Para el 2050, el mundo podría experimentar una fragilidad en sus suelos tan alarmante, que ningún tipo de semilla tendrá la fuerza suficiente para crecer. El resultado, entonces, será el desabastecimiento y la hambruna en países que, incluso, creían tener medios de producción infalibles.
El hecho anterior, que se desprende del último informe de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura 2018 (FAO), es un reflejo claro de que, si no se hacen cambios, en 30 años el planeta podría ser incapaz de producir los alimentos que requerirá la población. Costa Rica no será la excepción.
¿Los grandes culpables? Una serie de factores, en los cuales el cambio climático y la agricultura industrializada sobresalen.
“Las tecnologías desarrolladas para la agricultura y la ganadería en los últimos años han logrado un modelo de alta productividad por unidad de superficie y, aparentemente, muy rentable. ¿Cómo lo hizo? Basado en un alto uso de energía, pesticidas, fertilizantes y variedades mejoradas de alto rendimiento. Las consecuencias de esa idea están a la vista. Hay una crisis en el modelo actual de agricultura porque es ecológicamente insostenible”, mencionó Santiago Sarandón, presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología y docente de la Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
De acuerdo con Sarandón, la realidad se vuelve aún más desafiante si se conoce el papel de la agricultura como una de las pocas actividades humanas imposibles de interrumpir. La razón es sencilla: la agricultura es vital para sostener la vida humana.
Tan solo en Costa Rica, con base en el último Censo Agropecuario del 2014, existen 93 017 fincas. De ellas, el 71,5 % se dedica a la actividad agrícola y el 28,5% al ganado vacuno. El aporte de estas zonas es crucial tanto para la alimentación interna del país como para la exportación.
Por lo tanto, si se cuestiona el gran responsable de la deforestación, la escasez de agua y el agotamiento del suelo, la agricultura no tiene la culpa, sino el modelo implementado. Este sistema, que a su vez depende de un alto consumo energético, también provocó una pérdida de biodiversidad alarmante, así como una amplia resistencia microbiana a plagas y enfermedades.
“El modelo actual tiene enormes problemas y está colapsando. Hay dos situaciones que no van a desaparecer. El primero, es que es insostenible a nivel ecológico y, el segundo, es que no puede ser usado por todos los agricultores porque es insumo dependiente; es decir, requiere la compra constante de pesticidas, herbicidas, fungicidas e insecticidas para producir. ¿Qué se necesita? Hacer una revolución total”, aseguró Sarandón.
Si la advertencia de la FAO se vuelve una realidad, el desabastecimiento por alimentos originará una inseguridad alimentaria que llevará al inevitable deterioro de la salud mundial.
De acuerdo con Michael Latham, profesor de la Universidad de Cornell, Estados Unidos, la mayoría de las enfermedades crónicas no transmisibles como la arteriosclerosis, la hipertensión, la diabetes y algunas enfermedades hepáticas, entre otras, son producto de factores nutricionales. En otras palabras, la aparición de esos padecimientos podrían evitarse con alimentos saludables que provienen, esencialmente, de la agricultura.
Pero ese factor no sería el único. Adicional a lo anterior, la salud del suelo define en gran medida el contenido nutricional de los alimentos.
La Dra. Marcela Dumani Echandi, nutricionista de la Universidad de Costa Rica (UCR), explicó que en la cadena agroalimentaria hay una serie de componentes que inciden en el valor nutricional, de manera tal que, así como los alimentos son los vehículos para obtener nutrientes, también lo son para que ingresen al cuerpo sustancias que le han sido agregadas como, por ejemplo, los agroquímicos.
“Debemos evaluar si el sistema que tenemos ahora nos favorece. Según la FAO, solo 12 alimentos vegetales contribuyen al 75% del consumo global de calorías. Esta reducción, que ha sido el resultado de seleccionar aquellos más productivos, no solo ha disminuido la variedad de adquisición de nutrientes, sino también la variedad de la dieta, lo que nos somete a una fragilidad nutricional bastante grande. A esto hay que añadirle el uso de ciertos agroquímicos que alteran el metabolismo de las plantas. Dichos componentes pueden llevarlas a producir algunos elementos que restan a su valor nutricional”, comentó Dumani.
¿Qué se debe hacer ahora? Para Sarandón es más que evidente: reemplazar el modelo existente. En este sentido la agroecología, un campo que busca disminuir la emisión de residuos, la dependencia de insumos externos y aumentar el aprovechamiento de los procesos naturales, es una opción que cada vez cobra más relevancia.
“Todos los problemas de desforestación y de agotamiento del suelo no son derivados de haber aplicado mal la tecnología, sino de implementar un modelo equivocado. Es hora de buscar una agricultura sostenible que dure en el tiempo, que contemple objetivos económicos y productivos, pero a su vez socioculturales y ambientales”, afirmó Sarandón.
El especialista argentino enfatizó otro componente vital que merece ser protegido: lo silvestre. Según el experto, en los últimos años ha predominado el estigma de lo silvestre como lo inservible. Sin embargo, hoy su aporte es incuestionable.
Lo silvestre constituye un reservorio con una diversidad biológica invaluable. Su existencia aporta al ciclo de nutrientes, la descomposición de la materia orgánica, el mantenimiento de la fertilidad de los suelos, la regulación de las plagas, la polinización, el ciclo hidrológico, el control de la erosión, así como la protección de la flora y la fauna.
“Con la agrobiodiversidad, que es toda la diversidad que están en los sistemas agropecuarios que incluye lo cultivado y lo silvestre, si está bien ensamblado puede regular las plagas y las enfermedades. ¿Cuánto cuesta? Nada. Ahora lo que se necesita es aprender. Si dejamos la agricultura en manos de los empresarios, que buscan ganar dinero, seguiremos con un modelo que genera serios problemas ecológicos y hasta nutricionales en alimentos que, además de ser limitados, corren el riesgo de estar contaminados con pesticidas”, dijo Sarandón.
El cambio es urgente. La nutrición empieza desde el suelo y, si el ambiente se altera, también lo hará la dieta. La Dra. Dumani explicó que si no existe la variedad suficiente, adecuada y equilibrada; la salud física, mental, así como la productividad y los procesos de aprendizaje se verán debilitados.
“Los costos que estamos teniendo de no ver el sistema agroalimentario como fundamental para la sostenibilidad de la vida, y de la sociedad, es muy elevado. La alimentación es la necesidad más apremiante de los seres humanos. Por eso, como dijo el antiguo relator al derecho humano a la alimentación, De Schutter, es importante que esa actividad alimentaria retorne a pensar en la nutrición y que deje de pensar exclusivamente en la producción”, destacó Dumani.
Además del enfoque agroecológico, que constituye para algunos académicos como la única esperanza ante un desalentador panorama, la Dra. Dumani también propone dietas sostenibles, entendidas como de bajo impacto ambiental que contribuyen a la seguridad alimentaria y nutricional para las generaciones presentes y futuras. De igual forma, plantea cadenas cortas de comercialización para incidir en la obtención de una diversidad adecuada.
El tema de la agroecología se desarrolló en el marco de la Semana de la Nutrición 2019. En la coordinación participaron: la Escuela de Nutrición, la Facultad de Agronomía, el Programa Estado de la Nación, la Finca Experimental Interdisciplinaria de Modelos Agroecológicos, el Centro Nacional Especializado en Agricultura Orgánica del Instituto Nacional de Aprendizaje, el Mercadito Azul, la Red de Agroecología, la Comisión Institucional de Seguridad Alimentaria y Nutricional de la UCR, la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional y el Frente Parlamentario contra el hambre y la malnutrición.
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