Ocho niños sordos del Centro Nacional de Educación Especial Fernando Centeno Güell son los bailarines protagonistas de la coreografía El ladrón de diamantes, un muy particular montaje de Danza Universitaria. La obra fue dirigida por Gustavo Hernández y puesta en escena en el 2017 con bailarines profesionales y los niños.
Semanas atrás los niños y sus familias, junto con el director Hernández y otros colaboradores de este proyecto, presentaron en la UCR el documental Baile en silencio. En tal audiovisual, se hace un recorrido por las diferentes etapas desarrolladas para lograr concretar esta obra, la cual muestra de manera inobjetable que las personas con discapacidad auditiva sí son capaces de bailar.
La puesta en escena, El ladrón de diamantes, surgió del taller universitario "Mi cuerpo, mi voz", un proyecto inscrito por Gustavo Hernández en los Fondos Concursables de la Vicerrectoría de Acción Social de la Universidad de Costa Rica, cuyo objetivo fue hacer un aporte al Departamento de Audición y Lenguaje del Centro Nacional de Educación Especial Fernando Centeno Güell.
Fueron necesarios seis meses en los cuales los niños y el coreógrafo Hernández, junto con los bailarines profesionales de Danza U, trabajaron muy fuerte para construir así una obra llena de sensibilidad y empatía actitudinal para comprender al otro.
Se trabajó, en primera instancia, por medio de talleres solo para los niños y, en un segundo momento, en el montaje con la participación de los ocho niños: Isabella Valverde Fernández, Dalay Sánchez Torres, Dylan Chinchilla Moya, Henry Mendiola Padilla, Sofía García Mora, Norman Domínguez, Pamela Fallas Guzmán, Daniel Silva Méndez.
Para el coreógrafo Hernández, este especial montaje es una prueba fiel de que la discapacidad auditiva u otras condiciones de discapacidad no son por sí mismas una limitante para vivir y participar de las diferentes manifestaciones artísticas, las cuales posibilitan a personas con discapacidad satisfacer sus necesidades de expresión.
Por ello, reafirma Hernández, las prácticas artísticas de este tipo deben incluirse en el sistema de educación formal de la niñez. Además, se debe tener la meta de que el arte sea verdaderamente inclusivo y que transforme a las personas, tal y como esta obra logró una transformación en los niños protagonistas, en sus familias y en el público que asistió a las presentaciones.
Al respecto, afirma Hernández, no es cierto que las personas sordas no pueden bailar. Ellas sienten las vibraciones de la música con todo su cuerpo. En El ladrón de diamantes, estos ocho estudiantes del Centro Nacional de Educación Especial Fernando Centeno Güell dan una prueba irrefutable de ello.
Durante la presentación del documental sobre cómo se realizó el montaje de la obra, los niños y sus familias intercambiaron sus vivencias y aprendizajes con el público asistente. Un elemento coincidente en ese intercambio fue el reclamo de que más organizaciones públicas y de la sociedad civil abran espacios para proyectos similares a este de la UCR.
Desde el arte también se puede trabajar y luchar en pro de una sociedad y una convivencia realmente inclusivas, que generen oportunidades de aprendizaje y crecimiento humanista para las personas con discapacidad; así como una oportunidad de entendimiento para quienes no tienen ninguna condición de discapacidad.