El pasado 30 de octubre, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, superó su propia marca de votos recibidos anteriormente y se convirtió en el presidente más votado en la historia del país. El petista fue electo por tercera vez presidente de Brasil con 60 345 999 votos (50,99 % de los sufragios válidos), contra Jair Bolsonaro, quien obtuvo 58 205 354 votos (49,1 % de los votos válidos), según datos del Tribunal Superior Electoral de Brasil (TSE).
Estas elecciones del 2022 no tienen precedentes en la historia brasileña, no solo por la mínima diferencia de votos entre los dos candidatos, sino porque fue considerada por los analistas políticos como una disputa entre dos formas antagónicas de concebir la sociedad, la democracia y el Estado brasileño. Los resultados satisfactorios para Lula no esconden una división política y social en el país sudamericano, ni tampoco que el nuevo presidente heredará un país dividido y con una parte significativa de su población armada, ya que hubo un aumento del porte de armas durante el gobierno de Bolsonaro.
Algunas preguntas que surgen ante este peculiar escenario político tienen un matiz religioso. ¿Por qué Bolsonaro tiene la simpatía y la mayoría de los votos entre los evangélicos, aunque sea un promotor del armamento de la población y asuma discursos discriminatorios y actitudes violentas? ¿Cómo se explica la victoria de Lula, definida por los votos recibidos en la región Nordeste, la más pobre del país?
En Brasil los grupos evangélicos son diversos y heterogéneos, y sus inclinaciones políticas también lo son. Existen personas evangélicas en casi todo el espectro político de Brasil. Sus preferencias electorales pueden variar de una elección a otra y no se comportan “en masa” a partir de su identidad religiosa. Dicho esto, es importante hacer algunas acotaciones.
Más que un voto evangélico existe un voto moral conservador, que aglutina a un número significativo de personas votantes evangélicas, pero también católicas y de otras confesiones.
Ahora, cuando las lealtades cambian de una elección a otra, las simpatías, las antipatías, las creencias asentadas por la religión o la cultura, las emociones y lo que la persona juzgue como bueno o malo de una candidatura o una agrupación, juegan más que los programas y las propuestas. La moral y los valores se convirtieron en un área de lucha para ganar y asegurar votos. Quienes tienen el poder simbólico para influir en la moral, se convierten en piezas que se deben ganar como asociados. Así, los liderazgos religiosos son aliados fundamentales que hay que acercar y en esta perspectiva, sobre todo, los pastores evangélicos son los socios por excelencia, ya que representan y lideran a los grupos religiosos que más crecen y se expanden en Brasil. Además, los pastores tienen mayor influencia en las decisiones de su feligresía.
Esta tendencia coincide con el creciente interés de líderes evangélicos de participar en política electoral y llegar a influir en los gobiernos del Estado, en la legislación de los países y en la política pública, a partir de una doctrina neopentecostal de amplia difusión entre agrupaciones evangélicas que plantea que los líderes y los valores cristianos (con acuerdo a la interpretación neopentecostal) deben orientar a las naciones.
En este contexto, Bolsonaro logró acaparar el favor de un amplio e influyente sector de liderazgo evangélico. Lo mismo había logrado Lula en las dos elecciones anteriores en que ganó la presidencia. Este hecho contribuyó para que Bolsonaro recibiera a su favor un voto moral conservador de muchas personas electoras que provenían del mundo evangélico. Al respecto, es ilustrativo indicar que cuando se cruzan datos del censo del 2010 en Brasil con los votos obtenidos por municipio en la primera vuelta electoral en las recientes elecciones de octubre, Bolsonaro obtuvo más votos en los municipios de más presencia evangélica; mientras que en los municipios de mayor número de personas católicas, Lula fue el ganador.
Ahora bien, muchas personas evangélicas votaron por Lula, aunque no hayan todavía datos fuertes para cuantificarlo en su debida proporción.
Lo que sí es cierto, es que lo moral y lo religioso son aspectos que han tomado una significativa relevancia en las elecciones actuales en países de América Latina, en contextos donde se establecen alianzas entre sectores políticos conservadores de derecha y sectores conservadores religiosos, sobre todo, de extracción evangélica. Estas alianzas funcionan mientras haya en la agenda y la política pública temas y acciones que se asocian a la forma en que personas conciben el alcance de la moral y la religión.
Existe una nueva derecha que ha aprendido a reproducir el “performance” adecuado para atraer las preferencias electorales de quienes, de por sí, son personas conservadoras en temas de frontera simbólica y que, además, tienen mucho que cobrar a los políticos y partidos que les han sumido en la pobreza, o bien, han puesto en peligro su estatus social. Así, se estructura y desarrolla una trama en donde líderes políticos son ungidos y abrazados por pastores y apóstoles que aseguran que esos nuevos liderazgos asumen en sus programas y acciones lo que Dios quiere para la nación.
A su vez, los líderes políticos, a voz en cuello en plazas públicas, medios y redes, pronuncian discursos transversalizados por mensajes religiosos y asumen las posiciones corporales, los tonos de voz y la gestualidad necesaria para traspasar y ser aceptados por los códigos religiosos de su audiencia evangélica. En Brasil el lema de campaña de Bolsonaro fue “Dios sobre todo, Brasil sobre toda la gente” y el lema fue acompañado de abundantes oraciones, participación en rituales y plegarías difundidas a través de sus redes sociales y las de sus hijos.
Sin embargo, no todos los conservadores morales son de derecha, no todos los evangélicos son conservadores, no todos los evangélicos son pobres ni todos los pobres son evangélicos ni en todo tipo de elección y región se juegan temas con un marcado carácter moral. Lo religioso conservador tiene sus límites y sus alianzas políticas con la derecha también. Cuando en una campaña los temas de agenda pública y política no tienen un marcado énfasis moral, los religiosos políticos y sus alianzas pierden la plataforma que los sostiene.
Esta situación fue clara en el Noreste brasileño. Los programas sociales de los gobiernos anteriores de Lula todavía siguen en la memoria y en las conquistas alcanzadas por la gente del Nordeste. Sobre todo, en esta región, la grave crisis económica que vive Brasil, el alto desempleo, el hambre y las muertes durante pandemia agrandadas por la ineficiencia del gobierno bolsonarista, fueron decisivas para que Luis Inácio Lula da Silva venciera las elecciones en esta región y por medio de esta, en Brasil. También hay que decirlo, en el nordeste, los evangélicos conservadores no son tan significativos como en otras regiones.
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