Según don Walter, su meta era seguir dando clases “hasta caer tieso en el piso del aula”, pero su compromiso con la excelencia pudo más y optó por retirarse antes de que el cansancio que sentía terminara por afectar a sus estudiantes.
No tiene la lista exacta de cuántos alumnos formó en su carrera, pero el número es amplio tomando en cuenta que fue profesor durante 51 años. Si bien su especialidad es el violín, también impartió los cursos de Historia de la Música, Estética de la Música, Teoría Musical Elemental, Armonía y Música de Cámara.
Por décadas, fueron pocas las personas egresadas de la Escuela de Artes Musicales (EAM) que no recibieron sus aprendizajes y fue por eso que en el 2009 se le otorgó por unanimidad el reconocimiento de “Profesor Emérito”.
La EAM, su casa académica por medio siglo, decidió rendirle homenaje una vez más al dedicarle el I Festival de Cuerdas UCR 2018.
Fueron las travesuras de infancia las que introdujeron a Walter Field en la música. Traveseando los pianos de sus tías tuvo sus primeros acercamientos a lo que sería la pasión de su vida.
El apoyo de su familia hacia su talento, reconoce, fue fundamental desde sus primeros años.
“Ermida Montealegre de Gallegos, mi abuela, tuvo uno de los primeros kinders que se abrieron en San José y ahí fue donde interactué con mis primeros instrumentos”, recuerda.
Su primer instrumento propio fue una guitarra que le trajo “el Niño Dios” a los cinco años, pero el violín pudo más. Su madre le heredó el gusto por ese instrumento y cuando llegó al Colegio Seminario el sacerdote alemán Otton Lennartz le dio sus primeras lecciones.
Fue en el mismo colegio donde dio sus primeros recitales antes de su debut ante el público, oportunidad que tuvo poco después al presentar un recital para violín y piano en la Iglesia de Santa Teresita.
“Cuando uno escoge la música como carrera siempre hay dudas, pero la vocación, si es sincera, no se puede negar”, asiente Field al hablar de su elección profesional.
Aunque pensó en la ingeniería o la arquitectura, su poco gusto por las matemáticas lo alejó de esas opciones y aceptó que la música sería su profesión.
Partió al New England Conservatory of Music de Boston y ahí obtuvo su título de violinista profesional en 1954.
A su regreso al país se incorporó a la escena cultural local y se vinculó al Conservatorio Nacional de Música que años después pasaría a la Universidad de Costa Rica como la Escuela de Artes Musicales.
Volvió a salir del país para perfeccionar su talento en París, Roma, Venecia y Siena y como músico se presentó en Estados Unidos, México, Centroamérica, Ecuador, Colombia y Brasil.
Su faceta académica la complementó con una carrera de más de treinta años en la Orquesta Sinfónica Nacional a la que perteneció como violín concertino.
La pasión por tocar es la misma que Field posee para enseñar.
“Puedo decir sin modestia que yo gocé muchísimo enseñando, siempre traté de innovar, de adaptarme a los distintos caracteres y aspiraciones de los estudiantes”, cuenta. “Gocé muchísimo explorando la enseñanza de la manera más creativa”, agrega. “Como profesor he tenido niños, adolescentes, jóvenes y adultos, de muy variadas experiencias: de todas las edades, de todos los talentos y de todas las actitudes”, recuerda.
Defiende que todas las personas tienen la capacidad de aprender música y que el secreto está en disfrutarla.
Una de las cosas de las que está más orgulloso es de mantener relaciones cordiales con sus exalumnos.
De cada una de sus lecciones llevaba un registro para dar seguimiento a los avances individuales.
Como profesor, sus estrategias las resume en dos herramientas: nunca ser indiferente y siempre tener una dosis de humor.
“Con el paso de los años hay un momento donde uno se siente repetitivo y el riesgo es terminar transmitiendo eso a los estudiantes. Si me retiré fue porque ya no sentía que estuviera sacando la tarea con nobleza y propiedad”, explica al analizar la decisión de dejar la Universidad tras medio siglo de aportes.
“Los músicos no pueden quedarse con tocar bien un instrumento. Esto es un arte total y hay que tener un panorama completo de cultura, de literatura y de todas las bellas artes”, defiende Field.
Su vínculo con la música lo complementa con su pasión por el arte impresionista y con el ajedrez, deporte del cual llegó a ser campeón nacional.
Ese dinamismo es el que lo ha mantenido ocupado en su jubilación.
“Me hacían mucha falta las clases sobre todo al principio”, narra. “El violín no lo puedo dejar del todo, sigo tocando y ahora soy solista. Todo el tiempo toco solo en mi casa”, explica buscando el toque humorístico. Interpreta a sus compositores favoritos: Bach, Beethoven y Brahms, mezclados con algo de Mozart y de los barrocos italianos.
El cine clásico también lo disfruta y es fanático de las primeras entregas de “La Guerra de las Galaxias”.
Está seguro de que ya no le queda nada más por hacer en la vida. Su capacidad para transmitir la música llegó al punto de que hijos y nietos han heredado de él la profesión del violín.
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