Es probable que, como hablantes de español, no nos percatemos de que, en el complejo mapa de las lenguas del mundo, pertenecemos a una de las comunidades lingüísticas con mayor cantidad de hablantes totales, solamente superada por el inglés, el chino mandarín y el hindi. Además, nuestro idioma ocupa el segundo lugar del mundo por su cantidad de hablantes nativos de, aproximadamente, 471 000 000 (Ethnologue, consultado el 3 de junio de 2021). El que hayamos llegado a esta circunstancia obedece a la expansión del español en el suelo americano, luego de la conquista de América. Debido a la amplísima extensión geográfica en la que está presente el español y a los procesos de encuentro que existieron entre las comunidades indígenas originarias y los colonizadores, nuestra lengua desarrolló múltiples variedades, cuya entonación, gramática y léxico, entre otros rasgos lingüísticos, ocupan la atención de los investigadores.
Sin embargo, el espectro lingüístico del mundo está formado por 7 000 lenguas, de las cuales la mitad está en peligro de desaparecer. ¿Cómo desaparece una lengua? Lo hace cuando su último hablante nativo muere. Por ejemplo, la muerte de la última hablante nativa del boruca, Paulina Leiva, en 2003, significó una gran pérdida para Costa Rica. A pesar de todo, tenemos la gran ventaja de que algunos de los lingüistas de nuestro país dedican sus esfuerzos a la preservación de estas lenguas a través de su análisis, su registro y su enseñanza. En esto, las universidades públicas tienen el papel protagónico, pues es en ellas donde se destinan recursos para este encomiable trabajo.
La idea de que en Costa Rica se habla español había ocupado por mucho tiempo el imaginario de sus habitantes. La Constitución Política indica, en su artículo 76: “El español es el idioma oficial de la Nación. No obstante, el Estado velará por el mantenimiento y cultivo de las lenguas indígenas nacionales.”. A pesar de que con este texto se está reconociendo la presencia de distintas lenguas en nuestro territorio, aún así esta idea no representa con total fidelidad la situación lingüística de nuestro país, es decir, su diversidad lingüística. Este concepto puede definirse como la cantidad de lenguas que existen en un área geográfica determinada. Así, tenemos zonas de alta diversidad lingüística, por ejemplo, México o la región amazónica, donde hay presencia de múltiples comunidades indígenas con su propia lengua. Y también tenemos una gran diversidad lingüística en Costa Rica. De acuerdo con Ethnologue, existen once lenguas distintas actualmente en nuestro país: de origen indígena, boruca, bribri, cabécar, malecu (guatuso) y ngäbere; relacionadas con comunidades inmigrantes en el país: chino, bajo alemán menonita, italiano y yiddish; una lengua criolla, el criollo inglés de Costa Rica; el lenguaje de señas de Costa Rica, y, claro está, el español. Además, existen comunidades de inmigrantes que hablan francés, ruso, japonés y tantas otras lenguas con las que podemos tener contacto y que enriquecen nuestro panorama cultural.
Las lenguas del mundo enfrentan distintos grados de “vitalidad”. Lo que los lingüistas llamamos “muerte de lenguas” es el proceso por el cual una lengua comienza a perder terreno ante las realidades culturales del entorno. Usualmente, una lengua pierde “vida” cuando sus hablantes dejan de utilizarla, por ejemplo, porque sus hablantes adoptan otra lengua que tiene mayor valor socialmente, como es el caso del español frente a las lenguas indígenas de nuestro país, o cuando por razones territoriales o comerciales, una comunidad lingüística tiene mayor dominancia que otra. También una lengua puede perderse de manera violenta cuando un grupo humano extermina a otro por motivos bélicos o de dominación territorial.
La dinámica social es fundamental cuando se habla de vitalidad lingüística. En la teoría sobre la muerte de lenguas, se identifican diversos estadios en los que una lengua puede encontrarse. Así, una lengua puede estar “a salvo”, cuando todos los miembros de la comunidad la hablan y la transmiten a las generaciones siguientes; ser “vulnerable”, cuando los niños hablan la lengua pero solo en determinados contextos sociales (por ejemplo, hablan la lengua dominante en la escuela y la lengua vulnerable en su casa); “en peligro”, cuando los niños no adquieren esta lengua como materna; “seriamente en peligro”, cuando solo las viejas generaciones utilizan la lengua; “en situación crítica”, cuando quedan algunos ancianos que utilizan la lengua, pero lo hacen poco y, finalmente, “extinta”, cuando no queda ningún hablante. Ante la eventual pérdida de una lengua, investigadores interesados pueden promover acciones de “revitalización lingüística”, gracias a las cuales se reenseña a las comunidades a hablar en su lengua y se trata de mantener la transferencia entre generaciones.
De manera que nuestro país, lejos de ser homogéneo y monocultural, es un espacio relativamente pequeño, multiétnico y multicultural, tal como reza ahora el artículo 1 de nuestra Constitución Política. Este reconocimiento es fundamental, un paso significativo en el logro de los derechos de todas las comunidades que lo habitan. La capacidad que tenga la comunidad costarricense en total, de reconocer al otro y de ver tantos colores, matices, rasgos, palabras, comidas, músicas, va de la mano con el mantenimiento de relaciones pacíficas y respetuosas entre todos.
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