El viaje en el tiempo es una temática constante y fundamental de la ciencia ficción. Su origen narrativo ha sido tradicionalmente adjudicado a la obra de H. G. Wells, The Time Machine, publicada por primera vez en 1895. No obstante, los estudiosos de la ciencia ficción han rescatado del olvido el hecho de que el primer autor en escribir una obra sobre una máquina capaz de viajar en el tiempo fue el español Enrique Gaspar en su libro El anacronópete, editado en Barcelona en 1887 (véase la nota 1).
La máquina de Gaspar, descrita por él como “de forma rectangular”, con “cuatro formidables tubos” y como “una especie de arca de Noé sin quilla” (pp. 64-65), podía viajar hacia el pasado y hacia el futuro. Sin embargo, aunque lo lanzó al mercado en una época en la que la ciencia ficción comenzaba a tener un importante público, Gaspar no tuvo suerte con su libro, el cual no experimentó una difusión tal que lo popularizara.
A pesar de que Wells no fue el primero en crear la idea ficcional de la máquina del tiempo, su novela sí gozó de éxito desde el principio y, por eso, se convirtió en el referente central sobre esta temática (Parrinder). Wells venía trabajando la idea del viaje en el tiempo desde 1888 cuando publicó su trabajo “The Chronic Argonauts”, aparecido en tres entregas en el Science Schools Journal (Bergonzi), y en otros dos textos que no han sido recuperados por los estudiosos de su obra (véase la nota 2).
Después de esos trabajos, se sabe que entre 1894 y 1895 Wells publicó tres borradores de The Time Machine antes de la versión definitiva (Philmus; Wells). Es conocido, además, que el viaje en el tiempo imaginado por Wells partió de la premisa occidental que observa a la historia como una línea de tiempo, pues ese fue el marco científico-newtoniano en el que escribió.
Pero, luego, apareció otra opción de visión científica del tiempo: la de A. Einstein. James Ziegler evidenció la diferencia de la siguiente forma:
Para Newton el tiempo era una constante que debía ser medida de la misma forma que la masa, la densidad y el volumen eran medidos. Para Einstein el tiempo es relativo de la misma forma que la masa, la densidad y el volumen son relativos. Ya que la masa, la densidad y el volumen cambian como sus velocidades cambian, el tiempo también cambia —de ahí el popular término cuarta dimensión— (Ziegler, citado por Hollinger, p. 205).
Veronica Hollinger (pp. 201-205) ha indicado al respecto:
Escribir sobre el viaje en el tiempo… involucra necesariamente haber desarrollado una forma de lectura, haber interpretado el tiempo para estructurarlo como el ‘espacio’ por el cual un viaje puede llevar adelante una travesía… Si la lectura del tiempo se hace dentro del paradigma de la Física Clásica, la estructura temporal tenderá a ser lineal, homogénea y consecutiva; por otro lado, el tiempo relativo no es nada sino una ‘post-estructura’ tendiendo hacia la heterogeneidad y la indeterminación.
Wells, efectivamente, siguió en su trabajo el paradigma interpretativo del tiempo que tenía a mano: el de un científico que controla una máquina que puede desplazarse en una línea del tiempo establecida fijamente. Otra vez, Hollinger lo clarifica muy bien:
… el viajero del tiempo se mueve a lo largo de una línea del tiempo fija hacia un futuro que es el directo y aparentemente inevitable resultado de su presente (el tiempo leído como en la novelística realística clásica). Su habilidad para regresar a este presente (como opuesto a cualquier otro ‘presente’) nunca se pone en duda (p. 207).
Contrario a Wells, otros escritores de ciencia ficción del siglo XX, inspirados por un paradigma relativista del tiempo, exploraron la posibilidad de producir rompimientos en la línea del tiempo, jugaron con el tema de crear infinidad de líneas de tiempo que produjeran universos dentro de universos y experimentaron al escribir ficciones sobre múltiples veredas temporales que dan lugar a diferentes historias (Hollinger, p. 210; Richmond).
Ciro Flamarion Cardoso clasificó en cuatro posibilidades los casos en que el flujo temporal presente en Wells y otros autores ha sido transformado por la visión relativista:
1) el efecto relativista, que hace que el tiempo relativo de los que se vean sujetos a grandes aceleraciones y velocidades cercanas a la luz en vuelos espaciales (o aun, ficcionalmente, velocidades superiores a la de la luz, contradiciendo a Einstein) sea distinto del tiempo de los que se quedaron en la Tierra: así, al volver a este planeta, los astronautas no habrán envejecido mucho, pero hallarán una Tierra futura muy distinta a la suya; 2) el viaje en el tiempo, sea por medios poco científicos como una catalepsia seguida del despertar, sea por medios seudocientíficos como máquinas que permiten el desplazamiento temporal; 3) la suspensión de la vida, criogénicamente o por otros medios, de modo que, por ejemplo, una persona del pasado despierte en el presente —lo que abre la posibilidad de una descripción de su mundo perdido—, o que astronautas en tránsito permanezcan inconscientes por un tiempo más o menos largo, hasta ser despertados; o también que, en este mismo planeta, personas congeladas voluntaria o accidentalmente en el presente despierten en un futuro desconocido para ellas; 4) los universos parecidos entre sí en lo general, pero distintos en el detalle; en especial, tales versiones de nuestro planeta pueden hallarse en temporalidades diferentes, en proporción mayor o menor, las unas relativamente a las otras (p. 175).
Un tema continuado en el viaje del tiempo en la ciencia ficción es el traslado hacia el futuro. No obstante, el desplazamiento al pasado también ha sido planteado. Al respecto, uno de los libros mejor logrados en este género es la novela de Michael Crichton Timeline (1999).
A pesar de lo que se creía hace muy pocos años, la ciencia ficción ha sido un género muy practicado por los escritores latinoamericanos, desde el siglo XIX hasta el presente. Para finales del siglo pasado, ya algunos críticos literarios celebraban tanto la liberación latinoamericana de los moldes de ciencia ficción importados de Europa y Estados Unidos, así como el inicio de la popularización de dicho género entre la población del continente (Ferreira; Molina-Gavilán, Bell, Fernández-Delgado, Ginway, Pestarini y Toledano Redondo; Bell y Molina-Gavilán; Dziubinskyj; Ginway; Toledano Redondo).
No obstante ese desarrollo, el reconocimiento del género de ciencia ficción y de los escritores latinoamericanos que lo practican ha tardado mucho en llegar. Según Luis C. Cano:
la excepcionalidad de esta circunstancia no radica en la calidad de su obra [la de los escritores latinoamericanos de ciencia ficción] ni en la cantidad de relatos representativos del género que hayan publicado”, sino que se les exige “haber recorrido territorios familiares para los aficionados a la ciencia-ficción, la mayoría de los cuales han formado sus expectativas en la lectura de obras de escritores estadounidenses y en la experiencia fílmica (p. 453).
En Costa Rica, un buen representante de la nueva ciencia ficción que, además, ha recurrido al viaje del tiempo en sus cuentos es Iván Molina Jiménez. Dos de esas narraciones son “La miel de los mudos” e “Inmigrante frustrado”, en las cuales, la máquina del tiempo existe, pero nunca se describe. Eso es así, porque, en ambos cuentos, la nostalgia por el pasado es la que mueve realmente la trama y la que le da sentido y vida al viaje en el tiempo.
¿Cómo entender esa nostalgia por el pasado? De acuerdo con Heidi Schlipphacke, la nostalgia ha sido tradicionalmente un término impreciso cuya raíz griega hace referencia al dolor asociado con la pérdida de la nación, el hogar y la infancia (p. 71). Fredric Jameson ha rescatado el concepto y ha precisado muy bien la forma en la que la nostalgia se constituyó como un elemento central del proceso de construcción del pasado en el cine asociado con la posmodernidad, o en lo que él ha llamado “nostalgia films” (pp. 19-20 y pp. 279-296). Para Jameson, la nostalgia literaria es entendida como “un proyecto estético que hace uso de formas pre-existentes (Jameson las llama estereotipos) con el objetivo de distanciar al lector del presente” (Trilling, p. 4). O como apunta Renée R. Trilling:
A través de la invocación de la historicidad, el presente toma el aura del pasado, y la operación del discurso histórico distancia a los lectores del evento al mismo tiempo que la operación estética permite a los lectores experimentarlo más inmediatamente. La nostalgia, entonces, debe ser entendida en una relación dialéctica con la historia: en la medida en que intenta reconstruir el pasado en el momento presente, su manipulación de eventos materiales en objetos estéticos convierte al presente en historia, reedificando de esa forma la separación entre el presente y el pasado (p. 5).
Svetlana Boym lo apunta también así:
La nostalgia creativa revela las fantasías de la época, y es en esas fantasías y potencialidades que el futuro se concibe. Uno se pone nostálgico no por el pasado como fue, sino por el pasado que pudo haber sido. Es ese pasado perfecto el que uno se esfuerza por realizar en el futuro (p. 35).
Como ocurre con otros autores, en estos dos cuentos de Molina hay una desazón clara con el presente, pero materializada en un escenario del futuro. La crítica de Molina deviene de un presente en el que el pasado costarricense se pierde por negligencia, privatización y políticas económicas inseguras y guiadas por el capital financiero opuesto a una mejor distribución de la riqueza, del acceso al medio ambiente y a los espacios públicos.
De este modo, el papel de la nostalgia reside en su carácter redentor que busca evidenciar a individuos que se encuentran desadaptados con su presente, porque añoran un pasado que no vivieron, pero al que han tenido acceso gracias a la máquina del tiempo.
En sentido estricto, Molina parece haber volcado su propia nostalgia por el pasado en sus personajes, para enfrentarlo a un presente-futuro que se empeña por despedazar lo que el autor añora del tiempo ido. Esta nostalgia, que recurre al viaje en el tiempo para visualizar en términos fantásticos el pasado, es también un intento de determinación frente a lo bueno que se pierde en el presente. Así, estos cuentos de viajes en el tiempo remiten al pasado en un intento por asegurar aquellas cosas que en el futuro no existen y que deben ser conservadas (Bisell, pp. 215, 148).
Ese es justamente, como lo indica Andreas Huyssen, el sentido de la vista crítica cotidiana hacia el pasado en el mundo globalizado:
Desacelerar en lugar de correr más rápido, expandir la naturaleza del debate público, tratar de sanar las heridas infligidas al pasado, alimentar y expandir el espacio habitable en lugar de destruirlo por el bien de una futura promesa, asegurar el ‘tiempo de calidad’; estos parecen ser necesidades culturales insatisfechas en un mundo globalizado (pp. 36-37).
Empero, el deseo por el pasado no conduce en esos dos cuentos de Molina a una irremediable vuelta al “hogar perdido”. Los personajes, finalmente, aún a su pesar, vuelven a su realidad futura y permanecen en ella aunque la vean como una prisión. No se trata de una nostalgia restaurativa que pretende devolver lo pasado al futuro; se trata más bien de una nostalgia reflexiva que “mora en la ambivalencia del anhelo y la pertenencia humana y no evita las contradicciones de la modernidad” (Boym, pp. xviii).
Por eso, tales relatos muestran un sinsabor por un futuro ajeno en el que los seres humanos tienen la capacidad tecnológica para volver a cualquier momento histórico, pero no pueden conservar ese pasado en su presente por mucho que lo deseen. La línea entre lo ido y lo presente-futuro es fuerte y débil al mismo tiempo. La máquina del tiempo presente y ausente en esa narrativa es, en ese sentido, una metáfora más de ese juego: el de dos viajeros que visitan la Costa Rica de principios del siglo XX solamente para comprobar su irrecuperable presencia en el futuro.
Nota 1: Acerca de la recuperación de esa obra de Gaspar y su lugar en la ciencia ficción, consulte los reportajes emitidos por la BBC (Westcott) y por El País (Andreu).
Nota 2: Esos dos textos son mencionados por West, H.G. Wells, pp. 291-292.
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