Cuando se me pidió que escribiera algo para la página de la Universidad sobre lo que un libro puede significar y aportar en esta realidad que muestra una normalidad trasmutada, pensé en primera instancia en abordar el tema desde mi rol de docente y de bibliotecólogo. De forma casi inmediata, una pregunta llegó a mi mente, ¿quieren las personas leer otra opinión académica? Durante un largo rato, la interrogante me dio vueltas y mientras escuchaba a Víctor Jara, recordé la historia de la Editorial Quimantú, la editorial que en Chile fundó el presidente Salvador Allende y que —por su encargo— fue dirigida por el escritor costarricense Joaquín Gutiérrez Mangel.
Un libro es un cofre que posee muchas sorpresas para quien lee. Algunos lo abren con un fin académico o para adquirir información y generar conocimiento. Otros por el contrario, leen con un fin lúdico y no faltan aquellos que leen con un fin práctico e incluso a lo mejor buscando una respuesta mística o un consuelo. El asunto es que sea como sea, un libro es especial y posee el poder de ser apreciado tanto por su génesis como por su contenido, puede ser amado u odiado, admirado o despreciado, pero allí está siempre con la voluntad de narrar su verdad al momento de ser abierto. Permite viajar a otros lugares y a otros tiempos, también deja descubrir la “verdad” que el autor quiere narrar con la esperanza de que sea aceptada. No en vano ha generado todo tipo de sensaciones y situaciones, ha sido objeto de codicia pero también de persecución, ha sido ocultado para salvaguardarlo y ha regresado a la luz cuando se siente seguro y no falta quien ha sido perseguido por su posesión.
Entonces, ¿qué puede dar un libro en la realidad que hoy vive el mundo? Dará aquello que el lector quiere recibir, quien lee sabe lo que tiene en su escritorio, en un estante o en una biblioteca. Sabe que podrá hallar misterio y fantasía, conocimiento e ideas. Puede ser que el lector no encuentre lo que busca, entonces pensará en otro libro y se genera entonces una búsqueda que a veces se puede transformar en una cacería intensa.
Vuelvo la vista hacía mi pequeña biblioteca, allí veo a autores que tienen mucho que contarme, Baradit, Neruda, Márquez, Lyra, Mardones o Desinach. Estos conforman un coro de voces que me quieren narrar su visión del universo. Sí, algunos de esos apellidos generan polémica y lo hacen porque en su vida no fueron perfectos, no fueron mejor o peor de lo que yo puedo ser, pero no puedo juzgarlos si no los leo. Se hace necesario que tenga un encuentro íntimo con ellos, a lo mejor me gustará lo que dicen, a lo mejor no, pero les debo la oportunidad y me la debo a mí mismo.
En estos días de estar en la casa, se hace necesaria la reflexión, la humanidad entera enfrenta un punto de inflexión. La esperanza es que pasada la crisis se haya sembrado la semilla para una nueva sociedad, más solidaria y humana, menos fría y pragmática. Mientras ello sucede, nos toca guardar casa y ahí está el libro llamando con un título, a lo mejor provocativo o misterioso en su cubierta. Allí narra la historia de una Chica del tren o del Preso peligroso, también la visión de un autor sobre Viviana Gallardo y cómo impactó el imaginario costarricense.
El libro es un vehículo que lleva de viaje a tiempos idos y lugares remotos, lo hace de forma pausada al ritmo del lector y por ello la invitación es a bajarse de la vida rápida y sin tiempo, de comida rápida y el estrés, hoy en la compañía de un libro puede ser un gran día, como cantó Serrat, y se puede hallar en la soledad de un rincón el consuelo para días inquietos.
También los lectores hoy tienen la oportunidad de dejar partir a los libros que tanto han dado, así como se deja partir a un amigo que se va de viaje. Se puede liberar a ese libro leído, tanto que sus hojas ya están gastadas, pero que en un acto de solidaridad puede llegar a alegrar a otra persona.
Los tiempos son complejos y lo serán más, la economía será distinta, a lo mejor más cruel con quien menos tiene, pero no por ello debe desaparecer la mano amiga y solidaria. Por eso, la invitación es a leer, pero si ya ha leído ayude a que otros lean. Si usted lector o lectora aprecia sus libros, entonces sabe bien lo que las demás personas pueden disfrutar y aprovechar.
Si se siente feliz con sus libros, puede —por lo tanto— llevar felicidad a otras personas y darles la compañía de Don Quijote o de Tío Conejo. Les puede abrir la puerta para que a lo mejor un salmo les lleve paz o darles el conocimiento para desarrollar un proyecto en su casa mientras se resguarda en estos tiempos. ¿Qué puede dar un libro hoy que estamos en nuestras casas? Una mejor persona. Me atrevo a parafrasear a Gabo, “en tiempos de pandemia, el libro”.
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