como Sánchez reescribió la historia del México precolombino, lo espera hacer también para Costa Rica, a partir de una profusa investigación sobre La Gran Nicoya, la cual ha desarrollado por décadas. De acuerdo con los datos que ha recabado, la cultura que habitó la península de Nicoya y buena parte de Nicaragua 1 000 años a. C. tenía conocimientos científicos y tecnológicos mucho más avanzados que los imperios azteca, inca y maya. Sin embargo, casi toda la información se perdió en el momento en el que los conquistadores borraron la memoria del pueblo originario y destruyeron sus posesiones más valiosas, entre ellas la biblioteca. Ahora, Sánchez propone reconstruir la historia de La Gran Nicoya por medio de los mensajes que guardan las miles de piezas de cerámica de esta cultura que se encuentran en las bodegas del Museo Nacional de Costa Rica.

La Gran Nicoya
La Gran Nicoya 1000 a. C. es uno de los proyectos de investigación que José León Sánchez Alvarado desarrolló por más tiempo y para el cual recibió el apoyo de organizaciones internacionales. Para Sánchez, gran parte de la historia de esta civilización está escrita en las miles de piezas de cerámica que resguarda el Museo Nacional de Costa Rica. Foto: Amanda Vargas Corrales.

Saberse inocente hizo la diferencia. Fue lo que lo impulsó a aprender a leer y a escribir, a enseñarle a sus compañeros de celda esas mismas habilidades por medio de un método que él mismo inventó, a crear la primera biblioteca carcelaria, a estudiar derecho por cuenta propia y así defender su causa y la de otros (que, al igual que él, fueron condenados a prisión por delitos que no cometieron), como lo hizo con el libro Tortura: el crimen de Colima, única obra literaria que ha generado la anulación de una sentencia judicial en Costa Rica. Y todo lo escribió con cabos de lápiz y en papeles de bolsas de cemento, únicos recursos con los que contaba Sánchez en la isla para plasmar sus ideas. Ahora, sus obras circulan en multitud de ediciones y en diversas lenguas. La más traducida es La niña que vino de la luna, disponible en 114 idiomas.

Convencido de su inocencia y ya sabiendo leer y escribir, redactó cartas a personas que, sin conocerlas, se convirtieron en “ángeles”. Uno de ellos fue Efraim Rojas Rojas, director de la Biblioteca de la Universidad de Costa Rica cuando recién estrenaba su edificio en la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio y aún no se le bautizaba con el nombre de Carlos Monge Alfaro. Cartas y libros fueron y vinieron. Por un lado, José León enviaba los manuscritos de sus obras y solicitudes para que la biblioteca le mandara libros en desuso o repetidos; y por otro, Efraim se daba a la tarea de empastar los relatos de José León para unirlos a la colección universitaria y le enviaba libros y revistas a Sánchez.

De ese intercambio epistolar, la Biblioteca Carlos Monge Alfaro resguarda una selección de cartas donde destaca una en la que Sánchez le envía la donación de cinco céntimos a la biblioteca para que se ayudara con la construcción de su nuevo edificio. La moneda sigue incorporada al papel y, aunque José León reconoce que lo hizo más en son de broma, el gesto se ha interpretado como un acto de desprendimiento y generosidad que habla de una persona transformada por las letras y con fe en lo que estas pueden lograr en la sociedad.

En la primera de las misivas, Sánchez le confiesa al director de la Biblioteca de la UCR su motivación para escribir:

“Mis libros están escritos de todo corazón con dos supremas ambiciones que mi [sic] anidan en lo adentro del alma: ser cada día un poco menos monstruoso a los ojos de los demás, ser cada día un poco menos reo. No es el odio, ni la poesía, ni la inspiración lo que me ha impulsado en tal punto a escribir, sino el enfiebrado anhelo de SER, SER DIFERENTE, no sentirme aprisionado dentro de las paredes desnudas de la nulidad: y una nulidad - humana, social, espiritual y moral, eso es ser un reo - [sic]”.

“Las letras le salvaron y le reivindicaron. Las letras, y la comprensión de algunos espíritus superiores como el Arzobispo [sic] Rodríguez y Mario González Feo. Hoy es habitante —en pleno ejercicio de sus derechos ciudadanos— de la república de las letras. Nervioso, urgido, incansable, nada que pertenezca a esa alta república le es ajeno: coordina, empuja, escribe, promueve”.

Alberto Cañas Escalante,
en el prólogo de la segunda edición de Cuando canta el caracol

Para ese entonces, Sánchez ya tenía acceso a una máquina de escribir y a papel. Así fue como escribió “El poeta, el niño y el río”, texto con el que obtuvo el primer lugar de los Juegos Florales de la Asociación de Autores de Obras Literarias Artísticas y Científicas en 1963. Cuando el jurado se percató de que el cuento estaba escrito por Sánchez, quiso anular su veredicto aduciendo que un reo jamás podría escribir algo semejante. Sin embargo, el día de la premiación, el filósofo Constantino Láscaris Commeno, quien había obtenido el tercer lugar del certamen, llevó al Teatro Nacional una silla dorada con un gran ramo de flores para el ganador ausente y fue categórico en que si no le otorgaban el primer lugar a Sánchez, él tampoco recibiría su reconocimiento.

Dos años después, el cuento “Cuando canta el caracol” fue premiado en el Festival de Bellas Artes, Ciencias y Letras 15 de Setiembre en Guatemala. En 1967 ganó, por primera vez, el Premio Nacional de Cuento Aquileo J. Echeverría, galardón que ha obtenido en cinco ocasiones. Y, en el 2017, se le otorgó el máximo reconocimiento cultural del país: el Premio Nacional de Cultura Magón.

Y ya no solo José León tenía certeza de su inocencia. Más “ángeles” fueron apareciendo en su camino para tenderle una mano, convencidos de que aquel hombre aprisionado albergaba un alma libre. René Picado le facilitó la tinta para que imprimiera la primera edición de La isla de los hombres solos en el mimeógrafo casero que él mismo elaboró en San Lucas; Carlos Andrés Pérez le surtió de papel; mientras que, años antes, la misma Eva Perón le había enviado desde Argentina los cursos completos de la carrera de derecho de la Universidad de Buenos Aires junto con una gran colección de clásicos de la literatura universal, todo esto gracias a una concatenación de coincidencias que cualquiera creería imposible y que el mismo Sánchez narra más adelante en esta entrevista.

A esas alturas de su permanencia en el presidio, los acontecimientos a su alrededor también creían firmemente en la inocencia de este escritor y fueron poniéndose de acuerdo en forma de casualidades para darlo a conocer y convertirlo, hoy por hoy, en el autor costarricense con mayor trascendencia en todo el mundo.

Tal fue el caso de la primera edición de La isla de los hombres solos: cien ejemplares impresos en el mimeógrafo casero de Sánchez. Todos fueron quemados por el director del penal luego de leer su contenido. Todos, menos diez, los cuales fueron robados por un visitante y vendidos en Puntarenas a su regreso. Uno de ellos fue adquirido en un bar de la provincia por el periodista Joaquín Vargas Gené, quien lo llevó hasta la Biblioteca de la UCR. Así fue como se salvó uno de los cinco ejemplares que aún sobreviven de esa primera edición. Hoy, Sánchez lo muestra con orgullo junto a la última edición en ruso que se ha hecho de su obra más icónica.

Hoy, a sus 95 años, ha conquistado el mar que lo separó del mundo por tanto tiempo y navega libre por él, sin resentimientos de ninguna especie. No hay tiburón que lo asuste ni corriente marina que no conozca. Este es José León Sánchez Alvarado, un hombre convencido de que si nunca hubiera ido a prisión, hubiera sido el hombre más feliz del mundo.

José León Sánchez con Fernando
José León Sánchez mostró un dominio perfecto de los miles de libros que contiene su biblioteca. Cada cita, cada autor, cada referencia que hacía, la respaldaba con un libro que buscaba en los estantes de su estudio. Inclusive, se subió en una escalera para alcanzar algunos. Foto: Amanda Vargas Corrales.

¿Qué lo hizo apasionarse por escribir la historia precolombina de México y ahora la de Costa Rica?

Mi familia es indígena. Somos de Cucaracho de Río Cuarto. Yo nací en Pangola de Santa Rita de Río Cuarto. Nosotros somos indígenas. Mire la morfología de mi rostro: indígena. Entonces, a mí me ha interesado siempre conocer la otra cara de la historia de los indígenas y, por eso, me puse a estudiar, estudiar y estudiar. Por ejemplo, me llama mucho la atención que toda, absolutamente toda la cultura de Costa Rica es mexicana, toda, sin agregarle una a o una be, todo es mexicano.

Me he empeñado muchísimo en conocer la sangre que corre por mis venas. Por ejemplo, mi mamá ejercía la prostitución desde que tenía 14 años de edad. Ella, allá en Cucaracho de Río Cuarto tenía relaciones con los huleros, indígenas, uno de ellos fue mi padre, indiscutiblemente. Ella tuvo 12 hijos y nunca supo quién era el padre de sus hijos, y mi hermanita, que es una historia que publicó la Unicef en 114 idiomas: La niña que vino de la luna, ella también empezó a ejercer la prostitución a los 14 años. Entonces a mí me ha interesado todo ese dolor y toda esa tristeza y, sobre todo, porque soy artista y a los artistas nos gusta mucho estudiar.

Usted comienza la dedicatoria de su novela La colina del buey con el siguiente texto: “Viejo, cansado, aniquilado por la vida, el hombre suele encontrar fuerzas superiores y seguir adelante”. ¿Cuáles han sido para usted esas fuerzas superiores para seguir adelante frente a los reveses que le ha presentado la vida?

El artista nace. No sentirse derrotado. Mañana siempre será mejor.

Es por esto que usted asegura que el artista nace...

Nace. Pero a mí me pregunta un muchacho “yo quiero llegar a ser escritor”. Y yo le digo estúpidamente: “Bueno, tiene que empezar por leer la cultura del hombre, empiece por Babilonia, Egipto, Jericó, Grecia, Roma, el medioevo, el Renacimiento, y termine usted con la literatura francesa, norteamericana y no deje de leer a Juan Rulfo, que es el más grande escritor que ha tenido América. Y una chiquita en la universidad me dijo: “Doctor, usted está equivocado, eso no es cierto, porque el más grande escritor en la historia de la humanidad nunca aprendió a escribir y a leer: Homero”. ¡Me apagó! Pero sí nació artista. ¡Claro! Indiscutiblemente hay que ser artista, pero hay que estudiar.

¿Esto fue lo que marcó la diferencia con sus compañeros de prisión?

Sí. Yo aprendí a leer y a escribir en la cárcel. Yo no sabía escribir ni leer.

Pero no ha sido la única persona en aprender a leer y a escribir en prisión…

Ah, no. Yo tuve un solo maestro, pero después hice una escuela y enseñé a leer y a escribir en prisión. Yo fui el que formó el primer periódico, la primera biblioteca, la primera escuela, la primera orquesta, el primer partido de fútbol en San Lucas.

¿Qué es lo que hace la diferencia en relación con otras personas?

Que yo era inocente. Yo me sentí siempre inocente. Nunca aprendí a fumar marihuana ni ninguna cosa así. Yo luché porque yo era inocente. Yo decía que yo era inocente y estaba con que tenía que salir de la cárcel a como hubiese lugar y, por eso, fue que aprendí derecho en la cárcel. Y, por eso, el libro mío que se llama El crimen de Colima. Hay 34 000 abogados, pero la única persona que escribió un libro que hizo posible que tengamos derecho a una revisión de causa es mi libro El crimen de Colima. Por mi libro, el ser humano tiene derecho en Costa Rica a una revisión de causa. Antes de mi libro no.

“... él ha sabido dar amor a cambio de odio. Ternura a cambio de la crueldad con que fue tratado. Responsabilidad colectiva haciendo el bien en toda forma a cambio de la soledad dolorosa a que fue condenado”.

Argentina Díaz Lozano,
en el prólogo de la primera edición de Cuando canta el caracol

¿De qué manera la escritura y la lectura cambiaron su destino?

En todo. Sí, porque la lectura para mí era como estar constantemente fuera de la cárcel. Yo leía todo lo que me era posible leer.

¿De qué manera tenía acceso a los libros?

No tenía acceso a los libros. Yo leía todo lo que caía en mis manos, pero libros no había. De vez en cuando aparecía un libro por ahí y yo lo devoraba. El primer libro que tuve y que, por eso, tengo la conciencia de que es el más grande de los escritores de Costa Rica, que leí entero, se llamaba Mamita Yunai. Creo no solo que es el mejor, sino el único gran escritor que ha tenido Costa Rica, es Carlos Luis Fallas.

En estos momentos, El Salvador, Panamá y Costa Rica son los únicos países que no han dado un gran artista en la literatura en América Latina. Todos lo han dado. Hay un gran artista ahí, que se llama Zúñiga, pero no es en literatura. Por otro lado, estamos debiendo la primera obra de teatro, la primera obra filosófica, la primera novela, el primer cuento, la primera poesía; aunque reconocemos el caso de Carlos Luis Fallas, que es muy especial, pero Carlos Luis Fallas no sabía escribir. Y algunos grandes escritores que tuvimos en Costa Rica, grandiosos, como decir Vicenzi, como decir Obregón, como decir García, ellos eran capaces de escribir una novela perfecta, un adjetivo no estaba fuera de lugar, pero no eran artistas. Podían escribir un libro perfecto de cuentos, pero no eran artistas. Entonces, tampoco están entre esa colección de los grandes artistas, porque no eran artistas. Carlos Luis Fallas porque no sabía escribir, no dominó el arte de escribir; y los otros porque no eran artistas; escribieron buenos cuentos, buenas novelas. En historia sí nos la brincamos, pero eso es otra cosa. Obregón Loría y su hija son grandes historiadores. Y tenemos el caso de la única gran poetisa que nosotros tuvimos: Eunice Odio y hasta ahí, pero no la han reconocido, desgraciadamente.

Hay correspondencia entre Efraim Rojas Rojas, director de la Biblioteca de la Universidad de Costa Rica, y usted…

Él empezó a mandarme cartas. Él hizo que la biblioteca de Arkansas se preocupara por los 40 libros que nosotros tuvimos y terminamos teniendo 25 000 libros en San Lucas, todo un edificio, gracias a don Efraim. Efraim me ayudó a mí para que yo incluso hiciese el pequeño librito Aprender a leer y a escribir en dos meses, porque teníamos la biblioteca, pero muchos no sabían leer ni escribir. Entonces, les enseñamos a leer y a escribir en dos meses. Todavía está ese libro en la Biblioteca Nacional.

Él fue la primera persona que empezó a mandarnos libros, logró la ayuda de la biblioteca de Arkansas y terminamos teniendo la más grande biblioteca privada de Costa Rica, que era la de San Lucas, porque San Lucas cambió, dejó de ser un presidio para ser la Colonia Agrícola Penal de San Lucas. Toda la gente rara la echaron del presidio para las cárceles y dejaron personas que les faltaba la mitad de la pena y se hizo una escuela penitenciaria única en la historia de la humanidad, después la echaron a perder, pero fue una cosa muy importante. Efraim me ayudó.

En esas cartas usted le menciona a don Efraim que están desarrollando un proyecto para levantar bibliotecas en las demás prisiones de país.

Ah, sí. Sobre todo en los demás pueblos, no en las prisiones, sino en los demás pueblitos de Nicoya. Eso con la ayuda de la madre de doña Elizabeth Odio, que era bibliotecaria en el Liceo José Martí de Puntarenas. Ahí empezamos nosotros a ayudar.

En la última carta que se resguarda en la Biblioteca Carlos Monge Alfaro usted le hace una donación a la biblioteca de cinco céntimos. ¿Qué lo movió a hacer esa donación en medio de sus limitaciones económicas?

Yo estaba recogiendo dinero. Y hay una carta mía en la que le digo: “Mire don Efraim, tal vez están equivocados, la Universidad de Costa Rica no nació así. Nosotros tuvimos el inicio de una universidad cuando los Estados Unidos era un potrero, que era la Universidad de Santo Tomás y, cuando la Universidad de Santo Tomás cerró, se mantuvo Farmacia, Derecho y Arte, entonces nunca cerró. Se cerraron unas escuelas, pero la universidad nuestra está desde 1845. No le cambien el nombre porque nunca cerró la universidad”.

En ese momento yo ya leía mucho. No se hizo en 1940, no. Lo que fue Farmacia, Derecho, Bellas Artes, nunca se cerraron. La Universidad de Santo Tomás también tenía el título de pontificia, que pocas universidades lo tienen. Debería de ser Universidad Pontificia de San José de Costa Rica y después Universidad de Santo Tomás. Por aquí tengo, en alguna parte, cómo tenían que ser los estudiantes: silenciosos, bien vestidos. Por ejemplo, había estudiantes como el doctor Elizondo que se ponía zapatos en el tren para ir a la universidad y después se los quitaba para regresar a su casa, el magistrado Elizondo.

Correspondencia con la BCMA
La Biblioteca Carlos Monge Alfaro resguarda una serie de cartas que Efraim Rojas Rojas, director de la Biblioteca de la Universidad de Costa Rica, intercambió con José León Sánchez Alvarado, mientras este último cumplía su condena en el presidio de San Lucas. Una de las cartas que llama la atención es una en la que José León le envía a Efraim una moneda de cinco céntimos como contribución para la construcción del edificio que hoy ocupa la Biblioteca Carlos Monge Alfaro. Foto: Fernando Montero Bolaños.

En la primera carta que se guarda en la Biblioteca me conmovió una parte en la que usted le dice a don Efraim que lo que a usted lo mueve a escribir es poder ser menos reo, poder ser diferente, eliminar esa nulidad que usted siente, ser menos monstruoso para la sociedad. ¿La escritura logró eso?

Logró eso y logró mi libertad. Fíjese que nosotros no teníamos papel higiénico, para limpiarnos lo hacíamos como ahora lo hacen las mujeres en la cárcel, en la pared, y algunos reos, en la pared. Ellos no tienen papel higiénico. Entonces, había un señor que usaba un libro para limpiarse el “fondillo” y eso me daba a mí una gran tristeza.

Entonces vino él y me deja el libro, la mitad, le faltaba la mitad. Veo que es de una mujer desesperada que está escribiendo un libro que se llama La razón de mi vida y esa mujer tenía al esposo en un penal horrible que se llama Ushuaia, en Argentina.

Terminé el libro y nosotros no teníamos papel para escribir, sino que escribíamos en el dorso de las cajetillas de cigarrillos, esas envolturas, entonces vine y comencé a escribirle una carta a la señora que en esos momentos era Eva Perón. Le mando la carta: “Señora, doña Eva, yo soy un muchacho joven y soy inocente, ta, ta, ta…”. Y le dije que si no me podía ayudar para que me mandara el curso entero de la Universidad de Buenos Aires, para que yo pudiera estudiar Derecho. Punto.

A los seis meses me llama un señor muy elegante, me entrega una caja con todo el currículum de la Universidad de Buenos Aires y otra caja con los clásicos universales. Mucho tiempo después, los reos de la cárcel de Buenos Aires me dedicaron la graduación de doctorado y entonces la universidad me recibió como su alumno, fui a allá a recibir el título, a nombre de los reos. A partir de ese libro empecé yo.

Un día de tantos hay un concurso literario y me dice Tabaquillo: “Tú como cuentas tantas cosas, acude” y en el hospicio estaba la situación esa del poeta Rogelio Sotela que nos llevaba a su finca y nos daba papa asada y esas cosas, entonces escribí el cuento y lo mando, pero lo mandé por “carbón”. Y después cuando sale el premio, era el primer concurso de cuentos que hubo, literario, en Costa Rica. Pero, claro, abren y ven al asesino, al monstruo de la Basílica, entonces el jurado dice “no, esto lo sacó de alguna revista, este tipo no nos va a engañar”, entonces no me dieron el premio. Pero Constantino Láscaris Commeno puso en el Teatro Nacional un ramo de flores y dijo “si no le dan el primer premio a José León Sánchez [él había ganado el segundo premio], no me lo den a mí”. Y así viene en la historia de ese primer premio de El poeta, el niño y el río.

A propósito de esa historia, ¿qué papel jugó Rogelio Sotela en su vida?

No, no. Sencillamente, Rogelio Sotela era la persona que sacaba a los niños (del Hospicio de Huérfanos) en un carro y los llevaba a una finca que tenía, a nosotros los niños, yo estaba ahí desde el primer año, yo estuve 12 años ahí. Nos daba fresco, granizado y papa, él tenía una siembra de papa y nos daban papas tostadas. Él nos llevaba a un río muy lindo. Entonces la relación conmigo fue inventar todo eso, lo que nunca sucedió, inventar todo eso. La verdad es que nunca lo conocí. Solamente tenía conciencia de que él existía, don Rogelio Sotela, un gran historiador, es el autor de la primera historia de la literatura costarricense.

A partir de los 10 días de nacidos, nuestra madre regalaba a los niños. Entonces me regaló al Hospital de Alajuela, ahí estuve un año y como no tenía adonde ir, me mandaron al Hospicio de Huérfanos, ahí estuve hasta los 12 años.

A mí me impresionó encontrar tantos libros a su nombre en la biblioteca, la vastedad de temas y la profundidad con la que los trata.

Sí, tengo de derecho, tengo de medicina, tengo novela, tengo teatro, tengo cuento y ahora estoy en historia, cambiando la historia.

¿De qué manera usted pudo cultivar todo eso en medio de todas sus limitaciones?

No sé. Ahora, por ejemplo, mi señora, ella es doctora en filología, ella trabajó mucho tiempo para el Gobierno español y fue ella la que me dijo “la cerámica es un libro”. Y ahí lo tenemos, ahí están todas las cosas, en esas miles de fotografías ahí está todo lo que usted quiera saber. En otras palabras, la cerámica es fotografía, se puede decir que son como periódicos, como La Nación de hoy, que todo lo dice en fotografías. Todo lo cuenta en cerámica, cada cerámica es como la página de un libro, como un reportaje.

¿Cómo empezó su relación con la biblioteca de la UCR, con don Efraim, usted fue el primero en escribirle?

Empezó porque llegó ahí René Picado. Yo aprendí a leer y a escribir ahí y les hacía cartas a mis compañeros, les cobraba un cinco por cada carta. Entonces, un tipo me dice “cuénteme la historia de todo lo que pasó aquí, entonces comencé a contarla y a contarla, e hice un libro…

(En este momento de la entrevista, José León Sánchez nos invitó a ir a su habitación donde tiene enmarcado un pliego de papel de bolsa de cemento con un fragmento de La isla de los hombres solos).

... una página de La isla de los hombres solos.

Cuando empecé a escribir el libro, el problema es que no había lápices, había muchos papeles de esos, pero lápices no. El problema es que cuando ya lo tenía como a la mitad, un compañero, con un lápiz de esos, mató a un guarda y entonces prohibieron los lápices. Duramos como cuatro años en los que no teníamos lápices, pero el libro lo empecé y lo seguí contando.

René Picado fue la persona que llegó ahí y me regaló la tinta para imprimir el libro. Y un señor que era periodista y que también fue presidente de Venezuela (Carlos Andrés Pérez) me regaló el papel.

(José León Sánchez nos invitó a regresar a su biblioteca, donde nos mostró un ejemplar de la primera edición de La isla de los hombres solos).

Así fue como empezó mi relación con la biblioteca y después, para mí, don Efraim fue un santo. La portada me la mandó a hacer don Efraim en una imprenta e incluye el dibujo de un compañero. Y la última que tengo es una edición de la Sociedad de Escritores Soviéticos. Esa es la primera y esta es la última. Ya lleva como 150 ediciones [es evidente que han sido tantas que José León Sánchez ya perdió la cuenta].

Es el libro más vendido. Esto es hecho en polígrafo [se refiere a la primera edición]. No hemos permitido que se le quite o se le agregue nada. Mi señora no ha permitido cambiar nada.

¿Qué lo movió a donarle esa moneda de cinco céntimos a la Biblioteca?

En ese momento no había biblioteca. En ese momento no ganábamos. Las empresas estaban colaborando para construir el edificio de la Biblioteca de la UCR, entonces yo le mandé un cinco. Diay, era lo único que podía hacer. Yo se lo mandé como una broma, pero jamás me imaginé que se iba a convertir en un cinco tan raro, muy significativo, una colaboración de un cinco.

Constantino Láscaris dice en el prólogo de su libro La colina del buey que cada página que usted escribe le cuesta sangre y que sufre al describir el dolor ajeno. ¿Usted ha escogido el dolor ajeno para ponerlo en sus libros?

En cierta forma sí. Me duele el hombre y ahora, siento yo, que cada vez hacemos más locuras. Esa no fue la idea de Madame Curie. Madame Curie no lo pensó así. Madame Curie creyó que el radio iba a salvar al mundo de todo y mire usted en lo que estamos actualmente. Ella es la madre de la ingeniería atómica que tenemos hoy en día. Con el radio empezó la historia.

“Si yo quisiera bien a José León Sánchez, le desearía que no escriba más, pues estoy seguro de que cada página que escribe le cuesta sangre. Pero así quiere él, conciencia dolorida, y así le invito: sigue contando vidas humanas, sigue haciéndote día a día contemplando y escribiendo, sigue sufriendo”.

Constantino Láscaris Commeno,
en el prólogo de la segunda edición de La colina del buey

Continuando con la línea del dolor ajeno, en su prólogo de La isla de los hombres solos usted dice que “recordar hace volver a sufrir”. ¿Vale la pena escribir desde el dolor?

Dice mi señora que cuando yo terminé Tenochtitlan terminé en el hospital con un ataque cardíaco muy serio. A mí me dolía todo eso.

Y a uno como lector también. En La isla de los hombres solos es sumamente conmovedor cuando por fin les quitan las cadenas.

Pero tengo que decirle que todavía tienen cadenas en las manos de la gente. Incluso a las mujeres se las ponen en los pies y en las manos. Y, actualmente, tenemos un presidio en Costa Rica que es el más horrible de toda América Latina. Se llama “Las tumbas”, que es un presidio dentro de otro presidio, que está en la Penitenciaría La Reforma. Eso supera todo lo que yo viví en San Lucas. Todo. “Las tumbas” de hoy en día supera todo lo que escribí en La isla de los hombres solos. Es el horror de los horrores. En Costa Rica, actualmente, se sigue aplicando la pena de muerte. Si usted en este momento quiere salir de un penal, lo matan. Y actualmente existe en Costa Rica la pena perpetua y la pena de muerte, las dos solapadas por medio de que las acepta la Corte Suprema de Justicia.

¿Cómo denunciar ese dolor humano en distintas situaciones, pero a la vez mostrar cierto grado de esperanza ante la vida?

No sé. Fíjese que desde Babilonia hasta nuestros días todo se intentó, desde la pena de muerte hasta el perdón, y en el ínterin, la lobotomía, todo se intentó y nada funcionó. Por ejemplo, el fracaso de los criminólogos es terrible. Los criminólogos son los grandes mentirosos de la humanidad y no lograron nada. Siempre está el hombre que pierde la libertad y se convierte en un paria, en una desgracia en la cárcel.

Sin embargo, en ese mismo libro señala que su gran sueño era encontrar “un camino para olvidar y olvidar y olvidar todo lo que fue mi ayer”. ¿Qué es bueno olvidar y qué es bueno recordar?

Tal vez estaba yo un poco equivocado. Cuando nosotros olvidamos nuestros errores caemos en la tentación de repetirlos, no deberíamos de olvidar. Hoy he cambiado de pensamiento.

Sin embargo, los seres humanos olvidamos cosas. ¿Aparte de los errores que no hay que olvidar para no repetirlos, considera que hay algo que sí debamos recordar?

Sí, tenemos un problema. Fíjese que en la creación de la vida hay dos principios y no se han podido cambiar y dudo que se puedan cambiar: el bien y el mal. En el principio de la vida está el bien y el mal, no se ha podido cambiar ni un ápice de bien, ni un ápice del mal. No se ha podido.

¿De qué manera el recuerdo lo ha ayudado a seguir adelante?

La memoria. Por ejemplo, yo tengo la oportunidad de leer un libro y no lo olvido nunca más en mi vida. Por eso, he estudiado tanto la historia.

De qué color es el mundo
¡Imposible terminar la entrevista sin un autógrafo de don José León! Foto: Fernando Montero Bolaños.

En ese tiempo tan oscuro y difícil para usted hubo varios “ángeles”: René Picado, Joaquín Vargas Gené, Carlos Andrés Pérez, Efraim Rojas, Monseñor Rodríguez. ¿De qué manera todas estas personas…?

Tenían fe en mí. Fue muy lindo eso.

¿De qué manera su experiencia marca su hoja de ruta de exponer la versión de los vencidos, de los marginados, de los discriminados?

Yo creo que, en cierta forma, las cosas nacen con uno. Yo creo que el cromosoma de la memoria de los seres humanos va pasando de generación en generación, como decía Jung en El túnel del tiempo. Puede ser que, frecuentemente, nace un niño que puede ser hijo de Julio César, que ha estado corriendo de cromosoma en cromosoma durante dos mil años y no nace. Parece que la memoria también queda guardada en el subconsciente de ser humano; al menos, eso decía Jung. Puede ser que sí sea cierto.

Por ejemplo, hoy en día, a mí me sorprende mucho cuando me citan Tenochtitlan. Yo no me acuerdo de haber escrito eso. Algunos dicen que yo busqué a alguien que me escribiera el libro, que no lo escribí yo. Aquí en Costa Rica suelen decir eso.

¿Por qué es importante la literatura que expone el dolor de la gente?

No debería ser tan importante porque las grandes herencias del espíritu humano no es solamente el dolor, sino que también es la belleza, aunque algunas personas, como Francisco Quevedo, decían que la belleza también encierra dolor. La belleza, el arte, por ejemplo, usted ve que los grandes artistas manifiestan tanto el dolor como la alegría de diferentes maneras y son hermanas de un mismo principio, el principio de la inspiración. Eso es interesante.

Sin embargo, su literatura expone mucho el dolor de la gente.

Sobre todo, yo he tratado con la gente que no tiene esperanza. Ahora acabo de terminar un libro mío sobre el domo de Costa Rica. Desgraciadamente a la editorial mía no le gustó, había que corregirlo tal vez durante un año, se llamaba Los areneros del río. El domo de Costa Rica produce millones de millones de peces, con centenares de barcos pescando que no pagan un cinco a Costa Rica; si solo pagaran el aleta amarilla podríamos multiplicar nuestro presupuesto ocho veces. Sin embargo, la novela me quedó mal, la editorial no me la aceptó, entonces la quemé. Se llamaba Los areneros del río. Ya no tengo tiempo de un año para corregir nada. Entonces, mejor la quemé.

“Leyendo la obra escrita por el reo José León Sánchez, conocemos con amarga desesperación la forma en que logra una nación envilecer la conciencia del hombre con desprecio, hasta el infinito de la sagrada herencia de los derechos humanos”.

Gabriel García Márquez,
Premio Nobel de Literatura

¿Tiene algún método personal para escribir?

La página en blanco. Cierro los ojos y me empieza a hablar la página en blanco. Claro, cuando se trata de historia, tomo nota de alguna cosa. Sobre todo, me pasa una cosa muy importante: siempre sueño las cosas. Siempre, siempre las sueño y al día siguiente, cuando me despierto, las escribo. Las cosas que voy estudiando las voy soñando. Por eso, dicen que el buen escritor es un buen soñador. Eso decía Juan Rulfo, el maestro Juan Rulfo. Nosotros aprendimos a escribir hasta que apareció Juan Rulfo, con esa gran obra que se llama El llano en llamas. Incluso, hizo un libro que nunca terminó, se llama El gallo de oro y hoy es texto en todas las universidades del mundo, a pesar de que no lo terminó.

¿Y cuando dice “la página en blanco” se refiere a la página literal?

No, uno se sienta frente a la máquina de escribir y es una página en blanco. Entonces, uno ya empieza a conversar con la página en blanco. Escribo en máquina de escribir, en computadora no puedo.

A propósito de una de sus obras, ¿de qué color ve el mundo?

Vieras qué interesante. Trabajé en La República como periodista mucho tiempo. En ese tiempo me nombraron representante de los derechos humanos en el Instituto Mundial de Criminología, entonces visité 60 países. De ahí que escribí ese libro (De qué color es el mundo). Nunca más se volvió a publicar. Y escribí, por ejemplo, de hasta una persona que está sentenciada a muerte y me senté con él en la silla eléctrica donde tres o cuatro días después lo iban a matar, me senté con él, se llama La hora de morir. En cada país que fui pasando escribí el libro De qué color es el mundo. Son artículos periodísticos cuando trabajaba en La República.

Y la pregunta ahora es ¿de qué color ve el mundo José León Sánchez, como dice Julieta Dobles, desde la alta ventana de los años?

A los 95 años lo miro muy extrañado, me sigue sorprendiendo el mundo, me sigue sorprendiendo el mundo. Hay cosas en Costa Rica que me duelen mucho, por ejemplo que el Ministerio de Cultura sea tan ajeno a la creación literaria, que gastemos más en deporte que en creación cultural, aunque el deporte dicen que es cultura; que no tengamos una sociedad de escritores que nos ayude, que nos exploten tanto como nos estén explotando. Por ejemplo, las cosas cambiaron. El libro, como lo hemos conocido, ya va agonizando. En la última feria de Hamburgo, el libro estaba al 62 %, pero el libro virtual va para arriba. Por ejemplo, mi editorial ahora está haciendo una promoción de mi libro a 25 centavos, la novela Tenochtitlan, a todas las bibliotecas de México y, con Colypro, que son 72 000 clientes, estamos promoviendo La niña que vino de la luna a 20 centavos el libro. Todo cambió.

Todo cambió. Por ejemplo, ingreso a Internet y veo millones de millones de seguidores de José León Sánchez. Me llama la atención ver situaciones que se dan, como en Rusia, 10 millones de personas que nos siguen y eso me llama mucho la atención. Ahora queremos mandarles libros a ellos casi regalados. En eso está mi editorial y creo que lo va a lograr. Se llama Random House. Tiene 70 editoriales en el mundo y ha sido muy golpeada porque el libro ha dejado de venderse.

Estuve en la Universidad de Illinois y me di cuenta de que todos los muchachos no llevaban libros, llevaban tablet. Y en la tablet estaban mis libros y estaba mi casa y estaba mi biografía, sobre todo esa biografía mía de la Universidad Nacional Autónoma de México, que se llama La isla de León y que la tienen gratuitamente en 12 idiomas en YouTube. Me llama la atención también que, durante los últimos dos años, tengan el libro La isla de los hombres solos también en YouTube, sin que a la gente le cueste un cinco tenerlo. Normalmente, una película dura una semana y ahí tiene 12 años, y ahí sigue.

De qué color es el mundo
La perspectiva del mundo de José León Sánchez Alvarado cambió mucho desde que escribió De qué color es el mundo. Durante la entrevista reveló cierta desazón por el rumbo del planeta, aunque siempre albergó una cuota de esperanza. Foto: Amanda Vargas Corrales.

¿Usted ya encontró su cattleya negra?

No. Mi cattleya negra es La Gran Nicoya. Pero, ¡qué interesante!, estuve en Holanda y me di cuenta de que ya hay cattleya negra. Ahí manejan todos los colores. De morada se convirtió en una especie de cattleya negra.

Es un libro que lo publiqué con el nombre de mi primera esposa, porque con el nombre de José León Sánchez nadie lo iba a publicar. Lo publicó La Nación.

¿Se ha puesto a pensar qué hubiese sido de su vida si nunca hubiera ido a prisión?

Hubiese sido el hombre más feliz del mundo, porque todavía para mucha gente, sobre todo para un sector de la prensa sigo siendo el monstruo de la Basílica y no publica nada que sea en favor mío. Si fuera algo en contra mía lo publicaría. Eso de que yo tengo un Premio Mundial Nelson Mandela, no se ha publicado en el país. No soy noticia para ellos; y que sea el único escritor costarricense que tenga un libro en chino, tampoco.

¿Siente que usted es más aceptado fuera de Costa Rica?

Si usted me da la entrevista que usted tiene y yo la mando a mi agencia literaria, la publican en muchos idiomas, sobre todo México la toma inmediatamente y la manda a todas las revistas. Mientras tanto, en Costa Rica ganarse el Premio Mandela no significa nada. En México soy parte del mundo de la cultura, en Costa Rica la Asociación de Escritores Costarricenses nunca me aceptó.

En lugar de resentimiento contra el país y contra la vida…

No, resentimiento contra el país no tengo absolutamente nada. No lo puedo tener porque cuando yo caí preso Costa Rica tenía 500 000 habitantes. Todas esas personas cuando caí preso ya se murieron. Se lo digo con absoluta seguridad. Tengo 95 años, voy por las calles y no conozco a nadie. Todo el mundo ha muerto.

Esa era la mitad de mi pregunta… En lugar de resentimiento contra el país y contra la vida, usted ha respondido de una forma muy generosa con su literatura...

Toda mi vida, todo mi agradecimiento, todo mi amor es México. México me dio el pan de cada día, me da el pan de cada día, me dio la taza de café, me dio el vestido, me dio la educación, soy doctor honoris causa de dos universidades, todo lo que tengo y todo lo que soy, mi agradecimiento para México no se va a terminar nunca, nunca, nunca. Y, por eso, me agrada muchísimo que mi libro (Tenochtitlan: la última batalla de los aztecas) se devuelva hacia ellos en chino, eso me llena el corazón. Soñé con muchas cosas, pero jamás con que mi libro se convirtiera en lo que se convirtió, en estos momentos para México es parte fundamental de la historia, los que perdieron la guerra. Eso, para mí, es un encanto.

¿Es ese apoyo de México el que le permite manifestarse con tanta serenidad y resiliencia?

Sí. Todo lo que tengo. Por ejemplo, aquí en Costa Rica, cuando me dieron el Premio Magón en el Teatro Nacional dije: “Gracias, México, por el momento que estoy viviendo”.

“José León Sánchez es un hombre cordial, humanísimo, sencillo y abierto como unas alas de autenticidad, de libertad. Su uniforme de presidiario no es un disfraz ni una teatralidad, sino una servidumbre, una grandeza, un permanente estímulo para escribir, como pedía Albert Camus, por aquellos que sufren y por aquellos que no saben o no pueden hacerlo. La literatura también es un acto de caridad, una bandera de amor, de exaltación del hombre y de lucha contra sus sufrimientos”.

Julio Manegat, en el prólogo de A la izquierda del sol

Argentina Díaz en el prólogo de Cuando canta el caracol...

¡Qué bonito eso de Argentina! Usted sabe que es mi primer premio internacional: Cuando canta el caracol. Argentina era una gran escritora guatemalteca y ese libro lo publicó la editorial del ejército de Guatemala.

Argentina Díaz en el prólogo de Cuando canta el caracol dice que usted “ha sabido dar amor a cambio de odio…”. ¿Por qué es importante perdonar?

No lo sentí así. Para mí El poeta, el niño y el río, La niña que vino de la luna, es una queja más bien. El final de La isla de los hombres solos, que dicen que está tan lleno de libertad y de belleza, nunca lo pensé, salió así. El escritor es víctima de las páginas de sus libros. Son 29 libros los que tengo.

¿Considera que Costa Rica ya le pidió perdón a usted?

No, no, no. No tiene nada que perdonarme. Y en Costa Rica se me lee poco. Yo ahora, que la Universidad de Costa Rica hizo Tenochtitlan, yo insistí muchísimo para que la agencia literaria permitiera eso, porque aquí en Costa Rica la gente no me lee, me lee muy poco, prácticamente los libros míos no se leen en Costa Rica. Y cuando llegan instituciones que promueven el libro, como algunas librerías, estas no le dan vitrina a ningún libro costarricense, no les interesa el libro costarricense.

Hace unos días me reuní con todos los Premios Magón, somos 13 actualmente vivos. Uno de ellos decía: “¡Qué raro, José León, a nosotros la Casa Presidencial nunca nos ha hecho una pregunta ni nos ha invitado a una taza de café!”. Es que ahora le voy a enseñar cómo entregan el Premio Nelson Mandela. El premio es de las Naciones Unidas, pero lo entrega el Gobierno de México en el Congreso, en plena sesión de honor. Aquí más bien le tienen un apodo, se llama Premio Magón. No debería ser así. Es el Premio Nacional de la Cultura.

Ahora, el Teatro Espressivo está publicando La isla de los hombres solos, pero si no, no la publica nadie, no les interesa. ¡Claro! Mi editorial sí la está moviendo por todo lado, por todo el mundo, pero aquí no interesa.

Fragmento de La isla de los hombres solos
En la habitación de José León Sánchez Alvarado hay un fragmento del manuscrito de La isla de los hombres solos, enmarcado y colgado en una de las paredes. El texto está escrito con lápiz sobre un trozo de una bolsa de cemento. Foto: Amanda Vargas Corrales.

¿Qué podemos hacer como sociedad para que los niños y jóvenes se apasionen por una lectura que les abra puertas?

Ya perdimos la batalla. Fíjese que, por ejemplo, si nosotros en este momento creáramos una cátedra universitaria para delinquir... ¿qué le parece a la universidad una cátedra para delinquir? ¿Verdad que tendría mucho éxito? Bueno, una cátedra así no supera lo que hace la televisión, un solo programa como la muchacha esta fea o como los 33 programas que ha habido de Pablo Escobar o del Chapo Guzmán. La forma como esa gente delinque tiene más poder en la sociedad que cualquier universidad.

Actualmente, en la sala de su casa se cometen un mínimo de 50 homicidios todos los días, porque las series de televisión, si no hay un asesinato, no la toman en cuenta para nada. Entonces, tiene que ser prostitución, degeneración, que eso es lo que vende. Las cátedras de la televisión son las que manejan en estos momentos el mundo. Mire usted lo que es ahora el teléfono celular. Se calcula que el 72 % de la vida del ser humano se va en el celular. Ya la universidad no puede competir con el celular.

¿Podríamos estimular la lectura mediante el teléfono celular?

Sí. Es que hay una cosa muy importante: la lectura tiene que estimularla la escuela, pero si el maestro no lee, y en Costa Rica el maestro no lee, no tienen bibliotecas, entonces estamos mal. La lectura es un amor al arte, los niños no llegan a eso. Aquí lo que se lee es, por ejemplo, La Nación y La Nación le dedica más tiempo al deporte que a cualquier otra cosa, o a las cosas del extranjero. Por ejemplo, ahora nos cuentan que hay una muchacha que se ha casado cinco veces, Jennifer López, que se ha casado cinco veces con vestido blanco, y las cinco veces La Nación le ha dado una página entera. Ese es el ejemplo de personas que ellos estimulan que se debe ser.

¿Se promueve la lectura intrascendente?

Sí, intrascendente.

¿Entonces cómo podríamos estimular la lectura de un nuevo libro de la historia de Costa Rica a partir de La Gran Nicoya?

Empezamos mal siempre. No les va a interesar mucho a las universidades, creo yo, porque en Costa Rica eso no se acostumbra, no se usa. Serán los mismos nicoyanos los que se preocupen por el libro, no creo que la universidad o el Ministerio de Educación se preocupen por eso. No se van a preocupar, creo yo. Y menos de José León Sánchez, que aquí sigo siendo el "monstruo de la Basílica", así lo siento. A veces he llegado a un restaurante y me dicen: “Señor Sánchez, no debe nada, pero por favor, hay personas aquí que no lo quieren” y me echan. Me ha pasado eso, a pesar de tener un libro en chino. Eso en México es una maravilla, allá se hizo un escándalo, aquí ni lo han citado. Que tengo libros en diferentes idiomas, eso no les interesa.

¿Cuál es la diferencia que usted hace cuando dice que en ese tiempo usted no sabía escribir un libro?

Me refería a que yo no sabía leer ni escribir. Y también cuando escribí La isla de los hombres solos y unos cinco libros más, eso no es escribir, es narrar.

¿Y cuál es la diferencia?

Dominar el arte de la escritura. Por ejemplo, lo llego a dominar más o menos en Tenochtitlan y en Campanas para llamar al viento, pero ya tenía 50 años de ejercicio.

¿Y qué considera usted que es dominar ese arte de la escritura?

Yo creo que es un arte de creación muy raro. Uno vive las cosas, sufre las cosas, sueña las cosas. Yo creo eso.

Me quedé pensando en estos escritores que usted mencionaba que habían estudiado mucho, que escriben muy bien y que ponen cada adjetivo perfecto, pero no son artistas.

Por ejemplo, dijésemos que El Quijote falla en eso porque él tampoco sabía escribir bien, porque ahí la mujer piensa, habla, actúa y gestiona como si fuera un hombre, y la mujer hay que tratarla diferente; la mujer es mujer, como hace él que la trata como si fuera un hombre. Igual con Sancho Panza, es un hombre muy ignorante, pero él ahí lo pone a hablar como si fuera un científico. Está mal eso. Para él también fue la primera gran novela. Pero era fácil escribir la segunda novela. La segunda novela la escribió Francisco Quevedo. En aquel tiempo era correcto plagiar. Entonces, él escribió la segunda parte de El Quijote. Pero Cervantes se enojó y escribió la segunda parte. La diferencia era que Quevedo sí sabía escribir muy bien, mejor que Cervantes.

¿Usted considera que él sí era artista?

Yo no. Lo consideran los estudios que se han hecho. Aquí, dijésemos, hay grandes novelistas, pero de ahí no pasaron, de escribir bien.

Y cuando usted menciona que Calufa es el mejor, pero que no sabía escribir, ¿a qué se refiere?

No solamente hay que ser un artista, sino también estudiar el arte. Por ejemplo, ahí [señala el libro 1001 libros que hay que leer antes de morir. Relatos e historias de todos los tiempos, de Peter Boxall y José-Carlos Mainer] hay grandes creadores y artistas de todos los países del mundo entero, pero de América faltan tres países que no han llegado a producir un novelista, un dramaturgo… Pintor, uno, pero desgraciadamente no está ahí, que es Pacheco, es el gran pintor nuestro, Pacheco. Pero sí tienen a uno mundialmente famoso, que es Zúñiga, él sí está ahí, pero como arte en la escultura. En lo que se llama cuento, novela, poesía, dramaturgia, nosotros todavía no estamos ahí.

En una de sus cartas a don Efraim le dice que escribir es fácil y que publicar un libro es fácil, pero lo que cuesta es tener la ilusión para escribir y que eso es lo más importante. ¿Cuál ha sido su ilusión para escribir?

No sé, lo mío es como un defecto: no puedo vivir sin escribir, tengo que estar escribiendo. Ya es un hábito que tengo, lo llevo metido en la sangre. Tengo que escribir o narrar, yo soy buen narrador.

¿Persiguiendo la cattleya negra?

Sí, persiguiendo la cattleya negra. Bonita frase esa.

“Paralelismos tétricos y asombrosos hermanan dos de los libros que más me han impresionado a lo largo de mi vida: La lucha de Phoolan Devi en La reina de los ladrones, libro publicado en Nueva Delhi en 1995 y La isla de los hombres solos del mesoamericano José León Sánchez. […] El segundo libro es la obra de un hombre aviesamente convertido en un lobo despiadado, a quien en muchos años le fueron negados hasta los diez minutos de sol a los que tenía derecho según la ley…”.

Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura

Encuentre la literatura de José León Sánchez en las bibliotecas del Sistema de Bibliotecas, Documentación e Información (Sibdi) y de la Red de Unidades de Información Especializadas (RUIE) de la UCR.

"Entre líneas" es una sección del proyecto Esta palabra es mía, un espacio de divulgación lingüística y literaria, de la Oficina de Divulgación e Información, de la Universidad de Costa Rica.
Fernando Montero Bolaños
Periodista, Oficina de Divulgación e Información
fernando.moeekqnterobolanos  @ucrraqq.ac.cr

Amanda Vargas Corrales
Filóloga, Oficina de Divulgación e Información
amanda.varsoixgascorrales  @ucrejuz.ac.cr

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