Hacia las postrimerías del período colonial, en la ciudad de Cartago, la que fuera la capital de la provincia de Costa Rica cuando pertenecía al Antiguo Reino de Guatemala, se representan en escena un conjunto de tres piezas de teatro breve escritas para la actividad de clausura de las muestras de lealtad y de la exaltación al trono del monarca español que se decretó realizar en la provincia a inicios del año 1809. La función teatral se lleva a cabo precisamente en los albores de la Independencia, a escasos doce años antes de que las hoy naciones centroamericanas se emanciparan del Reino Español.
Aunque el territorio costarricense no se concebía como una nación soberana en aquel entonces, estas pequeñas piezas teatrales son ejemplo de una incipiente literatura costarricense, pues presentan rasgos de una identidad propia que desde entonces ya se venía gestando y, además, permiten comprender el contexto y las causas que desencadenaron los procesos independentistas que se fueron llevando a cabo a lo largo del siglo en varios de los territorios de ultramar del Imperio español.
El año anterior a las funciones, en los primeros días del mes de octubre del año 1808, el gobernador provincial don Tomás de Acosta había recibido una orden del capitán general y presidente de la Real Audiencia de Guatemala según la cual los súbditos de la corona española debían llevar a cabo demostraciones de fidelidad a la monarquía mediante una ceremonia de jura de lealtad y de otras actividades, religiosas, cívicas y festivas, como evidentes muestras de vasallaje ante el rey Fernando VII, apodado “El deseado”. El monarca había asumido la corona luego de la abdicación de su padre Carlos IV, como consecuencia de la compleja situación política y bélica que se vivía en el reino debido ocupación de los ejércitos napoleónicos en la península y a la imposición de José I Bonaparte en representación de su hermano Napoleón Bonaparte y sus ambiciones de expansión de su imperio.
Por estas razones, el gobernador de la provincia más alejada de la capital del antiguo reino, preocupado porque Costa Rica no fuera la última de las provincias en jurar lealtad, decretó que las festividades se realizaran durante el mes de enero y, además, sufragó de su propio bolsillo la elaboración de fuegos de artificio, entre cohetes y castillos, que fueran de gran lucimiento.
A lo largo y ancho de todo el territorio provincial se organizó un programa detallado de actividades en las que intervinieron todos los estratos sociales. Además de la capital de la provincia, se hicieron actividades en Villa Nueva de la Boca del Monte —hoy San José—, Alajuela y Heredia. El día 15 de ese mes se llevó a cabo una misa solemne en la iglesia de Santiago Apóstol en horas de la mañana y por la tarde se realizó la jura de lealtad en un tablado que se erigió en la plaza principal de la ciudad capital de la provincia desde donde partió un desfile por las principales calles que estaban totalmente adornadas para la ocasión.
Durante los demás días se llevaron a cabo encierros de toros, mojigangas, fuegos de artificio, saraos, banquetes y, como la actividad de clausura de todas las muestras de lealtad, se llevaron a escena las tres piezas de teatro breve que se representaron en la plaza principal de la ciudad en el tablado donde también se llevó a cabo la actividad de la jura.
En principio el gobernador Acosta había considerado realizar una comedia al mejor estilo peninsular y aurisecular. Sin embargo, como se indica en la relación posterior escrita por el secretario del cabildo Hermegildo Bonilla “no habiendo en la Ciudad ni Casa a propósito para Coliseo; ni lo necesario para bastidores, ni lo demás conveniente para una comedia digna del objeto de esas funciones, determinó que se hiciesen unos jocosos entremeses”.
El conjunto de estas tres piezas dramáticas fue compuesto por el capitán de granaderos Joaquín Mariano de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad (1755-1827) (véase la nota 1) y fue concebido como la actividad de clausura de las festividades de jura de lealtad. En la representación teatral debía condensarse el espíritu de las actividades, además de generar una considerable cantidad de elementos simbólicos que evidenciaran la fidelidad, así como el júbilo, de los súbditos ante su monarca.
La más extensa y compleja comprende 768 versos y es denominada el entremés. En ella se lleva a cabo un juicio para culpar a Napoleón Bonaparte por el mal que ha causado en los territorios del reino. En esta intervienen un verdugo, las cuatro virtudes cardinales y el demonio.
La pieza final la conforman 337 versos y consiste en un divertimento jocoso en el cual dos personajes discuten en escena sobre si uno de ellos ofendió a las mujeres del público y terminan con una serie de vítores a favor del monarca. La trilogía está escrita en versos de ocho sílabas organizados en estrofas de redondillas y de romance y poseen bastantes rasgos del género teatral breve y de la comedia de la literatura clásica española del Siglo de Oro.
En la loa, como le corresponde a este género del teatro breve, se lleva a cabo la captatio benevolentiae del auditorio, la estrategia retórica de conseguir la atención de la audiencia. Al inicio se consigna un parlamento que, según se ha establecido, se pronunció de manera cantada y musicalizada. Luego, sale a escena un personaje, denominado simplemente “Farsante”, el cual se muestra sorprendido por los fuegos artificiales, las atronadoras bombetas, el tañido de los campanarios y la iluminación de la ciudad, la música, algazara y otras manifestaciones que evidencian el ánimo festivo de quienes habitan la provincia, y se pregunta por las causas que ocasionan el alborozo de la ciudadanía congregada esa noche.
Seguidamente, sale a escena un soldado y le responde que debido a la magnitud de los acontecimientos no es capaz de explicar de manera sencilla lo que ha ocurrido, por lo cual le cede la palabra nuevamente a los músicos, quienes por medio del canto exaltan el júbilo del auditorio y el regocijo en toda la provincia y hacen énfasis en el ambiente festivo en honor a la proclamación del monarca.
Luego de esta intervención musical, el farsante retoma la palabra y en un extenso parlamento, a manera de relación de sucesos, esclarece los pormenores por los que había atravesado la monarquía española, pone en contexto la situación que ocurre en la corona española y las razones por las que se han llevado a cabo todas las muestras de lealtad hacia el rey Fernando VII en la provincia de Costa Rica y, finalmente, presenta la siguiente de las piezas, para lo cual suplica la atención del público.
Como se indicó anteriormente, en el entremés, la pieza central de la trilogía, se lleva a cabo una simulación de un juicio en el que las cuatro virtudes cardinales —la Justicia, la Prudencia, la Templanza y la Fortaleza, al mejor modo de personajes alegóricos representadas por varones—, juzgan las virtudes del monarca y, además, intervienen en la escena un verdugo llamado Siclaco y el demonio que cumplen la sentencia y llevan a la hoguera a un monigote que representaba a Napoleón Bonaparte.
A lo largo de la pieza hay momentos cómicos, así como juegos y forcejeos escénicos entre el demonio y el verdugo mientras plantean razonamientos teológicos alrededor del alma, el cuerpo y el libre albedrío.
Como recursos visuales y espectaculares del montaje, en el tablado se encontraban el retrato de Fernando VII y el muñeco, el cual estaba relleno de paja y de pólvora y ardió frente a la multitud eufórica congregada la noche de aquel lejano lunes 23 de enero de 1809. Mientras Siclaco la azuzaba pronunciando una serie de bombas, la multitud clamaba enardecida vítores al monarca español, entretanto la cabeza de Napoleón Bonaparte explotaba en la escena. El fuego cumplía la función simbólica de purificar y ahuyentar el mal de la provincia y, por otra parte, también era un recurso para enardecer a los súbditos que presenciaban la representación.
En los versos de esta pieza se destacan las acciones y los parlamentos del personaje del verdugo, quien se gana la simpatía del auditorio. Con su fisga e ironía, gracia y malicia, Siclaco evidencia rasgos propios de un personaje en el que se comienzan a fraguar signos de una identidad propia costarricense. En la voz de este personaje se pueden hallar los verdaderos inicios de una literatura nacional y en las “bombas” que pronuncia se pueden rastrear los orígenes de esta copla popular tan difundida en el país.
La última de las piezas se plantea como un divertimento jocoso en el cual el personaje Serapio sale a escena y hace una sátira y burla de las mujeres presentes entre el público, Calandraco aparece en el tablado y lo reprende, luego hacen las paces y terminan con una serie de vítores en los que también se aclamaba al rey Fernando. En esta oportunidad, resulta bastante interesante la serie de vocablos que utilizan los personajes, por ejemplo, “chiverrillo jelao”, “maíz torbozado”, “nagua chinga” o “tamal cascado”. Estos elementos del léxico pueden dar cuenta de una visión de mundo particular que, en efecto, responde a una serie de características identitarias propias del territorio que posteriormente reconocerá su independencia y comenzará a forjar su propia identidad nacional.
Luego de estas festividades y de esta puesta en escena hace poco más de 212 años, la historia es conocida. Se conforman las Cortes de Cádiz, se proclama la Constitución de 1812, José I Bonaparte abandona la península y el rey “Deseado” es restituido en el trono de la monarquía. Sin embargo, el destino estaba escrito, el sistema político imperial monárquico ya se había debilitado y poco a poco las colonias de ultramar reclaman su independencia y se desarticula el imperio español.
Estas piezas teatrales breves fueron concebidas como una estrategia política para jurar fidelidad y exaltar al monarca español en su trono y, aunque faltaba poco para que la provincia se declarara independiente, a lo largo de esta trilogía literaria ya se van fraguando y ya se empiezan a hacer evidentes los signos que definirán, algunas décadas después, la literatura y la identidad costarricenses.
Nota 1: El investigador Jorge Francisco Sáenz Carbonell ofrece una biografía extensa de este personaje histórico en su libro titulado Don Joaquín de Oreamuno y Muñoz de la Trinidad: Vida de un monárquico costarricense (San José, EUNED, 1994).
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