La pandemia del COVID-19 ha impuesto la distancia física como una de las barreras principales a la propagación del virus. Alejarse del otro, no estrechar manos, mucho menos besar o abrazar en los saludos se convirtieron en reflejos de supervivencia ante la incertidumbre y la amenaza de lo invisible. El aislamiento voluntario, cuando fue posible, se transformó en nuestra realidad cotidiana. Se nos dice que dicho aislamiento no necesariamente implica soledad o desconexión, puesto que nuestra vida está atravesada por la relación con las máquinas. En este contexto, hemos de volcarnos hacia “lo virtual” como modo privilegiado de relación.
Virtuales las clases universitarias, virtuales las reuniones de comisión, virtuales las horas de consulta. Pero también, virtuales los saludos, virtuales las conversaciones e incluso, gracias a la magia de la imagen/emoji, virtuales las reacciones, los sentimientos y las expresiones.
Si bien, antes de la pandemia, los canales de comunicación virtual y la interacción en redes podían ocupar un lugar importante en nuestras vidas, la magnitud del cambio sufrido en este año de virus ha sido inesperada. La casi totalidad de nuestras interacciones en el ámbito laboral, familiar y social se han reconvertido y transformado por la mediación tecnológica.
¿Cómo pensar este pasaje a lo virtual? ¿Cómo reflexionar sobre el distanciamiento? ¿Sobre la lejanía? ¿Qué tiene que decir la filosofía sobre este nuevo aspecto de la realidad? ¿Sobre esta incapacidad de tocarse o abrazarse?
Aunque el cliché postula que la reflexión filosófica se construye en la intimidad y la soledad del individuo, lo cierto es que el diálogo y el carácter social del pensamiento atraviesan toda reflexión crítica. El filósofo italiano Franco Berardi analiza en Fenomenología del fin el surgimiento y la difusión masiva de las tecnologías de la comunicación como una verdadera revolución de la subjetividad, una revolución que aparece como un desgaste y un formateo de las relaciones personales.
En efecto, una de las características de nuestras interacciones personales es que se desarrollan dentro de un marco temporal no limitado por el tiempo matemático. Nuestra experiencia con los demás es una experiencia que se condensa en la duración, tal y como la definía Bergson, es decir, una continua producción de novedad, el surgimiento incesante de lo inesperado. Es algo que va más allá de los minutos o las horas. No se puede contabilizar. Cuando nos cruzamos con un/a colega, con un/a amigo/a o con una cara conocida, es la novedad del acontecimiento lo que irrumpe y perturba nuestra subjetividad. Los gestos del rostro, el movimiento del cuerpo, la vestimenta, la forma de mirar (o de esquivar la mirada) son todos signos que constituyen una comunicación.
Esta concatenación de gestos no obedece a ninguna ley ni a ninguna predeterminación. Es por esto que la experiencia del encuentro propicia la novedad en cada día, a pesar de que se imponga, de manera aparente una rutina. Cada persona que encontramos en nuestro camino, en nuestro recorrido cotidiano, representa una particularidad, la excepción y la sorpresa. De hecho, en los momentos en que la experiencia del otro no compagina con lo que parece ser una norma que se reproduce, entonces quedamos a la deriva en nuestra acción y nuestra reacción. Pero, hasta esos momentos tienen un significado y una densidad en la experiencia subjetiva. Incluso aquellos instantes que pueden revelarse incómodos, extraños y hasta bochornosos tienen la capacidad de afectar la sensibilidad.
Dicha sensibilidad puede definirse como una facultad que nos permite procesar signos y estímulos de sentido que no pueden verbalizarse. Por eso, podemos entender que tal persona no quiso saludarnos, “se levantó con el pie izquierdo” o simplemente está pasando un mal día. La sensibilidad permite leer lo tácito. Se trata de una capacidad de comunicación que reside en la creación constante de signos y que nos construye como seres que pueden experimentar la empatía. Es decir, la posibilidad de ponernos en la piel del otro. La conjunción, nos recuerda Berardi, puede ser vista como una manera de volverse otro. En efecto, la cercanía física, el abrazo, el saludo cordial y corporal constituyen la interfaz de lo social. No es un azar si los y las candidatas a puestos de elección privilegian el abrazo como medio de interrelación y de conexión con las masas, más allá incluso del discurso articulado y de la comunicación verbal.
Ahora bien, nuestra relación con el algoritmo y las redes sociales cumplía una parte de la relación con la alteridad. Sin embargo, con la pandemia, la omnipresencia de lo virtual devino en una constante conexión, dejando de lado, de manera abrupta la conjunción con los demás. Los marcos en los que se desarrolla este nuevo tipo de relación se caracterizan por su rigidez, su repetición y su temporalidad matemática. La interpelación constante de nuestra atención a través de notificaciones, mensajes instantáneos y señales electrónicas arrastra la sensibilidad a una estimulación persistente y simulada. Estamos ya aislados de la duración como experiencia temporal. Por el contrario, con el trabajo remoto y virtual hemos experimentado una expansión del “espacio de trabajo” y del “tiempo de trabajo” o, parafraseando a Berardi, la conexión es trabajo. En esta nueva dinámica, la experiencia de un tiempo nuevo, cargado de sensibilidad y de posibilidades es reemplazada por la demanda invariable de atención: la respuesta a un correo (que siempre es urgente), el recordatorio de la próxima reunión por Zoom, la insistencia de resolver cualquier obstáculo presente en Mediación Virtual, nos lleva a sentir la toma de decisiones no como un acto voluntario y producto de una estrategia racional, sino como una forma cada vez más automática de actuar.
Con la posibilidad cada vez más grande de que muchas de estas nuevas formas de “trabajo remoto” subsistan luego de que se controle la pandemia, resulta urgente reflexionar, desde el trabajo filosófico, sobre las consecuencias subjetivas y sociales de esta transformación. O dicho en otros términos, ¿podremos volver a abrazarnos?
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