Antes de que el ensayo “Enseres: esbozos para una teoría del disfraz” de Camilo Retana ganara el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría 2020 de forma conjunta con la obra de Chester Urbina, tuvo que enfrentar el rechazo ad portas de la editorial de una universidad pública costarricense, aduciendo que el tema del disfraz no entraba dentro de los intereses educativos y culturales de esa casa de estudios a distancia.
“Ese argumento me pareció muy interesante porque refleja cómo imaginamos el mundo de la filosofía y el de la cultura. Si el disfraz está en todas partes y a lo largo de todas las épocas, es muy diciente que pensemos que ese es un tema menor o sin importancia cultural. ¿Cómo puede ser el disfraz un tema sin importancia? Solo hay que pensar en la historia del teatro y del rito”, subrayó Retana.
Para este docente e investigador de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica (UCR) el disfraz forma parte del mismo conjunto de pulsiones lúdicas y de la misma capacidad inventiva y creativa consustancial a los seres humanos. Su inquietud por el tema se inscribe dentro de su interés por indagar en torno al cuerpo como problema filosófico y cultural.
“Fue un asunto que quedó después de escribir el libro 'Las artimañas de la moda', porque al final de ese libro me quedaba la inquietud de que si la moda constituye un modo de uniformar y normalizar los cuerpos, de establecer parámetros de belleza y de fijar en el cuerpo unos contornos y unas formas, ¿qué posibilidades tendría el vestido de aportar en prácticas de insurrección con respecto a esas normas?”, explicó.
El libro hace un repaso de la presencia del disfraz en diversas culturas y momentos históricos, analiza la forma en la que transforma y empodera el cuerpo, y reflexiona sobre su importancia en ritos ancestrales, festividades y manifestaciones subversivas. De acuerdo con el jurado calificador, “el autor aborda los aspectos propios del disfraz a través de una amplia gama de elementos que incorpora en su propia reflexión sobre la temática”.
Retana, quien también dirige el posgrado en Artes de la UCR, menciona que el premio lo ha hecho pensar en todo el soporte institucional que hace posible que un texto se escriba, desde el tiempo para sentarse a trabajar hasta su impresión y distribución. Ante el rechazo inicial, el texto fue acogido por la Editorial de la UCR y se convirtió en el primer libro de la serie “Temas Filosóficos” del Instituto de Investigaciones Filosóficas.
“También pienso en la gente que fue apostando por uno, que fue leyendo el texto y mejorándolo. Y, mucho antes de eso, que la Universidad me mandara a estudiar afuera y, previamente, que la Universidad me permitiera estudiar becado todos los años de carrera por la situación socioeconómica. Lo he recibido sintiendo mucha gratitud y pensando en toda esa gente que me ha acompañado”, señaló.
Retana se confiesa un apasionado por cuestionar las cosas. De ahí su gusto por una filosofía que “tenga una pata dentro de la misma filosofía y otra pata afuera”, que se salga de su propia jerga y dialogue con la gente que no tiene formación en esta disciplina, pero que sí está interesada en conocer lo que la filosofía puede decir acerca del mundo. En este sentido, el autor concibe el oficio filosófico vinculado con la escritura y, a esta, como un lugar para hacer preguntas y “perderse”.
“Los papers son muy interesantes y yo los uso, pero normalmente se utilizan para confirmar una hipótesis que uno ya tenía, mientras que el ensayo literario me parece que es un espacio para adentrarse en lo desconocido. Escribir este libro fue algo superplacentero, difícil como siempre es la escritura, pero muy placentero porque no sabía muy bien dónde me iba a llevar la cosa y los lugares a los que fui arribando me parecieron interesantes. Entonces, sí creo en una escritura que nos ayude a perdernos, porque perdernos es la única manera de ver cosas que no veíamos antes”, añadió.
A continuación, un extracto de la entrevista con Retana:
—¿Por qué el disfraz se vuelve imprescindible para la existencia humana?
CR: Porque me parece que apela a una pulsión lúdica que yo no diría que es consultancial al ser humano, no diría que es natural, pero sí que se encuentra presente en distintas manifestaciones y épocas. Es decir, así como los seres humanos jugamos y amamos, nos disfrazamos, forma parte como del mismo conjunto de pulsiones lúdicas y de la misma capacidad inventiva y creativa que tenemos los seres humanos. En ese sentido es que la historia del disfraz es también indiscernible de la historia del arte, del teatro, de la danza y del rock, más recientemente. Entonces sí, es imprescindible o, al menos, es un fenómeno que se repite en el tiempo porque tiene que ver con las capacidades creativas y con las pulsiones lúdicas de los seres humanos.
—Usualmente relacionamos el disfraz con festividades como Halloween. Pero, ¿dónde más podemos encontrar el disfraz en la sociedad?
CR: Una de las discusiones que yo doy en el libro es cuál es el límite entre los disfraces y los vestidos de todos los días y cómo hay una cierta mirada que canoniza algunos vestidos como disfraces o bien como prendas de moda, creo que ese límite es móvil y es algo interesante del tema. De modo que disfraces pueden aparecer en cualquier parte, en cualquier fenómeno cultural o en cualquier instancia donde hay una mirada que señala una discrepancia entre un cuerpo y una prenda determinada. Pero, en el recorrido que yo realizo en el libro me centré en cinco o seis ámbitos que es donde me parece que tienen como una fuerza estética y cultural particularmente interesante, pensando en la sexualidad, en el rito, en el mundo de los superhéroes y en el campo escenográfico.
—El disfraz se asocia con la mentira y con el engaño. Pero, ¿cuándo y dónde podemos encontrar usos positivos del disfraz?
CR: Creo que esa era la idea principal que me interesaba confrontar, porque hay muy poca bibliografía sobre disfraces. Me parece que lo que explica esa escasez bibliográfica es, justamente, esa asociación entre disfraz y mentira. A mí me interesaba discutir esa idea en la medida en que si nos limitamos a ver en el disfraz un medio de ocultamiento o de distorsión de la identidad, entonces eso nos vacuna contra el análisis de esa dimensión positiva del disfraz, de toda esa capacidad expresiva, comunicativa del disfraz. De manera que, cambiando la mirada que tenemos sobre este fenómeno, creo que hay facetas positivas del disfraz en casi todos los casos donde el disfraz aparece. Es decir, el disfraz siempre hace algo más que ocultar la identidad, siempre hay una puesta en escena. La ropa siempre nos habilita a actuar una identidad y a ocultar muchas otras. Siempre que un disfraz aparece hay algo que permite ese disfraz. Lo que el libro intenta es ver dentro de ese conjunto amplio de disfraces que analizo ¿a qué habilitaba cada uno de ellos a los sujetos que apelaban a los mismos?
—¿De qué manera el disfraz empodera al cuerpo y modifica sus capacidades y relaciones?
CR: No hay cuerpo desprovisto de prendas. El cuerpo siempre se presenta socialmente ataviado, no hay tal disociación entre prenda y cuerpo, no hay algo así como un cuerpo desnudo. Las prendas siempre se imprimen en el cuerpo, sellan unas posibilidades, habilitan al cuerpo en una serie de acciones o lo constriñen a otras. En el caso del disfraz, una de las cosas que a mí me parece más interesante es que, ahí donde la moda tiende al constreñimiento (estoy pensando en los zapatos de tacón alto o en los corsés del siglo XIX), ahí donde las prendas entran a limitar el movimiento, los disfraces normalmente entran a posibilitar movimientos, gestos y actuaciones que no serían posibles sin ellos. En ese sentido, algo que me parece que recorre todos los tipos de disfraz es la suspensión de la temporalidad cotidiana. La ropa que usamos cotidianamente entronca con una cierta temporalidad, por eso tenemos una ropa para el fin de semana y otra ropa para entre semana. La ropa marca un tiempo o se articula con el tiempo cotidiano y en los disfraces hay una suspensión de ese tiempo. Entonces, los disfraces permiten que el cuerpo entre dentro de temporalidades alternativas donde no rigen las mismas prisas ni las mismas lógicas que en la vida cotidiana y donde, por lo tanto, el cuerpo se ve en la capacidad de hacer cosas que no podría hacer si no estuviera disfrazado. Entonces, no solo la relación con el tiempo, sino la relación con los otros cuerpos entra en una especie de contrato nuevo, lúdico, regido por la risa donde, por otro lado, podemos ver cuáles son esos otros contratos que rigen la interacción cotidiana. Es como un revés de la relación cotidiana lo que muestra el disfraz.
—Vivimos en tiempos de un discurso que apela a la transparencia, a la autenticidad. ¿Dónde cabe el disfraz en una sociedad con este discurso?
CR: Hay una cierta normalización de la conducta que se presenta como un llamado a la autenticidad y al verdadero ser y a comportarse como “realmente somos”. Una de las cosas interesantes del disfraz es que muestra que no hay tal cosa, no hay tal autenticidad, no hay tal ser verdadero. Lo que somos es el resultado de lo que hacemos con nuestros cuerpos a partir de un montón de dispositivos con los que contamos como la ropa, la comida y los dispositivos electrónicos. No hay tal cosa como un ser por fuera de esas interacciones que tenemos con los objetos y con los otros cuerpos. En el fondo, me parece que todo ese llamado a la autenticidad termina funcionando como un nuevo programa de normalización para decirle a la gente “sea auténtica de esta manera”. Yo creo que el disfraz a lo que invita es a lo contrario de la autenticidad, a la experimentación subjetiva y eso es muy interesante porque, en un mundo donde lo que se trata es de ser auténtico y verdadero, el disfraz se ríe de todas esas solemnidades.
—En ese sentido, ¿el disfraz oculta quiénes somos o exhibe realmente quiénes somos?
CR: Yo diría que lo que el disfraz permite es salirnos de la pregunta de la identidad. Creo que lo que el disfraz exhibe es el carácter plástico de la identidad. ¿Qué sentido tiene hablar de un ser auténtico y una verdadera identidad cuando reparamos en el hecho de que, en realidad, nos hacemos con una identidad a partir de unos ciertos insumos, de unos ciertos enseres. Podríamos tener una identidad contraria a la propia tan solo si apeláramos a disposititvos distintos a los que hemos apelado a lo largo de la vida.
—¿Cuál es la importancia del disfraz para desafiar el status quo y modificar la realidad?
CR: Yo no me esperaba, honestamente, que el disfraz estuviera tan articulado con la historia de la rebelión, de las insurrecciones y de la ironización respecto del poder. En todos esos ámbitos que yo analicé hay, de alguna manera, una contestación al orden social, desde los disfraces sexuales y la posibilidad de abrir otros regímenes eróticos y de experimentación subjetiva y corporal hasta los disfraces propiamente políticos. En todos esos casos hay una cierta alteración del orden, a veces tolerada, a veces no. Pero, lo interesante es que en todos esos ejercicios siempre hay una politización del cuerpo que, de nuevo, apela a la ironía, a la risa, a lo festivo y, en ese sentido, se trata de formas de politización muy particulares y también muy lejanas a otros tipos de desafíos al status quo.
—¿Son las redes sociales el disfraz del siglo XXI?
CR: Yo diría que en las redes rige una lógica que no es la lógica del disfraz, en el tanto hay una presentación como muy moderada y muy calculada de cómo queremos ser vistos y, en el disfraz, más bien rige una lógica de desdecirnos a nosotros mismos. Me parece que en las redes hay una voluntad marcada por ofrecer una imagen muy prefabricada, muy delineada previamente. Ahí no estaríamos tanto disfrazados como vestidos, como se supone que deberíamos estarlo
—¿Cuál es tu disfraz favorito?
CR: En los agradecimientos del libro hago referencia a mis hermanas. Teníamos un juego cuando éramos carajillos. Íbamos donde unos primos, sacábamos toda la ropa que había en los clósets, la tirábamos en la sala, poníamos un cronómetro a correr y la meta era ponerse toda la ropa que uno pudiera colocarse en un lapso determinado. Cuando se terminaba el tiempo contábamos cuántas prendas se había logrado poner cada uno. Entonces, era muy divertido porque yo me ponía brasieres y mis hermanas camisas de mis primos. Refiero la anécdota porque, en el fondo, me parece que lo interesante que tiene el disfraz es esa posibilidad de una exploración inacabada. Es decir, su capacidad de presentar capas y capas de posibilidades. Me parece que antes de tener un disfraz favorito, lo que me parece que es interesante es pensar cuántos disfraces podrían resistir o admitir nuestros cuerpos.
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