Hace algunos años, dos amigos malecus se sorprendieron cuando les expresé sentir envidia de que fueran bilingües en dos lenguas tan distintas (malecu y español) y por ser capaces de cambiar de una a otra sin ninguna dificultad. Yo no me había percatado de que ellos vivían su bilingüismo de un modo muy natural, por ser la generación socializada relativamente por igual en ambos idiomas y que había continuado empleándolos diariamente hasta su edad adulta. Por ese motivo, habían llegado a convertirse en lo que llamamos “bilingües equilibrados”. Pero al parecer no eran conscientes de ello. ¿Por qué para mí era tan obvio y para ellos no? ¿Se trataba de mi sesgo como lingüista, el cual me motivaba a fijarme con más atención en ese tipo de habilidades? ¿Se debía tan solo a que para ellos la capacidad de manejarse con soltura en dos lenguas se había desarrollado sin que se lo propusieran?
Quizás habría que empezar por aclarar en qué consiste el multilingüismo o plurilingüismo. Como punto de partida, indiquemos que la coexistencia de dos o más lenguas en un mismo territorio o comunidad suele conocerse con estos términos. Ello no implica que todas las personas que pertenecen a esa comunidad o que viven en ese territorio sean fluidas en todos los idiomas o que los empleen a diario. Puede ser ese el caso, pero también puede ser que se trate de un territorio conformado por grupos que hablan distintas lenguas sin que compartan una, o bien que uno o varios de los grupos hablen el idioma de su localidad y otro idioma de carácter nacional. Las posibilidades pueden ser muy variadas. Puede que el multilingüismo no sea social, como en los ejemplos anteriores, sino individual, en cuyo caso suele decirse que alguien es bilingüe o políglota. La multiculturalidad o pluriculturalidad podría conceptualizarse de la misma manera: como una condición de un territorio o una unidad política conformada por distintos grupos culturales, o bien como una característica de una persona que participa de varias culturas. En realidad, es mucho más complejo que lo anotado, pero no podemos entrar en mayor detalle aquí.
En este sentido, Costa Rica es un país multilingüe y pluricultural. Lo es desde antes de que fuera Costa Rica. Lo es en el tanto en este espacio geográfico-político-administrativo coexisten, al lado de hispanohablantes, personas afrodescendientes que hablan inglés criollo, personas sordas usuarias de la lengua de señas costarricense, personas indígenas que se comunican en sus lenguas ancestrales, personas migrantes indígenas nicaragüenses y panameñas, migrantes chinos, descendientes de italianos, hablantes de árabe provenientes de diversos países y un largo etcétera. El idioma español -tras un largo proceso adaptativo ante el cambio cultural y las circunstancias socioeconómicas y políticas que se desarrollaron con el tiempo- se ha convertido en la lengua en común y ha entrado a formar parte del repertorio idiomático de la mayoría de las personas de las comunidades que todavía hablan también la lengua de sus ancestros (personas indígenas, afrolimonenses, migrantes) o una lengua que responde mejor a sus condiciones físicas (personas sordas).
Sin embargo, en nuestro país (y en esto no nos diferenciamos de muchas otras regiones del planeta), hablar español y una lengua indígena, inglés criollo limonense o lengua de señas costarricense (Lesco) no se ha conceptualizado habitualmente como poseer un repertorio bilingüe o multilingüe. Es más, a veces hasta se ha planteado que estos idiomas inciden negativamente en la adquisición y el desarrollo del idioma español. Muchas personas de estas poblaciones han aprendido que no es bilingüismo cuando de sus propias lenguas se trata. Muchos individuos externos a ellas también lo han asumido, de una u otra forma, sin darse cuenta de ello o con pleno convencimiento.
En el contexto de la conformación del Estado-nación que llamamos Costa Rica, no puede olvidarse tampoco que el sistema educativo no gestionó adecuadamente el multilingüismo: se empeñó en que estas poblaciones aprendieran el idioma español a la fuerza, sin una metodología adecuada de segundas lenguas, y presionó para que abandonaran la lengua de los ancestros, en el caso de los idiomas indígenas y el criollo limonense, o que no se fomentara su adquisición, en el caso de la Lesco, como parte de una política dirigida a la asimilación total de estos individuos a la cultura hispanocostarricense oyente. En su afán por homogeneizar a la población del país, no se concibió como objetivo la ampliación del repertorio lingüístico de las comunidades con alguna especificidad cultural y lingüística divergente de “lo hispánico” que, por diversas circunstancias, quedaron incluidas en este Estado-nación. Por el contrario, se promovió la sustitución de sus lenguas por el español. Y ello no es casual: se trataba de eliminar o de no promover aquellos idiomas considerados inferiores o inútiles, eco de la vieja ideología del monolingüismo, según la cual a un Estado ha de corresponder una lengua.
También aprendimos que esas lenguas y esas culturas no valían en la misma medida que las de otras sociedades, por un proceso que se ha llegado a conocer como “transferencia de prestigio”. Así, si un grupo ha sufrido de procesos históricos de exclusión, marginación y minusvaloración, no es de extrañar que su lengua (así como su gastronomía, su vestimenta, su religión, etc.) haya sido poco apreciada o, de plano, que se haya asociado con atraso socioeconómico y con reducidas oportunidades de participación en la vida nacional contemporánea. Ello explica la consideración de estas lenguas como menos importantes, sofisticadas, complejas y correctas o las denominaciones que les niegan su estatus de idiomas: dialectos indígenas, broken English, comunicación con señas... Esta fue hasta hace muy poco (incluso todavía) nuestra aproximación hacia el multilingüismo y la pluriculturalidad que ya caracterizaba a estas tierras desde la época precolombina.
Es cierto que cada vez se escucha con más frecuencia el discurso de que Costa Rica es un país “multiétnico”, “pluricultural” y “multilingüe”. Una reforma a la Constitución en el 2015 así lo reconoce. Otra reforma anterior, de 1999, le encarga al Estado velar “por el mantenimiento y cultivo de las lenguas indígenas nacionales”. Una ley del 2020 reconoce la Lesco como parte del “sistema plurilingüístico” del país. El inglés criollo limonense, no obstante, sigue esperando su turno de ser visibilizado con algún estatus en nuestra legislación… Diversas figuras públicas e instancias nos recuerdan esta condición de diversidad cultural y lingüística en discursos protocolarios, en mensajes en redes sociales a propósito de alguna efeméride y en la introducción de planes de gobierno. Son eso: discursos. Y no es que las acciones en pro de tomar en cuenta esta diversidad cultural y lingüística hayan estado del todo ausentes; sin embargo, en muchos casos, han fallado precisamente por no trascender el plano discursivo: por el escaso conocimiento “vivencial” o bien informado de cómo se manifiestan en la realidad actual esta multiculturalidad y este plurilingüismo.
Hay que reconocerlo: solemos sentirnos satisfechos con las palabras bonitas, la corrección política y los gestos simbólicos. Y ahora tanto queremos evidenciar nuestro aprecio por esa diversidad que hacemos gala de ella nombrando todo lo que se nos ocurra con un vocablo en un idioma indígena (tiendas, productos, revistas, repositorios institucionales, iniciativas educativas, marcas, emprendimientos…), aunque caigamos en contradicciones, aunque banalicemos los conceptos, aunque el significado del término resulte oscuro para la mayoría de las personas. Y, claro está, como en el fondo no importa tanto la especificidad cultural y lingüística de cada grupo, sino tan solo su carácter de “indígena” (así, en genérico), preocupa poco que ni siquiera se sepa muy bien cómo suenan esas palabras ni cuál es su significado y trasfondo cultural precisos. Pareciera que lo que más interesa es mostrar que nos hemos reconciliado con la diversidad de lenguas y culturas del país: visibilizarla, ostentarla…aunque en el fondo insistamos en traducir conceptos del español a esos idiomas como si necesariamente tuvieran que existir palabras con equivalencia exacta de significados, o tomamos un vocablo de esas lenguas y lo adaptamos a lo que queremos conceptualizar pensando desde el español, nunca desde la otra cultura y el otro idioma.
¿Qué significa que Costa Rica sea un país multilingüe y pluricultural, más allá de las declaraciones bienintencionadas y de estos gestos simbólicos? Una política lingüística adecuada nos debería ayudar a valorar esta diversidad cotidiana, no como simple anécdota ni como simple dato por citar en un discurso. Y un Estado que de verdad se preocupe por esta diversidad debe aprender a informarse bien para proponerse objetivos claros en las iniciativas que involucren este multilingüismo y esta pluriculturalidad. Así, por ejemplo, si se piensa en traducir un documento (una ley, un cartel sobre medidas de higiene, un rótulo informativo para ubicarse en un lugar, una guía de educación vial, una aplicación para solicitar ayuda, etc.) a una lengua indígena para tornar la información más accesible a una determinada población, debe considerarse con detenimiento quién será el destinatario meta. Si se está traduciendo es porque se piensa que el contenido será más comprensible en la lengua indígena que en español; es decir, se parte de que el destinatario meta solo entiende y habla el idioma de su pueblo o que lo entiende y habla mejor que el español. Si es así, en nuestro país, posiblemente esa persona no lee ni escribe, así que una traducción que se plantee en formato escrito resulta de nula utilidad. Si a esto le sumamos que la traducción va a estar llena de palabras nuevas creadas por un solo hablante para referirse a un tema sobre el cual no existe léxico socializado (compartido y aceptado por la comunidad) en la lengua indígena, el objetivo de hacer accesible la información no se cumplirá en absoluto. Diferente es si el objetivo consiste en visibilizar y reivindicar la diversidad lingüística, claro está.
Cuando se propone la traducción indiscriminada de documentos a las lenguas de los pueblos indígenas de Costa Rica sin pensar en principios tan básicos como el objetivo, el destinatario y la tecnicidad del texto (el vocabulario especializado), se está ignorando -de nuevo- la condición multilingüe de gran parte de la población de esas comunidades. Pasamos entonces de negarles valor a sus lenguas a negarles su condición actual de bilingües o incluso, en muchos casos, de hablantes con mayor conocimiento del español que de su lengua ancestral o con un bilingüismo en el que cada una de las lenguas se emplea con preferencia por sobre la otra dependiendo del tema, de la modalidad (escrita u oral), de la situación, del interlocutor, etc. Asimismo, cuando concebimos que todo hablante de una lengua debe saber leerla, juzgamos su repertorio lingüístico según nuestros parámetros e ignoramos que algunos idiomas se empezaron a escribir hasta hace poco tiempo, que existe escasa práctica de escritura de textos formales, que muchas personas mayores no las escribirían ni leerían nunca y que a otras personas les resultará muchas veces más sencillo comprender un texto escrito en español que en la lengua de su comunidad, sea porque están acostumbradas a leer y escribir en español (aunque hablen perfectamente ambas) o porque ya no manejan el idioma de sus ancestros.
Transitar del discurso a la realidad de la multiculturalidad y el plurilingüismo implica, entonces, formularse objetivos claros con base en un conocimiento detallado de las circunstancias de cada pueblo y de cada región: ¿Qué se busca con las acciones que parten del multilingüismo como un hecho? ¿Se pretende hacer accesible la información a quienes no hablen español o que tengan mayor competencia en otra lengua? ¿Se quiere visibilizar y promover los idiomas de estas comunidades? ¿Se desea fomentar su uso y desacelerar el proceso de pérdida de muchos de ellos? ¿Quiénes hablan la lengua ancestral (el idioma propio de cada uno de los pueblos indígenas o del afrolimonense) o la lengua natural (esta segunda conceptualización es más apropiada para el caso de la Lesco)? ¿Qué grado de adquisición o de desplazamiento (pérdida) existe de ese idioma entre las nuevas generaciones? ¿En qué contextos, con quiénes y para qué temas se prefiere usar la lengua ancestral o natural frente al español? ¿Qué nivel de alfabetización y qué grado de uso escrito existe en ambos idiomas?...
LEA TAMBIÉN: Por Laura Casasa Núñez Soltemos la lengua: ¿Qué es diversidad lingüística?
Conceptualizar a Costa Rica como un país multicultural y plurilingüe pasa, en primer lugar, por entender estas especificidades y estas complejidades. No crear una receta para todos por igual. No concebir estrategias homogéneas. No pecar de paternalismo por buenas intenciones. No negar la condición bilingüe de muchas de estas personas, lo que implica valorar sus lenguas ancestrales al mismo tiempo que reconocer que muchas son competentes en español y que muchas se pueden comunicar perfectamente en español mejor incluso que en los idiomas de sus antepasados. No caer en la trampa de querer traducir o nombrar todo en algún idioma indígena solo porque parece una idea bonita o una acción reivindicativa, cuando se desconocen por completo las conceptualizaciones propias de esos pueblos y se insiste más bien en buscar equivalentes de los conceptos en español. Evitar las ingenuidades, como pensar que todo debe traducirse por escrito porque sí, sin un proceso adecuado, para que sea inteligible, o como declarar que sería una buena iniciativa que se enseñaran las lenguas indígenas en las escuelas de todo el país, sin que se haya pensado en las condiciones materiales y humanas necesarias para que tal proyecto rindiera algún fruto: no existen ni recursos didácticos adecuados ni maestros formados y, lo que sería aun más preocupante, implicaría sacar a los (a veces muy escasos) hablantes de sus territorios, rompiendo con ello la posibilidad de transmisión intergeneracional de sus lenguas en sus propias comunidades.
En la promoción de una cultura de la diversidad y del reconocimiento del plurilingüismo y la multiculturalidad, puede resultar más coherente visibilizar nuestra condición histórica de unidad geográfico-político-administrativa conformada por distintos pueblos, culturas y lenguas; ayudar a promover la transmisión de esos idiomas en las respectivas comunidades, como parte de su patrimonio cultural; colaborar en la revitalización de prácticas culturales y lingüísticas; no apropiarse de prácticas culturales e idiomas, aunque nos muevan las mejores intenciones; entender que el hecho de que el país sea plurilingüe y multicultural no implica que esas lenguas tengan que formar parte de mi repertorio para que sean valoradas; apoyar las iniciativas dirigidas a que el repertorio lingüístico se enriquezca en lugar de continuar reduciéndose (y que se amplíe con un buen nivel de la lengua ancestral o lengua natural, un buen nivel de español y un buen nivel de algún otro idioma de carácter internacional…o muchos más). Traducir cuando ello sea pertinente y hacerlo bien para que de verdad llegue a quien lo requiera (por ejemplo, en formato de audio o video). Visibilizar la diversidad, pero partiendo de las propias conceptualizaciones en las distintas lenguas. Así quizás algún día mis amigos malecus ya no se sorprenderán de que yo les envidie su bilingüismo y más bien se sentirán orgullosos de él.
© 2024 Universidad de Costa Rica - Tel. 2511-4000. Aviso Legal. Última actualización: diciembre, 2024