En términos económicos, los monos son una de las principales atracciones de los parques nacionales Manuel Antonio y Cahuita. Los turistas extranjeros viajan cientos de kilómetros a Costa Rica para observarlos, y los nacionales también se sienten cautivados por estos primates.
La interacción con los humanos ha derivado -según los científicos- en una serie de situaciones perjudiciales para los monos, cuyas poblaciones se han visto diezmadas tanto en su abundancia como en su distribución.
La pérdida y fragmentación del hábitat, la urbanización y la tala de los bosques ponen en peligro la conservación de estos mamíferos. Se han hecho proyecciones sobre la cantidad existente, ya que es imposible contar con un censo nacional.
En el 2009, se calculó en 104 000 la cantidad de especímenes restantes de las cuatro especies que habitan el territorio nacional.
En Costa Rica existen cuatro especies de monos: congo o aullador, carablanca, tití o ardilla y araña o colorado. De estas, los que peor están son los araña, debido a que han sido muy utilizados para consumo humano y como mascotas.
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“En zonas donde tradicionalmente los pobladores decían que abundaban tropas de monos, ahora manifiestan que tienen hasta cinco años de no ver ninguno”, expresó Gustavo Gutiérrez Espeleta, genetista e investigador de la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica (UCR).
A criterio de Ronald Sánchez Porras, biólogo e investigador de la Sede de Occidente de la UCR, en ciertos lugares algunas especies han podido recuperar el número de individuos.
Un ejemplo de esto es Tamarindo, en Guanacaste, donde las poblaciones de monos se han recuperado gracias a que el proceso de construcción se desaceleró, producto de la contracción económica del 2008 en Estados Unidos. Desde el punto de vista genético, existe muy poca variabilidad, “casi todos los individuos son homogéneos”, explicó Gutiérrez, lo que lo lleva a considerar que los primates están en estado crítico de conservación.
La fragmentación del hábitat causa una disminución en la cantidad de monos y aumenta la probabilidad de endogamia, es decir, la posibilidad de que un individuo se cruce con otros emparentados con él y se produzca una combinación de los mismos genes.
También puede ocurrir que debido a la deriva genética se pierdan los rasgos menos frecuentes, los cuales podrían ayudar a la diversidad genética de los grupos.
“Ese acervo genético se va atrofiando y lleva a la extinción a largo plazo. La idea es que los genes fluyan entre distintos grupos y haya un intercambio de estos”, añadió Sánchez.
Por otro lado, con la fragmentación de los bosques también se pierde la conectividad entre las áreas, aspecto fundamental para el desplazamiento de las tropas. “La deforestación, con o sin permiso, sigue siendo un problema, porque le cortamos el movimiento a los monos”, advirtió el investigador.
El desplazamiento también es importante para la alimentación, pues existen ciertos árboles que son claves para su dieta, como por ejemplo los higuerones. Ellos los buscan y saben en qué momento del año tienen flores, frutos u hojas tiernas.
La salud de los primates también constituye una preocupación para los científicos, quienes a lo largo de los años han identificado diversas enfermedades y parásitos, que ponen en riesgo la supervivencia de estos animales.
El Parque Nacional Manuel Antonio es un caso de estudio y ejemplo de las interacciones negativas entre la fauna silvestre.
Grace Wong Reyes y su colega Laura Porras Murillo, investigadoras del Instituto Internacional en Conservación y Manejo de Vida Silvestre (Icomvis), de la Universidad Nacional (UNA), han detectado 16 tipos de interacciones de la gente con los animales, muchas de ellas negativas y prohibidas.
Las relaciones con la fauna silvestre deben ser neutras; es decir, que los visitantes de los parques nacionales o áreas protegidas disfruten únicamente de observar la fauna silvestre. Pero en la vida real no ocurre así. La gente se acerca a los animales, los toca y hasta los alimenta.
Por ejemplo, en el Parque Manuel Antonio los monos carablanca se han convertido en ‘ladrones’ de la comida de los visitantes y la prefieren antes que a la comida natural. “Ellos han aprendido a que es más fácil alimentarse con la comida que los turistas les ofrecen para que los animales se acerquen y así poderse tomar fotografías”, indicó Wong.
Los médicos veterinarios han señalado que a los primates les ocurre algo parecido a los seres humanos cuando consumen comida chatarra: se les incrementa el nivel de grasa en el hígado y se les llenan los dientes de caries por los dulces.
“Hemos visto que los animales cambian el comportamiento y los hábitos alimentarios. Por ejemplo, en una tropa de monos las hembras protegen a las crías y tienden a adentrarse en el bosque si perciben la presencia humana. No obstante, ahora las hembras dejan a sus crías para conseguir comida que le proporcionan los turistas.
Este comportamiento lo aprenden los más pequeños”, añadió la investigadora.
A los animales también se les han encontrado parásitos que pueden afectar su salud.
Para Gustavo Gutiérrez, es urgente pensar en estrategias de conservación y protección de la vida silvestre, en este caso de los monos, lo cual no es fácil porque se requiere voluntad política y recursos económicos.
La creación de corredores biológicos y la protección de las cuencas hidrográficas para establecer la conectividad necesaria, favorecería el crecimiento de las poblaciones y que así se produzcan cruces de individuos entre distintas tropas, según expresó Sánchez.
Finalmente, Wong insiste en fomentar la educación ambiental para que la gente dé mayor importancia a la conservación de los monos y tome conciencia acerca de los servicios ambientales que brindan, entre estos el control de insectos y la dispersión de semilla y su valor para el turismo.
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