Los investigadores de la historia de la literatura coinciden en el hecho de que el origen de la novela histórica se encuentra en la pluma de Walter Scott. Waverley (1814) e Ivanhoe (1819) han sido identificadas como las obras fundadoras de este tipo de ficción. Esta constatación, en términos de análisis, fue construida en el libro The Historical Novel (del teórico e historiador György Lukács), texto producido en la década de 1930 y que ha sido, desde su publicación, el trabajo más citado para referirse a la novela histórica.
En un artículo que escribió para la London Review of Books, el investigador inglés Perry Anderson indicó: “lo que las novelas de Scott escenifican es una lucha trágica entre formas decadentes y ascendentes de la vida social, en una visión del pasado que honra a los perdedores pero sostiene la causa histórica de los vencedores. La novela histórica clásica, inaugurada por Waverley, constituye una afirmación del progreso humano en, y a través de, los conflictos que dividen las sociedades y los individuos dentro de ellas”.
Lukács visualizó en Scott un cambio en las formas de acercamiento a la ficción histórica porque, como ha resumido Antonio Viu, antes de Scott “el tratamiento histórico era superficial, el ambiente descrito sólo se utilizaba por su excentricidad —sin incorporar lo específicamente histórico— y porque la exploración del pasado que realizaban estas novelas no implicaba ninguna relación con el presente del escritor”. En cambio, Scott utilizó un vínculo directo entre la actuación de sus personajes y la época histórica en la que se insertan.
Sin alterar ese cuadro, ciertamente ha habido una crítica a la concentración de Lukács en el trabajo de Scott y algunos autores han lanzado un poco más atrás la aparición de la primera novela histórica. De hecho, más recientemente se ha destacado que el primer libro de ese tipo apareció siempre en Gran Bretaña, pero fue escrito por una mujer: la obra de Sophia Lee llamada The Recess (1783-1785).
No obstante, lo importante sobre la categorización construida por Lukács sigue siendo fundamental en el sentido en el que la ha descrito Fredric Jameson: Lukács entendía la novela histórica como “una aproximación al conocimiento”. Lukács veía el origen de ese tipo de ficción en las transformaciones por las que pasó Europa a finales del siglo XVIII y a inicios del siglo XIX. De acuerdo con él, la Revolución Francesa y lo que desencadenó habrían convertido a la historia en una “experiencia de masas” y construyeron con claridad una conciencia histórica entre la población. Así, a la gente le fue posible percibir que la historia influía en “su vida cotidiana, en sus intereses inmediatos”. Lukács lo afirmó así:
Poco importa, pues, en la novela histórica la relación de los grandes acontecimientos históricos: se trata de resucitar poéticamente a los seres humanos que figuraron en esos acontecimientos. Lo importante es procurar la vivencia de los móviles sociales e individuales por los que los hombres pensaron, sintieron y actuaron precisamente del modo en que actuó en la realidad histórica. Y si bien a primera vista puede parecer paradójico, después de un examen más detenido es evidente que una de las leyes de la plasmación poética consiste en que para hacer patentes tales móviles humanos y sociales de la actuación, son más apropiados los sucesos aparentemente insignificantes que los grandes dramas monumentales de la historia universal.
Como es claro entonces, Lukács veía en el origen de la novela histórica tanto una consecuencia de las transformaciones políticas, sociales y económicas de la era de las revoluciones burguesas, como un tipo de ficción que intentaba conectar a individuos comunes y corrientes con las estructuras históricas en las que vivían. En esa corriente, han sido incluidas varias obras maestras como La Guerra y la Paz (1869) de Tolstoi, Yo, Claudio (1934) de Roberto Graves, Espartaco (1938) de Arthur Koestler, Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar y El nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco.
Según Anderson, la novela histórica creció en todo el siglo XIX en diferentes países europeos y se extendió hasta la época eduardiana (1901-1910). Ese fue un periodo de éxito en el mercado, con un continuo prestigio estético en ascenso, que colocó a la novela histórica en la cúspide de los géneros literarios. No obstante, para el periodo de entreguerras (1919-1939), la novela histórica decayó y, después de la Segunda Guerra Mundial, el género ya era visto como algo del pasado que no merecía el crédito de ser incluido en la gran literatura.
Pero la novela histórica resucitó en el último cuarto del siglo XX. Anderson concluye sobre esta reaparición:
Hoy en día, la novela histórica se ha convertido, en la cima de los géneros de ficción, en uno de los más extendidos y más de lo que fue a la altura de su periodo clásico en los inicios del siglo XIX. Esta resurrección ha sido también una mutación. Las nuevas formas tienen como seña la llegada del posmodernismo... El giro posmoderno, de hecho, se ha extendido virtualmente a todas las artes, con efectos locales distintivos para cada una. Pero si consideramos su morfología en el campo literario, parece haber poca duda de que el cambio más impactante que ha obrado en la ficción es el restablecimiento generalizado de la ficción alrededor del pasado. Desde que el posmodernismo fue famosamente definido, por el mismo Jameson, como el régimen estético de una ‘era que ha olvidado cómo pensar históricamente’, la resurrección de la novela histórica podría parecer paradójica. Pero hay una diferencia en este segundo regreso. Ahora prácticamente todas las reglas del canon clásico, como lo definió Lukács, se han burlado o invertido. Entre otros rasgos, la novela histórica reinventada por los posmodernos libremente, puede conjuntar épocas, combinar o entretejer el pasado y el presente; hacer desfilar al autor dentro de la narrativa; utilizar a dirigentes históricos como las figuras centrales en lugar de personajes marginales; proponer hechos contra factuales; plantar anacronismos; multiplicar finales alternativos; traficar con finales apocalípticos. De ninguna manera todas las novelas históricas en el vasto rango producido por escritores acreditados en los últimos 30 años exhiben estas características. Pero el núcleo del retorno ha típicamente desplazado a algunos o la mayoría de ellos, al tiempo en que formas tradicionales también han proliferado.
¿Cómo se explica esa vuelta de las sociedades posmodernas hacia el pasado? Existe un gran grado de nostalgia en ese movimiento de novela histórica. Como apuntó Renée R. Trilling: “A través de la invocación de la historicidad, el presente toma el aura del pasado, y la operación del discurso histórico distancia a los lectores del evento, al mismo tiempo en que la operación estética permite a los lectores experimentarlo más inmediatamente. La nostalgia, entonces, debe ser entendida en una relación dialéctica con la historia: en la medida en que intenta reconstruir el pasado en el momento presente, su manipulación de eventos materiales en objetos estéticos convierte al presente en historia, reedificando de esa forma la separación entre el presente y el pasado”.
Svetlana Boym lo apunta también así en relación con el juego pasado-presente-futuro: “La nostalgia creativa revela las fantasías de la época, y es en esas fantasías y potencialidades que el futuro se concibe. Uno se pone nostálgico no por el pasado como fue, sino por el pasado que pudo haber sido. Es ese pasado perfecto el que uno se esfuerza por realizar en el futuro”.
En América Latina la novela histórica que juega con los tiempos y la nostalgia está muy presente desde mediados del siglo XX, por lo menos. No es difícil advertir esos juegos con el pasado en las obras de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes y João Ubaldo Ribeiro. Ángel Rama ya había reconocido el “reingreso de la historia” en la producción de los “novísimos” escritores latinoamericanos a mediados de la década de 1980 y había indicado la dirección hacia la historia tanto de los autores del “boom” como las características particulares del uso de los tiempos en la novela latinoamericana que se emprendió a partir de la década de 1970. Rama fue el anunciador del ascenso de la nueva novela histórica latinoamericana.
Esta reaparición de la novela histórica constituye todo un fenómeno cultural latinoamericano. Tal y como es fácil percibir, la proliferación de ese gusto ficcional por el pasado ocurrió en un momento de profundos cambios, cuando Latinoamérica se comenzaba a sacudir de la serie de dictaduras que, con ciertas diferencias temporales, se construyeron desde las décadas de 1950-1970 y que involucraron en muchos países la persecución de intelectuales y escritores vinculados con la izquierda o con movimientos sociales.
La década de 1980 vio el inicio de la salida de las largas guerras civiles y la transición a gobiernos democráticos. Fue también la época cuando comenzaron una serie de reformas económicas que cambiaron las estructuras institucionales de los Estados latinoamericanos y dieron origen a una era neoliberal. El encanto de las transformaciones tan rápidas pudo haber impactado a los cultivadores de la novela histórica, quienes se enfrentaron al pasado ahora con un interés sucinto por transformar el género. En sus obras, el pasado lejano se combina con el pasado reciente y permite la elaboración y reelaboración de actores, procesos, experiencias y juegos de la memoria y del olvido. Lo que ha resultado es un género sumamente rico, activo, con unos representantes sumamente destacados. No hay duda, por eso, de que América Latina es una de las regiones más dinámicas en la creación de la nueva novela histórica.
En el mundo literario costarricense, junto a las narrativas urbanas, experimentos de ciencia ficción y literatura fantástica, se han presentado varias obras que se interesan por el pasado y recurren a él para enmarcar una ficción. Entre esos trabajos destacan Asalto al Paraíso de Tatiana Lobo, El pasado es un extraño país y Los días que fueron de Daniel Gallegos, Pagos de Polaco de Jacobo Schifter, Limón Blues y Limón Reggae de Anacristina Rossi, Te llevaré en mis ojos de Rodolfo Arias Formoso, Hasta encontrarnos de nuevo de Sergio Muñoz Chacón, Avancari de Santiago Porras y otras más.
Referencias bibliográficas
Anderson, Perry. (28 de julio del 2011). “From progress to catastrophe”. London Review of Books. Vol. 33, No. 15, pp. 24-28.
Boym, Svetlana. (2001). The Future of Nostalgia. New York: Basic Books.
García Ramos, Juan Manuel. (1996). Por un imaginario atlántico. España: Novagrafik, S.A.
Jameson, Fredric. (2007). Jameson on Jameson: Conversations on Cultural Marxism. Durham, NC: Duke University Press.
Jurado Morales, José. (2006). Vigencia de la novela histórica. En Reflexiones sobre la novela histórica. Cádiz: Imprenta Sur, S.L.
Looser, Devoney. (2000). British Women Writers and the Writing of History, 1670-1820. Baltimore: The John Hopkins University Press.
Lukács, György. (1971). La novela histórica. México: Ediciones Era.
Menton, Seymour. (1993). La nueva novela histórica de la América Latina, 1979-1992. México: Fondo de Cultura Económica.
Perkowska, Magdalena. (2008). Historias híbridas. La nueva novela histórica latinoamericana (1985-2000) ante las teorías posmodernas de la historia. Madrid: Iberoamericana.
Trilling, Renée R. (2009). The Aesthetics of Nostalgia: Historical Representation in Old English Verse. Toronto: University of Toronto Press.
Viu, Antonio. (2007). Imaginar el pasado, decir el presente. La novela histórica chilena (1985-2003). Santiago: RIL Editores.
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