Como parte de la conmemoración del centenario de la Reforma de Córdoba, el Dr. Boaventura de Sousa Santos ofreció una conferencia en el Teatro Popular Melico Salazar, que organizó la Universidad de Costa Rica (UCR), en la que hizo un profundo análisis sobre la manera en la que debe entenderse, en el momento actual, el manifiesto que se firmó en 1918, y cómo realizar una democratización de alta intensidad en las universidades públicas.
Para de Sousa, esta democratización consiste en desmercantilizarla, descolonizarla y despatriarcalizarla, diferentes tareas que hay que hacer y que deben darse con luchas distintas, pero de manera articulada.
Una universidad cuando empieza a descolonizarse debe rever su historia, debe entender que no hay un solo conocimiento válido, si no múltiples conocimientos de múltiples fuentes. Deben verse como espacios polifónicos donde hay variedad de voces con una coexistencia muy fuerte, para transformarse en “pluriversidad”.
No obstante, el embate del neoliberalismo será muy fuerte y para llegar a ese punto se tienen que buscar alianzas, pues el Estado dejó de ser un aliado de las universidades públicas.
“Las universidades tienen que buscar alianzas alternativas, y no es arriba, es abajo”. Tienen que demostrar que son espacios distintos, que no es ahora por oportunismo o por sobrevivencia que se buscan estas alianzas, si no que han entendido que su misión está en trabajar para la emancipación social, ya no de la clase media, sino de las personas más pobres, de los pueblos afrodescendientes y de los indígenas, lo que significa un proceso mucho más amplio, pues es ahí donde está su vocación.
¿Cuál es el contexto que nos obliga a pensar bien y a celebrar con mucha fuerza este manifiesto y este centenario?, preguntó el sociólogo portugués. Su respuesta fue enfática en destacar varios puntos, de lo que él llamó el “contexto brutal de nuestro tiempo”.
Así, explicó que el Estado ha sido reconfigurado para servirse de los intereses del capitalismo, del colonialismo y del patriarcado. Señaló, además, que el Estado es un campo de disputa lleno de contradicciones, y esas contradicciones han sido históricamente las luchas por el bien común.
Otro proceso del que habló fue el vaciamiento de la democracia, que se da cuando lo que antes era inversión ahora se ve como gasto.
“Cuando se destruyen o erosionan los derechos sociales y económicos, emerge lo que hoy llamo fascismo social. Las sociedades son políticamente democráticas, pero son socialmente fascistas”, sentenció.
Agregó que hoy en día existe la recolonización de la diferencia. El racismo, la xenofobia, la islamofobia son nuevas formas de colonialismo que están ampliamente instauradas en la sociedad actual.
“Vivimos en sociedades donde la dominación tiene tres cabezas: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y ellas están bien articuladas; nuestro drama es que la resistencia sigue fragmentada”.
Desde hace 30 años, cuando el neoliberalismo empezó con fuerza, la universidad pública comenzó a ser atacada y se convirtió en el gran blanco de los gobiernos conservadores. Esto sucede porque las universidades han sido históricamente el centro de la producción del pensamiento libre, crítico e independiente, y de la construcción de un proyecto nacional, aspectos que hoy no caben dentro del proyecto neoliberal.
Según de Sousa, este ataque se ha expresado en tres fases distintas. La primera, cuando se le pide a las universidades producir lo que el mercado exige. En segunda instancia, cuando se propone que la universidad sea ella misma un mercado y surgen los rankings, herramientas fundamentales para mercantilizarla. Por último, la fase en que se encuentran actualmente muchas universidades, en que la institución debe ser gobernada como una empresa y se aboga por eliminar la gratuidad.
“¿Podemos defenderla con base solamente en el Manifiesto de Córdoba? Es un instrumento brutal, es un patrimonio fundamental como mayo del 68, pero tendremos que ir más allá”, recalcó.
“LOS DOLORES QUE QUEDAN SON LAS LIBERTADES QUE FALTAN”: Manifiesto de la Universidad de Costa Rica en el contexto de conmemoración de los 100 años de la Reforma de Córdoba
San José, 24 de abril 2018
Nos encontramos en la antesala de la conmemoración de los 100 años del Manifiesto de Córdoba, proclamado por la juventud estudiantil cordobesa, en Argentina, el 21 de junio del 1918. Aquella revuelta estudiantil inspiró todo un movimiento de transformación de las estructuras y del concepto mismo de universidad en América Latina y el mundo, hasta entonces controladas por las oligarquías y el clero.
El movimiento estudiantil de la época, cansado de ver cómo su casa de estudios era dominada por el dogmatismo religioso y por una jerarquía autoritaria y excluyente, luchó por una mayor participación en la toma de decisiones, el mejoramiento académico, la libertad de cátedra y el respeto a la diversidad de credos, pensamientos y tendencias científicas y filosóficas. Hace 100 años, las y los estudiantes, que hoy nos empeñamos en recordar, marcaron el camino de la libertad y el sueño. Esta lucha estudiantil gestó un gran impacto sociocultural y político que definió, a la vez, un perfil de universidad latinoamericana.
De acuerdo con la perspectiva de esta novedosa reforma, las universidades no podían seguir siendo claustros “donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaran la cátedra que las dictara”. Había que escoger entre la universidad de las élites y la universidad de la autonomía, la libertad de cátedra y el cogobierno estudiantil. Pero, aunque la Reforma de Córdoba significó un gran avance, todavía hoy podemos decir que “los dolores que quedan son las libertades que faltan”. Mientras algunos sectores poderosos de la sociedad le continúan reclamando a la universidad que se comporte como una vieja “torre de marfil”, esa entidad señera, depositaria y reproductora del saber que se vierte hacia las comunidades, henos aquí, por nuestra parte, queriendo recoger, 100 años después, aquella estafeta del cambio y la transformación, de la renovación y la lucha.
Es cierto que la universidad presenta internamente las características de la sociedad que la cobija: sus mismos grupos sociales, sus conflictos, su estructura, sus diversas ideologías, sus procesos, sus virtudes y sus defectos, sus objetivos y sus fines. Sin embargo, eso no nos exime de adoptar una mirada crítica; por el contrario, el bien común se nos torna hoy, como nunca antes, el camino y una tarea obligatorios. No le corresponde a la universidad cambiar unilateralmente a las comunidades; dado que la universidad y las personas que la conforman son parte intrínseca de la realidad que miran y desean transformar, su mirada y su acción han de ser horizontales, de respeto, de igualdad y de humildad. Las comunidades, y sobre todo los sectores más desposeídos, deben ser el espejo en el que la universidad se mire, así se torne doloroso reconocernos en el reflejo. La universidad ha de ayudar, en consecuencia, en la interpretación de los sentimientos y necesidades de los más diversos grupos sociales, pero especialmente de los excluidos, y, de esa manera, contribuir a su desarrollo, no solo material, sino también espiritual y humano.
Tenemos la obligación de hacer que nuestros sueños no sean solo nuestros, también tenemos que aprender a hacer propios los sueños de los otros. ¡Qué no quede conocimiento sin reconocimiento dentro de las universidades, qué no mutilemos los saberes de mujeres y hombres de las comunidades urbanas y rurales, o desdeñemos su paso frente a las puertas de la universidad! Si queremos defender la educación superior como un bien público de acceso universal, debemos pensarnos como tejidos de una gran red interrelacionada. Esto implica volver los ojos a aquella vieja raíz del concepto de universidad: ese lugar donde todas las personas encontremos un espacio y podamos dimensionarnos en la medida de las ilusiones compartidas. Por ello, para defender la universidad pública desde la acción social transformadora, es necesario ir más allá de las actividades asistencialistas, de promoción y de divulgación interna universitaria. Debemos replantearnos, una y otra vez, la manera en que hacemos y entendemos la acción social. Significa, una vez más, asumir un compromiso en el proceso de transformación, sin importar si somos graduados, graduadas, docentes, estudiantes, funcionarios o funcionarias administrativas, o habitantes de las comunidades de nuestro país.
En los nuevos contextos sociales, nacionales y globales, nuestra acción social no puede estar constituida por la suma de proyectos aislados. No podemos contentarnos con mirar la sociedad desde la perspectiva frívola y aséptica de quien solo observa. Debemos trabajar juntos y juntas en el abordaje integral y estratégico de los problemas, y ver las situaciones como síntomas de situaciones más profundas y complejas. Tenemos, también, que desarrollar la capacidad de hacer nuestros los sufrimientos y los traumas ajenos. El mundo de hoy nos obliga a atender nuevos contextos económicos, sociales, políticos, científicos, tecnológicos, culturales y ambientales emergentes, pero también nos obliga a reivindicarnos herederos de los saberes ancestrales y cotidianos de los sectores tradicionalmente oprimidos, provenientes de sus experiencias vitales de resistencia y lucha. Al fin y al cabo, es acaso allí donde cotidianamente adquiere sentido y fuerza lo que hacemos en la universidad.
Es verdad, por otra parte, que asistimos a una revolución tecnológica apabullante, cuyas consecuencias apenas vislumbramos. La universidad y las comunidades, si no quieren quedar peligrosamente rezagadas, han de enfrentarse a ese proceso decididamente, para incorporar lo nuevo sin sacrificar lo autóctono, para avanzar en el conocimiento y la gestión de los nuevos instrumentos técnicos sin sacrificar principios y subjetividades, y para asumir el control del avance sin caer en la condición de consumistas acríticos de la avalancha tecnológica. Debemos prepararnos para el mundo del mañana, pero sin perder de vista, como aquel extraño ángel de la historia de Walter Benjamin, las ruinas que el progreso va dejando a su paso. Este no es un reto menudo; es, de hecho, un gran desafío. Por eso, ocupamos construir el futuro conjuntamente: hacer a un lado, en colectivo, los obstáculos más obtusos y escabrosos del camino. Todas las actividades de la universidad pública deben, en función de ello, tener como centro la búsqueda del bien común, sea mediante la docencia, para formar personas comprometidas con la excelencia y con la solidaridad; mediante la investigación-acción, para generar nuevos conocimientos que enriquecen la cultura y procuran comprender nuestra realidad natural y social, o bien mediante la fuerza vital y luminosa de la vida estudiantil. Debemos reafirmar un modelo de universidad democrático y democratizador, que enfrente la desigualdad y la inequidad, así como la tendencia a la especialización de un saber cada vez más ajeno a los sectores populares y empobrecidos a los que nos debemos.
A 100 años de la Reforma de Córdoba, la Universidad de Costa Rica levanta la voz de nuevo, reivindicando todo el quehacer universitario, y sobre todo, la acción social o extensión como una práctica transformadora y liberadora articulada íntimamente con la docencia y la investigación. Las comunidades del futuro deberán seguir alimentando a las universidades públicas no solo con los recursos necesarios para su funcionamiento, sino con el cúmulo de saberes y conocimientos que le otorgan vida y sentido. No permitamos que la universidad vuelva a ser ese polvoriento claustro, abierto únicamente a intereses mercantiles. Luchemos por una universidad que, al contrario, haga espacio a la ternura y la esperanza de todas las personas. Debemos posicionar en las agendas universitarias acciones concretas para la construcción de una universidad de los saberes, entendida como un espacio de construcción de nuevos conocimientos y caminos de emancipación, que permita profundizar la democracia, desmercantilizar la vida, descolonizar y eliminar el racismo y el etnocentrismo, eliminar todas las formas de sexismo y discriminación, así como la construcción de un concepto de solidaridad basado en el concepto de bien común y en la generación de una calidez y respeto entre las personas de estas hacia la naturaleza.
Hoy, desde Costa Rica, en este abril del 2018, sumamos nuestras voces a las voces estudiantiles de la Universidad de Córdoba, quienes lucharon por la universidad sin ataduras que todavía hoy soñamos. Prolongamos sus voces en nuestras voces con la esperanza de que, en nuestro concepto actual y futuro de universidad, la acción social brille como praxis defensora e impulsora de una educación pública para todas las personas.
Defendamos la universidades y la acción social porque aunque “los dolores que quedan son las liebertades que faltan”, nos sobran manos, paredes, miradas para reescribir nuestra historia, nos sobran el viento, la luz, la tierra para sembrar certidumbres y arrebatar verdades, nos sobra el movimiento para no estancarnos y dar todo por ganado. Tenemos oscuridad para convertirnos en centellas, color, en vida. Tenemos abrazos para palpar y amasar los muros. Tenemos puños, empeines, talones para golpear aceras y hacer caminos. Tenemos gargantas, dientes, boca para morder las palabras que nos amarran. Tenemos fuerza, esperanza, pinceles para escribir una y otra vez que nos quedaremos aquí, siempre, hasta cuando no nos sobren los dolores y no tengamos libertades que nos falten.
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