Voy a tratar algunos problemas epistemológicos, específicamente, de filosofía de la ciencia que se pueden ejemplificar a partir de discusiones que surgen con la actual pandemia desatada por el SARS-CoV-2. La epistemología, en un sentido amplio, es la rama de la filosofía que se ocupa del tema o problema del conocimiento, esto también en general, es decir, todo tipo de conocimiento: ¿cómo se produce?, ¿cómo se justifica?, ¿por qué debemos confiar en él?. Para tratar este tema tomaré como punto de partida la idea según la cual el conocimiento científico es un caso paradigmático de conocimiento, es decir, el mejor ejemplo que tenemos de lo que es conocimiento, especialmente porque sigue metodologías rigurosas para poder sustentarse, está sujeto a contraste, tiene una larga historia de pruebas y errores, está sometido a la crítica de una comunidad, etc. Así con el ejemplo, por una parte, de la creación de una vacuna contra la enfermedad COVID-19 y, por otra parte, del uso del clorito de sodio (dióxido de cloro) para su tratamiento, podremos ver dos aspectos del conocimiento científico, a saber, su confiabilidad y su falibilidad.
El conocimiento científico (ciencias naturales y sociales), es particularmente fiable, es decir, tenemos buenas razones para confiar en él, pero a la vez, como cualquier quehacer humano, es falible, ya que puede ser erróneo. Podría parecer contradictorio que, aunque este conocimiento es el “mejor ejemplo de conocimiento”, no esté exento del error. La historia de la ciencia es una cruel maestra en ese sentido: en el pasado era seguro y “absoluto” que el planeta Tierra era el centro del universo, pero con pruebas, mediciones, evidencias, argumentos y comunidades científicas que construyeron confiabilidad, se mostró que esto no es así. Es decir, si bien se puede argumentar (con evidencias) que el conocimiento científico es de los más confiables que tenemos en la modernidad, eso no lo excluye de la falibilidad. Y esto por varias razones, como la complejidad de sus objetos de estudio, el carácter aproximativo y estadístico de sus abordajes y mediciones o, simplemente, por las limitaciones propias de una empresa llevada a cabo por humanos. Algo que nos enseña la filosofía de la ciencia es que las ciencias son una empresa compleja, social, humana y, por lo tanto, falible. Sin embargo, también el abordaje filosófico de la ciencia ha intentado mostrar sus fortalezas, por ejemplo, lo riguroso de sus métodos e incluso, su carácter social -intersubjetivo-, sujeto constantemente a prueba y crítica. Es decir, científicos y científicas trabajan de manera rigurosa y cuidadosa en la producción de, por ejemplo, medicamentos, vacunas, respiradores, encuestas, pronósticos económicos o epidemiológicos, etc., y aunque sus aportes son confiables, no por ello se pueden asumir como verdades absolutas.
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La concepción popular de que porque en los noticieros se dice un día que el clorito o la vacuna es, “según un estudio” o “según la ciencia”, la panacea, y a la semana siguiente, se diga lo contrario, no habla únicamente del serio problema de la comunicación de la ciencia (por ejemplo, por los medios de comunicación masiva), sino que también nos habla de la complejidad intrínseca de la producción de conocimiento científico. Al ver nuestros ejemplos, podemos plantear varias preguntas: ¿qué es lo confiable?, ¿en cuál debo creer? o, más puntualmente, ¿por qué confiar en las vacunas y no en el clorito de sodio? La respuesta básica es que aquellas se sostienen en el conocimiento científico, que pasa por diversas pruebas, se somete a la crítica, sigue metodologías rigurosas, etc., es decir, es más confiable, pero, y esto es importante, eso no lo hace infalible.
Algo interesante y que se ve con toda claridad a partir de la pandemia y de estos dos ejemplos es la criticidad, es decir, ser una persona crítica y que se cuestiona las cosas. Ser crítico en principio es un valor, pero no siempre es claro que es ser crítico y, muchas veces, a partir de desconfianzas, que podrían ser fundadas o no, se cae en creencias pseudocientíficas o en algunas teorías “conspirativas”, sobre todo si se parte de esa imagen distorsionada del conocimiento científico del ejemplo del noticiero. Esto puede llevar a que, de esa inicial y sana desconfianza, se termine en alternativas peligrosas que parezcan como “críticas” del status quo. En casos como el de la industria farmacéutica y cómo muchas veces lo que prima es el interés económico y no el sanitario, esto puede llevar a la desconfianza, justificada en este caso, de la cual debería seguirse una crítica hacia la industria farmacéutica, pero no un abandono de la confianza en las ciencias.
Una buena comprensión de las ciencias nos lleva a ser precavidos con respecto a proclamar verdades absolutas, pero también nos lleva a confiar, claro que no ciegamente, en el conocimiento científico. No quisiera terminar sin hacer mención de otro importante problema propio de las ciencias, que tiene que ver con su confiabilidad y con su carácter de empresa social, pero también con esto que comentábamos recién, sobre la posible corrupción e impostura en la creación de conocimiento científico. Producir conocimiento confiable y de calidad no es solo un problema de sus metodologías y de su rigurosidad, sino que también es un tema de aspectos materiales, específicamente de su financiamiento. No se puede esperar una respuesta rápida y efectiva contra, por ejemplo, una pandemia, si no se financia las ciencias (en plural). Este financiamiento tampoco puede depender de su aplicabilidad inmediata, sino que debe comprender la complejidad propia de las ciencias, y sobre todo, su carácter de falibles. Así, la producción de conocimiento científico es una tarea compleja, falible pero confiable.
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