La emergencia mundial a raíz de la reciente pandemia ha causado una afectación directa e inmediata en el gremio artístico. Las representaciones de las artes temporales (aquellas que como la música, la danza, el teatro e incluso la cinematografía son dinámicas por naturaleza y transcurren en un lapso de tiempo) han presupuesto históricamente de la congregación de grupos de espectadores en espacios determinados para suscitar el fenómeno de re-creación de las obras de arte. La conglomeración de personas a menos de un metro de distancia representa desde luego un alto factor de riesgo de contagio masivo, y esta proximidad puede aquejar tanto a la audiencia como a las y los artistas en el escenario. Era lógico pensar que los conciertos y otras actividades escénicas fueran clausurados de facto y de primeros en la lista.
Al no poder garantizar el acceso de manera presencial a conciertos que de otra manera serían públicos, ha cobrado especial auge la tendencia -ya generalizada a nivel mundial en la última década- por transmitir estos eventos en lo que se conoce tecnológicamente como via streaming: esto es, la difusión digital de contenidos de multimedia (en este caso audio-videos) por descarga continua de datos a través de internet. Esto ha sido una práctica común ya en nuestro país. Por poner un ejemplo, la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa trasmite casi la totalidad de sus conciertos en directo y por esta vía desde hace unos cinco años, pero no es sino hasta que ha ocurrido la emergencia que esta actividad ha tenido más visibilidad.
En todo caso, hasta la fecha se había tratado de la difusión de los conciertos públicos, y no de eventos realizados solamente como espacios específicamente virtuales, que es el fenómeno que ha provocado la encrucijada actual. Pensemos por un momento en la evolución que la actividad musical formal ha experimentado a lo largo del tiempo. Durante mucho tiempo los conciertos se limitaron a ser actividades exclusivas de la aristocracia, realizadas en los aposentos de quienes tuvieran los medios para financiar una actividad de esta naturaleza. Ya en el siglo XVIII, la ópera empezó a cobrar fuerza como un evento masivo, y en la siguiente centuria comenzó a gestarse la figura empresarial de los músicos como centro de atención (por encima de los compositores y sus obras) y como productos vendibles en un mercado. Luego, a alguien se le ocurrió que debían establecerse protocolos sociales de concierto, por ejemplo en cuanto a cómo vestirse, con quién asistir y hasta cuándo aplaudir, convirtiéndolos en sucesos altamente formales. Ya para inicios del siglo XX el fonógrafo permitió traer la música a casa, y a partir de allí podemos dibujar una la línea de tiempo de los recursos que fueron apareciendo: los discos de vinilo de 78 r.p.m., los acetatos, las cintas abiertas, los cassettes y videocassettes, los discos compactos, los dvd, y finalmente los iPods y las plataformas de servicios en streaming como iTunes, YouTube o Spotify en el nuevo milenio. Mientras tanto, los conciertos públicos se han seguido realizando, por tener esa valía intrínseca de permitir a una audiencia apreciar en directo a las y los artistas haciendo su música in situ, que es una experiencia auditiva, visual y emocional realmente única.
Debido al confinamiento forzado de las últimas semanas, artistas de todo el mundo hemos echado mano de esta maravillosa posibilidad de la trasmisión directa de nuestras actividades. Desde nuestras casas hacemos conciertos y charlas informales en diversas en redes sociales, particularmente mediante Facebook e Instagram, como una manera de no perder el contacto con un público (cautivo también en sus casas) que está sediento de encontrar recreación en momentos críticos. Se han popularizado altamente algunas otras plataformas para realizar videos por colaboración; esta dinámica consiste en que a partir de una grabación inicial, otros músicos añaden su participación de forma remota, incluso desde regiones geográficamente muy alejadas, para crear un producto final de participación colectiva, e incluso masiva. Ha sido utilizado en los últimos días por orquestas sinfónicas para mantener la actividad de sus miembros y también para inspirar al público sobre la colaboración remota.
Este fenómeno debe llamar nuestra atención, tanto desde sus aspectos positivos como desde los no tan favorables. En primer lugar, si bien es cierto las funciones en streaming se han convertido en el canal ideal de difusión de la actividad artística en medio de la crisis y está satisfaciendo de manera eficaz a las necesidades e inquietudes de artistas y audiencias, no debe impulsar la idea de manera permanente que la cultura deba ser un bien totalmente gratuito, de acceso ilimitado y sin costo, y sin retribución para quienes lo producen. Es importante que la audiencia pueda establecer cuándo estos eventos están amparados por artistas e instituciones realmente dedicadas al desarrollo de los productos culturales y la acción social (por ejemplo universidades, escuelas de música, orquestas sinfónicas) así como en los casos de aquellas otras instancias que patrocinan estos conciertos asegurando una remuneración a los artistas; de otra forma se trataría de un mero oportunismo con intereses comerciales y de expansión de marca.
Por otro lado, el libre acceso a las redes permite que cualquier persona pueda ofrecer sus conciertos o eventos por transmisión prácticamente al mundo entero. Esto hace que las posibilidades de difusión de ejecutantes amateurs y profesionales sean iguales y estrecha la línea divisoria entre ambos sectores, sobre todo en tiempos en que el éxito se mide por cantidad de likes y visitantes en páginas. Esto no es algo totalmente nuevo: desde hace muchos años ya que el artista consagrado de los discos de acetato no existe, y existen millones de videos en YouTube de una calidad francamente inaceptable. Si bien esto no es algo absolutamente negativo (porque también puede mostrar al mundo artistas nuevos excepcionales de manera inesperada), es crucial que el músico profesional valide su trabajo de una manera más asertiva, y marque una diferencia como un agente de cambio que trasciende los fines meramente estéticos, capaz de crear conciencia sobre los tiempos modernos. En esto las universidades jugarán un rol crucial.
Finalmente, es importante lograr hacer entender a quienes nos siguen, la naturaleza de nuestra profesión y que, una vez pasada la emergencia y cuanto antes, los necesitaremos de nuevo y más que nunca en los teatros y salas de concierto. Al igual que muchos otros sectores profesionales, la crisis ha golpeado con fuerza la actividad escénica como fuente de ingreso económico. La reactivación será lenta y tortuosa, pero esperamos como gremio que así como estamos contribuyendo desde nuestras casas a que el confinamiento sea menos angustioso, también suscite el compromiso a apoyarnos en el futuro cercano con su presencia en nuestros conciertos, comprando nuestros productos, compartiendo nuestros eventos y valorando el verdadero impacto que las artes han tenido en la sociedad.
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