Siendo adolescente, Jesús Bonilla llegó a la capital para perfeccionar la vocación musical que mostró desde sus primeros años de vida en Guanacaste.
Su pasión se tradujo en un talento incomparable para la interpretación de diversos instrumentos, pero sobre todo para la composición.
“Él tenía el don del oído absoluto y eso es algo que no tiene cualquiera”, recuerda su hija Jenny Bonilla. “Los compositores casi siempre se apoyan del piano, pero él pasaba las ideas directamente del cerebro al pentagrama”, agrega.
Algunas de sus obras se han convertido en emblemas de la cultura nacional y se enseñan desde la edad escolar.
El Himno a la Anexión de Guanacaste, Pampa y Luna Liberiana son parte de la herencia del músico.
Aunque creaciones suyas llegaron incluso a ser interpretadas por Plácido Domingo, el país seguía teniendo una deuda con Bonilla.
Además de componer himnos escolares y acercarse al folklore, Jesús Bonilla fue pionero de la música clásica, llegando a ser director de la Orquesta Sinfónica Nacional en la década de 1950.
Después de esa experiencia emprendió uno de los proyectos más complejos que puede emprender un compositor: crear una sinfonía.
La labor consumió dos décadas y estuvo lista en 1984. El resultado fue una sinfonía para orquesta y coro a la que decisiones políticas y trabas burocráticas condenaron al archivo.
“El autor, pese a visitar muchas de las instituciones musicales nacionales por más de veinte años, no recibió más que negativas para su estreno, dolor que el maestro Bonilla llevaría hasta la tumba, ya que no tuvo oportunidad de escuchar su estreno”, explica el músico Jorge Siliézar.
La familia de Bonilla, por su parte, destaca que nunca se dimensionó la magnitud de la obra. “Estamos hablando de la obra más importante de un músico, pero él no pudo cumplir el sueño de escucharla interpretada”, lamenta su hija.
Tras más de treinta años engavetada, la Sinfonía Coral de Jesús Bonilla por fin pasó del papel a los oídos del público.
En el marco del Festival de la Regionalización Universitaria, la Orquesta Sinfónica del Mar (OSM) de la Sede del Pacífico de la UCR, bajo la dirección de Jorge Siliézar, interpretó por primera vez la obra cumbre de uno de los compositores más importantes del país.
“Los jóvenes abrazan la sinfonía no con la apatía de las generaciones previas, la abrazan con un profundo respeto, con deseos de expresar aquellos sentimientos que surgen de las diversas melodías”, expresó el director de la agrupación.
De la mano de los coros del Grupo Mutual y el Colegio de Licenciados y Profesores (COLYPRO) con el liderazgo de Susan Wilson, la OSM cumplió el objetivo visibilizar el talento costarricense no solo en la ejecución sino en la creación musical.
“Poco a poco los jóvenes se impregnan de esa energía de cambio y aprenden a valorar la creación, la investigación y la propuesta artística nacional y latinoamericana. Podemos soñar con un país que persigue el crecimiento de sus propuestas artísticas propias”, celebró Siliézar.
Una obra que se consideró de alta dificultad para su interpretación y que en al menos dos ocasiones fue rechazada para incluirse en el repertorio de la Orquesta Sinfónica Nacional por fin tomó un escenario.
“Esto va a ser una lección para que se valore más a los compositores costarricenses”, afirma Jenny Bonilla.
El proceso requirió año y medio para el traslado del manuscrito original a partituras digitales según los nuevos estándares musicales y unos meses más para los arreglos respectivos.
“La Orquesta Sinfónica del Mar son puros muchachos pero con grandes fundamento musicales. Verlos interpretando esta obra es realmente un honor”, consideró la hija de Jesús Bonilla al ver cumplido el sueño de su padre, aunque fuera de manera póstuma.
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