Ani Brenes empezó siendo estudiante de Biología en la Universidad de Costa Rica en los convulsos años de la lucha contra el establecimiento de la Aluminium Company of America (Alcoa) en el país. Sin embargo, cuando se enfrentó a la tarea de diseccionar ranas, abandonó su idea de estudio porque aquello no rimaba con lo que había sembrado en su corazón. Fue así que prefirió invertirse por completo en la crianza de sus hijos y en sacar adelante a su familia.
Su primer contacto con la docencia fue como maestra de Educación Religiosa, materia con la que logró integrar a todos sus estudiantes, incluso a aquellos que no la recibían, gracias a que siempre tuvo muy claro que su tarea consistía en sembrar valores y no dogmas. Para estas primeras experiencias en el aula, Ani apelaba al juego, a las dinámicas y a la lectura de cuentos y poesías.
Con este bagaje y con el impulso de su hija mayor, quien ya cursaba estudios universitarios, Ani Brenes regresó a la UCR a estudiar lo que su corazón siempre le indicó: Educación Primaria. ¡Fue todo un reto! El trajín de ir de la casa al trabajo, del trabajo a la universidad y de la universidad a la casa no fue impedimento para que su mente creativa empezara a crear poesías y cuentos infantiles. A veces lo hacía mientras viajaba en un autobús o para evadir el sueño de alguna clase aburrida.
Sus creaciones las sometía al escrutinio más riguroso: sus estudiantes. Con generosidad, compartía sus textos con sus colegas y creaba cuentos y poesías para la celebración de efemérides y actividades especiales en la escuela. Sin embargo, el antes y después lo marcaría su encuentro con la escritora Luisa González Gutiérrez, a quien entrevistó como parte de un trabajo de su carrera. Ani aprovechó la conversación para pedirle que leyera algunas de sus obras y le hiciera recomendaciones. Doña Luisa la adornó con halagos y la puso en contacto con un taller literario. Ese fue el inicio de un próspero cultivo literario que aún rinde frutos.
Preguntas mágicas, No hay palabras, los cuentos se las comieron todas y La risa de los niños son solo tres de los más de 40 libros publicados por Ani Brenes, la mayoría de ellos con cuentos y poesías infantiles. Y su producción no termina, porque tiene dos libros sometidos al análisis editorial para su publicación el próximo año. Además, para el mismo 2022, espera publicar un manual de talleres ambientales, un libro que recopila historias de sus estudiantes y una antología que reunirá su poesía a lo largo de 20 años.
Esta palabra es mía se reunió con Ani Brenes para conversar sobre su producción literaria infantil marcada con esa ternura que recibió de su abuela y que ha sido material de uso cotidiano en las aulas escolares de todo el país.
¿Por que es importante escribir para la niñez?
AB: Porque, primero que nada, se está escribiendo para uno mismo. Es como mantener ese estado maravilloso de inocencia, de curiosidad y de descubrimiento. Nosotros fuimos niños y también pasamos por eso, pero se nos olvidó. La mayoría de las veces a las personas se les olvida, piensan que haber sido niños es haber sido pequeñitos. No, no, no. Era tener un ramillete de cualidades especiales, por ejemplo, rasparse una rodilla con la acera y enojarse con la acera. Cuando la mamá decía “qué acera más tonta”, a nosotros se nos aliviaba la rodilla inmediatamente. Algo muy importante: la ternura, que de alguna manera e independientemente del hogar en el que nos hayamos criado siempre existían esos espacios.
Tuve la dicha de cumplir un sueño en algún momento de mi vida. Cronológicamente no tiene nada que ver con lo que hacen los demás, que vas al kínder, a la escuela, al colegio, a la universidad, te graduás y trabajás. En mi caso no, por ahí tuve un retroceso, pero después decidí retomar el sueño mío de pequeñita de ser maestra. Tenía demasiados referentes a mi alrededor y yo quería ser como ellos. Inmediatamente, eso se hizo un molote con lo que era la literatura, porque el tener en las manos a los niños, el tener que trabajar con ellos, si es que se puede decir “trabajar con ellos”, disfrutar con ellos, compartir con ellos, aunado a recuerdos de infancia, es perfecto.
Escribir para niños reforzó ese sueño de ser docente y esa labor que llevé a cabo por más o menos 20 años, aunque nunca se termina, porque sigo con los nietos. Para mí fue así, todo empató muy bien. En algún momento la vida nos da sorpresas, se nos desordena, no sabemos dónde están las piezas, pero también en algún momento comienzan a suceder milagros y, de pronto, te das cuenta que aquella pieza iba aquí y que esta otra iba por este lado. ¡Qué interesante! Y te das cuenta que podés cumplir tus sueños, no importa en el momento que sea.
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¿Podríamos decir que su inicio en la docencia fue de la mano con su exploración literaria?
AB: Sí, definitivamente. Comencé como docente en Educación Religiosa. Yo llegaba toda emocionada, llena de materiales e historias y de cosas que contar y, de pronto, el aula se me iba desgranando porque algún chiquito decía “Niña, yo no recibo”, y otra decía “es que mi mamá dijo que yo no podía estar en esta clase” y otro me decía “es que yo traigo una carta del pastor porque yo no puedo estar aquí”. Para mí fue muy chocante, pero lejos de aflojarme, me fortaleció muchísimo y convertí las clases en algo diferente. Siempre fui muy rebelde.
Empecé a darme cuenta que, por medio de la canción, de la poesía y de los cuentos, yo podía dar mis clases, porque en realidad no era educación religiosa católica, yo estaba dando clases alegres y de valores. Hablaba de Dios, por supuesto, pero en otro sentido: un padre amoroso para quien no había ninguna diferencia. Entonces, comencé a trabajar con los que me quedaban y fue divertidísimo porque hablábamos, jugábamos y aprendíamos. Empezábamos por una experiencia terrenal, conversando de las cosas cotidianas, luego iluminábamos aquello con alguna cita bíblica, que generalmente la cambiaba (en algún momento de intimidad con Dios, le decía “Ay, Tatica Dios, perdoname, pero yo tengo que cambiar esta cita), la iluminábamos con esa cita que yo le ayudaba a los Evangelistas para que se entendiera y luego había que aterrizar porque la idea era que nuestra conducta reflejara la voluntad de Dios para todos.
Entonces, dentro de ese proceso me quedaba perfecto el cuento, el juego, las carreras al patio, los concursos y, de pronto, yo tenía cinco alumnos en el aula y diez por la ventana, porque empezaban a sentir que yo no llegaba a predicar ni a aprendernos oraciones. Yo tuve muy claro eso desde que estaba chiquita con mi abuela, cómo era esa relación y para mí era maravillosa. Incluso muchos niños que no recibían Educación Religiosa terminaron participando en concursos de quién le ponía más flores al altar de la Virgen María, porque llenarle un jardín a la Virgen María no era con oraciones, era con buenas acciones. Entonces, los chiquitos decían “yo arreglé la cama hoy”, “yo fui a la pulpería” o “yo lavé los platos”, o sea, eran acciones.
Paralelo a eso, reingresé a la Universidad de Costa Rica. Inicialmente, yo era estudiante de la UCR en aquellos años terribles y emocionantes de Cotico, que descanse en paz, de Alcoa, de esas épocas de finales de los sesenta y principios de los setenta, esa fue mi época. Yo era estudiante de Biología, o sea, muy al otro lado, muy en ciencias y no en letras, pero eso era mi cabeza, mi corazón estaba en otra parte. Entonces, muchos años después, reingresé, ya con mucho camino recorrido y con dos hijos casi a punto de graduarse de la universidad.
Ahí tuve el empujón maravilloso de mi hija, quien me motivó a regresar a la U. Ella trabajaba con mis poemas y con mis cuentos en muchas de las presentaciones que tenía que hacer de sus trabajos de la universidad y me ayudó con ideas cuando gané el primer concurso de literatura. Ahí fue cuando se me quitó el miedo, porque hasta ese momento no me animaba a publicar nada, aunque fueran textos que me gustaran mucho y que ya había ensayado con los chiquitos. Cuando planeábamos las lecciones, las maestras me preguntaban “¿de dónde cogiste este cuento?” y yo siempre decía que me lo había encontrado en un libro o que estaba por ahí. Me di cuenta que a la gente le gustaba lo que yo hacía, con los chiquitos no tenía secretos, pero con los adultos mejor sí.
Entonces, con el empujón de mi hija para volver a la U, me arriesgué y volví a la universidad muchos años después. Ya habían pasado varias generaciones, pero volví a empezar con una energía diferente y con la práctica que ya iba teniendo en el aula. Para mi suerte, cuando estábamos en clases de Pedagogía, nos tocaba la famosa entrevista con un escritor o con un personaje, y tuve la dicha de ir a entrevistar a doña Luisa González. Yo no la conocía personalmente, pero le llevaba unas cosas secretas y, en el calor de la conversación, le pedí que leyera unas ‘cositas’ que yo andaba por ahí, porque su criterio era muy importante para mí. Doña Luisa accedió y realmente me levantó con las cosas que me dijo. “Te voy a mandar con unos muchachos que se reúnen por el Instituto Nacional de Seguros, con un amigo mío que se llama Chico Zúñiga”, me dijo. Se trataba de don Francisco Zúñiga Díaz, el yerno de don Carlos Luis Sáenz. O sea, me estaba mandando a meterme en el bosque, con Caperucita y Blancanieves y todos los demás. Y yo fui muy obediente. Así caí en manos de don Francisco Zúñiga que fue el que me impulsó cuando se publicó mi primer libro de poesía Jardines y estrellas y ahí tuve la dicha de compartir con personajes y escritores muy famosos de este país. Yo era la única que escribía para niños.
Don Chico tenía una pizarra que se llamaba el Paredón literario donde exponíamos el poema, el cuento o lo que llevábamos. No criticábamos ni humillábamos a nadie, era un respeto absoluto. En una ronda cada uno opinaba cosas en torno a lo que el compañero se había animado a compartir. Cuando me tocaba a mí, casi nadie quería decir nada. Pero había una compañera, Adela, que llevaba a su hijos, eran chiquitos y jugaban ahí en el taller. Cuando llegaba mi turno, ellos eran los jueces. Esos niños fueron mis primeros críticos, aparte de mis hijos, y así terminé haciendo mi primer libro.
Poco tiempo después me gradué como licenciada en Ciencias de la Educación, para primero y segundo ciclos, y ya había empezado a trabajar porque la cosa precisaba. Los últimos años para graduarme fueron muy locos porque tenía que salir de la U rapidito a la escuela o al revés, ir a trabajar a una escuela muy largo, con dos turnos, salir, correr a la U, regresar a Alajuela muy tarde, levantarme en la madrugada, unas carreras, pero lo logré. Entonces sí, ya fui maestra de aula y realmente lo disfruté muchísimo.
Lo que yo enseñaba como maestra de Educación Religiosa lo seguí enseñando, primero que nada las conductas y los valores, todas esas cosas metidas entre las ciencias, las matemáticas y el español. Me gradué como docente y para mí, aunque suene un poco raro, extraordinaria, no ordinaria, porque trataba de hacer las cosas lo mejor que podía y ya con mi primer libro era casi un libro de texto para trabajar con mis estudiantes y compartir con mis compañeros.
Igual en la U. Mientras estudiaba me pasaba escribiendo poesía en clase, sobre todo si la clase era muy aburrida. Todavía me acuerdo cuál poema escribí en la clase de la profesora tal o el profesor cual. Una experiencia linda. Así fue como la poesía y la literatura infantil se metió en todo. El segundo libro que publiqué fue oficialmente evaluado por mis estudiantes de quinto grado de la Escuela de Pilas de San Isidro de Alajuela, allá por el volcán, porque los cuentos los escribía para ellos, para las diferentes temáticas y ellos me corregían, me criticaban y me adornaban el trabajo. Ese libro salió para ellos, no tuvo que pasar por la revisión de tres lectores, sino por toda la chiquillada. Y así hacíamos actividades, actos cívicos y presentaciones. La literatura nunca ha salido de mi casa, ni de mi corazón, sigue estando ahí.
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Algunos de sus cuentos tienen material didáctico muy bien camuflado. ¿Cuánto contribuyen estos textos al aprendizaje en el aula?
AB: Depende mucho de la persona que vaya a trabajar esto. Yo he tenido muchas conversaciones y encuentros en los cuales se me cuestiona un poco esto que la literatura infantil no debe ser didáctica. El libro Al maestro con cariño no me lo contaron, yo lo viví. Yo creaba mis propios poemas en el aula para situaciones muy particulares y este libro surgió de una manera muy linda. Al maestro con cariño es el nombre de una película muy vieja sobre un maestro y su labor en el aula. Resulta que yo trabajaba con mis alumnos y mis compañeros maestros siempre me pedían que los apoyara con la parte didáctica o con un acto cívico, y yo creaba el poema. Los docentes siempre estaban pidiéndome algo.
En un momento determinado en mi labor como docente yo me enfermé de gravedad hasta llegar a un punto que me mandaron para la casa con incapacidades y me dijeron que no podía trabajar más. Yo ya estaba experimentando las partes más rudas de la enfermedad celiaca, pero nadie sabía qué era eso. Fue un momento muy crítico en el que te desahucian en el hospital, que te dan los santos óleos y uno dice “ni modo, qué vamos a hacer” y llegué a perder muchísimo peso. Mis compañeras no sufrían porque me iba, sino porque no iba a poder ayudarlas. “Pero, Niña Ani, ¿cómo vamos a hacer ahora con los actos cívicos?”, me decían.
Les dije que no las iba a dejar solas, que les iba a dejar un libro. Yo llegué a pensar en muchos momentos que seguro ya me despedía de este lindo planeta y empecé a recopilar mis poemas e hice este libro Al maestro con cariño, que atrás dice “Celebrando la vida” y ahí escribí más de 100 poemas. Hay un poema para cada mes del año y para las efemérides tradicionales, las que de verdad son importantes, con sus respectivas actividades y dinámicas para que el maestro se inspirara y creara sus propios trabajos. Ese libro salió y tuvo muchísimo éxito. Luego descubrí cuál era mi enfermedad y logré salir adelante, aunque ya no estaba en las aulas. Pero, podía seguir escribiendo, podía contar cuentos, podía dar talleres, podía hacer todo lo que me encanta hacer, ir a las escuelas a contarles a los chicos un cuento, una historia del libro que están leyendo.
Al maestro con cariño sí es un texto didáctico, pero yo me pongo a pensar si un poema, el que sea, si yo lo leo o se lo leo a mis niños, lo disfrutamos, lloramos tal vez, nos reímos y está bien, pero si dentro de eso yo pude aprender algo, ¿quién me dice que debo sacar la parte didáctica? ¡Es increíble! Ni la parte didáctica ni la parte espiritual. Nosotros no somos una cosa, tenemos otra parte, para mí nosotros somos seres espirituales teniendo una experiencia humana, esa es parte de mi filosofía. Entonces, hay algo aquí en mí y si me voy a leer La Biblia, que no acostumbro a leerla porque siempre la cambio con permiso de Dios, pero usted va leyendo y se da cuenta de tantas enseñanzas que aparecen por ahí y cuando nos habla de los talentos, por ejemplo, y aquello de qué hace uno con los talentos que Dios le dio, si los mete dentro de una gaveta o si no los usa para que se le gasten y simplemente los entierra o si los comparte. En mi caso, yo siento que el talento fue muy alimentado, fue una semillita muy bien alimentada por mi abuela, específicamente, y mi trabajo es compartirlo. No puedo hacer nada si tengo una biblioteca llena de cosas que yo hice, pero que de ahí no se mueven.
En estos días he recibido muchos correos que me mandan estudiantes y, sin estar en la U, ya sé los temas que están viendo en las clases de preescolar, de primaria, porque me escriben y me dicen: “¿usted no tendrá un cuento que me pueda ayudar con un trabajo de diversidad cultural?” Otros van, un poquito mejor, y me dicen: “Necesito conseguir un libro suyo, ¿dónde puedo adquirirlo?” Entonces, ya entramos en la parte de “con mucho gusto, ¿se lo mando?, ¿se lo firmo?” y la persona crea. Hay otras personas que lo que quieren es que uno le mande la tarea hecha. Pero, todos somos así.
En una clase siempre hay que empezar con algo y si yo comienzo con un poema del sol, bien divertido, ¿por qué no? O un poema como este que le voy a decir y que se llama Luna:
Luna redonda, cara de queso,
quiero subir para darte un beso.
Redonda luna como tortilla
voy a comerte con mantequilla.
Ese poema yo lo trabajo con preescolar y lo trabajo con grupos de docentes y es divertidísimo. Cuando termino el poema yo les hago preguntas. ¿Les gustó? ¿Alguien se lo aprendió? Muchos se lo aprendieron por la rima, por la musicalidad, por los gestos. Y después comenzamos a preguntar “¿Y les trajo algún recuerdo? ¿Qué les evocó?” Los adultos, sobre todo, me han dado respuestas: “¡Ah, yo casi lloro porque me acuerdo de mi abuela que hacía tortillas”, mientras otras “cuando yo estaba chiquita porque yo salía a ver la luna”. Pero, aparte de eso, decían “a mí me dio hambre”. “¡Ah, qué vacilón! Les leo un poema y les da hambre”. O brincaron cuando dice “quiero subir para darte un beso” y yo les decía “¿verdad que subimos para darle el beso, pero teníamos que bajar porque mamá nos estaba esperando?” Entonces, aquí había una cuestión de arriba y abajo sin necesidad de que yo les tuviera que decir “vamos a aprender niños arriba, abajo”, con el poema se lo aprendían rapidísimo. Cuando llegaba la parte de conceptos y demás se acordaban del poema.
Incluso con el libro también probé temas pesados, por ejemplo, las escalas cromáticas y numéricas en los mapas. Yo recuerdo en mi aula el mapa grandote con todos los colores y demás. Qué difícil es para un niño, lo fue para mí, me imagino en su momento, aprenderse todo aquello, que de 0 a 50 era el nivel el mar, que la parte verde o anaranjada, etcétera. Yo les escribí un poema que se llama La escalera de colores, un poema largo que dice:
Para aprender del relieve tengo una nueva manera
con lápices de color voy a hacer una escalera
Y comenzaba:
Este primer escalón de azul lo voy a pintar
será la parte más baja y estaré al nivel del mar
Y así seguíamos. Usaba palabras claves que no las pensaba en el momento pero luego salían. Así se iban aprendiendo los conceptos y luego lo hacían con tijeras y me hacían una escala. Aprendí con esa experiencia que para los niños que tienen problemas, los niños con un poquito de adecuación o los niños que no van al mismo ritmo (yo tampoco iba al mismo ritmo cuando era chiquita) es facilísimo aprender así y más bien le enseñaban a los otros que no pusiera esa vaca ahí porque va para el otro lado. Hacían unas láminas maravillosas y cuando llegaba el examen, que lamentablemente había que hacer un examen (yo decía que cuando fuera ministra iba a quitar los exámenes) los chiquillos se aprendían la parte, pero se habían aprendido el poema porque lo hacíamos representado, lo escribíamos y todo eso va quedando. Ahí está la parte del intelecto y de la memoria. Los que no tenían muy buena memoria se aprendían el poema de otra forma, viendo su lámina que habían hecho y cuando estábamos en el examen, por ejemplo, hablábamos de qué color se representan las montañas o cuál es la parte que abunda entre las diferentes altitudes de nuestro territorio y alguno me decía “Niña, es que no me acuerdo... Niña, es que estoy pegado en esta”. Entonces, yo les decía “hagamos una cosa, ¿por qué no recordamos el poema?” Y empezábamos todos, “cierren el examen, ¿se acuerdan del poema de La escalera de colores? Vamos a decirlo”. Y decíamos el poema en medio examen. Inmediatamente veías a los chiquillos anotando sus respuestas. Y me decían “Niña, usted sí que sopla”. Era una forma de decirlo. Entonces, yo digo ¿por qué no voy a utilizar el talento también para usarlo como algo didáctico? Allá, habrá otros momentos en que disfrutemos, otros momentos en que representemos la historia de una maestra, en que cantemos de la justicia, lo que sea, pero ¿por qué malograr este recurso tan valioso que puede tenerse?
La poesía infantil, por sus características de la rima, la musicalidad, el ritmo que lleva, la repetición, facilita muchísimo el aprendizaje y la memoria, y nos acordamos después del tiempo hasta quién nos enseñó eso. Entonces, es un recurso que yo nunca desperdicié, no importa que me dijeran que así no era la cosa, y los resultados hablan por sí mismos. Yo sentía una gran satisfacción de ver a muchos estudiantes en un taller literario los sábados, que publicaron un libro y que no había que empujarlos a eso. Al día de hoy tengo estudiantes con bellas experiencias, incluso uno que ganó el Premio Carmen Lyra. Él me contó que cuando estaba en la escuela me seguían hasta mi casa para ver qué era lo que yo hacía. Me imagino que para los niños, igual que fueron mis maestros, somos como seres mágicos y seguro querían asomarse a la ventana para ver si yo me transformaba o si tenía una escoba detrás de la puerta y salía a recorrer la noche. Yo me río de ver cómo él recrea momentos vividos en el aula en su libro.
En uno de los cursos de la universidad nos preguntaron por nuestra experiencia con la maestra de primer grado y había muchas personas que decían “Ah, yo no quiero ver a esa vieja en ningún lado... Si viene yo cruzo de acera... Esa me hizo esto y me ponía orejas de burro”. Y yo me ponía a pensar, ahora con el paso de los años, yo amé a mis maestras siempre, fue una experiencia lindísima, ellas entendieron muy bien de qué planeta venía yo y me ayudaron y salimos adelante. En relación con mis alumnos siempre ha mediado un gran respeto y aprecio y el mundo nos ha vuelto a topar, por ejemplo, mi profesor de coro en el Programa de la Persona Adulta Mayor de la UCR fue mi alumno. Es toda una experiencia, de pronto cambiamos los zapatos y te das cuenta de qué cosas hiciste para que esa personita estuviera ahí, qué cosas hicieron mis docentes, mis maestros, mi abuela, los adultos de mi época para que yo estuviera aquí, y no solo cosas buenas, puede que hayan hecho cosas no tan buenas que a mí me hayan hecho apartarme y lo mismo pasa con los niños.
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Siento que la lectura en el aula y el aprendizaje de poesías se practicaba más antes que ahora. ¿Cuánto se ha perdido de eso y sobre todo ahora con la pandemia?
AB: Eso es algo que no podemos negar: todo lo que se ha perdido. Los mismos estudiantes de ahora de Educación vuelven a caer en un juego que también existía en mi época cuando decían “es que yo voy a estudiar Educación porque es lo que me queda”, no tomar en serio la carrera. El ser maestro no es una cosa de vacilón, no, es un asunto de vocación y por eso yo creo que nos van a pedir grandes cuentas algún día, porque tengo que ser maestro siempre, tanto dentro como fuera, con mi ejemplo, con mi actitud, incluso con mi forma de ser, con mi vocabulario. Eso se ha ido liberando y se ha ido soltando.
Sin embargo, todavía hay algunas escuelas que hacen que los niños recuerden, que aprendan, que lean, que tienen un libro de aula para leer. Yo siempre lo hice con mis alumnos fuera de programa, no estaba por ahí, pero yo lo hacía y eso nos llevó a ganar incluso, en aquella época, festivales de creatividad y concursos de lectura y no era leer por leer, era una lectura completa en todos sus niveles.
Cuando mi nieto mayor estaba en el kínder yo era invitada a su aula a contar cuentos. En ese momento poesías pequeñitas y canciones. Cuando fue a primer grado volví, cuando fue a segundo me volvieron a invitar. Me invitaron a todos los años de escuela y fui a la secundaria. Era muy divertido porque mi nieto está en el libro Preguntas mágicas, que fue publicado por la UCR, y después le escribí Escalera a los sueños, que son poemas cuando empezó a caminar, cuando tuvo su primer diente, cuando se le cayó, todo ese proceso. Cuando él estuvo en secundaria, al principio, se sentía un poco avergonzado, pero fue un momento solamente, porque con sus compañeros me decía “Tita, leete aquel cuento cuando yo me trepaba en la cama para jalar la luna”.
Este año, con pandemia y todo, tuve la experiencia de tener a un montón de chiquitines aquí en la pantalla que estaban leyendo uno de mis libros: Cuentos con alas y luz. Aquí les conté el cuento y jugamos desde aquí, hicimos todo el asunto. Otros niños que estaban leyendo Nubelina también querían conocerme. Eso yo lo hacía en las aulas, yo iba, jugaba, era un cuento de nubes, entonces comíamos masmelos, pero todos juraban que era una nube, y ahora por este medio.
Pero, depende muchísimo en sí del maestro, porque a usted le pueden poner el programa que quieran, pero usted no puede llegar a improvisar jamás. A veces se usa la literatura para tapar un hueco. Es cuando el maestro dice “ya terminé, esto es todo, llenen al cuestionario, me lo traen de la casa, hagan la guía”, pero, ¡ay, juemialma, quedó un rato! Entonces busca un cuento o lo que sea. Entonces, les cuenta un cuento muy, muy divertido de Tío Conejo y claro, sí, queda muy bien. Primero, la maestra ni se lo sabía, entonces ya los chiquillos se dieron cuenta y, segundo, ¿qué pasa cuando un niño le dice “diay Niña, pero no es que es malo robar y usted nos está contando que Tío Conejo le está robando los quesos, y qué pasa con el cuidado del ambiente y los animalitos si de pronto Tío Conejo les arrancó el pellejo a Tío Tigre y a la otra tía para quedar bien con Dios?” Los niños preguntan lo impensable. Entonces, imagínese, si usted va a dar una clase donde está trabajando valores y usted quiere que los niños tengan bandera azul en la escuela, ¿de qué les sirve la bandera azul si después le dan la patada al perrito a la salida? Entonces, en estos casos el maestro tiene que ser muy consciente de que es un modelo, bueno o malo o regular, es un modelo para sus estudiantes. A veces, la mamá le decía a los chiquitos o a uno mismo “no, mire, hágalo así” y uno le decía “no, porque la Niña dijo que era de esta otra forma”. Eso es algo muy fuerte.
Entonces, cuando yo estaba en la U, en la segunda etapa, era muy vacilón porque estaban las siglas: “¿Y por qué estás estudiando Educación, sos del grupo MMC (Mientras Me Caso)?” Otros eran “porque no había otro”, “porque solo para esto me alcanzó la nota”. Pero, si uno realmente tiene vocación y disfruta lo que está aprendiendo, va a disfrutar con el trabajo, definitivamente. Es difícil rescatar muchas cosas, pero tampoco podemos quedarnos callados. En mi caso, siempre que tenga que hablar, aunque le caiga mal al de arriba, al de en medio, al de abajo, no importa, lo digo sin ofender a nadie. Pero, yo disfruté realmente de mis años de alumna y más de mis años de docente, montones, y ahora escribiendo y compartiendo la palabra en muchos escenarios, porque no crea que solamente lo hago con niños, también con los adultos mayores, con personas de cualquier edad, porque a veces se le queda a uno un huequillo aquí en el corazón y ya está grande y no sabe qué pasa, y no es un soplo, es que no le contaron cuentos y quedó un huequito ahí para un cuento. Entonces, hay que tener mucho cuidado porque la palabra es necesaria, ayuda, salva, pero también puede hundirnos.
A propósito de los valores y del amor por la naturaleza, sus cuentos están llenos de esos estímulos. ¿Cuánto pueden contribuir los libros a esta tarea tan importante en la formación integral de los niños?
AB: Cuando nos enseñan desde chiquitos que yo no soy dueño del mundo, que yo soy parte de él y que todos los animalitos, el árbol y la flor que están aquí tienen derecho a estar, aprendemos esa conciencia cósmica o más completa. La literatura sirve para entretener, para divertir, para dormir y para enseñar, desde luego. Yo empecé escribiendo por mi cuenta, después gané un concurso y tuve la dicha de publicar dos libros. Después vino el Premio Carmen Lyra y por ahí seguí explorando y explorándome.
De casualidad hubo un concurso ambiental de poesía en la UNED, el cual se celebra cada dos años. Yo vi el comunicado, me animé y terminé ganando el primero y el segundo lugar… Mejor hubiera escrito tres, uno muy abarcador… Uno de los poemas se llamaba Viacrusis, que tiene que ver con los animalitos que van a cruzar la calle, Via por aquello de camino y crusis porque en realidad se vuelve un viacrusis para ellos y lo asociamos con muerte. El otro era sobre los símbolos nacionales naturales, cuando todavía no nos habían bombardeado con tantos. No es que esté en contra del pobre manatí, del perezoso, que los amo, pero creo que deben poner la atención en otras cosas más puntuales, porque ya no nos alcanza el cuaderno para ilustrar; el pobre chiquito ya no sabe qué hacer.
Entonces, el segundo era sobre los símbolos naturales nacionales y en ese momento escribí el poema para el guanacaste, el yigüirro, el venadito cola blanca, la guaria morada, a todos los tomé y los puse en un solo poema, todos en una pura quejadera y convesación en la pampa y fue muy linda la experiencia y, posteriormente, los poemas se publicaron junto con otros más. Luego me invitaron a colaborar con la UNED y ahí se me abrió la puerta y comenzamos con las efemérides ambientales, que es el libro de Bienaventuranzas de la naturaleza. Ese fue ilustrado por Félix Arburola, que ya pasó a otra vida. Después vino Navidad en la huerta que es precioso. Seguimos con Cuentos con patas y colas, después vino El manatí y Réquiem por la familia Congo. Viera qué maravilla la presentación de Navidad en la huerta porque llenamos todo el paraninfo Daniel Oduber de plantas de Costa Rica y aquello olía como el cielo.
También me tocó hacer la historia de Mapachín que es el símbolo de la línea ambiental de la UNED, cuyos libros traen actividades junto con las historias. Entonces, siempre se generan actividades lúdicas, agradables para los chiquillos, que no sean preguntas muy literales como “escriba de qué color era el vestido de Caperucita Roja”, sino que los hagan divertirse, juegos, adivinanzas, cosas lindas. Entonces, nos dedicamos también a dar talleres en la parte ambiental. Eso lo hemos hecho por muchos años.
Después vino Cuentos con patas y colas que es muy divertido y en este momento ya firmamos para un manual grande que se llama TALI, (Talleres Ambientales Lúdico Infantiles). Se trata de una oferta para el educador ambiental y el padre de familia. Volvemos a la enseñanza que dijimos, a la parte didáctica, pero lo que ponemos ahí es nuestra experiencia. Hemos viajado por todo el país y un poquito más allá, a escuelitas que nos solicitan, que nos piden un taller. Por ejemplo, vamos a Quepos y allá en las escuelitas damos el taller de Réquiem por la familia Congo y de pronto nos damos cuenta que los chiquitos viven a un kilómetro de un parque nacional y no lo saben. Hasta esas cosas nos ha tocado hacerlos descubrir. Hemos ido a Limón, Puntarenas, Alajuela, Guanacaste, con diferentes temáticas y el libro ya está listo con una selección de los talleres que hemos dado.
Ahorita nos van a entregar uno muy divertido que se llama Los confinados que, con el cuento de la pandemia, muchos grupos literarios hicieron antologías de poesías de lo que sentíamos, de nuestras vivencias en pandemia, pero el Centro de Educación Ambiental de la UNED hizo una recopilación de cuentos al revés, sobre la situación de los animales, qué pasaba con ellos. Mi cuento es la historia de una cacatúa reportera que tenía que ir a entrevistar a diferentes animales y la experiencia que le pasa en Manuel Antonio: un mono tratando de jalar al perezoso que está en media calle, pero el perezoso le decía “no paso”, “que se apure don Tomás, mire que hay que cruzar la calle”, “no, porque no viene ningún carro y está muy calientita la calle”. Toda esa experiencia, pero al revés. Antes era “corra porque lo mata el carro” o “váyase al puente arriba que hizo el ICE”.
Todo eso ha venido dentro del paquete de ambiente. Y yo lo vivo, lo siento y lo creo porque eso es lo más importante, igual que ser maestro. Si usted no cree en lo que hace, no creo que le vayan a salir muy bien las cosas, porque nosotros tenemos esa facilidad de que expresamos lo que tenemos. A veces, alguien llega a dar una charla, y usted lo ve tan enojado que le dan ganas de salir corriendo. Hay que saber expresarse y una palabra que yo utilizo para todo es la ternura; no es el engomamiento, el caramelo pegado y todo aquello, no, la ternura, la ternura en nuestras acciones, la ternura no es exclusiva de los niños o de las mujeres, la ternura es de todos, un cariño especial. Hay un libro en el que yo me centré muchísimo del escritor colombiano Luis Carlos Restrepo, que escribió El elogio a la ternura. Él lo escribe comentando una experiencia de trabajo con niños enfermos y de cómo el contacto y el trato a veces cumple más que la misma medicina. Yo siento que la ternura, sin la necesidad de ser cursi ni mucho menos, es muy importante que nos acompañe en nuestros actos y en esto de la literatura infantil porque los niños están muy necesitados.
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¿Cuáles son los beneficios de leerle a los niños desde la primera infancia?
AB: ¡Antes de que nazcan! Usted sabe que la lectura tiene distancias. Una es de 0 a 50 centímetros. Mi nuera le está leyendo ahora a Lorenzo, que es mi nieto que viene de camino, y él se acomoda cada vez que le van a leer. Para mí es básico, tenemos que nacer con eso: leerles, contarles, inventarles. Todavía hay muchísimos niños que piden un cuento antes de dormir. Tengo un libro que se llama Cuentos para dormir y asustar a las abuelitas, que son cuentos de abuelitas. Casi todos tienen una base, una historia que pasó, un recuerdo y luego se acomoda. Pero, es especial, y hablarles con cariño, con ternura, leerselos suavecito y casi siempre piden que se los lean otra vez.
A mí, con mis nietos grandes, me pasó mucho con el cuento Uvieta. A mí me gusta mucho el cuento y mi abuelita me lo contaba, entonces yo se lo contaba al mayor y después a la otra y a los dos, pero era tanto “otra vez” que había que cambiarlo. Entonces, de pronto, Uvieta tenía teléfono y fax y se le iba agregando, eso es creatividad e ingenio, pero también es una manera de que no se olviden esas experiencias. El cuento de que estoy muy ocupado, de que ya eso no se usa, es parte de los detractores del cuento y de la literatura para los niños. Pero, se siguen escribiendo cosas muy lindas. Aquí en Costa Rica hay escritores maravillosos y trabajan muy bien lo que hacen. A veces, el peligro es cuando nos intelectualizamos mucho, no fluimos. Vuelvo a La Biblia cuando dice que hay que hacerse como niños. Yo creo que el corazón es algo que no debe envejecer, uno se arruga por fuera, pero el corazón no.
Las universidades públicas reportan y resienten que las últimas generaciones que han estado ingresando tienen serias dificultades en su expresión oral y escrita. ¿Cuánta responsabilidad hay en que son generaciones que quizás no estuvieron tan expuestas a la lectura?
AB: La educación primaria es importantísima. Para mí es donde se puede ayudar, se puede sembrar o se puede chapear. Ahí podemos deshacer todo lo que ya viene porque estamos cerca de la infancia y es cuando muchas cosas se pueden sembrar con más facilidad. Lamentablemente, la pandemia vino a demostrar que nuestras bases no eran tan sólidas, en general. Sin embargo, yo no me dejo llevar por esto de que en Costa Rica no se lee. Es cierto, los niños llegan a la secundaria y ni qué decir a la universidad con una escasez de vocabulario y en esto no ha habido equilibrio con la tecnología.
La tecnología nos ha ayudado muchísimo porque si no fuera por ella nosotros no estaríamos conversando, pero no se le puede dar la primacía, es decir, esto es lo máximo y lo demás no. Nosotros tenemos habilidades. Hay niños que van a escribir y no pueden porque hace tiempo que no escriben. Antes era diferente, la letrita bien hecha. Cuando yo estuve en la universidad me acuerdo que en Artes del idioma, en mi segundo período en la universidad, siendo mamá de hijos grandes y con más de cuarenta años, la profesora de español nunca me quiso poner un cien y yo me molestaba porque yo tenía mi letra muy bonita. Nos hacían hacer caligrafía en la Universidad de Costa Rica y me dijo que yo no le había aprendido a hacer el ganchito a la “a” y por no hacerle el ganchito a la “a” no me puso el cien. Un diría “pero, qué ridículo”, pero la manita de la “a” tiene mucho que ver, no es el hecho de una letra, es el hecho de una costumbre, es el hecho de algo metódico, de algo ordenado, de algo bonito.
Hay mucho que hacer. Yo espero que tengamos tiempo, pero mientras tenemos el tiempo, los que todavía estamos aquí, no importa si estamos en ejercicio o no, tenemos que seguir, nunca cansarnos, nunca cansarnos a llamarle la atención a un niño aunque no sea nuestro, con todo el cuidado del mundo porque ya sabemos con qué nos va a salir, pero tratar de irle recordando, de ir volviendo a todo esto que no era malo, que es bueno. Entonces, ¿qué podemos aprender de todo eso? Porque si uno se cansa, ahí sí está fregada la cosa. Si abandonamos el barco ahí va a estar feo.
¿Cómo podemos hacer para que más niños se enamoren de la lectura más allá de la escuela?
AB: Ahí está el papel de la familia. Hay un decálogo sobre el derecho de los niños a escuchar cuentos y uno de ellos habla sobre los abuelos, que dice que los niños tienen derecho a que sus abuelos les cuenten cuentos y que les cuenten el mismo cuento una y otra vez hasta que se cansen. Hay otro por ahí que dice que los niños que no tienen abuelos pueden pedir prestado uno. Es como un juego, pero refiriéndose más que todo a esto, a la figura del abuelo que nos cuenta historias. En mi caso, era un puro amor, pan dulce, cajetas, cuentos y poesías.
Definitivamente no podemos esperar a que sea el Ministerio de Educación o que sea el aula el que nos salve o el que nos rescate, tenemos que hacerlo nosotros. Los maestros tienen que involucrarse más con los padres de familia en la primaria. No todo está perdido. Yo estoy muy positiva en este campo. Ese cuento de que todo lo pasado fue mejor, bueno, hagamos que lo de hoy sea mejor que lo pasado y entonces hablamos. Esa es parte de mi filosofía.
Se acerca una fecha, una oportunidad para estimular la lectura en los niños que es la Navidad y poder regalarles un libro. ¿Qué cosas deben tomarse en cuenta a la hora de regalarle un libro a un niño?
AB: Primero hay que conocer al niño porque, como cualquier otra persona, hay cosas que el niño no puede hacer o no le gustan. Hay niños que no les gusta leer y se ve en su casa que no leen. La palabra mueve y el ejemplo arrastra. Si yo quiero regalarle libros a los niños tengo que conocer al niño y el libro tengo que conocerlo yo, que lo que voy a poner en manos de una persona, sea quien sea, en este caso un niño, que sea algo que se pueda leer, que vaya conforme a su edad, que podamos disfrutarlo. Si es un niño que está cerca de nosotros: un primito, un nieto, un familiar, el hijo de un amigo, que sepamos que ese libro va a ser compartido también.
Cuando se regala un libro a un niño no es un libro solo para el niño, es un libro para todos en la casa. Esa es la idea porque, si el niño no sabe leer, vamos a ayudarle, y si sabe leer, podemos pedirle que nos lo cuente. Entonces, por ese lado yo siento que tenemos que saber qué vamos a regalarle. Hay que tener mucho cuidado.
Cuentos con alas y luz, que fue el libro que ganó el Premio Carmen Lyra hace muchos años, pasó algo interesantísimo. Uno de los cuentos se llama Pinturas de agua, es una historia de una niña que es hija del que recoge la basura y más o menos se describe dónde vive, en una casita de cartón y de latas, con huecos en el techo y la felicidad de la niña cuando el papá le tocó recoger basura de una escuela a fin de año porque llevaba cuadernos y lápices. El cuento tiene una parte muy sentida y un final bastante espiritual. Resulta que cuando vino el huracán Otto apareció este libro en las noticias, se veía en un rincón de una casita de latas y cartones. Le di seguimiento y, con la ayuda de la periodista, contacté a la señora y su pequeña hija que vivían ahí. La maestra de la niña me contó que ese era su libro favorito y que siempre lo compartía con los niños en todas las escuelas donde trabajaba. Así que todos lo estaban leyendo. Cuando vino el huracán la gente solo tuvo tiempo de salvar lo que más querían y esta niño lo que puso a salvo fue el libro Cuentos con alas y luz. Para mí fue tan simbólico que después fui con mi esposo a visitar la escuela y les llevamos un montón de libros míos y de otros autores.
Para mí, todo lo que tiene que ver con mis libros tiene que ver conmigo, porque son mis hijos y son hijos del corazón, de la mente, de los recuerdos. Curiosamente, después asociamos que uno de los cuentos, Pinturas de agua, casi hacía alusión a lo que había pasado con Otto, porque hablaba de una niña, de su casa, la casa de latas, la casa de la niña también era de latas y todo lo que pasó cuando vino la lluvia, cómo se le metía el agua por las hendijas. O sea, en un 75% era como si yo hubiera escrito el cuento después de que hubiera sucedido la situación o que había tenido una visión apocalíptica de lo que iba a suceder y escribí el cuento. Entonces, yo nunca me dejo de sorprender con lo que me sale, con lo que hago, con lo que sucede, porque desde que uno abre los ojos en la mañana está expuesto a muchas cosas y a muchas cosas buenas, la mayoría. Encontrarle, como decía el Chavo del 8, el lado amable a las cosas.
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Ya me ha contado bastante sobre su inspiración a la hora de escribir, pero ¿cuáles son sus herramientas a la hora de escribir para niños?
AB: Yo tengo grandes referentes en mis lecturas desde niña. Aparte de la tradición que uno vivió y compartió, entre los autores que yo aprecio muchísimo está José Martí, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral, de quien últimamente he estado leyendo algunas poesías y a veces digo “qué barbaridad Gabriela, ¿cómo se le ocurrió copiarme esta parte?” Eso se llama intertextualidad. Ni qué decir de Hans Christian Andersen, que me encanta, me emociona, porque mi cuento favorito siempre ha sido El patito feo.
Pero, a la hora de escribir, yo tengo que ser yo. No tengo un método particular, yo soy autodidacta. Honestamente, yo soy maestra, tengo mi carrera de Educación y mis cursos de muchas cosas, he ido a seminarios y a congresos, pero soy autodidacta. No tengo una guía, simplemente lo que me va saliendo. Tampoco tengo un lugar especial. Yo iba montada en la Periférica y de pronto veía un bichillo, una hormiga ahí en el bus que no me dejaba en paz porque yo sentía que me estaba diciendo algo y yo tenía que encontrar aunque fuera una servilleta para escribir algo. Escribo así. Tengo muchísimos cuadernos que revisar llenos de ideas o de poemas completos, escribo casi todos los días. A veces escribo algo y se lo mando a mi hija o a mi hijo para ver qué les parece, son como mis confidentes en esos campos.
También escribo poesía de otros tipos. Ahora estoy participando en varias antologías de tipo declamatorio, erótico un poco y ya más para adultos. Es divertido porque a veces el pasado viene y te trae cosas y te reflejás en tus cuentos y en tus historias. La primera experiencia me pasó en el Colegio de Periodistas donde me invitaron a un recital. Todo el mundo conocía a Ani Brenes por sus pajaritos, maripositas, flores y la que escribe poseía infantil. Pero, yo ya tenía unos libros del alma, uno que se llama Mientras tanto, que es sobre mi experiencia de muerte; otro que se llama Despertando fantasmas, muy rudo; y el otro que se llama Testigos silenciosos, que es sobre violencia doméstica. Ese día tenía esa inquietud y acepté leer. Pero, lógicamente, el público ya tenía sus orejitas acomodadas y, para feria, mi poema se llamaba Qué quiere ser la niña cuando sea grande. Y como dicen los pachuquillos: me rajé. Solté todo lo que tenía. Fue sorprendente. Así que le hacemos un poquito a todo en esta verdulería.
Aparte de la publicación de los Talleres Ambientales Lúdico Infantiles (TALI), ¿tiene algún otro proyecto de publicación entre manos?
AB: Tengo dos libros en editorial. Cuando uno manda un libro a la editorial hay que prender velitas y todo eso porque ahí juegan muchos elementos. Tengo uno en la editorial de la UCR, es un álbum ilustrado, en realidad es mi vida en 24 páginas por medio de un personaje muy divertido. Se llama Quiero volver a casa. Tengo otro en la Editorial Costa Rica junto con el ilustrador que es Una historia de monstruos, es otro álbum ilustrado. De ese no nos han dicho que no, entonces esperemos que nos van a decir que sí.
Después, tengo uno para el año entrante que se llama Alas y alfileres, que es un libro con mis experiencias como docente. Es un poquito rudo porque se inspira en las maripositas de exportación y en los cuadritos con maripositas pegadas con un alfiler. Entonces, yo recopilo ahí las historias de más o menos 20 estudiantes míos a manera de una abuela, de una maestra viejita que está revolcando una caja de recuedos y va sacando diferentes fotos o diferentes elementos que la remiten y comparte con su nieta las historias. Hay estudiantes que murieron, otros que son de gran éxito. Ahí voy explicando por qué pude ayudar a volar a algunos o por qué simplemente se quedaron, porque cuando hablamos de maestros, uno tiene la posibilidad de dejar clavado en una pared al estudiante desde el principio o de ayudarlo a quitarse las telarañas o a desenredarlo para que pueda volar.
El otro proyecto para el año entrante se llama Anitología, una antología que recopilará 25 años de poesía infantil de mi autoría. Será una publicación totalmente ilustrada y que será obsequiada a las bibliotecas y escuelas, siempre y cuando nos otorguen una beca en la que estamos participando.
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