Hace más de un siglo llegaron a Costa Rica. Era 1897 y estudiar arte era una novedad, tanto que al fundar la Escuela Nacional de Bellas Artes fue necesario importar materiales, esculturas y hasta profesores. Desde Guayaquil llegó el maestro español Tomás Povedano a dar clases y desde París trajeron una colección de esculturas y dibujos para las lecciones.
Con esa colección de ilustraciones se formaron como artistas decenas de generaciones y fue parte de la mudanza cuando la Escuela Nacional pasó a ser parte de la Universidad de Costa Rica.
Tantos años de uso, la manipulación por miles de manos, la humedad de los archivos, los microorganismos, y hasta el insecto conocido como “pececillo de plata”, estuvieron a punto de acabar con el tesoro.
Salomón Chaves es profesor de la Escuela de Artes Plásticas. Cuando tuvo la oportunidad de salir del país para cursar su posgrado, combinó el doctorado con estudios en restauración de arte en papel, una carrera que no se ofrece en Centroamérica. Al regresar a la UCR, puso su formación al servicio de la institución y de ahí surgió el proyecto que está a diez dibujos de finalizar.
-¿Qué es lo más difícil de hacer un trabajo como este?
-Más bien la pregunta es ¿qué no es difícil? -explica Chaves-. La humedad es terrible, sobre todo cuando están infestadas de hongos. El hongo es como una semilla que crece cuando tiene las condiciones adecuadas.
Al iniciar el trabajo, además de los hongos que efectivamente habían germinado, se encontró con que los dibujos habían sido pegados en cartón y que las condiciones de almacenamiento a lo largo de las décadas no habían sido las más óptimas.
Solo separar las obras originales del cartón tomó dos años, y era el comienzo. “El papel estaba muy sucio, entonces hubo que bañarlo con una serie de reactivos”, explica Chaves. “Con el proceso correcto el papel es lavable, pero se hacen por lo menos cuatro lavados”, detalla.
Secar las obras es una labor más compleja: se trata de un proceso manual que puede durar hasta una semana y en el que cada hora hay que cambiar el papel secante. “Una obra mojada es vulnerable a todo. Se llena de hongos de un día para otro”, advierte el experto.
Rescatar parte de la historia del arte costarricense fue una labor tan complicada que incluso contó con la ayuda de profesionales en química y física. “Estas alianzas no son comunes”, destaca Chaves como cabeza de la iniciativa. “Eso ayuda para hacer análisis y mediciones. No era obligado, pero de manera natural salió un proyecto interdisciplinario”, agrega. De la Escuela de Bellas Artes, por su parte, llegaron más de diez asistentes cuya característica principal era la paciencia. Cualquier movimiento brusco podía destrozar obras centenarias y es por eso que la motora fina era indispensable.
La recuperación de cada lámina, en promedio, tomó 30 horas para el equipo.
Además de la fragilidad de las obras, su restauración trajo nuevos retos; y el más esencial de todos lo pusieron las condiciones del país: muchas de las técnicas de conservación y las investigaciones existentes estaban diseñadas para otro clima.
Eso implicó, entre otras cosas, tener que adaptar el espacio de trabajo y hasta terminar inventando herramientas para lograr los objetivos del trabajo.
En una próxima etapa, la investigación se encargará de poner al alcance de las demás personas los avances logrados en la técnica y sus adaptaciones, de manera que esta pueda ser replicada y más obras se puedan recuperar. “Es que el patrimonio se puede morir”, advierte Chaves.
A este momento, cada obra ha sido escaneada por equipo de alta tecnología que no entra en contacto con ella ni le genera radiaciones de luz que también la impactarían. Así, de manera virtual, el archivo de dibujo ha quedado listo para seguir formando artistas por varias generaciones más.
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