Federico Morice Rodríguez es de Puntarenas o "el Puerto”, una ciudad costera en el Pacífico de Costa Rica. Él estuvo en todas partes mientras crecía; vivió un tiempo en San José, la capital, e incluso en San Diego, California. Gracias a su esfuerzo y a que siempre siguió su curiosidad sin importar dónde estaba, su vida tomó un rumbo que nunca imaginó. Actualmente, se le suele encontrar a 500 kilómetros de distancia de la costa del Pacífico costarricense y hasta a 450 metros bajo el nivel del mar.
Cuando era niño, el travieso Morice tomaba la motocicleta de su hermana y los tractores de su padre para aventurarse y sentir la adrenalina de los motores. Además, le encantaba construir, desmontar, reparar y comprender la mecánica de todos los aparatos.
“Iba al taller donde estaban la maquinaria y los mecánicos. Ahí, pasaba horas y horas ayudándolos. Cuando estaban haciendo algo relacionado con la electricidad, me quedaba con ellos hasta el amanecer y, según yo, era electricista”, dijo Morice.
Después del colegio, se matriculó en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), donde tomó cursos de buceo, pesca deportiva, embarco y mecánica naval. Justo después solicitó trabajo en UnderSea Hunter, una compañía operadora de viajes turísticos y científicos al Parque Nacional Isla del Coco (PNIC). Él quería trabajar ahí para estar cerca de las modernas embarcaciones de la empresa y lo logró: primero, contratado para mantenimiento, luego, como asistente de maquinista, una labor más relacionada con lo que realmente le gustaba.
Para entonces, vio el objeto que cambiaría su curso: un submarino translúcido llamado DeepSee, similar a una burbuja, con un color que recuerda al Yellow Submarine. Asombrado al verlo, se acercó y prestó atención a lo que hacían los mecánicos con el sumergible y, entonces, comenzó a preguntar todo lo que se le ocurría sobre el aparato. “Fede” mejor pidió el manual del DeepSee para leerlo; aunque no entendía por completo inglés, se ayudó con un diccionario, así podría realizar preguntas más elaboradas e impresionar a su jefe. Él estaba motivado porque sabía que necesitaban un nuevo piloto para el submarino. ¡Y lo consiguió! Fue el elegido para ser entrenado como piloto del DeepSee. El entrenamiento duró siete rudos meses, porque la operación requiere un protocolo riguroso y, además, Morice es muy curioso e hiperactivo, lo cual a veces le causó problemas.
Durante su primer buceo sin supervisión del jefe, fue desafiado por fuertes corrientes submarinas, esto lo obligó a abortar la misión y a emerger a la superficie sin problemas. “A veces es un poco complicado si las condiciones cambian. A veces llegás y nada se mueve, lindísimo, qué felicidad; pero en ocasiones, hay que buscar un lugar estratégico, cubrirse con una roca y ahí uno espanta a los pobres pececillos”, explicó Morice. Ahora, tras 430 inmersiones en el DeepSee, él es un experto y también es una persona más consciente de la importancia de la investigación y la conservación del océano. Federico ha visto criaturas extrañas y misteriosos fenómenos naturales en aguas nacionales e internacionales, algunos únicos en la Isla del Coco, pero también es testigo de la contaminación por latas de cerveza, plástico y líneas de pesca en sitios remotos y profundos.
Fede ha manejado el submarino para tomadores de decisiones gubernamentales, turistas de todo el mundo, estudiantes y científicos; esto hace que su trabajo sea emocionante y conmovedor, al ver tantas reacciones de asombro, incluso lágrimas de alegría, de personas que se encuentran en una experiencia única, inmersas en ese azul vibrante donde comenzó la vida. Tal vez es la experiencia más cercana a estar en el espacio exterior.
Los viajes favoritos de Morice son las expediciones científicas, porque es en ellos cuando aprende más. Él se ha aventurado en el mar incluso con científicos icónicos como Sylvia Earle y Enric Sala, ambos exploradores de National Geographic. Además, la empresa UnderSea Hunter tiene un acuerdo con el Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar) de la Universidad de Costa Rica (UCR), donde trabajan Jorge Cortés y Odalisca Breedy, biólogos marinos y profesores de esta institución. Ellos son los investigadores principales de las exploraciones profundas con el DeepSee y, con frecuencia, compañeros de aventura de Federico.
“El submarino nos abrió una ventana de hasta 400 metros de profundidad en el PNIC”, explicó Jorge Cortés. Con el apoyo de estudiantes y asistentes, el Cimar ha publicado numerosos artículos científicos sobre los organismos y fenómenos que se observan en lo profundo. Actualmente, se encuentran estudiando peces, corales, equinodermos y moluscos de profundidad. Además, han levantado listas de especies de diferentes grupos taxonómicos, algunas nunca antes reportadas en aguas profundas; esto implica el aumento de los registros sobre la biodiversidad en Costa Rica.
También se realizó una publicación sobre la presencia de basura en aguas profundas. “Hay muchísimo por hacer, Costa Rica es 92 % mar, pero hay que estudiar mucho. Estas investigaciones dan a conocer al país y, por eso, mucha gente viene a la Isla del Coco, hay publicaciones que indican que son sitios bastante sanos”, explicó don Jorge.
Así, el piloto de submarino, Morice, aporta a la ciencia y al país. “Cuando yo hago recolecta para Cortés y Breedy, voy esperando encontrar una nueva especie o algo endémico de la Isla, voy feliz. Siempre que veo algo que no he visto, le pongo la cámara”, comentó Federico.
Hablar con Federico genera emoción y admiración, no solo porque habla de sombras submarinas misteriosas y de nuevas especies extrañas, sino también porque es un narrador encantador y entusiasta. Mientras contaba sus anécdotas hizo sonidos, actuaciones e imitó voces. Fue emocionante, porque rara vez somos lo suficientemente valientes para seguir nuestra curiosidad o pasión, como lo hizo Federico.
Además, a pesar de los sacrificios de su trabajo, el cual implica estar lejos de casa, su familia, sus pasatiempos y alejado de nuevas prácticas que quiere aprender, él continúa trabajando duro y mantiene vivo al niño interior. Fede realiza dos viajes al mes a la Isla del Coco, de diez días cada uno y solo tiene dos días libres en tierra entre cada viaje.
Cuando se le pregunta sobre el futuro, Fede no tiene una respuesta precisa sobre sus planes. Tal vez dentro de unos años escucharemos a este fan de Metallica y aprendiz de bajo en una banda de rock. O, tal vez, lo veremos explorar la profundidad del cielo en un avión ultraligero. Tal vez, incluso, podamos verlo más domingos comiendo un churchill con su sobrino en el Puerto.
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