Randy Newman suma casi medio siglo de trayectoria musicalizando películas. Acumula veinte nominaciones al Oscar, ganándolo en dos ocasiones (por las canciones originales de Monsters Inc y Toy Story 3).
Gracias a una oportunidad que le dio la Universidad del Sur de California, Carlos Rafael Rivera recibió una mentoría con Newman y, luego de verlo trabajando, una duda lo embargó: ¿por qué alguien del calibre de ese compositor aceptaba correcciones de los directores de las películas?
Rivera, que nunca había valorado una carrera en la industria del cine, empezó entonces a descubrir el papel de los músicos en la producción audiovisual. Se empezó a familiarizar con el trabajo en equipo, con los plazos cortos de trabajos y con muchas otras particularidades, hasta que terminó él mismo convertido en un músico cinematográfico.
Su currículum incluye canciones en “Crash” y “Dragonfly”, la banda sonora de “A walk among the Tombstones” y la de la serie de Netflix “Godless”, su obra favorita.
Para compartir sus experiencias, analizar algunas de sus producciones e interactuar con los estudiantes de la Cátedra de Composición, la Universidad de Costa Rica recibió a Rivera durante los primeros días de mayo.
-¿Cuál es el rol de la música dentro de la producción audiovisual?
“Ayudar a contar el cuento de la mejor manera posible”, sintetiza Rivera. “Enfatiza lo que el diálogo no puede hacer, y es un nivel secundario de conversación que ayuda a la psicología de los personajes y nos ayuda a conectar más con la historia”, agrega.
El desafío, en términos generales, es hacer que la historia se sienta real.
“La comedia por ejemplo no es ponerle música chistosa, sino hacer que suene real. Mientras más fantasía haya en la historia, más música requiere. Una película como Star Wars necesita 118 de sus 120 minutos con música”, analiza. Según su planteamiento, en casos como la animación, donde todo es falso, la música llega a ser necesaria en el 100% de la película.
Siguiendo el ejemplo de Star Wars, Rivera explica cómo la audiencia identifica la bondad o la maldad de un personaje según la música que lo acompaña. Destaca también cómo las melodías llegan a convertirse en parte de los escenarios, lo que ayuda a los espectadores a trasladarse a los lugares reales o imaginarios donde se desarrolla la escena. Todo esto, recalca, debe darse de una manera natural, sin que el público haga esa relación de manera consciente. “Ahí es cuando encontramos una buena música”, explica.
-¿Puede haber una película sin banda sonora?
-Es increíble. Luce bien pero suena como un video hecho en la casa y así uno no siente la actuación. Se nota lo falso.
Más que una labor solitaria, Rivera define la creación de una banda sonora como una labor de equipo. Las condiciones en que esta es materializada así lo demandan.
Finalizada la producción del filme, se otorga un plazo de entre uno y dos meses para crear un ritmo que, combinado con los diálogos, los gestos y hasta los silencios, ayude a contar una historia tal y como fue concebida.
“Uno no solo tira música, sino que tiene que considerar otros elementos. Hay que trabajar también con los efectos de sonido, los efectos especiales, los diálogos”, explica.
La principal coordinación en todo el proceso se da con la dirección de la película.
Traducir en música lo imaginado desde la concepción de la película es una tarea compleja.
“A veces hay que hacer 15 o 20 versiones de la misma toma y no tiene nada que ver con lo que uno comenzó haciendo”, narra Rivera. “El director todo tiene que aprobarlo”, sentencia.
A pesar del paso del tiempo y sus logros, Rivera sigue encontrando oportunidades de mejora en su trabajo. “Cuando uno ve la película siempre quiere volver el tiempo y mejorar algo”, señala.
Reconoce que está en un mercado complejo, donde se trabaja con muchas personas y con tiempos de entrega extremos.
“Uno no considera que es parte de un proyecto hasta que el crédito corre y está el nombre de uno, porque uno es sustituible en cualquier momento, aun cuando ya estaba hecho su trabajo”, ironiza.
De origen guatemalteco, nacido en Estados Unidos y criado en Costa Rica y Panamá, Rivera no imaginó las oportunidades que le iba a dar la música y las consecuencias que iba a tener la mentoría de Randy Newman.
“Yo esperaba que una persona como él me dedicara quince minutos de su vida y solo la primera reunión fueron más de dos horas”, recuerda.
Esos primeros encuentros se convirtieron en una carrera que ahora cumple dos décadas.