No cabe duda de que la pandemia causada por la COVID-19 ha repercutido en la salud mental de la población costarricense. Pero son las mujeres, las personas adultas jóvenes, con menor escolaridad y estrato socioeconómico, residentes en provincias costeras, con factores de riesgo y sin suficientes apoyos sociales, quienes han sufrido la mayor afectación.
Así se desprende del estudio del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad de Costa Rica (IIP-UCR), en coordinación con el Centro de Investigación en Biología Celular y Molecular (CIBCM), con colaboración de personas investigadoras del Centro de Investigación y Estudios Políticos, la Escuela de Psicología y la Escuela de Sociología, realizado entre setiembre y diciembre de 2020 a través de las redes sociales, con una muestra de 2146 personas a lo largo de las siete provincias del país.
La investigadora principal del estudio, la Dra. Ana María Jurado Solórzano, explicó que las principales afectaciones manifestadas son tristeza, ansiedad o enojo, presentes en siete de cada 10 personas entrevistadas, seguidos por el cansancio o fatiga, el dolor, los problemas de sueño, el miedo de enfermar, y una menor capacidad de concentración; presentes en seis de cada 10 personas.
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Aunque Jurado Solórzano y su equipo investigador hacen la salvedad de que algunas de las respuestas son esperables en el contexto de una pandemia, el mantenerlas por un largo período como el que se llevaba al momento del estudio (entre tres y seis meses), puede llevar a una afectación que derive en síntomas como problemas cardiovasculares y gastrointestinales, trastornos por dolor, pérdida de concentración, trastornos de sueño, llantos incontrolables y consumo de sustancias psicoactivas, que aunque al momento del estudio esas eran las respuestas con menor número de reportes (apenas entre un 17,5 y aproximadamente 40%), ya hay una parte importante de personas entrevistadas que las han sufrido.
Al consultar a las personas entrevistadas cuáles eran sus mayores temores, ocho de cada diez manifestaron las consecuencias económicas de la pandemia; el futuro a corto, mediano y a largo plazo; y contagiar a otras personas. Muy ligado con esto, siete de cada 10 personas mostraron temor de perder a un ser querido, enfermar ellas mismas de COVID-19 o sufrir pérdidas económicas propias o familiares por culpa de la pandemia, ya que sus compañías les despidieron, les redujeron la jornada o les suspendieron su contrato. Por lo contrario, morir o perder a personas con quienes trabajan fueron las dos menores preocupaciones de las personas entrevistadas, ya que la primera fue manifestada por las dos quintas partes, y la segunda por tres de cada 10.
Ante estos resultados, el equipo investigador y las personas entrevistadas reconocen de vital importancia que el gobierno emita políticas públicas focalizadas con el fin de trabajar la salud mental de las poblaciones más afectadas, integrarlas a la sociedad y que tengan un mayor acceso a las redes de apoyo social.