El poliéster y el algodón son los principales materiales de los cuales está hecha la ropa que vestimos todos los días. Puede comprobarlo fijándose en la etiqueta de las prendas que lleva puestas en este momento.
Sin embargo, ambos son altamente contaminantes en su producción, en su lavado y en su desecho.
En el caso del poliéster, esta fibra plástica, procedente del petróleo, se encuentra en más de la mitad de las prendas. Para su elaboración, se requieren alrededor de 70 millones de barriles de petróleo al año y tarda 200 años en descomponerse.
Cada vez que se utilizan y, posteriormente, se lavan las prendas hechas con ese material, se liberan 1 900 microfibras de plástico que acaban en ríos y océanos, lo cual perjudica a la fauna marítima. Una microfibra es una pequeña partícula de plástico, menor a los 5 milímetros (mm) de tamaño.
A inicios del 2019, seis estudiantes de la carrera de Biología de la Universidad de Costa Rica (UCR) obtuvieron los resultados del primer estudio realizado en el país que analizaba la presencia de microplásticos en el tracto digestivo de 30 peces procedentes del Pacífico costarricense.
En esta investigación, un total de 1 101 piezas de plástico fueron encontradas en el interior de los peces. De ellas, 875 fueron microfibras sintéticas.
Asimismo, biólogas marinas de la Universidad Nacional (UNA) actualmente investigan esta problemática con especies comestibles en la costa guanacasteca y las conclusiones son igual de alarmantes.
Alrededor del mundo, este tipo de resultados se han empezado a ver desde hace varios años. Por ejemplo, la Universidad de Toronto determinó que uno de cada cuatro peces que se venden en el mercado tiene restos de microfibras de plástico en sus entrañas.
Otra entidad que se ha dedicado a investigar la presencia de esta problemática es la Universidad de California, Santa Bárbara, la cual realizó un estudio en el 2016 que cuantificó la liberación de microfibras en lavadoras. El estudio señala que al lavar una chaqueta se desprenden dos gramos de microfibras.
En cuanto a su producción, el algodón se cultiva en regiones secas y cálidas, pero necesita hasta 20 000 litros para obtener un kilogramo (kg).
Además, en su elaboración se emplean el 10 % de los pesticidas y el 25 % de los insecticidas utilizados mundialmente. Esto quiere decir que el algodón es el cultivo no comestible más contaminante.
En Costa Rica, el tema de desechos textiles es un vacío en la investigación ambiental. Sin embargo, queda claro que el país es un mercado atractivo para la venta de ropa, pues solo en el 2018 entraron 135 516 toneladas de material textil y calzado. Una tonelada puede equivaler a 6 600 prendas, según datos de la Promotora del Comercio Exterior de Costa Rica (Procomer).
Lavar una prenda a mano, consultar en la etiqueta los materiales de los que está hecha la ropa antes de comprarla o escoger una de segunda mano puede hacer la diferencia.
Así lo indicó Wendy Soto Moreno, estudiante de la Universidad de Costa Rica (UCR), quien junto con Daniela Bolaños Torres y Luis Alejandro Ulate se han encargado de brindar información a la población joven sobre el consumo textil responsable, por medio de una página en Instagram que cuenta con 11 000 seguidores.
Esta iniciativa comenzó como una plataforma en donde sus seguidores compartían fotos de sus atuendos comprados en tiendas de segunda mano y, a la vez, demostraban que podían estar “bien vestidos”. No muchos meses después, sus autoras empezaron a destacar los beneficios de hacer este tipo de compra y conforme empezaron a investigar se dieron cuenta de lo poco que se habla de las implicaciones ambientales de la fast fashion o "moda desechable".
Así se denomina a la producción masiva de prendas de bajo costo, tanto en mano de obra y en materiales. Por ello, su precio en el mercado también es barato.
“La reacción de la gente ha hecho que sigamos investigando y hablando del tema. Así fue como nos hemos dado cuenta de que no hay tanta información en el país como la hay sobre otro tipo de residuos, como el plástico o el vidrio, y que a nivel mundial el manejo de desechos textiles se salió de las manos”, comentó Soto.
La preocupación de este grupo de jóvenes tiene sentido cuando organizaciones internacionales calcularon que para el 2015 se elaboraron 100 000 millones de prendas, el doble de lo que se produjo en el 2000. Estos datos revelan que por cada persona que habita en el planeta, se crean al menos 14 prendas de vestir.
De igual forma, la pendiente de las ventas de la industria textil ha sido creciente desde entonces; es decir, el consumo es lo que mantiene a este modelo de producción de las marcas más populares en el mercado.
Seguir las tendencias de la industria textil - valorada en $1,3 billones - no se limita a visitar el centro comercial. Por ejemplo, Daniela Bolaños rescata el trabajo de costureras y sastres, los cuales, según indica, poco a poco van resurgiendo.
“¿Por qué no ir a una costurera si quiero una camisa? Me la van a hacer al gusto y a la talla. También, estamos ayudando al negocio de una persona a nivel local. Podemos tener este tipo de opciones presentes”, señaló.
La lana, el lino, el denim (mezclilla gruesa) y el cuero hecho a mano hacen que a las prendas de vestir más ecológicos que el algodón y el poliéster. Sin embargo, estos materiales no siempre están a nuestro alcance. Por esa razón, reducir la compra de poliéster y algodón para solo cuando sea realmente necesaria, es una de las mejores alternativas.
“La gente nos dice que encuentran ropa de fast fashion en una tienda de segunda, pero si esa prenda ya existe y su dueño la desechó, ¡cómprela!, porque le está alargando el ciclo de vida. Igualmente, si por comodidad se tuvo que comprar en una tienda del mall, está bien, pero entonces démosle el mayor uso posible porque esa prenda tiene un gran impacto en el ambiente”, comentó Bolaños, quien es egresada de Ciencias Políticas y estudiante de Sociología en la UCR.
Cuando una prenda cumple su ciclo de vida en el closet y ya no se puede usar, realmente no hay una manera adecuada de desecharla. Costa Rica carece de una clasificación de residuos textiles y eso es parte la problemática.
“Los desechos textiles no son un tipo de residuo que se clasifica como el plástico o el papel y, mucho menos, pensamos de que debe existir un sistema de reciclaje o de reutilización. Hay que empezar a hacerlo. En las giras estudiantiles es común ver las telas atrapadas en las ramas o en las orillas de los ríos, porque cuando ya no sirven, se botan a la basura corriente”, manifestó Xinia Alvarado, directora del departamento de Salud Ambiental de la Escuela de Tecnologías en Salud de la UCR.
“El problema es que estamos comprando ropa desechable. Luego, no sabemos qué hacer con esa tela y se va dentro de la basura sanitaria común”,
Xinia Alvarado, directora del Departamento de Salud Ambiental de la Escuela de Tecnologías en Salud de la UCR.
Empezar a hablar del tema es el primer paso para que esta situación cambie. Desde investigar los materiales que están en la etiqueta de nuestra ropa, pensarlo dos veces antes de comprar una prenda de vestir nueva, o ser creativo con una blusa que ya no sirve, puede marcar la diferencia a la hora de manejar un desecho que se ha normalizado.
“Como hace diez años no creíamos posible dejar de usar botellas de plástico de un solo uso, no pedir bolsa en el súper porque la llevamos desde la casa, o rechazar las pajillas, podemos lograr hacer conciencia de con qué nos vestimos. Es un proceso, así como lo fue en esos casos”, indicó Wendy Soto, quién es estudiante de Ciencias Políticas.
El utilizar al máximo de capacidad de la lavadora, en vez de reiterados ciclos de lavado, o lavar la ropa a mano, son algunos de los consejos que estas jóvenes y los diferentes estudios recomiendan para disminuir la contaminación de microfibras textiles. Sin embargo, la legislación y la cuantificación a nivel país de los desechos de ropa es de las acciones más urgentes.
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