Las experiencias que Anacristina Rossi tuvo durante su infancia en las faldas del volcán Turrialba y en la costa de Matina marcaron su pasión por la naturaleza y la diversidad cultural.
Anel KenjekeevaCuando Anacristina Rossi escribió en solo seis meses La loca de Gandoca, jamás se imaginó la repercusión que tendría su obra en la formación de miles de estudiantes de secundaria, quienes aún siguen leyendo y analizando el relato de la lucha de Daniela por salvar el Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo.
Su objetivo fue utilizar las herramientas que le brinda la ficción literaria para hacer una denuncia más amplia de la destrucción acelerada que estaba sufriendo el refugio a manos de empresarios extranjeros con la venia de las autoridades del Gobierno nacional y la complacencia de la municipalidad, así como de las agrupaciones comunitarias, algunas autodenominadas, paradójicamente, ecológicas.
Y lo hizo para “salvar su pellejo”, porque ya había visto morir a 4 de sus mejores amistades —quienes también eran activistas ambientales— en circunstancias que apuntaban al asesinato, pero que quedaron en la impunidad. Rossi asegura que poner por escrito su lucha y mencionar en su novela, de forma velada, a algunos de sus potenciales asesinos le otorgó cierto respeto del que no gozaron sus compañeros de batalla.
Pero el respeto tenía fecha de caducidad y se vio en la obligación de autoexiliarse en Holanda por algunos años. A su regreso, continuó su lucha por 5 años más. Sin embargo, las amenazas contra su vida persistieron. Esto significó su salida del activismo ambiental y la venta de su casa en Punta Uva. Si bien reconoce que la disputa por la conservación del Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo se perdió, todavía le queda la esperanza de la preservación de Punta Mona a Gandoca.
Desde la literatura, Anacristina sigue su lucha por el ambiente y por la biodiversidad en general, convencida de que el planeta entero y todas las especies que lo habitan forman un entretejido que hay que respetar. En este sentido, sus relatos más recientes advierten sobre el fin de la humanidad en un corto plazo por los abusos que el sistema capitalista está haciendo de los recursos naturales.
Consciente de que el mundo no cambiará su modelo económico, propone incorporar los ecosistemas a los balances nacionales con montos astronómicamente altos para garantizar la protección real de las zonas protegidas y que esto redunde en números positivos para la economía.
En "Entre líneas", conversamos con Anacristina Rossi sobre el contexto de su novela, sus aportes a la formación de una conciencia ecológica en las nuevas generaciones y el origen de su pasión por el ambiente y los animales.
¿La lucha por el ambiente es una causa perdida, al igual que el amor por Carlos Manuel en la novela?
AR: La lucha por el Refugio Gandoca-Manzanillo es una lucha perdida igual que la de Carlos Manuel. Yo me salí en el 2005 de la lucha. Estuve en Holanda de 1995 al 2000 y me fui porque yo sabía que me iban a matar. A finales de 1994 habían matado a María del Mar Cordero, a Óscar Fallas Baldí, a Jaime Bustamante y a David Maradiaga, los 4 compañeros de AECO (Asociación Ecologista Costarricense) que habían ganado la lucha contra la fábrica de astillas en el Golfo Dulce. María del Mar, que era mi amiga, me llamaba y me decía “Ana, vieras que a mí también me están llamando y me están amenazando”, yo ya había escrito La loca de Gandoca. Eso me salvó de las primeras amenazas porque ahí iban nombres disfrazados como Tigre Frío, uno de los que más me amenazaban. Al meter esos nombres paré una primera oleada de amenazas. Cuando María del Mar me llamó le dije “escibilo, hacé un artículo, que quede, que conste”. Y ella me dijo “no, Ana, porque a vos te amenazan y te pueden matar porque vos perdiste el apoyo de las comunidades”. Y es cierto, todas las comunidades del refugio estaban y siguen estando en mi contra. Pero ellos, en cambio, tenían todo el apoyo de las comunidades de Puerto Jiménez, la Reserva Golfo Dulce, de todo. Entonces, María del Mar me decía “somos fuertes”, pero ¿de qué les sirvió ese apoyo si los mataron en San José?” A 3 los achicharraron, después Yami Astorga me llamó, que Jaime no aparece, diay, lo encontraron ahogado en un parque, lo fueron a buscar a la morgue. Entonces, los mataron a los 4. Ahí, yo dije “esto va en serio”. Pedí una beca para ir a estudiar a Holanda, yo ya había conocido al que fue mi compañero por 25 años, un chileno que se había nacionalizado holandés, porque había salido cuando Pinochet, y nos fuimos a Holanda. A mi regreso continué la lucha con otras 4 mujeres.
Pienso que si los 4 compañeros de AECO hubieran escrito su historia, en primer lugar, no se hubieran atrevido a matarlos, porque hubieran escrito quién los estaba amenazando y, en segundo lugar, hubiera quedado registro de esa lucha épica en la que figuró hasta Greenpeace. Pero, como no lo pusieron en palabras, es una lucha que no existe, a pesar de que salvaron el Golfo Dulce. Entonces, la palabra escrita es la historia. Sin esas palabras no, porque aquí no tenemos tradición oral.
El encuentro con el oso caballo
AR: Hay una anécdota que cuento poco, porque van a decir que estoy más loca. Cuando muere Carlos Manuel, yo estoy muy triste. Mi mamá me acompañó a recoger su ropa en la casa que teníamos en Punta Uva, porque el terremoto de 1991 hizo que solo se pudiera ir a la zona en carro de doble tracción. Mamá tenía una camionetilla de doble tracción y me llevó. Cuando llegué a la casa, me senté en una hamaca abajo y ella subió a recoger la ropa. Todo aquello era todavía bosque, no había empezado la destrucción, era bosque adelante y bosque atrás. Era una maravilla. Y del bosque de adelante salió un oso caballo, que es un oso hormiguero gigante, puede medir metro y medio de alto y dos metros y medio de largo. Son unos animales tan grandes que la gente les tiene mucho miedo y por eso los matan, en Costa Rica están extintos. Salió un oso caballo y se me plantó enfrente y me miró a los ojos. El tiempo se detuvo. No sé si ese oso me miró 5 minutos o media hora, no lo sé, porque mamá estaba doblando cosas, acomodando, lo que hacen las mamás del patriarcado: ir y poner orden. En eso, como ella andaba con tacones, taconeó muy fuerte y el oso caballo se asustó, me volvió a mirar otra vez y siguió para el bosque que estaba detrás de mi casa. Para mí esa fue una señal de que me quedara defendiendo, luchando por el bosque de los osos caballo. Pero no pude. No pude. Es una lucha perdida. Tan perdida como la de Carlos Manuel.
Lucha perdida
AR: Hace unos años, la Asamblea Legislativa aprobó la Ley 9223. Esa ley toma toda esa parte del refugio que estábamos defendiendo, de Cocles a Manzanillo, todos los 200 metros frente al mar los sacaron del refugio, los convirtieron en zona marítimo-terrestre normal y le dieron la administración a la Municipalidad de Talamanca. O sea, yo perdí la lucha porque esa era la parte que yo estaba defendiendo. Ahora, el refugio es más que eso. El resto no se ha destruido, pero lo más importante que yo estaba protegiendo se perdió, porque la Municipalidad de Talamanca aprovechó, les hizo caso a los empresarios, quienes siempre estuvieron en mi contra, los que me querían matar, porque vender terrenos frente a una playa tan preciosa era un negociazo. Entonces, la Municipalidad de Talamanca daba permisos y se construyeron piscinas, casas y un montón de cosas en la zona marítimo-terrestre.
Con miedo de volver
AR: Marco Levy, que es el gran luchador ahora a favor de Gandoca-Manzanillo, puso una acción de inconstitucionalidad y la ganó. O sea, la Sala IV dice que el Minae tiene que devolver las 180 hectáreas que le quitó, pero no las ha devuelto porque la gente que compró permisos de uso, basándose en la Ley 9223, lo hizo de buena fe. Entonces, ¿cómo le va a devolver eso al refugio cuando eso ya está destruido? Ahora, ¿qué hay del resto? ¿Qué hay de la laguna de Gandoca, que es un humedal Ramsar? Yo no sé qué está pasando entre Manzanillo y Punta Mona, espero que eso esté protegido. La última vez que fui estaba maravilloso todavía. Pero no lo sé, me da miedo volver. Me da miedo tan siquiera arrimarme, porque las amenazas de muerte fueron tan grandes que cuando don Abel Pacheco era presidente yo tuve que llamarlo.
“Hay que deshacerse de Ana Cristina Rossi”
AR: Todo empezó en el 2005. Una amiga, que estaba luchando contra la piña en Guácimo, tuvo una reunión con la Municipalidad en Manzanillo, pero se metió en el cuarto equivocado y, desde ahí, logró escuchar que en la sala adjunta dijeron “hay que deshacerse de Ana Cristina Rossi”. Me llamó inmediatamente y me dijo “Ana, te van a matar”. Le dije “haceme un favor, volvete a asomar y me los describís”. Resulta que eran los miembros de una asociación que se autodenominaba ecológica, pero lo único que querían era hacer plata. Entonces, yo apunté los nombres y le puse un fax a don Abel, quien llamó inmediatamente a don Rogelio Ramos, que era el ministro de Seguridad. También llamó al fiscal ambiental y al fiscal general. Todos nos reunimos y decidieron empezar una investigación y me prohibieron ir al refugio por 6 meses. Al final, me llamaron para darme las conclusiones y me dijeron “no pudimos detectar una amenaza concreta, como decir que hay un plan para matar a Anacristina, pero tienen a todas las comunidades del refugio en contra suya. Cualquier cosa mala que pase ahí van a culparla. Entonces, es muy fácil que usted sufra un accidente, es muy fácil hacerla desaparecer, porque nadie la va a defender, todo el mundo la culpa de todo. Apenas pueda, vaya saliéndose, poco a poco, de la lucha, venda la casa”. Y así lo hice.
“Pleitos de viejas”
AR: Mi amiga de lucha, María Elena Fournier, puso una acción ante los Tribunales de Limón, diciendo que todo Gandoca-Manzanillo era un humedal y que toda la gente tenía que salirse. No la ganó porque era imposible, ya había derechos adquiridos de la gente que vivía ahí, pero todavía no estaba la Ley 9223, todavía era refugio. Nos seguíamos reuniendo a veces con Edwin Cirus para ver cómo podíamos hacer con un plan de manejo que había, el cual, en realidad, era un plan de urbanización. Entonces queríamos ver cómo bajábamos la densidad permitida frente al mar. En una ocasión, Edwin nos dijo a mis amigas y a mí “¿qué será, que siempre las luchas en Gandoca-Manzanillo son pleitos de viejas?”. Entonces, María Elena se volvió y le dijo “¿qué será, que los hombres del refugio no tienen pantalones? Debe ser eso, por eso solo las mujeres gritamos, porque los hombres no tienen pantalones”. Y lo dejó bien callado.
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No todo está perdido
AR: Cuando vendí la casa de Punta Uva en el 2007 lloré mucho, sobre todo por el oso caballo que vivía en ese bosque costero de Cocles a Manzanillo. Es un bosque que los afrodescendientes habían dejado como una barrera natural para sus fincas de cacao que tenían atrás. Ellos dejaron esos 200 metros de bosque para que la brisa marina no matara la flor del cacao. Pero, cuando llegó la monilia, sus fincas se enfermaron y las tuvieron que vender a los empresarios. Lo que compraron es un lugar maravilloso que solo existe así en esa parte de Costa Rica, porque es un hábitat que dejaron virgen los afrodescendientes para sembrar cacao. Esta fruta es maravillosa, porque no es como la palma africana o la piña que arrasan con todo, sino que el cacao se siembra dentro del bosque y es amigable con el ambiente, el cacao convive. Entonces, tenían bosque virgen adelante y un bosque mixto detrás, así lo conocí yo. Pero, luego, llegaron los empresarios y todo lo que sale en La loca de Gandoca, hasta la francesa que corta todo sin permisos del Minae y que yo logré parar. Pero ¿qué se ve hoy? Construcciones y construcciones, por lo menos hasta Manzanillo. Se perdió tanto, como se perdió mi pareja Carlos Manuel. Pero así como yo después me encontré otra pareja, puede ser que de Punta Mona a Gandoca se pueda regenerar, puede ser, porque ahí es mucho más difícil de llegar, solo se llega por barco.
Pequeñas batallas ganadas
AR: La novela dio a conocer el Caribe Sur y la gente se interesó en su belleza, se empezó a perder el prejuicio, porque los turistas comenzaron a ir al restaurante de Selvin, iban al restaurante del finado Stanford y se empezaron a mezclar con las familias de siempre de Puerto Viejo. Yo creo que se rompió una barrera de un prejuicio racial, pero pasó una cosa muy hermosa también. Cerca de Gandoca había una cativera. El cativo es un árbol precioso y enorme. Yo tenía junto a mi casa un cativo que, para mí, tenía como 500 años, había visto llegar las naves de Cristóbal Colón, porque entre 4 personas apenas lo podíamos rodear. Y era un cativo muy inteligente, él me oía. Una vez me llamó una magistrada de la Sala Tercera, Carmen María Escoto, y me dijo “Anacristina, logré salvar la cativera”, porque el cativo es una madera que la usan para hacer aglomerados, para hacer plywood, no es una madera buena como el cachá, el cedro, el laurel. El árbol es precioso, la madera no es buena. Y ella me dijo “salvé la cativera del refugio”. Y, entonces, Carmen María, al identificarse con La loca de Gandoca, empezó a firmar "Carmenmaría", como yo lo hice con mi nombre. Yo sentí que me estaba diciendo “soy de las tuyas Anacristina, me identifico con tu lucha, soy como vos”.
"Me queda la satisfacción con La loca de Gandoca de haber dado a conocer la problemática a Costa Rica, porque había un gran prejuicio contra Limón, mucha gente no conocía Limón porque tenían prejuicios, prejuicios racistas de que ahí estaban los negros".
Anacristina Rossi
Cuando pasó lo de Crucitas y se ganó el pleito ante el Contencioso Administrativo, y los de Infinito Gold fueron a Casación, le tocó a la Sala donde estaba Carmen María. Ella se llevó a los magistrados a hacer una visita al sitio donde estaba Crucitas y cuando habló con la prensa les dijo que pusieran Carmenmaría en una sola palabra. Cuando vi eso dije “va a salvar el lugar” y, de veras, convenció a los demás magistrados y no hubo minería a cielo abierto. Por ahí me han contado que es terrible, porque los coligalleros ya habían empezado a sacar el oro ilegalmente. Pero esos son problemas menores si se compara con lo que hubiera sido permitir el desarrollo de la mina. Entonces yo siento que es una ayuda indirecta de La loca de Gandoca. Ahora, que el Estado tenga que ver qué hace con eso que ya se destruyó y ver cómo lo detiene, ya esa es otra historia, pero son los problemas de nuestro Gobierno. Yo no voy a decir que logré un gran triunfo con La loca de Gandoca, no. Pero digamos que pequeñas batallas ganadas.
¿Por qué escogió el texto literario, es decir, ficticio para hacer este tipo de denuncias? ¿Qué posibilidades le da tal discurso en contraposición con otros tipos de escritura?
AR: Porque el texto realista puede aburrir al lector, puede no interesarle mucho, es un texto plano y ya hay mucho escrito. Por ejemplo, ya había mucho escrito en texto científico sobre la importancia de los arrecifes de Gandoca-Manzanillo. En cambio, una ficción podía jugar y hacer énfasis a través de figuras metonímicas y metafóricas como Yemanyá, y tocar partes espirituales del lector o partes inconscientes del lector. También se puede usar el lenguaje lírico para describir la belleza, de una manera que un texto realista no puede hacerlo nunca. Entonces me permitió jugar con una cosa que había sido tan trágica. Por ejemplo, al final se juega un poco con los del Minae, que tienen que ir a reconocer humedales, pero se equivocan y se pierden, o el episodio de Jorge Boscoso, yo no lo podía escribir más que como ficción porque ya en sí, aunque fuera cierto, ya en sí era una ficción que yo me había hecho de mi propia vida, yo me disfrazaba de Jorge Boscoso, yo me ficcioné a mí misma.
Por otro lado, yo tenía un primo que no estaba de acuerdo con que yo contara mis cosas íntimas; además, los empresarios querían aprovechar cualquier resbalón, cualquier metida de pata para meterme un juicio. Si yo ponía que los personajes eran imaginarios, me protegía legalmente y podía decirlo de una manera ficticia. La ficción es como un libro que tiene Sergio Ramírez que se llama La verdad de las mentiras, la ficción a veces hace que la verdad llegue más lejos que un texto realista, porque conmueve más.
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Incluir el valor del aroma de los lirios silvestres en las cuentas nacionales
AR: Para mí, el discurso que apela más a la empatía es cuando Daniela le está hablando a la Sala Constitucional y le está pidiendo que la ampare. Es como una oración. Le está pidiendo empatía a la Sala Constitucional. También cuando se pregunta algo que no tiene respuesta y que es una de las grandes interrogantes de ahora, a propósito de la primera parte del informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de Naciones Unidas. En ese primer informe dice que nos estamos acercando peligrosamente al límite del no retorno. Claro, vemos la naturaleza y la biodiversidad como algo que no tiene valor, pero tiene tanto, tanto, tanto valor que ¿cómo se le pone el valor?
Estaba leyendo ahora que es posible que las pandemias sigan y tengamos que seguir confinados el resto de lo que dure la humanidad, porque es la biodiversidad la que nos defiende de los virus zoonóticos para que no pasen a los humanos. Estamos en un momento en que hay que hacer ese esfuerzo, pero estamos dentro del capitalismo. Todo el mundo dice “hay que ponerle precio” y Daniela se pregunta “¿cuánto vale una noche en silencio oyendo el mar?”. Eso lo relaja a uno y lo pone como nuevo. ¿Cuánto vale una naturaleza sin destruir, unos ecosistemas con toda su biodiversidad? ¿Cuánto vale (y esta es otra frase de Daniela) el aroma de los lirios silvestres? Vale tanto que es imposible ponerle un valor, no se puede mercantilizar.
Entonces, ¿cómo hacemos? Es una de mis grandes inquietudes. ¿Cómo hacemos para preservar la vida dentro del capitalismo cuando a todo se le pone un valor? ¿Cuánto vale una vida? Si alguien muere en un accidente y se reclama por daños y perjuicios, se pagan un montón de millones, pero mentira que se pagó la vida. La vida es muchísimo más que eso. Ahí yo creo que Daniela plantea una cosa que está muy vigente hoy en día. ¿Cuánto valen todas esas pequeñas cosas maravillosas que hacen un todo? Porque, cuando yo llegué ahí, la biodiversidad estaba intacta y todo se relacionaba con todo: el mar no se metía más de lo que se tenía que meter, mientras que ahora el mar se mete hasta donde le da la gana; los ríos eran prístinos, uno se podía bañar en ellos, ahora usted se baña en un río de Gandoca-Manzanillo y se enferma porque jala todas las aguas negras de los desarrollos; los humedales estaban intactos, tanto que uno llegaba y veía ahí a los lagartos, uno estaba ahí a la par del lagarto y el lagarto lo volvía a ver a uno. Los lagartos serán peligrosos si uno se mete dentro de la laguna y los va a molestar, pero ahí en los humedales estaban quietos y uno los iba a ver. ¿Cuánto cuesta eso? No tiene precio. Y ahora se sabe que toda esa biodiversidad amarrada nos protege la salud.
Sin embargo, los empresarios convencieron a los diputados de coger toda esa parte que estaba frente al mar hasta Manzanillo, que era una parte bellísima, y dársela a la Municipalidad para que la despedazara. Entonces, secaron un montón de humedales. Esa trama de biodiversidad, por lo menos hasta Manzanillo, está rota. Esa es mi derrota. Esa es mi derrota y la derrotó el capitalismo, que lo único que quiere es sacarle plata. Pero, si hubiera alguien que le pusiera valor, que se diera cuenta de que la biodiversidad nos defiende la salud, nos permite seguir viviendo y que, además, tiene una gran belleza, porque un humedal bien cuidado es un espejo de agua maravilloso con todas las especies raras que viven en un manglar; si se le pusiera un precio altísimo al humedal de Gandoca-Manzanillo, vaya a ver usted si alguien lo toca. Entonces, tal vez se podría empezar por ahí, poniendo unos precios exorbitantes que no puedan ser pagados, porque la vida no tiene precio, es tanta que no tiene precio. Tal vez hay que empezar a hacer eso con lo que queda. Y con lo que queda me refiero no solamente a lo que queda de Gandoca-Manzanillo, sino a todo lo que queda en el mundo, a la selva amazónica, que es el pulmón del planeta. Decirle a Bolsonaro “quemar una hectárea de selva amazónica le cuesta 25 000 millones de dólares” y que hubiera un gobierno mundial encargado de hacer cumplir eso. Muy difícil, pero digamos que sería una manera.
Es lo que los economistas llaman las externalidades negativas, a las empresas las dejan destruir humedales y levantar ahí un hotel y no tienen que pagar esas externalidades negativas, negativas porque son de destrucción y deberían figurar en las cuentas nacionales con números. Imagínense, si ahora tenemos un problema de déficit fiscal sería terrible, pero también si se conservara ayudaría a paliar el déficit. Por ejemplo, se le dice no a la piña y se conserva el humedal Térraba-Sierpe y se le pone un valor de tantos millones al humedal Térraba-Sierpe. Entonces, los números van a estar mucho más a favor de Costa Rica y se balancean las cuentas nacionales. Eso lo propuso el Instituto Mundial de Recursos en 1991, cuando me contactaron para que lo diera a conocer en varias columnas que escribía para periódicos. Que las cuentas nacionales le pusieran un valor a la destrucción y a la conservación. Por ejemplo, si en un humedal se perdieron tantos millones de dólares por destrucción, pero en otro humedal se ganaron otros tantos millones de dólares por conservación, las cuentas se equilibran.
No sé si habrá tiempo, son ideas que se me ocurren dentro del capitalismo, porque pensar que vamos a tener otro sistema, no creo. Creo que hay que buscar la alternativa poniendo el valor. Antes pensaba que sí era posible cambiar de modelo económico, pero uno cambia y evoluciona. Ahora me doy cuenta de que no es posible cambiar de sistema económico, que hay que buscar las alternativas dentro del capitalismo y una es ponerle un gran valor a la naturaleza, pero un valor extraordinario, exorbitante, que no pueda ser pagado. Entonces, que no se le ocurra a usted arrimarse al humedal Ramsar de Gandoca, porque es demasiado lo que tiene que pagar, además de la cárcel.
¿Cómo es el trabajo de crear ficción a partir de experiencias personales?
AR: Es terrible, porque en cada novela tenés que volver a aprender el oficio, cada novela te plantea un reto diferente. La loca de Gandoca es la novela que me ha sido más fácil escribir porque la historia estaba dada, lo único que tenía que hacer era ficcionalizar ciertas partes, hacerlas literatura, pero la estructura ya estaba. Entonces, ficcionalizar ciertas partes fue más bien una delicia, porque dejar salir todo el lirismo, todo ese amor, fue muy fácil. Es la novela que he escrito más rápido, en seis meses. En cambio, con La romana indómita, entre escritura e investigación, duré 8 años y aún así siento que es una novela fallida, que no es la novela que yo quería escribir, que no lo logré. La loca de Gandoca sí era lo que yo quería escribir, al igual que Limón blues.
Con Limón blues me costó mucho dejar el hecho histórico y novelar la historia. Tuve que pelear con la Anacristina académica, histórica, que había estudiado Historia, tuve que pelear mucho con ella. Pero, al final, creo que se logró un balance, aunque hay gente que me dijo que la pude haber novelado más, haberla hecho más literaria y más lírica y menos histórica, pero hice lo que pude. Igual me pasó con Limón reggae. Cada escritor tiene su propia manera. Yo tengo que soltar la pluma y dejar ir. La proporción es que de 100 páginas que escribo, salvo 10. Pero tengo que escribir esas 100 para que salgan esas 10. Yo la solté en Limón reggae, escribí 4 novelas que mandé al reciclaje porque no eran lo que quería, hasta que ya en la quinta versión se me fue el personaje a la guerrilla de El Salvador y ahí fue donde se me armó la novela.
A mí, al principio, me costó mucho entender cuando los escritores me decían “tiene que soltar a los personajes y que ellos hagan lo que quieran”. Cuando aprendí eso fue tan maravilloso, porque todos los personajes me escribían la novela y ahora ya sé cómo hacerlo. Pero cada novela tiene retos diferentes y, aunque sean los personajes los que la escriben, a veces los personajes se van por donde uno no quiere y no sale y cuesta.
Cada novela es un aprendizaje nuevo de cómo balancear el mensaje que quiero dar, porque el problema que yo tengo es que siempre quiero dar un mensaje. A mí me cuesta mucho escribir como escribe Isabel Allende, por diversión, quisiera poder hacerlo, pero siempre quiero enseñar algo. Los personajes se me van por querer darles lecciones y eso es lo que más me cuesta de escribir novelas, porque ahí está esa realidad, ahí están los personajes y son personajes que quieren decirle al mundo “vean la barbaridad que está pasando”. Eso me pasó con La romana indómita, hay demasiada crítica social, demasiados personajes, no la supe armar bien, dejé entrar a todos los personajes que se quisieron meter. Ahí aprendí a que sí hay que dejar a los personajes sueltos, pero hay que decirles a algunos “no, usted no puede entrar”. Entonces, el trabajo de novelar es muy difícil, mucho más difícil que el de hacer un cuento.
Lo que viene: cuentos de ciencia ficción
AR: Ahora va a salir una antología convocada por Iván Molina, quien nos invitó a escribir cuentos de ciencia ficción. Pero, esta vez, es una ciencia ficción que se asemeja más a la realidad. Iván nos puso a escribir con un horizonte al 2071, pero yo no llego hasta ese horizonte, creo que la humanidad no pasa del 2051. Todos los cuentos giran en torno a que la humanidad está caminando hacia su fin. Entonces, esa posteridad, aquello que podía pensar Cicerón que vivió hace dos mil y resto de años, creer que me van a leer dos mil años después, eso no lo tenemos nosotros. Nos van a leer 20 años después, pero creo que no más. Eso también influye en cómo uno construye la novela, ya eso es una vanidad muy grande, pensar que me van a leer dentro de 200 años, es que no va a haber 200 años de ojos.
“Escribo Anacristina pegado, ese es mi sello, para separarme de la Ana Cristina, la chiquita burguesa, hija de doña Ana, que tenía que casarse así, no estudiar y ser ama de casa, y ser una madre del patriarcado. No. Anacristina pegado es una escritora que no tiene pelos en la pluma, como dice una amiga, que dice y hace lo que le da la gana”.
Anacristina Rossi
¿De dónde nace su pasión por el ambiente y por los animales?
AR: Eso viene de haber crecido en el Caribe. De los 2 a los 5 años crecí en un lugar remoto en las faldas del volcán Turrialba. Tuve que aprender a montar a caballo a los 2 años porque no había carretera, el tren nos dejaba en la estación que se llamaba Túnel Camp. Ahí nos estaban esperando caballos y mulas y subíamos 4 horas, pasábamos por las lagunas de Bonilla, las cuales deberían ser declaradas patrimonio nacional, porque es una laguna volcánica que tiene alrededor escrituras huetares. Pasábamos todo eso y todavía teníamos que subir 2 horas más y llegábamos hasta una finca que se llamaba El Sauce, que ahora es una finca de café. Ahí crecí. No había ni siquiera luz eléctrica. A los 6 años bajé para entrar a preparatoria y pasaba todas las vacaciones en Matina o en Limón. Esa finca de Matina está muy cerca del mar y nos íbamos caminando hasta la playa. Entonces, nuestra vida era montar a caballo y estar entre los animales, observar pizotes, armadillos, culebras y lagartos. Pero cada quien tenía que hacerse responsable de su caballo, no era solo ensillarlo, teníamos que ir a soguearlo al potrero, traerlo, hacerle la jáquima con el mecate y socarle la cincha. Era una vida completamente silvestre. Cuando había tormenta, oír cómo la tormenta venía del mar. Caminar entre la selva a caballo o a pie, conocer los bejucos de agua. En las faldas del volcán Turrialba, mi abuelo, José Rossi, me llevó a conocer un montón de lugares que hoy los deben haber destruido, que eran calzadas de los huetares para bajar al Reventazón y había muchísimas lajas con objetos ancestrales valiosísimos. Entonces, no es solo el gusto por la naturaleza, sino también por otras culturas anteriores, por lo diverso, por lo sobrenatural, por lo mágico, porque ahí uno sacaba la laja y había cualquier cantidad de objetos maravillosos. Crecí en constante contacto con la naturaleza hasta los 18 años.
A veces, después del colegio, cogía el bus a Heredia y me iba con mis botas de montar y unos pantalones a pasar el resto de la tarde montando a caballo en una finquita que le quedó a mi papá en San Rafael de Heredia. Eran tiempos muy seguros en los que uno podía andar solo a caballo y sabía que no lo iban a violar. Tuve una yegua muy mágica que, sin haber carretera de San Rafael de Heredia a San José de la Montaña, me llevó hasta la laguna del Barva, cuando aún no se conocía ese volcán ni era parque nacional. Esa yegua me llevó, me llevó, me llevó, entramos en el bosque y paró frente a la laguna. Y yo dije “guau, ¿qué es esta belleza?” Fue un baño de naturaleza, pero, además, la yegua me había llevado. Entonces, es una conexión con la naturaleza, no solo con la naturaleza en sí, sino con el mundo animal muy fuerte. Por eso es que yo siento muy cercano al mundo animal y por eso es que no como mamíferos y procuro no comer las otras carnes también, lo menos posible, porque son parte del mismo tejido nuestro.
¿En qué momento de su vida se percató del valor de la palabra escrita?
AR: Cuando me di cuenta de que la sexualidad femenina tenía una potencia inimaginable y que en ningún libro se describía el orgasmo femenino y lo que pasaba. Cuando yo tenía 18 años descubrí eso y el novio que tenía llamó a la ambulancia porque creyó que yo me estaba muriendo. Ahí me di cuenta de que ni siquiera los hombres conocían lo que era la sexualidad femenina y que no hay nada escrito sobre lo que siente una mujer. Entonces escribí María la noche y me percaté de su valor cuando me dijeron “Anacristina, gracias por decirlo, por decir lo que las mujeres podemos experimentar y que es una sexualidad muy potente". Entonces, me di cuenta de que la palabra escrita era muy importante, sobre todo para las otras mujeres que se iban a iniciar. Por eso, en todos mis libros trato de meter un poco de sexualidad femenina porque es un tema tabú.
¿De qué manera continúa su lucha por el ambiente 30 años después de haber escrito La loca de Gandoca?
AR: Activismo físico me sigue dando miedo. Estoy dando una lucha callada contra la tecnología 5G, que es una tecnología que a mediano plazo trae la muerte, a corto plazo da muchos desórdenes vasculares, cardíacos, melanomas, cataratas. Pero, es una lucha que la estoy haciendo calladita. Ya las grandes luchas no. Entonces, por ejemplo, las luchas están en los cuentos de ciencia ficción sobre el fin del mundo, como el cuento que está en la antología.
Como docente de la Escuela de Estudios Generales de la UCR le propuse a la Comisión de Ambiente un cuento para el Congreso Internacional sobre el Bicentenario sobre el peligro del fin del mundo en que está la humanidad, incluida la tecnología 5G, porque usa ondas milimétricas que solo se habían usado antes como arma de guerra, pero es la que ahora permite el Internet de las cosas. Recientemente vi un artículo en el New York Times que señalaba que los dueños de esas industrias venden su tecnología a los demás, pero a alejan a sus hijos y a su familia de ella. Por ejemplo, a sus hijos no les dan tablets, sino libros, y viven en casas donde no llega el 5G porque saben lo peligroso que es. Mi ponencia ya me la aceptaron, será un cuento sobre el posible fin de la humanidad alrededor del 2050.
Por otro lado, después de haber descubierto el abuso intergeneracional que había en mi casa, vamos a empezar con una editorial virtual que se llama Abecedaria, vamos a pedir fondos para hacer talleres sobre abuso infantil y adolescente. Por ahí voy a llevar el activismo. En cuanto al activismo ambiental, para mí ya no es de lugares concretos, sino de la biodiversidad en general. Y la literatura y la ficción es un medio porque golpea y conmueve. Es que no es lo mismo leer un informe o leer un cuento realista que leer una ficción bien hecha, que puede llegar, ser visionaria, ir más allá, ser predictiva.
La literatura como postura política
AR: Yo no puedo ver la literatura de otro modo. Traté de escribir solo por diversión. Hice 3 intentos y fue un fracaso, no pude. Para mí la literatura es política. Sí, ficcionalizás. Por ejemplo, los 3 cuentos de Lalia son muy locos, pero son políticos. Quisiera ser Isabel Allende, pero no puedo.
En María la noche jugué mucho con el lenguaje, muchísimo. Pero, ya ve que de mis novelas es la menos leída. Gusta mucho porque tiene esa cuestión del lenguaje y esa cuestión transgresora de decir que las madres pueden llegar a ser horribles, espantosas y asesinas, además de romper con el otro tabú de hablar de la sexualidad y de los orgasmos femeninos, pero, al mismo tiempo, hay mucho juego del lenguaje, lo que la hace más difícil. Entonces, digamos que políticamente es más inaccesible. Pero a la gente que le gusta dice que es la mejor y yo me siento mal porque, si es la primera y es la mejor, significa que no he podido mejorar nada.
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