En la conformación de los estados nacionales, y Costa Rica no es la excepción, la literatura de ficción suele desempeñar un papel muy importante, pues representa muchas de las características que, desde el proyecto político, se asocian con la nueva nación y sus habitantes. En este país existió un grupo de escritores denominado generación del Olimpo, cuyos textos literarios han sido considerados como fundacionales de la literatura costarricense. Ahora bien, es importante preguntarse qué sucedía en Costa Rica mientras estos autores escribían, pues lo que leemos en sus textos guarda una estrecha relación con el contexto social, económico, político y cultural del país, en el cual ellos vivieron y publicaron su literatura.
Resulta fundamental entender la forma de ver el mundo que tenían los intelectuales olímpicos y, para ello, debemos detenernos a analizar las principales características del liberalismo costarricense en las últimas dos décadas del siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX. En primera instancia, tal y como lo plantea Eugenio Rodríguez Vega (1974), es importante señalar que los liberales costarricenses de ese período poseían ciertas características que los distinguían de los liberales de otras partes del mundo. ¿Cuáles son esas diferencias?
Si nos ubicamos en el período comprendido entre 1870 y 1929 para referirnos al liberalismo en Costa Rica (y en Centroamérica) es importante tener presente que este lapso no debería ser analizado como un “proceso uniforme”, pues no lo fue. Al hablar de liberalismo es necesario tener presente la noción de progreso, teniendo en cuenta que dicha noción implicaba una “cultura asociada con lo urbano, europeizada y laica” (Cuevas, Rafael, 1999). En la primera etapa del proyecto liberal (hasta los primeros años del siglo XX) el progreso estuvo asociado con la cultura francesa, pero en los últimos años del siglo XIX y los primeros años del XX comenzó un proceso de penetración del modelo estadounidense, como bien lo apunta Cuevas.
En cuanto a la construcción teórica del pensamiento liberal, es necesario aludir a los planteamientos de Adam Smith (orden y buen gobierno; desarrollo de la infraestructura de transportes, particularmente importante debido a su incidencia en la extensión del mercado; el incremento de la productividad en la producción de alimentos, especialmente en la agricultura; el crecimiento de la población, y el crecimiento del “stock” o capital (Viales, 2001, p. 4).
En el ámbito institucional (político/estatal) el liberalismo como doctrina propone que el Estado no intervenga en la economía, con lo cual surge el conocido lema asociado a los liberales: “laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar). Pero, ¿efectivamente los liberales costarricenses no intervinieron en la economía costarricense de finales del XIX y primeras décadas del siglo XX? Todo parece indicar que sí desarrollaron políticas estatales que implicaban la intervención en diversos ámbitos de la vida nacional, tales como el educativo, el sanitario, el económico, el agroindustrial y el cultural.
Durante el período citado, en Costa Rica el motor del desarrollo fue la producción cafetalera y hubo tres condiciones que caracterizaron la formación de la base territorial para la extensión del café: la apropiación de terrenos baldíos; la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, y la disolución de las formas comunales de propiedad.
Claro que la pertenencia a una u otra clase social incidía notablemente en las posibilidades de acceso a la tierra. No obstante, en este país el cultivo del café (motor del desarrollo agrario capitalista) fue un poco más democrático que en otros países de Centroamérica, como Guatemala y El Salvador, pues los campesinos tuvieron acceso a la tierra y esto dio origen a los pequeños y medianos productores. Lo que sí se concentró en manos de los más poderosos económicamente fue el procesamiento del grano (proceso de beneficiado), el crédito y la comercialización.
La mayor parte de los escritores de la “generación del Olimpo” (a pesar de las diferencias existentes entre los mismos miembros de dicha generación) se dedicaron a establecer distinciones entre el mundo urbano y el mundo rural de la Costa Rica del cambio de siglo, y se detuvieron a presentarnos con detalle a estos campesinos pequeños y medianos productores que comenzaban a acumular un pequeño capital, pero que conservaban estilos de vida rurales y poco “cultos” o “civilizados”, anteriormente también asociados con los estratos sociales más pobres.
Ya en 1826-29 (liberalismo temprano), Juan Mora Fernández establecía una clara relación entre paz, salud pública, incremento de la población, comercio, agricultura e industria, y también señalaba la importancia de mejorar los caminos entre ambos puertos (el pacífico y el atlántico), pues así se favorecía el desarrollo del comercio y la industria, en síntesis, de la prosperidad del país.
Unas décadas más tarde, José María Castro Madriz, al tomar posesión de la presidencia, el 8 de mayo de 1866, señalaba que Costa Rica era una república “poco poblada… donde faltan fuertes capitales y grandes empresarios, que produciendo la competencia activen el desarrollo de todos los ramos (por lo que) el progreso, las empresas y la asociación libre, que es la gran palanca de la civilización moderna, así como la fuerza motriz de tantos admirables adelantos, necesitan más del estímulo del gobierno” (Colección Discursos Presidenciales, 8 de mayo de 1866).
Esto quiere decir que, contrario a lo que aconsejaba la teoría liberal, el Estado costarricense intervenía para fomentar el liberalismo, al igual que sucedió en varios países de Europa y en Estados Unidos de Norteamérica. Castro Madriz insistía en la necesidad de construir caminos y propiciar la inmigración, porque “la inmigración de hombres trae consigo la de las luces” (1866).
Debemos tener claro que el lema de los liberales era “orden, progreso, libertad y civilización”, y hacia la consecución de estos ideales tendían muchas de sus políticas culturales, económicas y sociales. Hacia 1870, Tomás Guardia planteaba que era urgente realizar cambios radicales en el país, pues era claro que la agricultura representaba para Costa Rica su vitalidad económica y el germen de su futuro engrandecimiento. Por eso, el Estado debía, en opinión de Guardia, consagrar todos sus esfuerzos a la protección de esa actividad.
De esta manera, a partir de la década de 1870 se dio una atención prioritaria a dos ámbitos: fomento y educación. El primero para propiciar el surgimiento de nuevas industrias y fortalecer las existentes, y para contribuir con el desarrollo de la agricultura, y el segundo para “dar acogida y protección a cuantas ideas y propósitos sugieren a los espíritus el consejo del trabajo, porque solo de esa manera se multiplicarán las fuentes de la riqueza pública” (Mensaje del presidente Bernardo Soto, 1886).
Queda claro entonces que los liberales costarricenses de finales del siglo XIX y principios del siglo XX promovieron políticas proteccionistas, en especial en lo que respecta a la materia agraria.
Como ya señalamos, los gobiernos liberales de finales del siglo XIX también se preocuparon por fomentar la educación, siempre asociada a la noción de progreso, es decir, en tanto que vía o medio para la consecución del fin último: el progreso y la civilización. Con la creación de la Universidad de Santo Tomás, en 1843, se pretendía contribuir a lograr la prosperidad de la nación.
Es significativo que en 1849 se realizara la primera reforma general de la educación y que se hiciera bajo la dirección del Estado. Una de las principales recomendaciones generadas a partir de esta reforma fue la creación de cátedras que contribuyeran a satisfacer las necesidades del país. Se establecen tres áreas de estudio fundamentales (Trivium): humanidades, matemáticas, agricultura y ramas industriales. Además, en 1886 se aprobó la Ley Fundamental de Educación Común, que fomentó la educación primaria en varones (creación del Liceo de Costa Rica) e incluso en mujeres (creación del Colegio Superior de Señoritas).
Todo este panorama hizo surgir, a finales del siglo XIX, un imaginario social según el cual la mayor parte de la población costarricense era propietaria y los beneficios generados por el café llegaban a la mayoría de los ticos. Sin embargo, esa igualdad económica y social no era más que un mito, pues pronto la diferenciación social y la pobreza se van a hacer sentir como problemas sociales. En la solución de estos conflictos también van a intervenir los gobiernos liberales. Los políticos e intelectuales liberales, en su mayoría, enfocaron estos problemas desde el punto de vista del control social y no desde la perspectiva de la justicia social.
Ya en 1830, problemas tales como la prostitución, el crimen, la vagancia y el desorden generaron preocupación en las autoridades laicas y en las eclesiásticas, especialmente porque el llamado capitalismo agrario, generado por el desarrollo del cultivo del café, transformó las relaciones sociales en este país y afectó entonces la vida cotidiana de los costarricenses. Por un lado, se generaban discursos (políticos, periodísticos, literarios y otros) que destacaban el carácter pacífico y laborioso de los ticos, pero por otro lado se producían discursos que hablaban de los ticos como individuos vagos, malos para el trabajo, viciosos y deshonestos.
Un factor que conviene destacar es que el elemento étnico desempeñaba un papel fundamental en el proceso de diferenciación de Costa Rica respecto del resto de países centroamericanos, pues también se elaboró el mito de que la sociedad costarricense estaba compuesta fundamentalmente por gente “blanca”, lo cual la hacía superior y le daba “pureza”. Sin embargo, la escasa cantidad de pobladores de este país obligó a las autoridades a preocuparse por “importar mano de obra”, en especial negra y china. Esto se convirtió en una preocupación para muchos, pues pensaban que la “raza” tica podía perder “pureza” si se realizaba una mezcla con estos inmigrantes; se hablaba incluso del problema de la “degeneración racial” de la patria.
Este control de carácter eugenésico implicó aplicar leyes para restringir la inmigración, impedir a los discapacitados la reproducción y asociar la salud física con la moral. Tal necesidad de asegurarse la correlación entre moral y salud física hizo que las autoridades estatales intervinieran en la vida de los sectores populares, en especial con respecto al cuido y la crianza de los hijos: los de arriba controlando a los de abajo (Molina, 2007, pp. XIV-XVI).
Los diversos mecanismos de control generaron, sin embargo, algunos resultados poco esperados: 1) se fortaleció la imagen de la mujer como dadora de vida y reproductora de los reproductores, lo cual posiblemente incidió en la obtención del sufragio femenino (1949, Segunda República) y 2) la intervención estatal le permitió a los partidos políticos ofrecer cosas a los votantes a cambio de sus votos (si usted vota por mí yo le arreglo el camino, yo le consigo médicos gratis, yo le mando sus hijos a la escuela…).
Este proceso, que fue lento, permitió que se pasara del control social y la eugenesia a una democracia social, con garantías sociales para todos los ciudadanos, con la adquisición de la categoría de ciudadanas para las mujeres (que antes no la tenían) y con una fuerte inversión en educación estatal (creación de la Universidad de Costa Rica en 1940), entre otras. La educación a la que los hijos de familias pobres tuvieron acceso a finales del siglo XIX contribuyó muchísimo con este cambio social. Una vez alfabetizados, estos individuos comenzaron a exigir más para sí y para los suyos.
Los textos clásicos de la historiografía literaria costarricense establecen que a finales del siglo XIX (décadas de 1880 y 1890) ya se había consolidado en el país un grupo de intelectuales y políticos que propiciaban el desarrollo de todas estas políticas liberales: la “generación del Olimpo”, nombre debido especialmente a su posición de distanciamiento respecto de los actores sociales que retrataban en sus textos literarios (el concho, el campesino, el pobre, etc.). Es común que se incluya en este grupo a autores tales como Carlos Gagini, Ricardo Fernández Guardia, Manuel Argüello Mora, Manuel de Jesús Jiménez, Claudio González Rucavado y otros) e incluso Manuel González Zeledón y Aquileo J. Echeverría.
El escritor Leonidas Briceño fue quien primero se refirió a ese aire olímpico propio de los intelectuales liberales. Lo hizo de la siguiente manera al intervenir en la polémica literaria de 1900:
Ellos por sí y ante sí (y sin poner sus firmas se entiende), han hecho dos agrupaciones del gremio literario, dos sectas irreconciliables, como ellos dicen, y han llamado a la una liberal y a la otra nacionalista: aristocracia y plebe, se comprende (…) A veces (…) dicen con desdén “que no quieren descender hasta uno”. Bien, llegará el día en que los hagamos descender. (El Heraldo de Costa Rica, 4 de setiembre de 1900).
Con el cambio de siglo surgió una división política e ideológica que partía del hecho de que existían en el mundillo literario costarricense dos bandos bien diferenciados y difícilmente reconciliables, como bien señalaba Leonidas Briceño: el bando de los liberales y el bando de los nacionalistas (Quesada, 1995).
Al bando de los liberales pertenecían, supuestamente, los aristócratas de la oligarquía cafetalera y estos eran los que promovían el academicismo cosmopolita. Aquí se ubicaban todos los intelectuales pertenecientes al Olimpo literario en su versión más conservadora: Manuel Argüello Mora, Ricardo Fernández Guardia, Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno e, incluso, Carlos Gagini (sobre todo por su actitud de distanciamiento respecto de la “plebe”), todos ellos muy estrechamente ligados a los gobernantes de turno.
Muchos de ellos cultivaron la crónica histórica, pues de este modo se acercaban de algún modo al nacionalismo literario. Aunque, de todas sus manifestaciones, esta crónica fue siempre la más conservadora o de corte más tradicionalista, tanto por sus temas como por el lenguaje que empleaba. Esto se puede apreciar en detalle al estudiar, por ejemplo, las Crónicas coloniales, de Ricardo Fernández Guardia, las novelitas históricas de Argüello Mora (Elisa Delmar, Margarita y La Trinchera) y la colección de relatos de Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno, Noticias de Antaño).
A manera de ejemplo, nos detendremos brevemente en una de las crónicas de Jiménez Oreamuno. Este autor perteneció a la aristocracia cartaginesa y sus crónicas están atravesadas por una actitud aristócrata, elitista y señorial. Fue uno de los cronistas que se interesó por indagar en el pasado de su familia para explicar sus orígenes nobles o aristócratas, es decir, se interesó en conocer más de cerca a sus ancestros españoles, que nos colonizaron y “trajeron la civilización”.
En las crónicas se percibe una concepción de mundo según la cual no hay división de clases en Costa Rica, pero esto porque se borra a las clases bajas y se ofrece una visión que presenta un país próspero y rico, salido de 300 años de indigencia e incultura gracias al desarrollo de la agricultura, en especial del café (no en vano, el grano de oro) y del comercio. Al parecer, TODO el país salió de la pobreza, TODO el país se enriqueció. En palabras de Jiménez Oreamuno:
En la agricultura y el comercio encontraron los costarricenses el secreto para salir entonces de aquel espantoso estado de pobreza y de aquella supina ignorancia de los días de la colonia. El proceso de su evolución es obvio. Sembraron café y luego vieron sus puertos frecuentados por naves extranjeras; tuvieron comercio y luego se pusieron en contacto intelectual con los centros civilizados del mundo; produjeron más de lo que consumían, y luego tuvieron riqueza pública; fueron ricos y luego encaminaron sus pasos por las modernas sendas del progreso, en demanda de más altos y más lúcidos ideales para su espíritu y de más lujosos y sensuales deleites para su cuerpo (Jiménez Oreamuno, 1981, p. 473).
Por eso en “Honor al mérito” (1908) el autor habla del retorno de los héroes de la Campaña de 1856-57 y hace referencia, por ejemplo, al hecho de que, como la mayoría de los soldados que regresaban eran propietarios, sus familias llegaron con caballos a recogerlos. Esto quiere decir que, desde la perspectiva de Jiménez Oreamuno, en el ejército costarricense no había soldados pobres ni desposeídos, sino que todos —o al menos la gran mayoría—pertenecían a grupos sociales cuya condición económica era buena o muy buena. ¿Dónde ubicaría este cronista a un soldado como el “mítico” Juan Santamaría? El autor alude a una Costa Rica igualitaria y unida, armoniosa y vencedora, pero al hacerlo excluye a todos aquellos individuos que no formaban parte de su propia clase social, de su propio círculo de familiares, amigos y allegados.
En la época referida por esta crónica (1857), Costa Rica era un país con serios problemas en lo relativo a la distribución de la riqueza. Además, había sufrido grandes pérdidas humanas y materiales a raíz de la guerra contra los filibusteros y de la epidemia del cólera. Esto nos confirma que Jiménez Oreamuno es un cronista cuya visión es totalmente parcial, es decir, se trata de un autor que se limita a contar lo que ve o, mejor dicho, lo que alcanza a ver desde su perspectiva.
En el bando de los nacionalistas se ubicaban aquellos cuyo origen era más plebeyo y podían ser calificados como individuos de extracción popular, eran “pobres de levita”, en palabras del mismo Magón; cultivaban el género concho, es decir, el costumbrismo. Aquí podemos ubicar a Magón, Aquileo J. Echeverría, Pío Víquez, al padre Juan Garita, Leonidas Briceño e, incluso, podríamos pensar en incluir a Joaquín García Monge, aunque sabemos que fue él quien con su literatura y su “activismo político” dio pie al surgimiento del llamado realismo social. Aquí hay un mayor acercamiento a los personajes de clases más bajas y se comienza a usar el lenguaje popular (costarriqueñismos).
En este caso, nos acercaremos a la producción literaria de Manuel González Zeledón, señalado por la historiografía literaria costarricense como “fundador” del costumbrismo tico. La mayoría de sus relatos están ambientados en San José (el lugar que él mejor conocía) y sus alrededores, es decir, son citadinos y no rurales. Aunque la “zona rural” por aquellos años estaba muy pegadita de la capital y, por ejemplo, Santo Domingo de Heredia, que hoy nos parece tan cercano, era parte del “campo”. Por esta razón, muchos personajes de Magón son campesinos que vivían en esos poblados cercanos a la capital. En Magón hay una gran relativización de los espacios, en especial si los comparamos con nuestros referentes de hoy.
Muchos otros personajes representan los diversos oficios desarrollados por los proletarios josefinos de aquellos años: artesanos, vendedores, zapateros, cocineras, sirvientes. También aparecen los llamados “pobres de levita” (como el mismo Magón), que podríamos identificar con la actual clase media tica. No aparecen en estos cuentos personajes pertenecientes a la aristocracia tica (como sucedía en los casos de Argüello Mora, Fernández Guardia y Jiménez Oreamuno, por ejemplo).
En los cuentos de Magón hay una mezcla de melancolía y nostalgia por el pasado (al fin y al cabo, lo que está contando son sus recuerdos) con una crítica burlesca, irónica o paródica de ese mismo pasado y del presente que está viviendo. En esto, el costumbrismo de Magón se parece a la crónica colonial de Jiménez y Argüello. Pero esos recuerdos de Magón no solo le producen nostalgia, sino también dolor.
En 1906, Magón se fue a vivir a EE. UU., a causa de diversos desengaños políticos. Se trata de un hombre herido, dolido, que siente que todos los servicios que le había prestado a la patria hasta ese momento no le sirvieron para nada porque, igualmente, fue traicionado. Por eso, su perspectiva de Costa Rica cambia a partir de ese momento y se vuelve más crítica, más dolorosa, más incisiva, su ironía se vuelve más ácida.
Magón continúa escribiendo desde su autoexilio “gringo”, pero ahora sus cuentos van a tener otra tonalidad, otro color: el narrador ha perdido un poco la inocencia que caracterizó su primera etapa de escritor, la etapa “tica”, que va de “Nochebuena” (La Patria, 24 de diciembre de 1895) a “Time is Money” (El País, 26 de marzo de 1901). La segunda etapa, “la gringa”, arranca en 1908 con “Un discurso imperecedero”, escrito en Nueva York en julio de 1908 y enviado para su publicación en el Libro de los pobres (en 1909), y termina con “El grano de oro”, escrito en Washington en junio de 1934 y enviado a un concurso literario con el seudónimo de “Caracolillo”.
No podemos poner en el mismo saco a todos los campesinos que nos presenta Magón, pues hay diferentes tonos y diversas aproximaciones a este personaje. De unos Magón efectivamente se burla con gran acidez (ñor Cornelio Cacheda, de “El clis de sol”), a otros los admira y presenta como modélicos (Toño, de “El grano de oro”), mientras que critica las actitudes de otros campesinos por resultar indignas, inadecuadas o ajenas a la forma de ser idealizada del costarricense de aquellos años (ñor Julián Oconitrillo, de “La propia”).
Los autores que se han convertido en verdaderos clásicos de la literatura costarricense son los que cultivaron el nacionalismo en alguna de sus manifestaciones y no los que escribieron desde la perspectiva europeísta o eurocéntrica. Así, por ejemplo, poco se recuerda a autores como Rafael Ángel Troyo (quien murió a los 35 años en el quiosco del parque central de Cartago, durante el terremoto que azotó esa ciudad), Alejandro Alvarado o el mismo José Fabio Garnier en sus primeros momentos. Pero es necesario indicar que el aporte dado por estos europeístas o modernistas fue también muy relevante para lo que vino luego, pues sin sus intervenciones quizá no hubiera sido posible lo que sucedió luego del costumbrismo, eso que Abelardo Bonilla llama la “estilización del realismo” y que fue cultivada por autores como el mismo García Monge (La mala sombra y otros sucesos), Carmen Lyra y Luis Dobles Segreda.
Por otra parte, hay que recordar que Magón y Aquileo J. Echeverría, por ejemplo, fueron grandes amigos y admiradores de Rubén Darío, con lo cual quiero decir que esa división tan tajante que la historiografía literaria costarricense suele trazar entre nacionalismo y modernismo debe ser revisada. Darío hace un hermoso prólogo a la primera edición de las Concherías.
Paralelamente a la consolidación de este grupo olímpico se dio el surgimiento de otro grupo de intelectuales denominados radicales por sus ideas ácratas o socialistas. Este grupo estuvo conformado principalmente por Joaquín García Monge, Omar Dengo, José María “Billo” Zeledón, Roberto Brenes Mesén, José Fabio Garnier, Rómulo Tovar y Carmen Lyra.
El modelo agroexportador, al que nos referimos líneas atrás, generó un aumento en la cantidad de jornaleros, así como la proletarización cada vez mayor de los artesanos. Estos intelectuales radicales se preocuparon por mostrar en sus textos literarios los problemas vividos por estos individuos empobrecidos, desposeídos, carentes de tierra y de posibilidades para salir adelante. Pero a la literatura de estos escritores nos referiremos en otro momento.
Referencias bibliográficas
Cuevas, R. “La cultura en Costa Rica: una permanente construcción”. Revista Parlamentaria. San José, Asamblea Legislativa, vol. 6, n. 2, diciembre 1998, 151-168.
Jiménez Oreamuno, M. (1981). “Honor al mérito”. En Bonilla, A. Antología de la literatura costarricense. San José, Costa Rica: Editorial Studium, 473-494.
Molina, I. (2007). Prólogo “La cuestión social en Costa Rica y El libro de los pobres”. En Vargas G. y R. Villegas (Comp.). (2007). El libro de los pobres. San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
Quesada, A. (1995). La formación de la narrativa nacional costarricense (1890-1910). San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica.
Rodríguez, E. (Ed.). (2004). Costa Rica en el siglo XX. San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
Viales, R. (2001). “Las bases de la política agraria liberal en Costa Rica. 1870-1930.1 Una invitación para el estudio comparativo de las políticas agrarias en América Latina”. Disponible en: https://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:Lx7Y4KTVt_sJ:https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7351966.pdf+&cd=6&hl=es&ct=clnk&gl=cr
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