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Sergio Rojas Peralta, docente de la Escuela de Filosofía e investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas Anel Kenjekeeva
Costa Rica después del Bicentenario

Voz experta: Ganar confianza es el mayor reto para el país

Nunca tantas ideas tan buenas habían tenido lugar en tantas personas que merecieran ocupar un cargo electoral
7 sept 2021Artes y Letras

Preguntarse por el futuro es un preguntarse confuso, no solamente por el objeto, sino además porque la respuesta funge a la vez como pronóstico y como diagnóstico. Si alguien preguntase “sobre los caminos por los que el país debe enrumbarse para construir la Costa Rica que sigue”, evidentemente conduce a reflexionar sobre esa “Costa Rica que sigue”, como si tal cosa ya existiese o, más aún, debiese existir. Se puede pensar que es un proyecto, y eso significaría en el mejor de los casos que hay un proyecto de país, como se suele decir. La exuberante emergencia de partidos políticos podría hacer pensar de una cantidad de proyectos para el país, pero en realidad revela una incapacidad para hacer concordar y dialogar sobre los intereses que representa cada agrupación.

Preguntarse por el futuro de Costa Rica es preguntarse por la capacidad de asumir retos y enfrentar los que tiene el país. Ahora mismo, la población acepta cada vez menos ciertas conductas de los demás, de sus representantes. Pero las instituciones difícilmente se renuevan, casi se podría decir que hay un esfuerzo por salvarse a sí mismo salvando las instituciones tal y como están. Y eso se debe a que efectivamente existe también un esfuerzo por acabar con ellas. Las instituciones deberían revisarse, pero no tanto en su legislación sino en su cultura y en su práctica. Los recientes casos de corrupción muestran cómo funcionarios públicos y empresarios privados se benefician a costa del erario público, cuando es obvio que la responsabilidad del erario recae precisamente sobre aquellos que tienen acceso a él. Y ambos son en ese sentido guardianes del bien común. Cuán fácil es perder de vista la responsabilidad y cualquier cosa que se asemeje a un proyecto.

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Además, la usual confusión costarricense entre legislar y resolver problemas produce más normas e instituciones sin percatarse que el problema está en otra parte. Normativamente, las instituciones que tenemos son valiosas y deben permanecer casi todas. Esa cultura institucional, tanto por parte de sus funcionarios y funcionarias como por parte de los usuarios, ha de ser transformada para que sea eficiente –algo que todo mundo exige- y para que sea rentable socialmente –es un país casi en la quiebra-.

A la par de ese problema de las culturas institucionales, privadas o públicas, la desconfianza en sus representantes es creciente. Más aún, se evidencia en la proliferación de candidatos aquí y allá a estos puestos y a los otros. Dicha proliferación tiene que ver con la desconfianza con cierta figura del político costarricense, pero a la vez la conformación de nuevos partidos no deja de incluir personas que ya se dedicaban a la política “profesionalmente”. Y la desconfianza reina entre los políticos que cambian de partido a placer, o se separan del partido que les permitió tener acceso al cargo, o ya, como gran signo de creatividad e independencia, inventan sus propios partidos. Nunca tantas ideas tan buenas habían tenido lugar en tantas personas que merecieran ocupar un cargo electoral.

La desconfianza puede tener un lado amable en la medida en que resulte en una cultura de transparencia y de rendición de cuentas, pero negativo si no permite construir ningún proyecto. Y la transparencia y rendición de cuentas ni siquiera debería funcionar por desconfianza, sino precisamente porque se sabe lo que se hace.

En ese sentido, probablemente el mayor reto para el país es ganar confianza, unos en otros y trabajar para ello. No es el miedo, la ansiedad o el odio los afectos que van a fortalecer las instituciones ni las relaciones ciudadanas. De hecho, la primera expectativa es tratar de entender cómo se han tejido y se tejen esas relaciones. Probablemente, la maraña no pueda leerse mejor si no se apuesta por la educación. Se trata más bien de una institución en un cierto abandono, pese a la inversión hecha.

Si bien Costa Rica se ha desarrollado mucho sobre el eje de la educación, esta ha ido perdiendo prestancia en las últimas décadas, en particular en la primaria y la secundaria. Tal vez por haber ingresado a la OCDE, deba Costa Rica cambiar su estructura y claramente su eficacia. El enfoque sobre la educación no solo no cumple ya con las viejas expectativas, sino que además parece que no es ni siquiera solvente sobre los mínimos. Si el objetivo del Estado es asegurar el bienestar de sus habitantes, este se ha perdido de vista como conjunto, y la educación está muy lejos de procurarlo como formación general, como ascenso social, como proyecto político. El camino que debe recorrer es el de fortalecimiento de la educación bajo muchos cambios de culturas institucionales.


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Sergio Rojas Peralta
Docente de la Escuela de Filosofía e investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas
sergiojzfd.rojas  @ucrcdft.ac.cr
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