El II Informe del Estado de Situación de la Persona Adulta Mayor en Costa Rica determinó que ocho de cada 100 habitantes tienen 65 años o más. Esta población experimenta diversas morbilidades frecuentes y, además, una significativa aparición de enfermedades mentales o psiquiátricas.
El documento agrega que, aunque el 35 % de las personas mayores de 65 años en el país enfrenta la pérdida de capacidades funcionales, las enfermedades discapacitantes de mayor prevalencia responden a condiciones mentales o psiquiátricas como el alzhéimer, la ansiedad y la depresión.
Según la Encuesta Nacional sobre Discapacidad, desarrollada por el INEC en el 2018, la hipertensión (59 %), los distintos tipos de artrosis (38 %), el dolor crónico de espalda (28 %), la diabetes mellitus (28 %), las gastritis o úlceras gástricas (19 %) y las enfermedades del corazón (17 %) son las morbilidades más frecuentes entre las personas adultas mayores en el país.
Sin embargo, el mismo estudio determinó una significativa aparición de enfermedades mentales o psiquiátricas en el perfil epidemiológico de los costarricenses mayores de 65 años, de los cuales, un 7 % reporta ansiedad crónica y un 6 %, depresión crónica.
El II Informe del Estado de Situación de la Persona Adulta Mayor en Costa Rica advierte que tanto el estado físico como el mental pueden condicionar el funcionamiento de las personas adultas mayores en la sociedad, ya que afectan su relación con el entorno.
Según la docente de la Escuela de Psicología de la Universidad de Costa Rica (UCR), gerontóloga y psicóloga clínica del Hospital Nacional Psiquiátrico, Marisol Jara Madrigal, la afectación de la salud mental en las personas adultas mayores es casuística y, por lo tanto, no puede abordarse desde la generalidad.
Aunque en algunos casos la afectación de la salud mental responde a situaciones biológicas y genéticas que generan una predisposición mental o neurológica, también se relaciona constantemente con el estilo de vida que acompañó el proceso de envejecimiento de las personas durante todo el ciclo vital.
“Si desde etapas tempranas ha existido un proceso de envejecimiento inactivo y con un estilo de vida poco favorable para el desarrollo integral como, por ejemplo, el asociado con el consumo de drogas, es más probable un mal panorama para la salud mental de la persona. Ya que el consumo de sustancias afecta la parte neurológica y puede propiciar incluso un tipo de demencia que no responde a un componente genético, sino a un modo de vivir no saludable”, aseveró la experta.
Ante los diversos riesgos que enfrenta la salud mental como resultado de los diversos factores descritos, se vuelve innegable la importancia de la prevención y promoción de la salud durante todo el proceso de envejecimiento. Sin embargo, la situación se agrava cuando esta perspectiva no es una posibilidad real para todas las personas.
Jara dirige el Trabajo Comunal Universitario (TCU) “Promoción para la salud desde un enfoque de derechos humanos en Costa Rica” y desde este espacio académico y de acción social ha podido constatar las limitaciones que experimentan constantemente muchos de los centros de salud que operan fuera de la Gran Área Metropolitana (GAM).
Según la académica, no en pocas ocasiones las áreas de atención de las zonas rurales del país atienden la salud de grandes volúmenes de personas con escaso personal y experimentan importantes limitaciones para contar con especialistas en áreas como psicología, psiquiatría y gerontología.
Agregó que la situación descrita no corresponde a una excepción, pues, por el contrario, se trata de localidades rodeadas de diversas condiciones de vulnerabilidad, donde cobra mayor relevancia la atención de otras necesidades de subsistencia diaria respecto a la atención de la salud y, más aún, de la salud mental.
“Ahí las personas no pueden ir a sus citas médicas porque se viene una llena de agua y se inunda la comunidad o se quedan sin puente y no pueden cruzar al otro lado. Son personas que no tienen vehículo propio y el autobús sale solo una vez al día. Para esa gente las prioridades son otras”, señaló la experta.
Para la investigadora del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP), Mónica Salazar Villanea, tanto el concepto como el abordaje que en muchas ocasiones se hace de la salud mental es excluyente e, incluso, discriminatorio en diversos sentidos.
“Este mundo occidentalizado y globalizado en el que vivimos nos plantea una salud mental que llama a la búsqueda de un bienestar que se construye y se ejecuta individualmente. Pero esta es una perspectiva exigente, irrealista, absolutamente desigual e inequitativa, cuando hay condiciones estructurales de desventaja que no son compensables a lo largo de la vida”, aseguró la experta.
Aunque es común que la salud mental plantee la optimización de los recursos que tiene cada persona para afrontar diversas situaciones, Salazar aseguró que la pandemia del COVID-19 demostró que este enfoque individual no se sostiene y que debe primar un abordaje de corresponsabilidad.
“A lo largo de la vida necesitamos andamios, estructuras de soporte que den sostén para el desarrollo personal, y en la vejez no debería ser distinto. Si no ofrecemos andamios, la salud social no se sostiene. Si una persona que está aislada en su casa tiene que afrontar situaciones adversas a solas, tiene todas las condiciones desfavorecedoras y de riesgo para su salud mental”, explicó la investigadora.
A criterio de Salazar, aunque la salud mental suele relacionarse con manifestaciones de ansiedad, de depresión, de deterioro cognitivo y de deterioro funcional, también tiene que ver con las restricciones que tienen las personas respecto a posibilidades de desarrollo y de participación social.
“Vivir en un barrio violento puede ser una condición de riesgo para la salud mental, pero si tengo una red de apoyo comunitario, que organiza espacios de participación y ejercicio físico de una manera segura, hay una compensación que permite que mi salud mental se sostenga. No es que no haya más ansiedad, depresión o deterioro cognitivo, pero hay una compensación”, aseguró Salazar.
La investigadora aseguró que la conexión basada en el reconocimiento de la otra persona es un factor protector muy efectivo en esta temática y, por lo tanto, es de gran importancia crear tejidos sociales que validen a las personas y les brinden contención ante diversas situaciones de adversidad.
El abordaje social de la adultez mayor también determina la forma en que esta población experimenta esa etapa de la vida. Según la docente de la Escuela de Enfermería y gerontóloga Shirley Vargas Chaves, “hay una especie de mandato que obliga a preguntarse qué va a pasar a partir de los 60 años”.
Según la especialista, en la sociedad actual prima una perspectiva económica que, en muchas ocasiones, valora a las personas durante toda su vida a partir de la productividad y que, incluso, cuestiona el aporte que brindan las personas adultas mayores sin reconocer las contribuciones que hacen en otros ámbitos.
“En nuestra sociedad prima la teoría del desapego que argumenta que la persona adulta mayor tiene que desprenderse de lo social y prepararse para morir. Hay una despersonalización que los puede colocar como un “objeto” más de la casa, que se sustenta además en el edadismo (...) y lo más grave de todo ello es cuando la persona adulta mayor se lo cree y lo practica”, explicó la profesional de la salud.
Por otro lado, la conclusión de la vida laboral y la jubilación también plantea retos para la salud mental de las personas adultas mayores. El cambio de rutinas, la vivencia de pérdidas y el distanciamiento de personas cercanas propicia espacios de soledad que, si no son elegidos, pueden ser antesala de la depresión.
Vargas enfatizó la necesidad de cambiar diversas perspectivas sobre la adultez mayor: desde separar las afectaciones de salud que se derivan de esta etapa respecto a las que iniciaron en momento anteriores de la vida (y que se mantienen en la adultez mayor), hasta resignificar y validar el aporte social, familiar y cultural que brinda esta población.
Sumado a lo anterior, destacó la importancia de promover estrategias de envejecimiento activo y envejecimiento exitoso que favorezcan el funcionamiento físico y cognitivo de las personas mayores de 65 años, pero, sobre todo, que fortalezcan su compromiso con la vida.
“Cuando se es persona adulta mayor, la gente es más propensa a enfermar, porque naturalmente el cuerpo va experimentando un deterioro progresivo. Pero, si yo me mantengo activa, voy a disminuir tanto la posibilidad de enfermar como las complicaciones asociadas e, incluso, la invalidez”, concluyó la docente.
El Trabajo Comunal Universitario (TCU) “Envejecimiento activo a lo largo de la vida” es uno de los esfuerzos que desarrolla la UCR a fin de promover la salud mental como parte de un abordaje integral de las personas adultas mayores.
La iniciativa se desarrolla desde hace 11 años y durante ese tiempo ha abordado diversas poblaciones del país. En este momento, articula esfuerzos con el área de salud de San Sebastián-Paso Ancho para beneficiar a las personas adultas mayores de esas localidades.
Según la coordinadora del TCU, Shirley Vargas Chaves, el proyecto desarrolla un proceso de sensibilización de todo el estudiantado participante que, posteriormente, compartirá diversos espacios con las personas adultas mayores.
A partir de reuniones, tanto presenciales como virtuales, los universitarios intercambian conocimiento con las personas adultas mayores respecto a temas relevantes para su salud, pero también facilitan diversas dinámicas para su convivencia y esparcimiento.
Vargas destacó el aporte que brindan este tipo de espacios a la salud mental de las personas adultas mayores, pues, además de expresar cómo se sienten ante diversas situaciones, pueden aportar en la construcción de estrategias para la atención de sus necesidades.
“Como Universidad somos un ente facilitador para optimizar los actores sociales involucrados en el proyecto y darles a las personas adultas mayores un lugar seguro para compartir sus ideas, sus emociones, sus pensamientos y sentimientos. Y, si vemos que hay una situación que se deba profundizar, ahí mismo se le hace ver al personal de salud y le dan seguimiento”, explicó la experta.
Doña Isabel Aguilar Meléndez tiene 65 años, es vecina de San Sebastián y desde hace varios meses asiste de manera regular al grupo facilitado por este proyecto universitario, donde aseguró que se ha sentido muy valorada y útil.
La adulta mayor afirmó que disfruta mucho ser parte de este espacio, el cual —además— le ha permitido adquirir nuevos conocimientos que también comparte con otros adultos mayores, pues trabaja como dama voluntaria en varios hospitales.
“Nos reunimos una vez cada quince días presencial y una vez cada quince días virtual, y todas las veces es un éxito total. Todos los adultos la pasamos en grande, hemos hecho una gran amistad entre todos nosotros”, afirmó doña Isabel.
El Programa Integral del Adulto Mayor (PIAM) es otro esfuerzo de la UCR dirigido a tal población. A partir de una iniciativa de educación no formal, este les permite a las personas adultas mayores aprender sobre una amplia diversidad de temas.
La coordinadora del PIAM, Sofía Segura Cano, afirmó que el aprendizaje a lo largo de la vida es trascendental, pues brinda un espacio de estimulación cognitiva y facilita la generación de redes entre quienes asisten a los grupos, al tiempo que genera vivencias y experiencias para el bienestar individual y colectivo.
“La educación para mayores abre las puertas para generar expectativas de aprendizaje y desarrollo personal durante la vejez, y fortalece la salud mental de quienes comparten, aprenden y nutren los procesos educativos”, afirmó Segura.
Don José Andrés Wong Sanchún es un adulto mayor de 90 años, vecino de Guadalupe, que forma parte del grupo de bailes y proyección folclórica “Al son de la vida”, iniciativa del PIAM que promueve una mejor calidad de vida por medio del arte y el movimiento.
Ser parte de esta iniciativa no solo le ha permitido a don José Andrés tener un estilo de vida más saludable al ejercitarse constantemente por medio del baile, sino que, además, le ha dado grandes satisfacciones por las presentaciones que realiza ante diversos públicos.
El adulto mayor destacó también que ha tenido la oportunidad de hacer nuevas amistades con las otras personas mayores que asisten al espacio, el cual se desarrolla un día a la semana en las instalaciones de la Universidad.
En este momento, el PIAM cuenta con 181 grupos activos, a los cuales asisten alrededor de 1 300 personas adultas mayores de diversas localidades, quienes tienen la oportunidad de aprender sobre temas tan variados como historia, fotografía y pintura.
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