Con la misma maestría con la que algunas abuelitas confeccionan colchas a partir de retazos de distintas telas, Arabella Salaverry construye sus novelas, cuentos y poesías con textos, memorias y experiencias de diferentes momentos de su vida. Así es como esta escritora galardonada en dos ocasiones con el Premio Nacional de Literatura explica su proceso de creación literaria.
Muchos de esos trozos proceden de su adolescencia, cuando empezó a escribir movida por una profunda desesperación por la vida y por una razón de ser. Esa fue su estrategia no planeada para sortear su soledad y su errante vida entre San José y Limón, de una casa a otra, a veces con su madre, a veces con una tía, pero siempre sola.
De esa etapa proviene el poema "Pesadilla":
Resuelta a no mirar
desato la canción
y me acerco cotidiana
a la pesadilla
Ni el filo de mi llanto
ni el rumor
de la canción en el camino
conjuraron el miedo
hacia el futuro
Sin el afecto de una familia, sin una casa estable y sin televisión, aquella adolescente se refugió en los libros desde que era una niña. Rápidamente devoró toda la literatura infantil que estaba a su mano y pasó a leer textos para adultos, con lo cual ingresó a temas muy sensibles y delicados mientras cursaba su quinto grado de escuela. Esto dio paso a una escritura más madura que le abrió puertas para publicar por primera vez junto con renombrados autores latinoamericanos cuando apenas contaba con 16 años.
Si bien su producción literaria nunca se detuvo, Salaverry no publicaría de nuevo sino hasta 30 años después, alentada por su gran amigo Alfonso Chase Brenes, quien la ayudó a autorreconocerse como escritora y a transformar en libros todo lo que, hasta ese momento, había producido en cuadernos, hojas sueltas y agendas.
A partir de ahí, la autora se forjó un espacio en las letras nacionales abordando distintos temas, especialmente el de la mujer desde una perspectiva de empoderamiento de todos los ámbitos de su vida, incluyendo el placer sexual, la independencia económica y el ejercicio político, entre otros. En este sentido, Salaverry se identifica con la criticidad de su generación, la cual ayudó a quebrar el estereotipo de lo que debía ser una mujer para transformarla en una “chica mala”, concepto con el que la autora se reconoce plenamente en la poesía que lleva el mismo nombre:
Y aunque no lo confiese abiertamente
por el qué dirán
los hijos
los amigos sensatos
el perro
los parientes
seguimos y seguiremos siendo
chicas malas
Esta palabra es mía conversó con Arabella Salaverry sobre sus inicios como escritora, sus motivaciones, lo que hizo durante las 3 décadas en las que no publicó, sus nuevos proyectos y la importancia de que la mujer se empodere por medio de la palabra. A continuación, un extracto de la entrevista:
Su producción poética empieza en la adolescencia. ¿Cómo ve esos primeros frutos literarios desde la madurez que ha alcanzado como escritora?
AS: Primero habría que pensar un poquito en qué tipo de adolescente fui. Creo que no fui para nada una adolescente convencional. Por historia de vida me tocó madurar muy rápido. A mí no me incomodan ni me avergüenzan los poemas de adolescencia. Yo veo a una adolescente muy preocupada en temas ontológicos. Eso es interesante porque normalmente el primer acercamiento es hacia la poesía amorosa cuando se inicia a escribir. Sin embargo, mi poesía es más de carácter ontológico, muestra una profunda desesperación ante la vida y creo que eso también, en alguna medida, es un periodo por el cual pasan muchos adolescentes, muchos que no pueden expresarlo.
Además, yo soy hija de la generación de los sesenta, que fue una generación muy apasionada, muy comprometida con muchísimos temas y también fui una lectora muy precoz, comencé a leer cosas que no debí haber leído posiblemente a muy temprana edad. Hay que recordar que mi infancia y mi primera adolescencia pasan sin televisión y creo que eso es un hecho muy importante. Eso significa que mi refugio, siendo una niña y una adolescente muy solitaria, era justamente la lectura. Entonces, cuanto libro caía en mis manos, en una familia muy lectora también, yo me lo devoraba. Pasé, por supuesto, por toda la etapa de la literatura infantil: Corazón, Mujercitas, etc. Pero, a los once años estaba leyendo Lolita de Vladimir Nabokov, por ejemplo, porque estaba en mi casa y mis padres no estaban, se habían ido de viaje y me lo encontré y lo leí. Se imaginará la precocidad. O La piel de Curzio Malaparte, que es una obra terrible. Me acuerdo en quinto grado, o sea, estaba de once años.
Así que yo no me avergüenzo de esa poesía, la acepto con mucha ternura y creo que, por supuesto, ha habido un proceso de depuración con el tema del uso del idioma, pero no me enojo con ella. Hay muchos poetas que sencillamente no quieren saber nada de su primera poesía. Creo que no es mi caso.
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¿Cuáles eran sus motivaciones en la adolescencia para escribir poesía?
AS: Creo que era poder procesar una intensidad vital muy grande. Yo era una adolescente muy intensa y, reitero, muy sola. Yo pasé sintiéndome sin familia, sin casa, por una serie de circunstancias también de vida. Mi madre se divorció con 18 años y conmigo a cuestas en una condición económica muy precaria. Ella, con 20 años, conmigo de 2 años, entró a estudiar Odontología, una carrera muy demandante, y eso hace que yo pase algunas temporadas con una tía, otras con otra, era como una vida de gitana, entre Limón y San José y entre una tía y otra y mi madre. Entonces, todos esos periplos hicieron que me protegiera metiéndome hacia adentro. O sea, hay una cosa de introspección muy fuerte como una manera de protegerme emocionalmente. Digamos que la constante fue esa sensación de vivir sola y la compañía eran los libros y lo que yo podía escribir para poner afuera lo que yo sentía. Creo que esa sería la síntesis de esa etapa.
Entre sus primeros escritos y su primer poemario hay al menos 3 décadas, ¿qué ocurrió en esos años que permitió el florecimiento de una escritora que no ha parado de crear desde entonces y que ha sido tan exitosa?
AS: En realidad yo nunca dejé de escribir. Hay todo un tema que atañe a las mujeres y creo que justamente por eso mi literatura está muy atravesada por temas de género.
Yo comienzo a escribir, me inserto en el círculo de poetas costarricenses junto con Laureano Albán, Alfonso Chase y Julieta Dobles. A los 16 años aparece mi poesía en una antología con las mejores voces de América, junto con Benedetti, junto con Octavio Paz, había como cuatro poetas de Costa Rica, estaba Alejandra Pizarnik, o sea, había un reconocimiento a una edad muy temprana. Yo, a los 18 años me voy del país y me desvinculo del movimiento literario, regreso y entro a la universidad, pero a los 2 años me caso por primera vez y me voy del país, entonces me desvinculo aún más. Cuando regreso me incorporo básicamente a hacer teatro, regreso divorciada con una niña, un poco repitiendo la historia de mi madre, y por supuesto, sigo escribiendo. De hecho, en Impúdicas, que es uno de los libros de cuentos, hay un cuento que recibió una mención de honor en Venezuela con un jurado muy severo, con Garmendia, un gran escritor venezolano a la cabeza, pero como no había publicado formalmente yo sentía que yo no era escritora. Son esas cosas extrañas. Y no sabía tampoco cuál era el mecanismo, yo pensaba que desde el cielo iba a llegar alguien a decirme “vení publicá” y no sabía que había que andar con el libro debajo del brazo buscando editor. Ese es otro de los temas que a mí me gustaría resaltar: la importancia de que la gente que escriba se sienta en la libertad de buscar ser publicada y que no siempre va a tener éxito. Impúdicas, por ejemplo, fue rechazada por una editorial nacional y luego, al año siguiente, la publica Uruk Editores y recibe el Premio Nacional de Cuento. Entonces, todo es muy relativo, todo depende del gusto y de la perspectiva de la gente que te lea. En definitiva, todo es muy relativo. Si media trabajo y uno está convencido de que hay algo que vale la pena decir creo que hay que insistir en ser publicado.
La cosa es que, volviendo a esa especie de bitácora, yo regreso y me dedico, sobre todo, a hacer teatro. Y hay un tema entre el teatro y la literatura, si yo estoy haciendo teatro no puedo escribir porque estoy muy obsesiva, posiblemente soy una persona obsesiva. Por ejemplo, toda la época en la que estuve produciendo El romancero gitano no podía escribir, estaba todo el tiempo pensando, que función aquí, que función allá, que cómo hacemos y que cómo nos movemos. Pero, además, y ahí está el gran pero, toda la etapa de mis hijos yo sentí que era mi responsabilidad, que no se repitiera mi historia. Entonces, me dediqué por completo a la maternidad y eso tampoco es muy sano porque se crean muchas frustraciones. También es otro consejo que le doy a las mujeres, hay que alcanzar un equilibrio, ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre. Además, mis hijos fueron casi hijos únicos. Uno tenía cinco años cuando nació la otra y la de cinco años tenía 15 años cuando nació el último. Eso significó que yo estuve por 30 años siendo mamá y ese es el periodo en el cual no me acerco a las editoriales y no me considero escritora.
Muchas veces me dicen que cómo una producción tan grande. Por supuesto que ahora tengo el tiempo, el espacio y la madurez para dedicarme a escribir, pero muchas cosas también vienen de atrás, son textos que fueron escritos en algún momento y que luego se reelaboran. Yo soy muy de trabajo de hormiguita. O sea, yo trabajo mucho, me gusta, disfruto, el mayor disfrute mío es eso de ir puliendo, de ir limpiando. Las novelas, por ejemplo, no las estructuro intelectualmente, no digo “bueno, estos son los personajes, aquí está el meollo, aquí está el conflicto, aquí están las historias paralelas”, no, se va produciendo y va generándose solita y algunas veces yo pienso en el proceso de escritura como las abuelitas que hacen el patchwork, que son esos pedacitos de tejido y de telas con las cuales van armando una colcha y fue muy curioso porque, en algún momento, leyendo la entrevista de Cortázar, él decía que también trabajaba armando pequeñas historias y luego haciendo una sola. El proceso de El sitio de Ariadna, que es una novela, en realidad fueron múltiples cuentos que estaban dispersos y los estructuré en una sola novela.
Quiero mencionar muy especialmente que el hecho de que yo me haya autorreconocido como escritora se lo debo a Alfonso Chase. Por un azar, cuando él era director de Cultura, le llevé una propuesta para un taller de comunicación. Yo andaba buscando trabajo. Alfonso, amigo desde la adolescencia, no le dio mucha pelota al “coso” de comunicación, pero también le llevé un poemario para que lo leyera. Como a los dos meses me llamó y me dijo que el consejo editorial (no sé quiénes eran, posiblemente era él) había decidido publicarme. “Vamos a publicar Arborescencias. Debería ser Continuidad del aire, que es el más viejo, pero preferimos Arborescencias porque es un poemario más reciente”, me dijo.
A partir de ese momento, yo me asumí como escritora y es en buena hora que apareció Alfonso porque es posible que de otra manera yo hubiera seguido escribiendo y guardando los papeles no sé dónde. Por eso, yo aconsejo también que hay que creérsela, que no hay que esperar que venga de afuera el reconocimiento, porque muchas veces puede suceder que no llegue nunca. Para mí, Alfonso ha sido la luz de mi trabajo literario aun cuando casi no lo hablamos, pero nos comunicamos de una manera particular, claro, nos conocemos desde los 16 míos y los 18 de él, o sea es una amistad que ha durado más de 50 años, a pesar de que durante esos 30 largos años yo no lo vi nunca, pero al volver a establecer comunicación fue absoluta y de inmediato.
Pero, volviendo al tema que nos ocupa, sí hay que creérsela porque sí es posible que haya muchas mujeres, sobre todo, que con el tema de la estructura familiar se pierdan como escritoras. Ahora, por ejemplo, tengo una queridísima amiga, Olga Golbemberg, que es una maravillosa poeta, que no había publicado hasta fecha muy reciente y Olga está cercana a los 80 años. Yo soy una abanderada de que las mujeres se reconozcan, se autorreconozcan y que busquen quién las publique.
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¿En qué momentos y lugares prefiere escribir? ¿De qué manera ha escrito: a mano, en máquina de escribir, en computadora?
AS: Lo he hecho de todas las maneras. Al inicio, por supuesto, escribía a mano. Luego, me regalaron una Olivetti anaranjada que todavía la tengo por ahí, chiquitita, entonces escribía a máquina. Después, durante ese periodo en el que prácticamente no tenía mucho tiempo para mí, escribía como fuera y donde fuera. A veces en su semáforo veía algo que me llamaba la atención y escribía una idea en un papelito que tenía ahí en el carro y luego la desarrollaba o me despertaba en la madrugada y a oscuras cogía el papel que dejaba al lado de la cama y me ponía a escribir a oscuras. Por ahí tengo algunas agendas llenas de textos, pero como que uno se va sofisticando, ahora si no es con la computadora me cuesta mucho. Ahora escribo con la computadora y evidentemente eso significa una economía de tiempo maravillosa porque, como yo le decía, soy muy de corregir, de limpiar, entonces el hecho de, por ejemplo, buscar palabras repetidas en un texto antes me tomaba un tiempo enorme, ahora le digo a míster Office que me ayude y en un momentito, y a míster Google que me ayude a buscar sinónimos y ahí vamos y cuál me suena más bonito.
Otra cosa es que yo escribo mucho con el oído. La narrativa, posiblemente, también sea una deformación de la poesía, pero necesito oír o imaginar cómo van a sonar las palabras. Entonces, soy muy cuidadosa con los textos justamente por eso. A veces me gusta usar la cacofonía, repetir y repetir de una manera no espontánea, sino buscada, premeditadamente. Pero sí he pasado por todos los estadios de la escritura: mano, máquina y computadora. Hasta ahora pienso en eso, es que son muchos años, empecé a escribir formalmente como a los 12 años y ahora tengo 75. Entonces, son muchísimos, un cachimbal. Me ha tocado pasar por toda la evolución de la tecnología.
Su necesidad de oír lo que se va a leer, ¿puede provenir de su formación y experiencia teatral?
AS: Por supuesto. La palabra se termina de producir desde la imagen sonora y eso evidentemente tiene que ver con el teatro y también la necesidad intrínseca de comunicar también se manifiesta desde la perspectiva de la actuación con una suerte maravillosa porque, por ejemplo, a mí me tocó a los 20 años hacer la primera Julieta de Costa Rica con un texto maravilloso, la traducción de Pablo Neruda, que eso era exactamente un deleite. Es decir, decir esos textos, eso de llenarse la boca con palabras, eso es una delicia, es un manjar. Y sí, tiene usted razón, seguramente de ahí viene esa “deformación” del teatro.
Y de la época en que se levantaba de madrugada a escribir, ¿de ahí viene su naturaleza de ser “animal nocturno” como usted misma se autodenomina?
AS: Yo creo que también del teatro. Yo viví una época de mucha actividad teatral en los ochenta. De 1975 a 1990 el Teatro Universitario estaba siempre activo. O sea, fue una época en la que yo trabajaba con el Teatro Universitario, con el Teatro del Ángel, con el Teatro Tiempo, con el Arlequín, con el Teatro Nacional. Entonces, usted sabe cómo es el asunto, uno queda con la adrenalina a millón. Después de que termina la función, recién hay que tranquilizarse, después comer algo, después conversar y después ya recién uno se va a la cama.
Igual, ahora yo me quedo despierta hasta la 1 de la mañana normalmente, a veces escribiendo, a veces leyendo, a veces viendo televisión, pero me cuesta mucho dormirme antes. Entonces, en la mañana, no es que me levante tarde, a las 8 tal vez, 7 y media u 8, pero muchas veces me pongo a escribir en la mañana, por lo menos una horita si estoy con algún proyecto entre manos y luego colaborar con algo de la vida doméstica y después, en la tarde ya recién, ya me siento como un ser humano que piensa. En la mañana estoy “enclochada”.
Al ser una mujer de teatro y que ha escrito poesía, cuento y novela, ¿ha escrito teatro también?
AS: No. Un par de guiones, pero no me he animado con el teatro. Sabemos lo fundamental que es en el teatro el diálogo y la acción dramática. Yo trabajo mucho la descripción, me engolosino mucho describiendo y posiblemente eso, de una manera inconsciente, me ha limitado con el asunto del teatro, aunque ya estoy metiéndome un poquito más en los últimos cuentos con el diálogo, que no ha sido mi fuerte. Me gusta más describir, me gusta más rescatar la memoria porque eso es lo que siento que estoy haciendo.
A veces digo “¿será que me van a leer o no me van a leer?”. En realidad, no es una obligación. Yo tengo que responder a mi necesidad y a mi interés aunque eventualmente esté fuera de moda. O sea, a veces me digo “¿por qué no te metés con el tema de una novela negra o denuncia social más fuerte o lo que sea?”. No me siento cómoda. Me siento cómoda tirando del hilo de las historias para que no se olviden, para saber de dónde venimos. Y, por otro lado, todo el mundo, todo el universo de la mujer, que es un universo muy rico, creo que por mi experiencia de vida tengo suficiente material como para abocarme a diversos temas alrededor de la condición de la mujer.
La UNED hoy me entregó Íntimas, que son relatos basados en sueños, pero son muy del universo de la mujer, los miedos, que yo no lo había visto así. El otro día, conversando con María Pérez, ella me decía que es un libro donde, por ejemplo, está muy presente el tema de la maternidad, todo lo que atañe a la maternidad, las cosas “feas”, del hijo que se pierde, que no se sabe dónde se dejó, ese reto que significa cumplir o no con el rol que la sociedad le impone, y la naturaleza también, a una mujer en tanto madre, ¿estaré cumpliendo o no? o ¿sirvo para esto o no? o ¿será que soy un desastre y todo lo olvido y ya no supe dónde dejé al bebé, si le di de comer, si se murió, no supe nada? Ahí está muy intensamente ese tema.
El otro tema, el de las casas, que es un tema recurrente en mí. Alguna vez contabilicé como 38 casas donde había vivido. Entonces, evidentemente eso te marca y cuando llegamos aquí a Sabanilla, que esta casa la construimos nosotros, no quería que me movieran ni un cuadro de donde yo lo ponía. Después ya superé eso por suerte, pero todas las vivencias evidentemente lo marcan y te llevan por caminos particulares. Yo diría que yo no soy una escritora intelectual para nada, soy una escritora más de emoción, más de ovario.
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Desde Arborescencias ya se asoma el tema de la mujer como el que marcará su producción literaria. ¿Sigue bastando ser mujer para sentirse como un objeto abandonado como lo dice su poema Destinos manifiestos?
AS: El asunto es que somos una élite. Hay un grupo de mujeres que tenemos una situación de privilegio, normalmente las intelectuales, aun cuando también pasamos por situaciones muy complicadas. Pero hay una inmensa, inmensa, inmensa mayoría de mujeres que, a pesar de todos los logros y de todas las normativas a favor de la mujer, sigue sufriendo los embates de un patriarcado abominable y viven rodeadas de micromachismos permanentemente, hasta en los chistes que se hacen cuando oís a los tipos que todavía dicen “¿trajiste a la víbora o a la cascabel?” para referirse a la mujer, hay montones de actitudes y expresiones tan arraigadas que se han normalizado de tal manera que no se perciben como agresiones, pero son agresiones de manera permanente. Entonces, luchar contra eso yo creo que es muy importante, por lo menos hablarlo, por lo menos, como dice por ahí un poema que “caminan en manojos y ramos las mujeres con las alas quebradas”, algo así, porque yo creo que todas hemos pasado en algún momento de nuestras vidas por circunstancias en las cuales nos hemos sentido como un objeto abandonado en el desván del desvarío.
Te cuento una anécdota que yo adoro porque es toda una historia familiar. Una hermana mía por parte de padre que conocí hace muy poquito tiempo, era mayor que yo y vivía en México, pero nunca la había visto, tuvo uno de los libros míos y fue una mujer que sufrió muchísimo porque tuvo un marido hipermachista, tuvo una cantidad enorme de hijos, una situación económica muy buena, pero en un entorno horrible y hay otro poemita muy corto que dice algo así como que ya no quiero ser nido, que quiero ser ala. Y me dijo “esto es lo que yo quiero”.
La historia de ella es preciosa porque ella se fue a México a estudiar filología, ella es nicaragüense y yo siempre viví en Costa Rica, mi padre era nicaragüense, mi madre costarricense, se divorció cuando yo tenía dos meses, ella estaba en Nicaragua y se regresó a Costa Rica. Entonces, yo nunca tuve contacto con ellos. Y de pronto, encontrármela, que había estado en la misma época en la que yo estuve estudiando teatro en México, ella había estado estudiando filología en México. Empezaron las coincidencias y las separaciones entre las dos historias de vida y me dio tanta pena porque era una mujer muy inteligente, encantadora, pero con una vida de mierda, justamente por el machismo.
Con Breviario del deseo esquivo descubrimos la poesía erótica de Arabella Salaverry. ¿Cómo podemos entender esta poesía en la línea de reivindicación de los derechos de las mujeres?
AS: Es una poesía que pasa por un empoderamiento del erotismo de la mujer, ya la mujer no como un objeto del erotismo del hombre, sino ella viviéndose, reconociéndose como un ente erótico y abriéndose al erotismo, que es un poco la propuesta en la Antología erótica. Ahí hay una descripción de lo que es para mí el erotismo, porque el erotismo no es solamente la sexualidad, sino que pasa por el disfrute de todo lo que estimula los sentidos. Hay un poema que se llama "Agua", que está en Erótica, que es nada más el agua cayendo sobre el cuerpo, pero todo ese placer que puede producir el agua cayendo sobre el cuerpo. Entonces, mi propuesta es que el erotismo es un vehículo para acercarnos respetuosamente no solamente al otro, sino al entorno también y a nuestro propio cuerpo. Entonces, en la medida en que podamos asumirlo de esa manera vamos a ser más solidarios y más libres también.
Yo me cansé de leer poesía erótica de los hombres donde la mujer es como el gran mapa donde ellos transitan. Me puse a pensar qué era el erotismo para mí y llegué a esa conclusión y, por otro lado, qué bueno ser yo mi propio sujeto de erotismo, no el objeto del erotismo ajeno. Igual, respetuosa del otro, porque hay algunos poemas que podrían considerarse más amorosos, que están más sobre el amor ausente que el amor presente. Pero, digamos que es una concepción particular del erotismo.
¿Por qué es bueno escribir y leer poesía erótica?
AS: Justamente para abrirnos la mente y el cuerpo a la exploración, a espacios nuevos, a no tener miedo, porque el miedo es el gas más paralizante que existe. Es posible que no hagamos muchísimas cosas por miedo y, entre esas, la exploración de lo erótico. Y, además, entender desde el erotismo las necesidades distintas que pueden tener los seres humanos, porque no necesariamente las relaciones tienen que ser hetero, pueden ser de muy diversas índoles y pueden ser igualmente hermosas e igualmente respetuosas.
Creo que es en el Breviario que hay un poema o en Chicas malas, no sé en cuál, que habla justamente de que si te asomas al espejo, que parece narciso, y que sientes una mano que podría ser la tuya, es un poco un homenaje, tal vez algo vedado, a las relaciones homosexuales. Yo creo que el erotismo pasa por una gama muy amplia de circunstancias y momentos, y leer y escribir sobre eso es sencillamente abrir la mente al disfrute de la vida.
¿Considera imprescindible que toda mujer sea una “chica mala” y que esté dispuesta a morir para que otras vivan, como dice uno de sus poemas?
AS: Ojalá. Evidentemente hay matices en todo. Es interesante que yo me he encontrado con toda una generación de jóvenes lectoras que se sienten absolutamente identificadas con el poema "Chicas malas". Es curioso porque en realidad ese poemario o ese poema específicamente, el que le da el nombre al libro, surge como un homenaje a mi generación, que es la generación de los sesenta y hay alusiones a Vietnam, a los hippies, a Los Beattles, a nuestras antecesoras como Simone de Beauvoir, a Sartre, a todo lo que nos formó como generación y, sin embargo, las chicas malas de ahora se sienten totalmente identificadas con el poema y es un éxito rotundo, les encanta.
Sé que no es tan posible porque estamos en un momento en el que el péndulo está oscilando hacia un conservadurismo muy, muy, muy nefasto, pero yo quisiera que existieran muchísimas chicas malas, que hiciéramos el gran club de las chicas malas, que las mujeres se sintieran realmente dueñas de su destino y con capacidad de alzar su voz sin que nadie las calle. Esa es la gran utopía. Lamentablemente, en estos momentos hay que trabajar muy duro a ver si se logra cumplir esa utopía y, por otro lado, justamente acabo de terminar un pequeño artículo para el Inamu en el sentido de que todo lo que significa el modelo económico perverso del neoliberalismo lo que hace es romper posibilidades para las mujeres. El simple tema de la jornada laboral de 12 horas, ya bien lo decía Simone de Beauvoir, la independencia económica es la llave de la libertad y Virginia Woolf hablaba de que toda mujer tiene que tener un cuarto propio, un cuarto propio tanto físico como emocional, poder tener un espacio para ella. Así que, si las cosas siguen como a veces pareciera que pueden seguir, el futuro para la mujer puede ser muy, muy complicado.
¿Por qué es importante que la mujer se empodere por medio de la palabra y se le busque ahí?
AS: La mujer reproduce por principio la parte más nefasta del machismo: la educación de sus hijos. Entonces, si se logra romper el círculo, si la mujer tiene acceso al pensamiento y a la palabra, posiblemente la sociedad va a ser mucho más justa y mucho más equitativa para todos, tanto para hombres como para mujeres, porque se va a poder formar individuos también que ya no van a estar replicando las fórmulas del machismo.
Eso pasa evidentemente también por un tema económico, es que todo está imbricado, no se puede separar la lucha feminista de lo que significan las estructuras económicas de un país. Evidentemente, en tanto no haya justicia social tampoco se puede hablar tanto de otros temas. O sea, pasa porque haya equidad, acceso al trabajo, salarios justos. Una sociedad es un ente vivo y respira, como una enorme célula, por muchos espacios. Tiene que haber alguna forma de armonía entre todo para que el desarrollo se dé. En tanto la mujer hable va a permitir respirar una parte, aunque sea, de esa célula.
Yo abogo por que las mujeres lean y los hombres también, por supuesto, porque somos parte de un todo como sociedad y un poco también a mí me lleva a escribir la necesidad de que los hombres entiendan lo que significa ser mujer. Eso ¿en qué va a redundar? En plenitud para todos, para hombres y mujeres. En la medida en que una pueda aportar alguito ahí estaré berreando.
Su poesía nos habla de un Puerto Limón ido, pero también de un Puerto Limón que sufre la violencia de hoy. ¿Por qué es importante llevar estos temas de actualidad de lo meramente noticioso a la poesía?
AS: Hace poco me invitaron a un congreso de bioética, vea qué cosa tan extraña. Yo no tenía mucha idea de lo que era la bioética. Había un encuentro internacional en Costa Rica sobre el tema de la bioética, venía gente de toda América y me vi en la obligación de leer, de estudiar qué era esta cosa que se llamaba bioética y pensé que la bioética era un tema que no tenía que limitarse a la medicina, que era un tema que debía permear toda la actividad de los seres humanos y que, desde la perspectiva de la bioética, teníamos un compromiso los creadores de cualquier ámbito con la vida y armé una pequeña conferencia de hora, hora y media, y en esa conferencia cerré leyendo un cuentito corto de Impúdicas, en donde se van intercalando en una especie de monólogo interior momentos de una violación con momentos de un aborto. Fue muy bien recibido. Cuando terminé se me acercó la organizadora y me dijo “creo que esto que usted ha hecho ha conmovido más y le ha permitido reflexionar más a los científicos que están ahí sentados que una conferencia magistral sobre la necesidad del aborto” porque la literatura alude a las emociones y los seres humanos por supuesto vamos a responder de una manera mucho más efectiva a lo que nos emocione. Entonces, yo creo que es importante llevar estos temas a la poesía, a la narrativa. O sea, los temas de la vida, desde esa perspectiva, hablando de bioética, desde una perspectiva totalmente distinta del compromiso que tenemos como creadores ante la vida.
Dice Alfonso Chase que usted empezó a escribir siendo una niña para liberar fantasmas y que, ahora, termina escribiendo, sin edad posible, para volver a encerrarlos. ¿A cuáles fantasmas se refiere Alfonso?
AS: Alfonso conoce muchas cosas de mi vida no porque las hayamos hablado tanto, sino de una manera intuitiva. No somos de confidencias privadas, pero él se ha dado cuenta de que yo siempre he vivido muy atormentada por muchas cosas, esos son los fantasmas, esos tormentos que yo tengo, posiblemente la soledad, la experiencia del abuso también. De eso sí hemos hablado. Hemos conversado y compartido esa reflexión sobre el tema del abusador y qué tienen ciertos niños que son recurrentemente abusados, que algo emanan que les caen permanentemente situaciones de abuso. De eso hemos hablado en diversas ocasiones. Esos son temas que a mí también me conmueven mucho y tal vez a esos fantasmas se pueda estar refiriendo Alfonso y son fantasmas que se quedan para siempre dando vueltas. Todo lo que sucede en la niñez es una especie de bruma que se mantiene, es muy difícil superar las cosas que suceden cuando uno es un niño.
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“Liberar fantasmas para volver a encerrarlos” podría entenderse que, por más que hagamos y deshagamos en la vida, terminaremos siempre en el punto de partida, que las cosas no se pueden cambiar. ¿Podemos seguir aferrados a una esperanza, a un ideal, a una utopía?
AS: Yo creo que sí. Yo no sé si el liberar fantasmas para que vuelen y luego encerrarlos para poder vivir en paz puede ser una interpretación, encerrar a los fantasmas para que nos permitan fluir en la vida sin tenerlos por ahí dando vueltas. Yo creo que es muy difícil, pero siempre está la esperanza, la esperanza tiene que caminar al lado porque si no terminamos pegándonos un balazo.
Para mí, el enorme instrumento para reconciliarme con la vida ha sido la escritura, ahí es donde yo me siento realmente plena y soy feliz, si es que existe eso tan… No, en realidad yo soy feliz, te voy a decir dónde y cuándo: cuando estoy en el mar. Ahí algo pasa que esa sensación de plenitud la alcanzo cuando estoy en el mar. Pero, escribir es el motor para seguir adelante más que la felicidad. Eso es.
Nos hicimos una casita en Cahuita porque yo siempre quise volver al Caribe. Mi madre vivió en Limón hasta que se murió, pero Limón ya no es lo que yo dejé en mi memoria y lo más cercano, todavía yéndose más atrás, tal vez al inicio de Limón, el Limón que aparece en Rastro de sal, al inicio, puede ser Cahuita o puede ser Bocas del Toro cuando lo conocí hace como 15 años. Entonces, siempre soñé con regresar. Lamentablemente todavía no hemos podido estar mucho tiempo porque la alquilo por temporadas y es un poco mi pensión, porque yo nunca trabajé formalmente en algo, trabajé toda la vida, pero desde la informalidad, entonces mi pensión es el alquiler de la casa de Cahuita. Pero, cada vez que podemos, nos vamos para allá y realmente ahí entro en un estado parecido al alfa.
¿Ya está disponible su último libro Íntimas?
AS: Sí. Hoy lo llevé a la Librería Andante, a la Librería Francesa y creo que hay un ejemplar en Nueva Década porque recién hoy salió. Fui a recoger unos libros y, de los que me correspondían, dejé algunos ahí sembraditos. Son narraciones, algunos tienen más estructura de cuento, es indescriptible, es un libro muy extremo yo digo, situaciones extremas desde el mundo onírico y creo que voy a tener que promocionarlo en el Colegio de Psicólogos porque están basados exactamente en sueños, algunos se estructuran como cuentos, pero son cosas que he soñado con un tratamiento literario, por supuesto.
¿Tiene algún proyecto entre manos para el 2022?
AS: Tengo varios. Tengo un poemario sobre la muerte que está ahí, estoy haciendo una especie de recopilación más poemas nuevos, todos sobre el tema de la muerte. Tengo otro poemario sobre distintas ciudades y muchos viajes, es un poco Sudamérica, Centroamérica, México, Europa, Estados Unidos, son como viñetas emocionales de cada lugar. Ese está listo. Tengo que buscarle editor. Y se supone que posiblemente se llame Afrodita anochecida, que es el título de un poema que tiene que ver con poesía relacionada con la mujer. Ese se supone que ya lo tiene New York Press, que es una editorial que lleva adelante una argentina-tica-newyorkina que vive en Nueva York, quien ha hecho una labor de difusión muy importante en la literatura. Ella trabaja en una universidad y tiene esta editorial. Se supone que desde el año antepasado debía haber salido el libro, pero yo ya no le pongo espuelas a la vida, las cosas suceden cuando tienen que suceder. Y estoy trabajando en otra novela muy intensa, es un poco el contrapunto entre madre e hija, se llama Contrapunto atonal. Es un poco la historia de la madre y luego la historia de la hija relacionada con la historia de la madre.
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