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José Pablo Rojas González, docente de la Escuela de Estudios Generales
Soltemos la lengua

Entre símbolos del mal y políticas sobre la vida: los especialistas costarricenses ante el VIH/sida (primera mitad de la década de los ochenta)

¿Cuál fue el tratamiento informativo que las autoridades médicas le dieron al VIH/sida? ¿Es el discurso médico un discurso neutro?
12 oct 2022Artes y Letras

Los médicos y especialistas costarricenses, desde la primera mitad de la década de los ochenta, reactivaron —con sus explicaciones sobre el VIH y el sida, con sus advertencias y requerimientos publicados en la plataforma periodística— los símbolos primarios del mal: la mancilla como análoga de la mancha, el pecado como análogo de la desviación, la culpabilidad como análoga de la carga, según los explica Paul Ricœur (2004). Al mismo tiempo, establecieron biopolíticas (sigo a Michel Foucault, 2003, 2007, 2007a) con las que buscaron controlar —desde su cuerpo y por él— a la población de “sujetos infames” asociados con el síndrome. Con lo anterior, hoy voy a referirme al papel que los especialistas costarricenses tuvieron en la constitución de las primeras imaginaciones nacionales sobre la “enfermedad” y sobre los sujetos vinculados con ella.

Pese a que desde 1983 se publicaron, en La Nación, noticias sobre el VIH/sida, el discurso médico costarricense no intervino hasta 1984, cuando aparecieron los primeros casos de costarricenses enfermos (un grupo de hemofílicos). Sin embargo, también en este momento sus aportes fueron limitados, al menos en el medio indicado, el cual entró en un período de silencio en relación con la “enfermedad”.

A mediados de 1985, La Nación volvió a publicar noticias nacionales sobre el VIH/sida, y lo hizo de forma constante, ahora con la colaboración regular de médicos y especialistas locales, quienes trataron de dirigir el accionar de la población con estrategias, desde mi perspectiva, dudosas, poco efectivas o con implicaciones sociales graves, como las desprendidas de la promoción del miedo, la estigmatización de ciertos sujetos a partir de su clasificación y jerarquización o el desarrollo de políticas disciplinarias y de estrategias de control y vigilancia.

Aunque fueron varios los médicos y especialistas que publicaron su parecer sobre el VIH/sida y los llamados “grupos de riesgo”, solo voy a referirme a las ideas de tres figuras centrales: el Dr. Juan Jaramillo Antillón, el Dr. Leonardo Mata y el Dr. Edgar Mohs Villalta. El Dr. Jaramillo fue ministro de Salud de Costa Rica durante la administración de Luis Alberto Monge Álvarez (1982-1986), por lo que fue él quien primero debió ocuparse del VIH/sida.

Más: VIH/sida en Costa Rica (1983-1986): La emergencia discursiva de la pandemia, de José Pablo Rojas González

Jaramillo, sin embargo, no actuó rápidamente ante el desarrollo mundial de la “enfermedad”; incluso la vio como un “problema secundario”. Para él, el VIH/sida no era relevante, ya que solo alcanzaba a esos sujetos a los que él entendía como “enfermos sociales”, como “pecadores”, cuyo “estilo de vida” era la razón principal de la “propagación” del nuevo virus (comprendido casi como una especie de “suciedad”). Desde su perspectiva, la sociedad “normal”, “sana”, “decente”, podía estar tranquila y solo debía seguir algunas recomendaciones para no “contaminarse”.

En 1985, Jaramillo publicó, en La Nación, dos comunicados casi idénticos en su información (12/8/1985 y 8/11/1985). En ellos, se enlistan las medidas de “protección” recomendadas por el Ministerio de Salud. Estas se resumían en evitar el contacto con los miembros de los “grupos de riesgo”, sobre todo con los homosexuales. Así, evitar el VIH/sida implicaba rechazar subjetividades ya de por sí despreciadas; subjetividades que se tornaron un “chivo expiatorio” con el que se buscó persuadir a la población general, a la que realmente se dirigía el comunicado.

Artículo “El sida. Para: la opinión pública. Del: Ministerio de Salud”, de Juan Jaramillo Antillón (La Nación, 12 de agosto de 1985).
Imagen: cortesía de José Pablo Rojas González.

 

Artículo “El sida (información y consejos). Comunicado n.° 5: (Ministerio de Salud)”, de Juan Jaramillo Antillón (La Nación, 8 de noviembre de 1985).
Imagen: cortesía de José Pablo Rojas González.

Los homosexuales fueron utilizados como un ejemplo negativo; es decir, como una realidad “nociva” que se acusaba, al lado de otras realidades también criminalizadas, para incentivar la “corrección” sexual, moral y social. La postura de Jaramillo sobre los homosexuales se mantuvo a lo largo de los años, como se puede ver en sus diferentes artículos de opinión, pero también en sus múltiples libros. Por ejemplo, en ¿El sexo débil de la mujer? (1997), Jaramillo afirma lo siguiente:

En términos generales en el mundo, la mayoría de los hombres se sienten atraídos por las mujeres y estas, a su vez, por los hombres. Para nosotros, esto es lo natural o biológico, y lo aceptado socialmente. Desde el Génesis, Dios creó a dos seres humanos, el hombre y la mujer, para que se unieran y procrearan hijos. La relación hombre-mujer obedece entonces a los instintos generados por el proceso de la evolución; es una manifestación biológica, pues la función primordial del comportamiento sexual es la reproducción de la especie, algo que no se logra con las parejas homosexuales; este instinto ha sido reforzado culturalmente por la educación, la religión y la ley. (Jaramillo, 1997, p. 211)

Como vemos, Jaramillo mezcló argumentos heteronormativos, biologistas y religiosos para asegurar que la homosexualidad era una anormalidad. Como tal, solo podía traer consigo calamidades. La “nueva enfermedad” era, para este médico, una consecuencia del actuar de estos sujetos que no seguían las reglas naturales, divinas y humanas.

 

Portada del libro ¿El sexo débil de la mujer? (1997), de Juan Jaramillo Antillón. Imagen: cortesía de José Pablo Rojas González.

 

Leonardo Mata, microbiólogo médico, investigador y académico universitario, es una figura fundamental dentro de la historia del VIH/sida en Costa Rica. Sus primeros artículos de opinión sobre el tema aparecieron, en La Nación, en setiembre de 1985. En “SIDA: enfermedad infecciosa” (11/9/1985), Mata expone al VIH/sida como un “asesino silencioso”, como una entidad que perjudica con unas propiedades invisibles. Asegura el autor: “la humanidad se enfrenta a un mal asesino que ataca sigilosamente, que no avisa a quien ya lo incuba y que se transmite preferencialmente durante la relación sexual de la que no puede prescindir la mayoría de los adultos” (Mata, 11/9/1985, párr. 1).

La idea que queda es la de un agente pernicioso que está destruyendo a la humanidad de manera deliberada y sistemática. Un agente que se ha aprovechado de uno de los puntos “débiles” de las personas, vinculado con el placer sexual. El sexo se asume, entonces, como un acto inseguro, que pone en riesgo a todo el cuerpo (individual y colectivo).

Mata, con sus artículos de opinión, trató de enviar un mensaje de autocuidado, pero desbordado de una retórica ominosa, que concebía al “enfermo” como un “cuerpo colonizado”, como un “recipiente portador del mal” y, al mismo tiempo, como un “foco de contagio”. Por lo tanto, el “enfermo” se pensó tan peligroso como la “enfermedad”, ya que lo que “transportaba” era “infección”, “corrupción” de la salud, en fin, “muerte”.

Los significados que este especialista promovió en torno al VIH/sida, en este primer momento, fueron funestos. Con ellos realmente se buscó incentivar una moral del cuerpo, y se atacó cualquier otra realidad que se saliera de sus planteamientos normalizadores. Para Mata, la nueva “enfermedad” era incluso positiva, ya que “condicionaba nuevos estilos de vida” e “inducía restricciones de orden moral en la sociedad contemporánea” (Mata, 11/9/1985, párr. 3). Estas afirmaciones estaban delimitadas por su posición sobre las relaciones homosexuales, a las cuales entendía como la principal “forma de contagio”. Mata justificó sus argumentos con datos estadísticos (constantemente se quejó de [sic] incremento del “homosexualismo” en Costa Rica), pero también con sus ideas sobre los “grupos de alto riesgo” y sobre sus “estilos de vida”.

De acuerdo con Christopher Mayes (2016), el concepto del estilo de vida “se usa cada vez más para enmarcar la acción política, dar forma a las relaciones sociales y redefinir las interacciones entre los individuos y las poblaciones” (Mayes, 2016, p. 10). Al controlar los estilos de vida, se controlan las subjetividades, las cuales, finalmente, se terminan regulando a sí mismas (este es el máximo logro de la biopolítica moderna). Los sujetos que fallan en esta labor y escogen adoptar estilos de vida “no sanos” terminan siendo castigados a través de diferentes mecanismos disciplinarios. Uno de ellos es la estigmatización.

Mata, en su artículo “Cómo se contagia el SIDA” (14/9/1985), insiste en que son los homosexuales, con su “anormalidad sexual”, los que están más en “riesgo” (y los que, por ende, ponen en “riesgo” a la comunidad). Aunque hable de “sexo vaginal” y de otras formas de contacto, como el “beso francés” entre heterosexuales, asegura que “es por el trauma de la mucosa rectal durante el coito anal con múltiples compañeros (20, o más en una sesión), o por introducción de objetos o la mano en el recto (fisting) que se favorece la penetración del virus presente en el semen” (Mata, 14/9/1985, párr. 5).

Este especialista, como se evidencia, ofrece una representación hipersexualizada de los homosexuales, los cuales son comprendidos desde lo que podemos llamar una “hipérbole pornográfica”. No solo habla de orgías y de fisting, sino también de “anilingus”, ingestión de orina y coprofagia. Según él, toda esta información era importante para saber cómo evitar contraer la “enfermedad”, pero, desde mi perspectiva, más bien, se planteó con el fin de exponer a los “grupos de riesgo” como realidades “monstruosas” que se debían rechazar.

 

Artículo “Cómo se contagia el SIDA”, de Leonardo Mata (La Nación, 14 de setiembre de 1985). Imágenes: cortesía de José Pablo Rojas González.

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Edgar Mohs Villalta fue el segundo ministro de Salud de la década (durante la primera administración de Óscar Arias Sánchez, 1986-1990). El VIH/sida fue una de sus prioridades (al menos en términos de control epidemiológico). Para terminar, voy a referirme a uno de sus artículos de opinión, al titulado El SIDA en los niños” (publicado en La Nación el 3 de setiembre de 1985).

 


Artículo “El SIDA en los niños”, de Edgar Mohs Villalta (La Nación, 3 de setiembre de 1985). Imagen: cortesía de José Pablo Rojas González.

 

Los niños con VIH/sida fueron concebidos como “víctimas inocentes” y sus historias funcionaron como un elemento conmovedor, a favor de la lógica biopolítica que entonces se estaba movilizando. El médico lo plantea a partir de un refrán con trasfondo religioso: “Nunca fue tan cierta la sentencia de que justos pagan por pecadores” (Mohs, 3/9/1985, párr. 1). Los “justos” son los niños, los “contaminados” no por su actuar (el cual se piensa “recto”), sino por el de los otros, el de los “pecadores”; es decir, el de los “irresponsables” que, por su vida “desordenada”, “adquirieron el sida”.

La idea de la irresponsabilidad expuesta por Mohs nos aleja (aunque sin abandonarlo por completo) del símbolo del pecado, para abrirnos a un mundo ético, relacionado ahora con el derecho y la justicia (la ley). Ya no es la autoridad divina la que repudia al “hombre pecador”, ahora es la autoridad médica la que rechaza al “sujeto anómalo”, a aquel que no sigue las reglas; al que, entonces, se piensa como una especie de criminal, ya que atenta contra el orden social mismo, un orden que se debe mantener “sano”.

El virus, por su parte, es concebido por el médico como un elemento invasor que penetra el organismo casi sin esfuerzo, a través de la mucosa del recto de los hombres homosexuales, principalmente. Para Mohs, el cuerpo que “voluntariamente” baja sus defensas es responsable del “mal” que lo “ataca”. Por eso, el médico aclara que los “homosexuales promiscuos” no son “víctimas reales” de la “epidemia mundial”, ya que una víctima no se ofrece para ser lesionada, como él entiende que sucede con estos sujetos que desarrollan una sexualidad “irresponsable”. Mohs plantea que los cambios en el “mundo moderno” provocaron que los individuos se alejaran de una vida “sana”. Dicho alejamiento conllevó el desarrollo de viejas y nuevas enfermedades, tanto físicas como sociales.

Según él, solo se podía salir de la problemática activada por el VIH/sida si los miembros de la sociedad “moderaban” sus costumbres. Asegura Mohs: la perversión sexual ha engendrado una nueva enfermedad que amenaza a justos y pecadores de forma brutal. En el fondo, lo que estamos presenciando es un grave abuso de la libertad producido por una gran irresponsabilidad individual que puede conducir a impredecibles catástrofes de la sociedad” (Mohs, 3/9/1985, párr. 5).

Mohs hace, acá, una crítica a la “revolución sexual” y a los cambios que esta trajo en las sociedades occidentales, sobre todo en el campo de la liberalización de los cuerpos. No extraña, entonces, que su reflexión esté cargada de elementos moralizantes (sobre todo al referirse a la “nueva enfermedad” y a los “pervertidos sexuales” que la “engendraron”). El médico apela, fundamentalmente, a la contención de los individuos, a la responsabilidad que deben desarrollar por el bien de la sociedad (el de la sociedad heterosexual, claro). El “mal uso de la libertad” lleva, según la lógica de este médico, a una disminución del valor del yo y, consecuentemente, al castigo (en este caso, autoinfligido); es decir, a la enfermedad y a la muerte (en oposición a la salud y la vida, los “premios” que se logran actuando de manera “adecuada”). Leamos la siguiente cita tomada del texto de Mohs:

La historia nos demuestra que cada vez que la humanidad se excede en alguna actividad se quiebra el precario equilibrio en donde descansa la armonía de la diversidad de la vida y surge una seria amenaza, cual castigo divino, para el género humano. Haber roto en mil pedazos las normas tradicionales de comportamiento sexual es otro ejemplo de que no se puede jugar irresponsablemente e impunemente con la naturaleza. (Mohs, 3/9/1985, párr. 6)

El llamado por una “buena conducta” (sexual y de cualquier otra índole) es, por lo tanto, un llamado biopolítico. Mohs, en su libro Salud, medicina y democracia (1980), cita a John Knowles, presidente de la Fundación Rockefeller, quien en ese momento aseguró que el 90 % de los problemas de salud de la población estaban relacionados con sus comportamientos (Mohs, 1980, p. 178). Así, de acuerdo con esta racionalidad, son los individuos quienes deben aprender a autorregularse. Esta exigencia es, por supuesto, problemática. Es, de hecho, una trampa, ya que oculta la complejidad de las relaciones sociopolíticas, así como la de las situaciones que viven los sujetos en los diferentes espacios sociales en los que son ubicados.

 

Portada del libro Salud, medicina y democracia (1980), de Edgar Mohs Villalta. Imagen: cortesía de José Pablo Rojas González.

 

Para concluir, debemos tener claro que el discurso médico no se puede asumir como un discurso neutro. Su racionalidad (muchas veces apoyada en métodos científicos) no está libre de lineamientos políticos/ideológicos, ni es ajena a las dinámicas sociales de poder y dominación. Si algo se puede colegir de las reflexiones de Mohs y de los otros médicos y especialistas, en relación con el VIH/sida, es que su injerencia respondió no tanto a la demanda de cuidado del enfermo como a la necesidad de imponer la autoridad sobre la población y de resguardar el sistema de la normalidad (patriarcal, sexual, moral, identitaria, higiénica).

El discurso médico costarricense sobre el VIH/sida realmente tuvo, desde el inicio, una función biopolítica, fundada en la clasificación y jerarquización de los sujetos justos o pecadores, sanos o enfermos, normales o anormales, responsables o irresponsables, inocentes o culpables, seguros o de riesgo, etc. y en la defensa de la sociedad o, mejor, de la idea dominante de sociedad.

 

Bibliografía

Foucault, Michel. (2003). Hay que defender la sociedad: Curso del Collège de France (1975-1976). Madrid: Ediciones Akal.

Foucault, Michel. (2007). Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber. México: Siglo XXI.

Foucault, Michel. (2007ª). Nacimiento de la biopolítica: Curso del Collège de France (1978-1979). Argentina: Fondo de Cultura Económica.

Jaramillo Antillón, Juan. (1997). ¿El sexo débil de la mujer? San José, Costa Rica: EUCR.

Mata, Leonardo. (1985). “SIDA: enfermedad infecciosa”. En: La Nación, 11/9/1985, San José, Costa Rica.

Mata, Leonardo. (1985). “¿Cómo se contagia el SIDA?”. En: La Nación, 14/9/1985, San José, Costa Rica.

Mayes, Christopher. (2016). The Biopolitics of Lifestyle: Foucault, ethics and healthy choices. Inglaterra: Routledge.

Ministerio de Salud. (1985). “El SIDA”. En: La Nación, 12/8/1985, San José, Costa Rica.

Ministerio de Salud. (1985). “El SIDA: Información y Consejos”. En: La Nación, 8/11/1985, San José, Costa Rica.

Mohs, Edgar. (1985). “El SIDA en los niños”. En: La Nación, 3/9/1985, San José, Costa Rica.

Mohs Villalta, Edgar. (1980). Salud, medicina y democracia. San José, Costa Rica: Escuela de Medicina de la Universidad de Costa Rica.

Ricœur, Paul. 2004. Finitud y culpabilidad. Madrid: Editorial Trotta.